Lado B
Con transición digital, estudiantes de la BUAP evidencian problemas históricos en las unidades académicas
Escasa o nula comunicación con sus profesores, mínima obtención de conocimientos, y calificaciones arbitrarias surgidas de la nada, son algunas de las denuncias
Por Marcos Nucamendi @MakoNucamendi
30 de junio, 2020
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Mientras que las autoridades educativas de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP) aseguran que se encuentran preparadas para arrancar el próximo ciclo escolar bajo la modalidad a distancia, estudiantes de diversas facultades se dicen inconformes por la escasa o nula comunicación con sus profesores durante el periodo anterior, sumado a la falta de retroalimentación de sus trabajos, carga excesiva de tareas y actividades, mínima obtención de conocimientos, y calificaciones arbitrarias surgidas de la nada.

Durante la última reunión virtual del Consejo Universitario de la BUAP, la vicerrectora de docencia, María del Carmen Martínez Reyes, dijo que al menos cuatro mil docentes ya habían tomado cursos de capacitación en el uso de plataformas digitales —78.75 por ciento del total de la plantilla universitaria—, y que semanalmente, desde el inicio de la contingencia sanitaria, las unidades académicas han dado seguimiento al proceso de adaptación al nuevo esquema de trabajo. 

En entrevista con LADO B, estudiantes de licenciatura de semestres avanzados, quienes reiniciarán clases a distancia el próximo 17 de agosto —según lo aprobado por el Consejo—, comparten sus testimonios. 

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Daniela, Facultad de Medicina

“Cuando empezamos a tomar clases en línea el doctor desapareció por completo, sólo nos dijo que quería resúmenes de todos los temas que venían en el programa y que debíamos entregarlos en menos de una semana”.

Daniela se refiere al caso de su profesor de otorrinolaringología, un médico familiar que no es especialista en la materia. Aunque ya nos encontrábamos en plena pandemia, el doctor les pidió que los trabajos fueran entregados físicamente, en una plaza comercial.

“Tuvimos que hablar con una doctora encargada de las quejas de la Facultad [la coordinadora de la Licenciatura en Medicina] y sólo así aceptó que se le mandaran los trabajos [por correo electrónico]”.

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La actitud del maestro no mejoraría: aunque ella y sus compañeros enviaron sus trabajos, éste aseguró que no los había recibido; al poco tiempo, una doctora a quien no conocían comenzó a comunicarse con el grupo para encargarles más tareas, aún sin tener noticia del profesor titular, quien reaparecería un día antes de que concluyera el cuatrimestre.

Les dijo que no tomaría en cuenta los trabajos enviados, encargando una serie más el último día de clases y negándose a concluir el curso en la fecha oficial, sólo para recibir estos trabajos y rechazarlos nuevamente. Así que el grupo de Daniela optó por no enviar nada más, y sin clases en línea, sin comentarios a sus trabajos, recibieron sus calificaciones finales; ochos en su mayoría y unos cuantos nueves.

Cuestionada sobre lo que espera para el próximo periodo, Daniela refiere: 

“No es un secreto que es un pésimo docente, hay quejas y quejas de él, pero la dirección [de la Facultad] no hace nada por sacarlo o al menos darle menos horas de su especialidad (…) Espero que al menos ahora sí monitoreen a sus doctores para saber que sí están dando clases en línea”.

Fabiola, Facultad de Administración

“[El profesor] no respondía los correos ni las llamadas; se tardó más de un mes en contestarnos y darnos alguna respuesta sobre cómo íbamos a estar trabajando [durante la pandemia]”. 

Fabiola relata el caso de su profesor de Contabilidad, quien les pidió resúmenes de temas que ya habían visto durante las clases presenciales, pero después de eso, no avanzaron en el programa del curso. Incluso les propuso que tomaran clases con él el siguiente periodo para poder ver los temas que no se abordarían durante la contingencia. 

“A casi todos nos puso diez, pero no aprendimos nada, sólo lo del mes y medio de clases presenciales”.

Al igual que sus compañeros de primer semestre, Fabiola espera repetir con algunos de los profesores que sí se esforzaron por adaptarse a las nuevas circunstancias, o que al menos tuvieron una actitud más positiva ante el cambio forzado. 

Carlos, Facultad de Ciencias Físico Matemáticas 

Estudiantes de la BUAP se quejan de clases virtuales

Foto: Microsoft Teams

Para Carlos, el problema con las clases en línea no fue tanto la actitud sino las complicaciones que trae para algunos profesores de edad avanzada el uso de las plataformas digitales.

Algunas de sus materias, explica, requieren de un espacio más próximo para revisar a detalle los temas, ofrecer retroalimentación, así como de otras herramientas que existen en la universidad para trabajar individualmente las actividades y tareas.

“Uno aquí [en casa] no cuenta con los materiales, con la biblioteca, por ejemplo, para acudir y resolver dudas; [y sin asesorías individuales,] la única manera de contactar a uno de los profesores era por correo y si bien te iba, te contestaba [días más tarde]”.

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Con su maestro de Álgebra Superior tuvo una experiencia más desafortunada. A las dos semanas de iniciada la contingencia, presentó un examen del que no tuvo noticias hasta dos semanas antes de que concluyeran los cursos. Se comunicó con él para saber qué es lo que había pasado y su profesor accedió a recibirle el examen nuevamente; para su sorpresa, le contestó que estaba reprobado.

Tuvo que insistir en más de una ocasión, enviándole correos a tres cuentas distintas, para que cambiara de opinión; en estos adjuntaba un documento en donde comparaba sus respuestas con las del examen de uno de sus compañeros y con las que el propio profesor había escrito en un solucionario. “No sé si lo harté o qué pasó, pero me dijo: ‘sabes qué, te pongo 8.3 si quieres’ y yo accedí, ya no al 10 —que asegura tenía— sino al 8.3”. 

