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Barranca El Conde, un paraíso urbano de Puebla
El biólogo Víctor Gutiérrez Pacheco relata su paso por la barranca El Conde, un pequeño y decadente oasis natural a un lado del parque industrial 5 de mayo, en la capital poblana.
Por Lado B @ladobemx
26 de julio, 2020
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Víctor Gutiérrez Pacheco

Después de un viaje de 55 minutos desde el centro de la ciudad de Puebla, se encuentra el parque industrial 5 de Mayo. Caminar en la vialidad que atraviesa el parque, permite apreciar las diversas fábricas dispuestas con mucho orden, casetas de vigilancia al frente, vigilantes muy bien uniformados y limpios, amplios estacionamientos, naves de cemento y lámina de aluminio, y jardines perfectamente recortados y cuidados. Un mundo industrial idílico.

Ya en la parte final del parque, acaba el asfalto e inicia una vereda que baja hacia el cauce de la barranca El Conde, que sube por la pendiente hacia las colonias Ampliación Santa Bárbara, Nueva 13 de Abril y San José los Cerritos, pertenecientes a la junta auxiliar de San Pablo Xochimehuacan. 

Antes de iniciar el ascenso hacia el otro lado de la barranca, se dobla hacia la derecha para iniciar el recorrido por la barranca cruzando una zona de pastizales donde se aprecian señores pastoreando vacas, borregos y chivos, auxiliados siempre por algunos perros que los acompañan. 

La zona de pastizales se presta para la labor porque es una pequeña planicie dentro de abruptas paredes que delimitan la barranca. Desde esta pequeña planicie, se observan hacia un lado las cercas de alambre que marcan los límites de las fábricas, y del otro lado llantas, tambores, láminas de asbesto y de aluminio, y materiales indefinidos que coronan la otra pared y que pretenden también delimitar la zona privada de las casas a la orilla.

Caminar por el pastizal es una labor que debe realizarse con cuidado, buscando variaciones en el crecimiento y color del pasto ya que se corre el riesgo de terminar con los pies hundidos en los charcos que vienen de las casas de las orillas y que, al no estar conectadas al sistema de drenaje municipal, son de aguas residuales domésticas. Debido a la carga orgánica del agua, el pasto suele ser de un color más intenso y de mayor talla por su mejor fertilización que el pasto circundante. 

Aunque es el pasto el que domina el paisaje, también hay magueyes intercalados en pequeños manchones y en muchos sitios cercanos a la zona arbolada, así como herbáceas con flores de variados colores como el lila, el azul, el rojo y el blanco. 

Foto: Victor Gutierrez

Abundan las comelinas (Commelina spp.), las estrellitas (Milla biflora), las begonias (Begonia gracilis), el aceitillo (Bidens pilosa), las trompetillas (Bouvardia ternifolia), los girasoles morados (Cosmos bipinnatus), las dalias rojas (Dahlia coccinea) y las hermosas crasuláceas parecidas a pequeños magueyitos, llamadas orejas de burro (Echeveria gibbiflora) y conchitas (Echeveria mucronata). 

En las orillas del pastizal, donde los márgenes de la barranca no son muy abruptos -algunas son verdaderas paredes de 90 grados de inclinación- se aprecian encinos (Quercus) con esos troncos de formas caprichosas, con huecos y nudos, que se extienden de forma horizontal, y que los hacen verdaderos sitios de refugio y anidamiento para pequeños mamíferos y reptiles. 

Estos encinos suelen ser de una talla más bien baja, de entre unos cinco o seis metros, aunque también los hay de otras especies con una forma más de tipo arborescente, superiores a los 10 metros y con un tronco claramente definido. Muchos de ellos ofrecen a la vista hermosas manchas naranjas en la cúspide de sus frondas que, a la lejanía, parecieran ser flores propias de los árboles. 

Sin embargo, los encinos tienen flores masculinas (amentos) poco vistosas y flores femeninas prácticamente imperceptibles a simple vista (sí, flores de ambos sexos pues los encinos son hermafroditas), así que las flores naranjas son inflorescencias de muérdagos (Phoradendron lanceolatum y Psittacanthus calyculatus), plantas que parasitan a diversas especies de árboles y arbustos. 

También se aprecian árboles de capulín (Pronus salicifolia), esas pequeñas frutas que van desde un rojo claro hasta un rojo intenso llegando incluso al carmín, y de un sabor dulce, verdaderamente delicioso, que se pueden encontrar en los mercados poblanos en los meses de mayo a agosto.  

Las paredes de las barrancas suelen estar desnudas, sin embargo hay algunas plantas que se atreven a habitarlas, como los tepozanes (Buddleja cordata), con sus amplias hojas de color verde claro, sus flores blancas siempre rebosantes de insectos y sus troncos helicoidales que asemejan a una gran trenza de color café.

Ya en la orilla del pastizal, se llega a la sombra que proyectan los árboles con los que limita y se siente inmediatamente un cambio de temperatura y de humedad, lo cual es aún más contrastante si el día es soleado, y que se agradece después de la caminata, pues el frescor resulta muy agradable. 

Continuar la caminata, siguiendo el margen sinuoso del cauce de la barranca, hace que uno se adentre en este espacio sombreado y se genere una cierta sensación de aislamiento que se agudiza en medida que se avanza. 

La vegetación del estrato arbóreo y del sotobosque (vegetación que crece a la sombra de los árboles), es una composición diversa de árboles, arbustos, epifitas (plantas que crecen en las ramas de los árboles pero que no son parásitas) y trepadoras. 

