Lado B
“No queremos más que empatía y respeto para hacer nuestro trabajo”
Hace unas semanas cientos de estudiantes de Medicina marcharon exigiendo justicia por los asesinatos de tres compañeros, la sociedad les llenó de aplausos; hoy, personal médico y de enfermería que está en la primera línea de combate contra COVID-19 recibe agresiones y discriminación. “Hacemos lo que está en nuestras manos, estamos preparados profesionalmente, pero al recibir esas agresiones, ese egoísmo, sí nos hace pensar en si realmente vale la pena que yo dé mi vida por todo esto. Y no hablemos que es falta de ética y profesionalismo, hablamos de cada ser humano que está en el área de la salud, cada persona que ha tenido que dejar a su familia, que vive sus propias angustias, sus propias tempestades”.
Por Lado B @ladobemx
19 de abril, 2020
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María José Andrade Gabiño | Aranzazú Ayala Martínez | Cristian Escobar

@MajoAg23 | @aranhera

El número de contagios de COVID-19 sigue en acelerado aumento, y mientras el país se prepara para entrar a una Fase 3, además de las denuncias por falta de insumos y recursos humanos, quienes trabajan en el área de la salud se enfrentan a la posibilidad de ataques y discriminaciones.

Personal médico y de enfermería, así como sus familiares, compartieron con LADO B los motivos de su vocación, su realidad y sobre todo sus temores estando en la primera línea de combate al virus que ha matado a cientos de miles en el mundo.

Personal médico: No queremos más que empatía y respeto para hacer nuestro trabajo

Ilustración: Gogo

Diana, 35 años, médico en un hospital de la ciudad de Puebla

Hace tres semanas su papá le pidió a Diana que no saliera a la calle con bata, uniforme o cualquier cosa que delatara su profesión. Al principio le pareció exagerado y hasta le molestó. Lleva más de ocho años ejerciendo como médico, y el orgullo que siente por su vocación es tan intenso que esconderla le pareció un poco insultante. 

Pero después lo entendió. Las miradas recelosas de sus vecinos y la manera en que la evitaban hicieron que esas noticias de agresiones contra médicos y enfermeras le parecieran más cercanas. Ya no eran ecos de lugares remotos: la ignorancia y el miedo. 

Una enfermera del mismo hospital de la capital poblana donde trabaja Diana, le contó que al terminar la jornada anterior había olvidado quitarse los zapatos blancos. En el camión, camino a su casa, los demás pasajeros la ubicaron como personal médico, quisieron bajarla de la unidad y estuvieron a punto de agredirla físicamente.

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Diana entiende el miedo. Sabe que trabajar en un hospital en estos momentos la hace estar expuesta y puede poner en riesgo a las personas de su alrededor. Ella misma teme contagiar a su esposo, a sus dos hijas, a su padre, a su hermana.

Entiende el miedo de la gente a su alrededor porque ella también lo siente, pero le gustaría que el entendimiento fuera recíproco.

Siempre quiso ayudar a la gente, por eso se dedicó a la medicina. Pero más de una vez le han tocado gritos y reclamos de los pacientes, porque en los hospitales no hay equipo, no hay material y hacen lo posible con lo que tienen. 

A solicitud de Diana, su hermana Xóchitl hizo cubrebocas y gorros para que ella y sus compañeros de trabajo puedan seguir con sus tareas en el hospital sin estar tan expuestos. 

Para Xóchitl eso y otras cosas que ha hecho su hermana -como comprar un equipo de ultrasonido para atender mejor a las embarazadas cuando trabajaba en un Centro de Salud con Servicios Ampliados (CESSA)-, son muestras de lo mucho que Diana dedica a su profesión, pero que la mayoría de las veces no se ve, ni se reconoce. 

“Yo entiendo que no debemos ver a los médicos como héroes, porque no tenemos que normalizar el desabasto, la carencia con la que trabajan, pero realmente ellos hacen maravillas con cosas que ni siquiera tienen”, reconoce Xóchitl.

Hace unos días vio una imagen en Facebook que decía que si veías a un profesional de la salud en vez de agredirlo, le ayudaras. La alegría por la publicación le duró poco cuando vio que el primer comentario decía: “¿Y si me contagia?”. 

“¡¿Cómo pueden poner eso?! Yo estoy segura que si esa persona llegara enferma de coronavirus o de lo que sea al hospital donde trabaja Diana, ella la va a atender y jamás le diría ¿Y si me contagia?”. 