Sara, Facultad de Administración

Su maestro de Contabilidad había acordado con sus estudiantes tener varias sesiones en línea para explicar el contenido del curso y resolver las dudas que fueran surgiendo; sin embargo, éste no fue el caso, ya que se conformó con dejarles actividades sobre las que ni siquiera ofrecía retroalimentación y que a decir de Sara, fueron calificadas de forma arbitraria.

La situación se complicó cuando el profesor decidió no aplicar el examen final y sólo promediar dichas actividades. “Eso a muchísimos compañeros les afectó, incluyéndome, por lo que en mi caso yo preferí dar de baja la materia y volverla a cursar el próximo semestre [para no afectar mi promedio]”. 

En otra materia, Logística, el problema fue la informalidad de la profesora, que teniendo clases a la una de la tarde enviaba el link de la plataforma en línea hasta dos horas después; esto chocaba a veces con otras materias o simplemente, con las actividades diarias de los estudiantes.

Con ese telón de fondo y haciendo un balance del periodo, Sara afirma que hasta en un 80 por ciento, los conocimientos adquiridos durante la pandemia se debieron más bien a una investigación propia: “Yo sentí que pasé por pasar, pero yo aprender por medio de los profesores, la verdad no.” 

Fernanda, Facultad de Medicina

Aunque en un principio se mostró accesible, recuerda Fernanda, su profesora de Genética pronto cambió de actitud, especialmente durante las sesiones vía Zoom, que comenzaron varias semanas después de que fueran suspendidas las clases presenciales.

“A un compañero [foráneo] le tocó exponer y [la profesora] le pidió incluso que prendiera su cámara para comprobar que realmente vivía en ‘un rancho’, con mala señal”.  

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Otro de sus profesores, relata, se comunicó con sus estudiantes hasta el final del periodo, solicitándoles alrededor de 15 tareas, un portafolio de evidencias para subir en Google Drive, y como único recurso de aprendizaje una serie de videos en YouTube que ella y sus compañeros veían más como un medio para promocionar su imagen.

Con tan sólo cinco materias restantes, explica Fernanda, lo que más le perjudica del ciclo que está por comenzar no es volverse a topar con este tipo de casos, sino la imposibilidad de no estar en el campo clínico, es decir, teniendo contacto directo con médicos y pacientes en centros de salud.

“[Voy a llevar algunas materias] en simulación y voy a llegar en blanco al internado; en la teoría voy a tener que rifarme yo solita, pero en lo práctico sí voy a llegar en blanco.”

Angélica, Facultad de Psicología 

Foto: Glenn Carstens-Peters | Unsplash

De cinco profesores y profesoras que tuvo el periodo anterior, considera Angélica, sólo una —que le impartió dos materias— estuvo a la altura de la pandemia y de la transición forzada a las clases a distancia.

Una de las profesoras que no lo estuvo, explica, prefirió valerse de dos antologías que les había compartido al inicio del semestre. “Así que lo que nos dejó durante la pandemia fue leer las antologías y entregar un resumen de cada tema”, pero ninguna clase vía videoconferencia.

La comunicación, entonces, se limitó a un mero intercambio de correos electrónicos, y específicamente para la revisión de su calificación final; sin embargo, al menos en su caso, necesitó de hasta de seis correos detallados para que finalmente atendiera sus dudas.

Otro de sus profesores prefirió valerse de la ayuda de una de sus compañeras para comunicarse con el resto del grupo. Ella se encargaría de crear y administrar un grupo de WhatsApp y otro de Facebook, este último para dictar sus clases en línea, en donde la única interacción con sus estudiantes se daba a través de los comentarios.

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Estos canales de comunicación, explica Angélica, complicaba cualquier solicitud de retroalimentación de sus ensayos y calificaciones finales, problemas relacionados con las transmisiones en vivo —una de sus compañeras tuvo acceder desde el Facebook de su madre—, y situaciones más personales que considera no tendrían por qué ser escuchadas por la alumna que actuaba como intermediaria.

Una práctica que no se resuelve con capacitación digital

De siete profesores que tiene cada semestre, explica Angélica en una segunda entrevista, dos son buenos y cinco son malos; en esta última categoría coloca a aquellos que no solamente ofrecen el mínimo a sus estudiantes, sino que además llegan a manifestar actitudes poco profesionales o incluso agresivas.

En estos casos lo que mejor les ha funcionado como generación es solicitar a la Secretaría Académica un cambio de docente; en una ocasión, recuerda, pidieron el cambio de un maestro porque éste les dijo al inicio del curso que sólo podría asistir a la mitad de las sesiones. 

De ser necesario, agrega, los estudiantes podrían recurrir a la Dirección de Asuntos Estudiantiles; existe también, como en cada unidad académica, la figura de la tutoría, pero confiesa que ésta ha sido poco efectiva para resolver problemas más inmediatos.

Ante la posibilidad de que las historias aquí narradas, incluyendo la suya, reflejen únicamente la realidad de ese 21.25 por ciento de la planta docente que aún no ha sido capacitada para adaptarse a las clases a distancia —unos mil 79 docentes—, Angélica asegura que se trata más bien de problemas históricos que difícilmente serán corregidos con una instrucción digital:

“Al menos en la Facultad de Psicología, las malas prácticas de los profesores están desde que yo entré (…) podrán capacitarlos para utilizar las herramientas digitales, pero los modos están y siempre estarán ahí”.

*Foto de portada: Olga Valeria Hernández

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Autor Lado B
Marcos Nucamendi
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