Lado B
Piecitos Danzantes, un ejemplo de dignidad cultural en medio de la pandemia
Piecitos Danzantes es un grupo cultural que se dedica a promover danzas mexicanas como parte de las actividades curriculares en una escuela de Nueva York
Por Lado B @ladobemx
08 de abril, 2020
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Foto: Heriberto Paredes

Heriberto Paredes

Nueva York.- La escuela está desierta, solo algunas familias se reúnen en el comedor para a cambiar de ropa a sus hijas e hijos y ponerles la vestimenta con la que suelen presentarse como Piecitos Danzantes. En la entrada de la escuela pública 164 “Caesar Rodney” una guardia me recibe y me pide que anote mi nombre. Usa guantes de látex y me indica que puedo usar el gel antibacterial que hay en la mesa. Al entrar al comedor reconozco a Xugey López, coordinadora del grupo y madre mexicana originaria de la ciudad de Puebla, aunque lleva más de la mitad de su vida en Estados Unidos.

Es 13 de marzo y estamos en Borough Park, uno de los barrios de judíos ortodoxos en el corazón de Brooklyn. En toda la ciudad ha comenzado una pausa en la vida pública y, poco a poco, el distanciamiento social cobra fuerza tras la emergencia del contagio masivo del COVID-19 en el estado de Nueva York. No se han cerrado las escuelas públicas todavía pero, en retrospectiva, este será el último día.

Piecitos Danzantes es un grupo cultural que se dedica a promover las danzas mexicanas como parte de las actividades curriculares en esta escuela. Se trata de un grupo binacional que tiene presencia en el estado de Puebla y en Nueva York, y forma parte de la Red de Pueblos Transnacionales, un esfuerzo por visibilizar colectivos e iniciativas generadas desde las comunidades indígenas mexicanas migrantes en esta zona de Estados Unidos.

“En 2017 yo trabajaba con grupos de gente adulta y los niños siempre quedaban fuera, no sabían qué hacer con ellos, así que decidí hacer algo al respecto. En México, un grupo de danza le hizo bullying a mi sobrina y se decidió hacer un grupo allá también”, comenta Xugey, quien trabaja en un laboratorio oftalmológico en Nueva York. Hay apertura para que cualquier persona, no necesariamente mexicana, se integre. “Es un grupo fuerte y sencillo; enseña la cultura que los niños no saben es la de sus familias”.

Originario de Iguala, Guerrero, Julio Casimiro vive en Nueva York desde los nueve años, pero conserva un amplio apego a su lugar de origen. Para él, el trabajo cultural de rescatar las danzas es fundamental, ayuda mucho a mejorar la sociabilidad de las niñas y niños que participan. Padre de dos niñas y un chico adolescente, esposo de Xugey, Casimiro explica, además, que la tecnología ha hecho posible que, a distancia y ahora en tiempos de distanciamiento social, las tradiciones no se pierdan.

“Hay grupos de danzas que graban sus shows y los transmiten por internet, de ahí los vemos para aprender”.

Para Xiomara, de nueve años, una de las hijas de Xugey y Julio, estar en Piecitos “es una muy buena experiencia y un buen ejercicio; nos sentimos cómodas en el grupo”. Hablo con ella y su hermana por teléfono, días después de conocernos, ahora bajo las reglamentaciones para permanecer en casa que se dieron en todo el estado. “Desde mi punto de vista, el grupo es un lugar para ayudar al otro también, aprendemos cosas nuevas, y trabajar juntos es algo muy bueno”. Su hermana Ximena, de 12 años coincide: “En el grupo funcionamos como un equipo y nos sirve para sociabilizar mejor”.

Se aprovecha el que será el último día de apertura de la escuela para tomar una foto del grupo en el auditorio. Algunas familias faltan, pero la mayoría está presente. Las familias no danzarán pero se visten para la foto. Las niñas usan falda azul y blusa blanca, una de ellas porta una falda de colores y lleva listones amarillos en el peinado. Los niños usan pantalón de mezclilla azul y camisa blanca. Hay sonrisas, y al final de la foto habrá una convivencia con pizzas, refrescos y gel antibacterial, el nuevo bien preciado.

Foto: Heriberto Paredes

A pesar de estar organizadas, en esta comunidad hay preocupación por el cierre de las escuelas. “No pueden cerrar las escuelas porque muchos no tenemos dónde dejar a nuestros hijos mientras vamos a trabajar. Yo trabajo en una pizzería, ¿y quién va a cuidar a mis hijos?”, señala preocupada otra madre (quien prefirió no dar su nombre); lleva 15 años viviendo en Estados Unidos sin documentos y tiene cuatro hijos.