A pesar de la situación, de toda su familia es Diana quien más guarda la calma. Les pide que no se preocupen y da recomendaciones para prevenir contagios, mientras toma medidas para no exponerles. 

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Ella seguirá atendiendo personas en el hospital hasta que su propia salud se lo permita. Y en cuanto al ánimo, admite que “cuando agreden a un médico, desmoralizan a todos los demás que nos dedicamos a lo mismo”.

Xóchitl cree que una buena manera de entender a las y los médicos y reconocer su labor frente a la pandemia es pensarles como si fueran sus familiares o seres queridos. Ponerse en los zapatos ajenos.

Ángela, 7 años, hija de una médico general de un CESSA en Puebla

Hace unas semanas su mamá le dijo a Ángela, de 7 años, que debían mantener cierta distancia: ya no podían estar abrazándose todo el tiempo, tocarse las caras y no podían dormir juntas cuando tuviera miedo.

La mamá de Ángela trabaja en un CESSA en Puebla y, aunque no ha estado tan expuesta al COVID-19, teme contagiar a su hija. 

También le planteó la posibilidad de que, si el CESSA se convierte en unidad hospitalaria o si le piden que se traslade a apoyar en un hospital, tendría que mudarse a un departamento junto a su casa para no convivir con ella, y quedaría a cargo de sus tías. 

Ángela se enojó mucho y le gritó: “¡¿Por qué trabajas ahí?! ¡¿Por qué no trabajas haciendo otra cosa?!”. 

Lo que Ángela no comprende es que a su mamá le hace feliz ayudar a las personas, y hoy más que nunca la necesitamos.

Raymundo, médico especialista en Hospital La Margarita 

El trato que Raymundo* ha recibido en los lugares públicos no ha sido terso. Fue en Bodega Aurrerá, pasó a comprar pan. “Se me hizo fácil ir en bata. No creí que fuera a ocurrir ningún problema”. Pero algunas personas comenzaron a reclamarle por ir vestido así, “porque, a su parecer, los ponía en riesgo”.

En el Hospital de La Margarita diariamente se enfrenta a pacientes potencialmente contagiados que pueden transmitir infecciones de cualquier tipo, sin embargo esta pandemia es diferente. 

“Primero es sumamente contagiosa y puede pasar inadvertida, pero podemos contagiar a nuestros familiares mayores de edad que son el grupo más vulnerable a la infección”. 

Otro riesgo tiene que ver con la parte legal. “Actualmente vivimos una medicina a la defensiva, en la que el paciente o los familiares pueden buscar una demanda alegando cualquier situación, a veces hasta inverosímil, muchas veces buscando un beneficio económico a costa de lo logrado en una vida de práctica profesional”.

Para Raymundo es injusto “que la práctica médica sea juzgada y sancionada por profesionales ajenos a nuestra labor, que muchas veces no entienden de argumentos éticos y de riesgos potenciales”.

Hay mucha presión porque “la perspectiva general de la gente es que todo salga al 100% de su entera satisfacción”. Por ello es un aliciente y un respaldo tener un equipo de trabajo con el que se cuente en todos los sentidos. 

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“El temor es el mismo que en cualquier otra profesión. Temes por tu familia, por tu integridad física, moral y económica. Pero más que miedo, a veces es más el estrés. En ambas situaciones la mejor forma de enfrentarlo es con la cabeza fría para tomar las mejores decisiones”.

Su sueño anhelado es el mismo que el de muchos colegas: “que la gente se involucre y participe en el cuidado de su salud”.

Raymundo está consciente de que “este momento de la pandemia nos exige un compromiso personal, voluntario y fidedigno de participar, aportar un grano de arena para que todos salgamos adelante lo más pronto posible”.

Sin embargo lamenta “la falta de educación para la salud, así como la falta de empatía y participación consciente de una meta común, evidenciada en la gente que decidió irse de vacaciones en plena cuarentena o en aquellos que sabiéndose enfermos les valió madre y siguieron con su actividad social, y poco o nada les importó haber infectado a más de 140 personas”.

Como médico, Raymundo pide “un marco legal y una campaña de información para la población en general, para que entiendan que si tienen un familiar enfermo de COVID no podrán verlo por el riesgo de ser contagiados. Eso ayudaría a aminorar los roces que se generan entre un familiar preocupado por su paciente y un médico”.

