Lado B
Autoética contra la barbarie interior
Para lidiar con la barbarie interior que constituye a cada individuo, se requiere una autoética que es una verdadera cultura psíquica, más importante y más difícil de lograr que la cultura exterior que nos imprime la comunidad en la que nacemos
Por Juan Martín López Calva @m_lopezcalva
06 de octubre, 2020
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“El problema ético central para cada individuo es el de su barbarie interior. Para superar esa barbarie, la autoética constituye una verdadera cultura psíquica, más difícil y más necesaria que la cultura material, física” Edgar Morin. Método VI. Ética, p. 93.

Vivimos tiempos ególatras como he escrito en ocasiones anteriores. Vivimos tiempos en los que se nos dice que nada importa más que lograr nuestros sueños, seguir nuestras pasiones, llevar a la práctica nuestro propio proyecto de vida.

Si para lograr nuestros sueños hay que sacrificar a otros, si para ir detrás de nuestras pasiones tenemos que olvidarnos de las personas que nos quieren y queremos, si para llevar a la práctica nuestro proyecto de vida tenemos que vivir solos o saltando de relación en relación, son daños colaterales que deben asumirse sin lamentar ni culparnos. 

El fundamento de esta visión es que sabemos lo que queremos, que en nuestro interior late un impulso sabio y firme que nos indica claramente el rumbo y que no hay contradicciones entre lo que sentimos, lo que pensamos y lo que vamos constatando en el camino hacia ese sueño que basta con decretar para hacer que el universo conspire a nuestro favor y se realice.

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Ya en la década de los sesenta del siglo pasado, Rogers sostenía que el auténtico proceso de valoración consiste en liberarnos de los prejuicios adquiridos en el transcurso de la vida para reencontrarnos con lo que nuestro propio organismo, que es sabio, nos indica como bueno. Se trataría de valorar de manera espontánea, como lo hacen los bebés.

Sin embargo, esta visión es demasiado optimista y simplificadora y supone que todos los seres humanos nacemos con una tendencia natural positiva y que nuestra espontaneidad empírica nos indica claramente y sin ninguna tensión ni contradicción el rumbo que nos conviene para llegar a ser nosotros mismos.

No es así. Nuestra experiencia interior espontánea es más bien un flujo variado y contradictorio de impulsos que no necesariamente tienden hacia lo positivo ni saben lo que nos conviene. Se trata de esa barbarie interior que constituye, como dice Morin, el problema ético central de cada individuo humano. Para lidiar con esta barbarie y superarla dándole cierto orden y equilibrio en tensión, se requiere una autoética, que es una verdadera cultura psíquica, más importante y más difícil de lograr que la cultura exterior que nos imprime la comunidad en la que nacemos.

La autoética es apenas la primera dimensión de la ética compleja que implica además la socioética y la antropoética, es decir, la ética de la convivencia social y la ética para la realización de la especie humana, porque como dice Lonergan, la construcción del bien humano es simultáneamente individual y social –y añadiríamos desde Morin, también planetaria-.

Concentrémonos hoy en esta dimensión predominantemente individual aunque influida por la sociedad y la especie. Se trata de la necesidad de organizar y orientar el flujo de nuestra barbarie interior espontánea –la dialéctica del sujeto, la llamaría Lonergan- para construir esa cultura psíquica que nos ayude a valorar lo que realmente nos conviene para construirnos en la realidad que nos toca vivir. 

“El autoanálisis es una exigencia primordial de la cultura psíquica; debería ser enseñado desde el comienzo de la educación básica para volverse una práctica tan acostumbrada como la cultura física”. Edgar Morin. Método VI. p. 95

Esta primera dimensión que es la autoética se puede ir construyendo si aprendemos como primer paso a autoanalizarnos de manera continua y sistemática. Como dice Morin, el autoanálisis debería ser enseñado desde que inicia la educación básica para irse volviendo una práctica tan cotidiana como la educación física.

El autoanálisis, cuando se vuelve un hábito, va desarrollando lo que Gardner llama la inteligencia intrapersonal, es decir, la capacidad de obtener y comprender la información sobre nosotros mismos en las distintas circunstancias de vida por las que vamos transitando.

La práctica cotidiana del autoanálisis es una parte fundamental del conocimiento de nosotros mismos que resulta indispensable para poder construir un proyecto de vida inteligente, ordenado y orientado hacia lo que profundamente coincide con nuestro querer.

“…la práctica de la autocrítica debería poder ser desencadenada y estimulada por una pedagogía”. Edgar Morin. Método VI. p. 98

Pero así como con el entendimiento no culmina el proceso de conocimiento porque lo que se comprende puede estar equivocado o no corresponder con la realidad, así también el autoanálisis no nos garantiza por sí mismo el autoconocimiento, puesto que para lograrlo es indispensable generar preguntas críticas, reunir pruebas y ponderar todas las evidencias hasta llegar a un juicio de hecho.

El autoanálisis debe ser complementado por la autocrítica, por una sana crítica de las propias conclusiones, ideas y percepciones basada en preguntas para la reflexión que conduzcan a la búsqueda de pruebas, a la ponderación de las evidencias y al juicio de hecho, que es el objetivo final de todo proceso de conocimiento humano.

Porque así como hay una barbarie interior en la espontaneidad empírica de los sujetos humanos, de igual manera existe el autoengaño cuando realizamos el autoanálisis. Nos pueden engañar nuestros sentidos y también nos puede engañar nuestra inteligencia cegada por esas ideas que poseemos y que también en muchas ocasiones nos poseen.

Por todo lo anterior, una sana educación ética empieza, aunque no se agota, por el desarrollo de la autoética que tiene como estrategias fundamentales el autoanálisis y la autocrítica.

Como dice Morin, ambas estrategias deberían enseñarse desde los primeros años de la educación básica, pero desafortunadamente no se hace así. Porque así como en lo relativo al aprendizaje de contenidos de las distintas asignaturas predomina la práctica de la repetición y la memorización por encima de la comprensión y el ejercicio del pensamiento crítico, así también en la formación ética la tendencia dominante –si es que acaso se incluye esta dimensión- es la de la enseñanza o inculcación de valores como si fueran contenidos de cualquier otra asignatura.

En estos tiempos ególatras, acentuados por la pandemia, resulta cada vez más necesaria la educación en esta autoética que genere una verdadera cultura psíquica en cada uno de los educandos, para que sean capaces de construir su propio proyecto de vida desde una libertad efectiva, es decir, desde su capacidad de autodeterminarse en medio de las condiciones de su contexto. Un proyecto de vida que responda a una visión realista y compleja de su propio deseo de vivir.

*Foto de portada: Pablo Varela | Unsplash

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Autor Lado B
Juan Martín López Calva
Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Realizó dos estancias postdoctorales en el Lonergan Institute de Boston College. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, del Consejo Mexicano de Investigación Educativa, de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores y de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación. Trabaja en las líneas de Educación humanista, Educación y valores y Ética profesional. Actualmente es Decano de Artes y Humanidades de la UPAEP, donde coordina el Cuerpo Académico de Ética y Procesos Educativos y participa en el de Profesionalización docente..
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