Lado B
La ópera está por todos lados
La ópera, dice Margarita López Cano, ya no es el espectáculo elitista de antes; sin embargo, advierten un tenor y una mezzosoprano, aún existe cierto rechazo hacia las puestas en escena, que suelen ser largas, esporádicas y costosas
Por Marcos Nucamendi @MakoNucamendi
20 de agosto, 2020
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La ópera nació en los albores del siglo XVII como un espectáculo para las élites. Las obras se construían en función de los deseos de la nobleza, de los reyes, para ser exhibidas únicamente dentro de los grandes palacios.

Hoy en día, cuenta para LADO B la historiadora Margarita López Cano –quien lleva dos décadas al frente de Secretos del Canto, un programa de radio dedicado al mundo de la ópera–, la realidad es otra: 

“La ópera está en todos lados: en los comerciales, en la televisión, en las caricaturas […] La gente poco a poco se ha ido familiarizando con este arte que nació elitista pero que, después, se volvió popular”.

Cuando salió la película Philadelphia (Jonathan Demme, 1993), recuerda Margarita, todos sus conocidos la buscaban para preguntarle por una de las escenas en donde el personaje interpretado por Tom Hanks, un joven litigante que había sido despedido de forma injustificada, compartía con Denzel Washington, su abogado, una de sus arias (piezas musicales para solistas) favoritas: La mamma morta, de la ópera Andrea Chénier (Uberto Giordano, 1896).

La mamma morta, que aparece en el tercer acto del libreto, narra la historia de la madre de Magdalena, quien murió protegiendo a su hija de la confusión que desencadenó el inicio de la Revolución Francesa. En el filme, este subtexto sirve de escenario para que Andy Beckett (Tom Hanks), mientras se escucha en el fondo la voz de Maria Callas, se resista simbólicamente al virus (VIH) que lo está consumiendo lentamente.

Este tipo de referencias operísticas también se pueden encontrar en otras películas, como Pretty Woman (Garry Marshall, 1990), en donde aparece parte de La Traviata de Giuseppe Verdi (1853), e incluso en capítulos enteros de televisión, como en el Homero de Sevilla de Los Simpson; en este último se observan alusiones a El Barbero de Sevilla (Gioachino Rossini, 1815), Don Giovanni (Mozart, 1793) y La Bohème (Giacomo Puccini, 1896).

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Philadelphia (1993)

Fotograma de Philadelphia (1993) / Foto: Philadelphia Best Scene – Andrew, death and Opera | YouTube

El gusto por la ópera, dice Margarita, se genera en ocasiones a partir de la simple curiosidad que despiertan estos fragmentos sueltos en los contenidos audiovisuales que consumimos todos los días. 

A una de sus amigas que renegaba de la ópera, comparte, la hizo cambiar de parecer al mostrarle el coro de Nabucco de Giuseppe Verdi, Va, Pensiero; este coro, a decir del divulgador cultural Ramón Garner, tiene una melodía muy particular, casi científica, que se queda grabada en el pensamiento desde el primer minuto. 

“Mucha gente a la que le preguntas si le gusta la ópera te contesta que no, que es para gente viejita o con mucho dinero, pero el arte [en sí mismo] tiene que gustarte. Tal vez yo no sepa de qué se trata Rigoletto o La Traviata, pero el arte [en este caso la ópera] llega y te toca fibras muy sensibles”, explica Margarita.

Y para muestra de lo anterior, comenta, basta con ver las reacciones que se generan en torno a los flash-mobs (intervenciones coreografiadas del espacio público) operísticos que se realizan con mayor frecuencia en países europeos y que, cada vez más, se están ensayando en el nuestro. 

Sin importar la diferencia lingüística, las interpretaciones sorpresivas en centros comerciales, plazas públicas, mercados y vagones del metro, rápidamente despiertan el interés de la gente.

En 2018, un grupo de cantantes de ópera se hizo pasar por marchantes y marchantas en distintos mercados públicos de la Ciudad de México. Dejando a un lado los guisos y las verduras, entre quesos y piñatas, se dispusieron a ejecutar algunas de las arias y romanzas más célebres, como Una furtiva lacrima, incluida en la ópera L’elisir d’amore (Gaetano Donizetti, 1832) o Nessun dorma de la ópera Turandot (Giacomo Puccini, 1926).