* Nombre ficticio a solicitud del entrevistado

Iliana, 66 años, hermana de neumólogo

“A la gente le pediría que pensaran en el médico. Que también a él lo pueden contagiar. Que también pensaran, que se pongan en los zapatos de los doctores que los están atendiendo, porque ellos están arriesgándose y también pueden estar más cansados por todo lo que está pasando”, pide Iliana, cuyo hermano José, de 64 años es neumólogo y no ha dejado de atender pacientes. 

Para Iliana es importante que la gente vea a todas las personas que trabajan en el área de la salud como seres humanos. “No como alguien que nada más te va a curar y ya, porque es alguien que tiene sus emociones, su cansancio, y está expuesto. Y merecen todo el respeto y la consideración porque están jugando un papel crucial.”

José, por su parte, tiene claro que su principal riesgo es contagiarse de COVID-19 pero también sabe que no puede dejar de trabajar. El motivo de orgullo de su profesión, dice, es atender a sus pacientes.

A José le gustaría tener más pruebas para detectar el coronavirus, pues aunque no ha sido víctima de ninguna agresión, no quiere que eso llegue a ser motivo de actitudes de violencia por parte de la población.

Personal médico: No queremos más que empatía y respeto para hacer nuestro trabajo

Ilustración: Gogo

Ana Liliana, enfermera IMSS hospital COVID

“También somos seres humanos, también tenemos familia, también queremos regresar con ellos”, dice Ana Liliana, enfermera en el turno nocturno de un hospital COVID en la ciudad de Puebla.

Trabaja ahí desde hace una década: conoce perfectamente los protocolos de higiene y cuidado que siempre han aplicado, sabe cómo hacer su trabajo y cuidarse.

Cómo no saberlo teniendo a cargo a su padre, un adulto mayor, y a tres de sus cuatro hijos porque uno, Edwin Ariel Reyes Tlalolini, está desaparecido desde hace año y medio, desde el 5 de octubre de 2018.

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Para ella la pandemia no ha significado nada más exponer su salud, enfrentarse a la discriminación, a las miradas en la calle, en el transporte público, a que en la tiendita le nieguen la entrada y ni siquiera pueda comprar un agua, con la pandemia también se detuvo la búsqueda de su hijo.

Apenas hace dos meses recibió una llamada de las autoridades para ratificar las primer declaraciones sobre la desaparición de Edwin Ariel, y cuando parecía que iba a avanzar, todo se detuvo nuevamente.

Sabe que el mayor riesgo es el contagio. Y esta vez es diferente. Con voz cansada compara lo que pasó en 2017, en el sismo de septiembre, a lo que ocurre con la pandemia. Si en ese entonces había ánimo de parte del personal médico de redoblar jornadas, de hacer más de lo que podían, ahora las condiciones no son las mismas. Hay poco equipo y mucha gente todavía inconsciente que no entiende la gravedad de lo que está pasando.

“Actualmente nos estamos encontrando con agresiones y discriminación por parte de la ciudadanía. Es triste y lamentable porque lo que nosotros lo portamos con orgullo, un uniforme institucional, es triste ver cómo la gente se nos queda viendo cuando abordamos el transporte público, en la calle. Hemos tenido que ocultar nuestro uniforme, salir de casa vestidos de civiles, cargar más ropa en las maletas.”

Compara también lo que pasó hace unos meses en la ciudad de Puebla, cuando miles de jóvenes estudiantes de Medicina se manifestaron en repudio al asesinato de 3 estudiantes en Huejotzingo. “Entonces salían a aplaudirle a las batas, ¿y ahora?”.

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“Hacemos lo que está en nuestras manos, estamos preparados profesionalmente, pero al recibir esas agresiones, ese egoísmo, sí nos hace pensar en si realmente vale la pena que yo dé mi vida por todo esto. Y no hablemos que es falta de ética y profesionalismo, hablamos de cada ser humano que está en el área de la salud, cada persona que ha tenido que dejar a su familia, que vive sus propias angustias, sus propias tempestades.”

Sus hijos se preocupan por ella, le han comprado material y equipo extra para que se proteja, le han pedido incluso que deje de trabajar, pero ella no puede dejarlo por la necesidad económica.

Lo único que Ana Liliana pide es empatía y respeto para poder hacer su trabajo, nada más. “Que se pongan a pensar que nosotros también tenemos familia, y queremos regresar con ellos. Que le paren a la agresión, a la discriminación, porque finalmente somos la única opción que tiene el país para poder dar frente a esto. No queremos aplausos ni halagos, porque finalmente es nuestro trabajo.”

Ilustración de portada: Gogo Ortiz (@gogo25ortiz)

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