Dos días después de la toma de la foto, el 15 de marzo de 2020, por orden del gobierno del estado de Nueva York, todas las escuelas públicas fueron cerradas y se estableció la distribución de almuerzos para las familias que lo necesitaran. Sin embargo, esta medida, a consideración de algunas personas, no ha sido suficiente.

“No solo se trata de almuerzos, también tenemos otras necesidades. Ahora que estamos en esta crisis se nos va a acabar la comida y luego no sabremos qué hacer”, afirma Olivia Tochimani, también de Cholula, quien forma parte del grupo cultural junto con sus hijos. Ella aún labora como trabajadora doméstica encargada de la limpieza de una casa, aunque con horarios reducidos en medio de esta crisis epidemiológica. “Nos preocupa de dónde conseguiremos la comida más adelante, pero trataremos de estar bajo control”, comenta Olivia con tono de preocupación.

Tras el cierre de las escuelas, el gobierno estatal de Nueva York, encabezado por Andrew Cuomo, fue dando los puntos geográficos con mayor índice de contagios confirmados. En Brooklyn, con poco más de 2.5 millones de habitantes, según cifras del propio gobierno de la ciudad en 2018, uno de los puntos rojos resultó ser Borough Park. Este es el mismo barrio en donde las y los niños de Piecitos Danzantes van a la escuela.

Desde una lógica discriminatoria, se puede leer que esta área tiene las mejores condiciones para volverse un foco de infección: una predominante comunidad judía ortodoxa en colindancia con otros barrios predominantemente chinos y mexicanos. Pero ahí, a pesar de todo, el ejercicio de la cultura propia se ha vuelto un camino para generar inclusión social.

Foto: Heriberto Paredes

En pausa indefinida

Con un trabajo incansable, el grupo cultural Piecitos Danzantes ha sabido forjarse un lugar en el interior del programa educativo que se imparte en la escuela pública a la que asisten sus integrantes. Ha sido un espacio de convivencia y de formación que les ha permitido a los niños y niñas relacionarse mejor con el resto de las comunidades locales. “Aquí, en Estados Unidos, se pierde mucho la dignidad de los niños, no conocen eso”, enfatiza Xugey.

Bajo la nueva situación de aislamiento o distanciamiento social, y riesgo de contagio de COVID-19, Piecitos Danzantes ha suspendido sus actividades por completo. Las familias permanecen en sus casas con temor; algunos niños tienen ya algunas muestras de desesperación por recuperar su vida normal, a pesar de sus clases en línea.

Buena parte de los miembros de la comunidad migrante no cuentan ni siquiera con las condiciones de protección para seguir trabajando. Xugey, quien también es miembro de la sociedad de familias de la escuela 164 comenta: “Mi hermana trabaja en la limpieza de un banco, como sigue abierto pues tiene que ir, y allá no le dan tapabocas o lo necesario para protegerse, lo tiene que poner ella”.

Quien puede quedarse en casa lo hace con incertidumbre y quien sigue trabajando no tiene las mejores condiciones.

Foto: Heriberto Paredes

La señora Tochimani señala que está muy contenta con el grupo de danza porque así los niños se mantienen motivados y contentos, “no como ahora, que muchos nomás están en la televisión o con los aparatos electrónicos. Espero que pronto volvamos a la rutina de siempre. Me siento como en una pecera, con los pecesitos alrededor, nomás comiendo, el agua se ensucia y ya, es como una depresión que nos da”.

Las familias que integran Piecitos Danzantes comienzan a resentir esta frustración. Las niñas y los niños quieren volver a su escuela, aunque se adaptan a la situación, y aprovechan la tecnología para hacer video llamadas y verles la cara a sus amigos, hablar con ellos, aunque sea a través de una pantalla.

No obstante, las hijas de Xugey tratan de ser optimistas y resaltan lo aprendido en estas condiciones de pandemia, justo cuando Estados Unidos se convierte en el principal país con casos confirmados de contagio en el mundo, según las cifras dadas por el Johns Hopkins Coronavirus Resource Center (399,979 casos identificados al momento de escribir este texto). “En mi perspectiva, lo que he aprendido es que hay que pensar en las otras personas también. Hemos aprendido a ser cuidadosas de lo que tocamos. Y sabemos que tenemos que lavarnos las manos antes y después de comer»”, señala Xiomara.

Para Ximena ha sido una oportunidad: “Al principio para mí era difícil porque dejé de ver a mis amigos y de ir a la escuela, pero ahora sé que puedo pasar más tiempo con mi familia”.

El gobierno federal ha ampliado las medidas de distanciamiento social hasta el 30 de abril, pese a que hace tan solo unos días Donald Trump había afirmado que el país se abriría de nuevo para las fiestas de Pascua. Con esta perspectiva de más tiempo en casa, así como con las cifras de contagios confirmados y las defunciones al alza en Nueva York, aunado a que se ha convertido en el epicentro de la pandemia, los estragos sociales están convirtiendo esta situación en una crisis social inminente.