Los árboles son sobre todo fresnos (Fraxinus uhdei) y encinos de talla grande (superiores a los 10 metros) de especies como: Quercus acutifolia Neé (Encino tepescohuite), Quercus castanea Neé (Encino capulincillo), Quercus crassipes (Encino Tesmolillo) y Quercus laurina Bonpl (Encino laurel). 

En el suelo (estrato rastrero), a diferencia de la zona del pastizal, prácticamente no hay pasto pero sí una variedad de herbáceas, pequeños arbustos como las hermosas lantanas (Lantana sp.) con sus flores amarillas con naranja, o blanco con lila, y algunos magueyes (Agave sp,), así como una amplia cubierta de hojas secas que crujen al ritmo de los pasos.

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El cauce de la barranca se estrecha en algunos sitios obligando a trepar un poco por las laderas para poder continuar sin tener que chapotear en sus aguas. Al trepar se observan, protegidos por las raíces y buscando siempre las zonas más húmedas, helechos y hongos con sus clásicos sombreritos, o aquellos en forma de repisa pegados fuertemente a los troncos de los árboles. Los troncos y sus raíces expuestas son un lienzo de tonalidades de color verde que denotan la presencia de musgos y líquenes, algunos de estos últimos, también presentes las pocas rocas que se encuentran al paso. 

Foto: Victor Gutierrez

En estos momentos el bosque –porque estamos en un bosque dentro de la ciudad–, se adueña de los sentidos y se hace omnipresente. La ciudad se siente lejana y la abstracción que la naturaleza ejerce sobre uno es tan acogedora, que solo es rota por el ruido súbito de algún pequeño mamífero o reptil que se adivina alejándose entre la hojarasca. 

El canto de los pájaros es un acompañante permanente, al igual que los zancudos, que obligan al movimiento constante y cuando particularizamos a alguno, es porque ya se aleja dejándonos con un intensa comezón después de la palmada siempre tardía y frustrante. 

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Algo que se extraña es la presencia, en la zona acuática, de anfibios; sapos y ranas, así como de sus etapas juveniles (renacuajos), chinches de agua y otros organismos comunes en este tipo de ecosistema, claro, si no estuviera tan contaminado. 

Análisis realizados por académicos de la Universidad Autónoma de Puebla, han dado  cuenta de la fuerte contaminación de las aguas, lo que imposibilita el desarrollo de esta fauna. Esto es una prueba del porque los anfibios son considerados como un indicador muy sensible del estado de salud de los ecosistemas acuáticos, y su ausencia nos habla del deterioro del cauce de la barranca. 

Después de unos 800 metros de recorrido, aproximadamente, la travesía por la barranca resulta casi idílica, sino fuera por el olor fétido que constantemente nos anuncia que por el cauce corren aguas contaminadas. Los tubos sobresalen de las paredes de la barranca,  expulsando cada cuando su carga de aguas pútridas y que, a pesar de ello no deja de ser un ruido agradable propio de una caída de agua. 

Las paredes del lado del parque industrial también exhiben sus bocas de drenaje con una hechura más sofisticada en cemento y piedra. Y aunque durante el día no se percibe ninguna descarga, la observación a corta distancia permite apreciar coloraciones distintas en los cauces de piedra que bajan por la pendiente de la barranca y que son rastros de los diferentes químicos vertidos. 

Ladridos de perros hacen recordar que no se está lejos de zonas habitacionales, las cuales, en las zonas de menor densidad arbórea, se asoman por entre las frondas. El trepar hasta la parte alta del margen de la barranca, colindante con el parque industrial, posibilita una visión panorámica de los árboles que corren a lo largo de la barranca desde donde inició el recorrido. 

Este hermoso paisaje se ve fragmentado por casas del otro lado de la barranca que se han edificado invadiendo la barranca en los sitios más accesibles. Esto se acompaña de tiraderos de basura y plantas que inmediatamente se reconocen como extrañas y que rompen con el continuo del ecosistema nativo. Entre las plantas más comunes se aprecian casuarinas (Casuarina equisetifolia), ficus (Ficus benjamina) y laureles de la India (Ficus rethusa). 

Más adelante, la fisiografía de la barranca obliga a bajar nuevamente hacia el lecho y a caminar al lado del cauce. Una pequeña planicie abierta, con presencia de árboles de ciruela (Prunus domestica) y níspero (Eriobotrya japonica), una pequeña milpa, columpios y juguetes abandonados, dan cuenta de que estamos en un sitio de labor de alguna familia de los alrededores y del lugar de juego de sus infantes.  

Minutos después el ruido de motores nos anuncia que nos acercamos a una vialidad que pasa por encima de la barranca. Ahí, la barranca está bloqueada por un cerco de alambre que corre de orilla a orilla a lo largo de un puente que la atraviesa y obstaculizan el paso. No hay otra alternativa que desandar el camino, aunque las copas de los árboles del otro lado del puente nos hacen ver que la barranca y su bosque de encino se continúan más adelante. 

El retorno obliga a la reflexión: ¿La alambrada se puso con el fin de que las personas no vayan a la barranca porque constituye un peligro, o porque la barranca necesita ser protegida de quienes la están destruyendo?

*Víctor Gutiérrez Pacheco es estudiante del Doctorado en Ciencias Ambientales en la BUAP

**Foto de portada: Victor Gutierrez

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