Las puestas en escena, un mundo aparte 

ópera

Foto: Policía Nacional de los colombianos | Creative Commons

Sin embargo, a pesar de las referencias audiovisuales, de las intervenciones del espacio público, e incluso de la difusión de contenidos operísticos en televisión, cine, plataformas digitales y redes sociales –con sus respectivas traducciones al español–, asistir a la ópera, específicamente el acto de sentarse durante horas a ver una puesta en escena, aún no ha permeado lo suficiente en el público mexicano, explican un tenor y una mezzosoprano.

Carlos Torres, tenor sonorense que durante los últimos años ha trabajado para el Grand Théâtre de Tours, La Maîtrise des Hauts-de-Seine y Opéra en Plein Air –todos teatros en Francia–, explica que este rechazo casi automático que se tiene respecto a las puestas en escena, está relacionado con la tradición.

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Cierto que México tiene una rica historia operística, desde los tiempos de Maximiliano, y que hasta la fecha nuestro país es reconocido por ser un gran productor de tenores, como Javier Camarena o Rolando Villazón; incluso algunos de los intérpretes de música vernácula más conocidos, como Jorge Negrete, provienen de ese mundo.

No obstante, explica el tenor, en países como Francia, Italia o Alemania, la ópera forma parte de la tradición musical y la educación emocional de gran parte de la población, es decir, ocupa la función que cumple en nuestro país el folclor o la música regional.

Una gran responsabilidad, en ese sentido, recae sobre la instrucción que se recibe en la escuela, considera Carlos. En la secundaria, recuerda, sólo le enseñaron a tocar la flauta dulce, un instrumento que pronto olvidaría; las clases de música en la educación básica, sugiere, deberían centrarse más en la apreciación y no en aprender a tocar un instrumento que no despierta en los niños y las niñas, la menor sensibilidad musical.

“Sería mejor una clase [en donde] les hables de los temas que abordan las piezas, de sus compositores, del por qué se toca de tal o cual manera, y del contexto en que fueron creadas”. Así se rompería esa brecha que nos separa de otros públicos, sobre todo europeos, para quienes esas historias y melodías no son ajenas, pues crecieron con ellas.

Rolando Villazón, cantante de ópera

Rolando Villazón / Foto: Stefan Brending | Creative Commons

Cristina Pardo, mezzosoprano capitalina que se ha presentado en escenarios como el Alcázar del Castillo de Chapultepec, la Casa del Lago o la Sala Ponce del Palacio de Bellas Artes, ofrece otra explicación, que está más relacionada con el formato de las puestas en escena.

Aún cuando se trate de una de las retransmisiones de la Ópera Metropolitana de Nueva York en el Auditorio Nacional o en otros auditorios y teatros del interior de la República, comenta, asistir a la ópera implica salir de casa, desplazarse, llegar al teatro y permanecer en este por horas.

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Una cosa es escuchar un concierto corto, con algunas arias sueltas, y otra totalmente diferente meterse de lleno en la trama, comenta Cristina. Adentrarse en el universo de los personajes, apreciar el trabajo escenográfico y de vestuario, la composiciones musicales, y la calidad vocal y actoral de los protagonistas, es un mundo aparte. “Entonces perderle el miedo a la ópera [a las puestas en escena], sería maravilloso”.

Esa pérdida del miedo consistiría en dejar de lado nuestros prejuicios en torno a la ópera para ver que, como dice Margarita López Cano, las puestas en escena hablan de los seres humanos, de personajes con los que cualquier público puede verse reflejado.

Así, en la ópera contemporánea incluso se abordan temas como la privación de la libertad, el genocidio, el terrorismo o la discriminación por identidad género y orientación sexual. Porque “la ópera no inventa la historia, la refleja. Es un escenario, un microcosmos del mundo y eso es lo fascinante. Por eso lleva cuatro siglos y por eso va a durar otros cuatro más, porque es apasionante”.

*Foto de portada: Policía Nacional de los colombianos | Creative Commons

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Autor Lado B
Marcos Nucamendi
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