Foto: Heriberto Paredes

Al igual que los contagios confirmados, el desempleo registra cifras inauditas luego del comienzo de esta pandemia en la unión americana. Según datos de The New York Times, para finales de marzo había poco más de 3 millones de personas que perdieron su empleo debido al cierre de centros laborales y la gran pausa que tuvo la economía estadounidense.

Diversidad correcta y diversidad negada

Marco Castillo es originario de la Ciudad de México, lleva varios años viviendo entre ese lugar y Nueva York, aunque finalmente se ha instalado en “La gran manzana”. Es miembro de la Red de Pueblos Transnacionales, desde su fundación hace tres años, aunque ha acompañado a diversas organizaciones y comunidades binacionalmente desde hace más de 10 años. Ahora se mantiene en casa, atendiendo la petición de no salir a las calles para aplanar la curva de contagio del COVID-19 que tiene en pausa a casi todo el planeta.

Para Castillo esta pandemia aparece como “otro momento de tensión entre el centro y los márgenes. Muchas personas no entienden el sentido del coronavirus ni de las precauciones que se está pidiendo que se tomen. Ha sido difícil detener las cosas y que no sea frustrante”.

La Red de Pueblos Transnacionales la conformamos personas que nos identificamos como mexicanos miembros de las comunidades y los pueblos indígenas. Trabajamos en esta parte de la Costa Este, en Nueva York, principalmente, pero también en Nueva Jersey y Connecticut. Desde hace muchos años, quienes integramos la Red de Pueblos nos hemos dado cuenta de la discriminación y la invisibilidad que padecemos, no solo por parte del gobierno estadounidense sino del mexicano. “La cultura de estas comunidades es muy específica y está totalmente invisibilizada, y el concepto de lo latinoha contribuido mucho a esto”, subraya Marco.

“La Red de Pueblos Transnacionales ayuda a nuestras comunidades y al movimiento a conservar nuestras tradiciones y nuestras lenguas, que se están perdiendo”, me comenta Julio, el último día de actividades en la escuela donde se tomó la foto colectiva de Piecitos Danzantes. Las comunidades viven con mucha intensidad su identidad, sus formas de vida, sus calendarios de fiestas y sus visiones políticas, sus maneras de organizarse. Pero estos se llevan a cabo, como afirma Castillo, “siempre en los márgenes de la ciudad, en los sótanos, en los salones de fiestas privados, mientras que en el mainstream de Nueva York, los blancos y la cultura latina ocupan las marquesinas, las plataformas culturales e ignoran por completo las distintas formas de vida”.

Foto: Heriberto Paredes

Existe una gran necesidad de espacios donde las personas puedan acceder y ejercer sus derechos, en sus formas y en sus tradiciones. La construcción de esos espacios se plantea como una necesidad urgente. Tan solo en la ciudad de Nueva York se contabilizan más de 350 mil migrantes indígenas mexicanos, pero contando a los que viven en el estado y en los estados aledaños se puede hablar de millones. “Muchos de ellos son repartidoras y repartidores o taxistas y, ahora en tiempos de distanciamiento social y pandemia, son quienes no pueden parar de trabajar. Acatar las reglas es un tema de privilegios, es un tema de condiciones, la gente que vive al día no puede hacerlo”, subraya Marco.

La misma situación que se vive en México de discriminación y folclorización de la cultura, de explotación y opresión a los pueblos indígenas se ha trasladado a esta gran urbe y se le ha sumado la ignorancia del aparato estatal estadounidense. Frente a ello, eliminar las divisiones es una tarea urgente, “si no nos unimos no podemos crecer como comunidad”, señala Julio.

Existe una capa en donde está la diversidad que ha hecho célebre a Nueva York, pero debajo existe otra capa de identidades que son los pilares y que no son reconocidas. “Existe una diversidad muy respetada, incluso está penado no respetarla, pero es el poder establecido –el blanco hegemónico– el que decide cuál es esa diversidad y cuáles son sus límites. Entonces si tu práctica cultural rebasa estas limitaciones ya no es diversidad”, define Castillo. “El nivel de persecución es mayor. Por ejemplo, el costo de hacer una fiesta sonidera en la calle sin permiso, es policía y cárcel segura”.

En el contexto de la pandemia, explica Marco que “en cuanto haya menos comida y cuando la crisis sea más profunda, lo que saldrá a flote es lo profundamente desigual que es Nueva York: estarán quienes se enfermarán pero sobrevivirán, los que pueden salir adelante, y los que van a perderlo todo. Y ahí la gente de los pueblos va a echar mano de las redes comunitarias, como siempre lo han hecho”.

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