Lado B
El orden anormal. Cuatro acontecimientos y un déjà vu
¿A qué normalidad esperamos volver tras la pandemia? Aquí un recorrido por cuatro acontecimientos para rastrear el estado de excepción en que habitamos hoy
Por Klastos @
16 de abril, 2020
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Alberto López Cuenca

Volver a la normalidad es el velado deseo cuando no la abierta intención que anima mucho de lo que hemos oído y leído en estas semanas de pandemia, (semi)reclusión y clases a distancia. Presidentes, gobernadores, CEOs y el señor de los tamales quieren todos retornar a ella.

Parece haber unanimidad. Nuestras vidas han sido interrumpidas y nos hemos descubierto paradójicamente atrapados en casa, nuestro refugio habitual convertido en una inesperada celda por el lento goteo de los días confinados: satisfechos prisioneros de nosotros mismos a la espera de que se nos notifique la fecha del rescate.

Parálisis permanente, Autosuficiencia, 1984.

¿Qué normalidad es exactamente esa que se da por perdida? Asfixiados –en muchos casos literalmente– por una cotidianeidad marcada por la violencia y la vulnerabilidad, acosados por la suma continua de actos de prepotencia y corrupción, indiferentes ante la enésima decepción con la política institucional y la ineptitud de la burocracia, desilusionados por un trabajo insatisfactorio, mal pagado o las dos cosas, con más temor a la cruda que entusiasmo por la borrachera, estafados en unos estudios que ni de lejos ofrecen lo que el comercial promete: cualquier otra cosa parece más precisa que eso que extrañamos.

En este desconcierto en el que nos descubrimos deseando una realidad indeseable, lo único que revelan las ganas de volver a la normalidad es que el botón de rewind está descompuesto: no hay vuelta atrás. Eso que llamamos normalidad hace tiempo que se ha convertido en un atasco de anormalidades, de interrupciones y descarrilamientos por los que no hay manera de transitar: ni para recuperar el pasado idílico ni para adentrarse en futuro prometedor alguno. 

Como apenas unos tesistas de posgrado y algunos académicos angustiados le prestaron atención a la advertencia que hizo Giorgio Agamben hace ya unos pocos años, ha tenido que llegar ahora un virus mortífero e indiferente para poner masiva y crudamente de manifiesto que la excepción lleva mucho tiempo siendo la nueva norma. En estas condiciones, parece que necesitamos hacer emerger de las entretelas del desconcierto algún modo de intervenir en la actual coyuntura y, a su vez, ingeniar formas de desear menos predecibles y bochornosamente nostálgicas. 

En lo que sigue les comparto cuatro acontecimientos, aunque no les será arduo advertir que podrían ser muchos otros, y un déjà vu mediante los que rastrear algunas de las singularidades que han hecho posible este presente excepcional que, como quiero sugerirles, ni es tan presente ni tan excepcional.

Desde la inquietante comodidad del hogar, secuestrados como estamos por nosotros mismos en un extenuante síndrome de Estocolmo donde el casting nos ha otorgado todos los papeles, tanto el de capturado como el de captor, no necesitamos recurrir a ningún operativo extraordinario para liberar al prisionero. Todo está ya, por así decir, a la vista.

Siniestro Total, Síndrome de Estocolmo, 1987.

No hay retorno: anomalía y remediación digital

El 18 de septiembre de 2017, los rectores de UPAEP e Ibero Puebla encabezaron una marcha multitudinaria de estudiantes y la sociedad civil reclamando justicia y el fin de la violencia por el asesinato de la estudiante Mara Castilla. Como en 2014 con la desaparición de los estudiantes de Ayotzinapa o 2012 con #Yosoy132 o 2006 con el caso Lydia Cacho, las redes sociales jugaron un papel importantísimo para que la frustración y la impotencia se encauzaran para tomar masivamente las calles y demandar justicia a las autoridades. Parecía que el gobierno estaba otra vez contra las cuerdas: ahora sí tendría que reaccionar.

El 20 de septiembre de 2017, muchos de quienes habían marchado por Mara Castilla estaban ahora comprando apresuradamente latas de atún y corriendo a los centros de acopio para apoyar a los damnificados por el sismo del día anterior. Apenas alcanzamos a nombrar una tragedia cuando ya nos azotó otra. La rapidez con que las redes sociales logran hacernos salir a la calle para reclamar justicia por Isabel Cabanillas y Yunuén López, Ingrid Escamilla o los asesinados en Huejotzingo sólo es comparable a la prontitud con la que esas demandas se relegan. 

Flyer digital, gobierno del estado de Puebla, septiembre de 2017 y convocatoria a marcha 18 de septiembre, 2017. / Collage: Klastos.

Las numerosas revueltas que agitaron 2019 desde Santiago de Chile a Hong Kong, de Beirut a Quito, muchas de ellas muy articuladas: ¿dónde quedaron? Una interrupción mayor –un oportuno estado de sitio, de alarma o cuarentena– las vino a postergar. Quizás lo más sorprendente no sea su repentina desarticulación sino la inercial aceptación de la situación que las produjo inicialmente, que manifiesta la enorme dificultad para organizarse y perseverar. 

En una impecable rendición digital, hemos sustituido la imprescindible organización y la complicidad por la participación en las redes sociales y las supuestas amistades mediante las que nuestras actividades cotidianas, ya sea ligar, ver una película o la militancia política, se transforman en big data sistematizado algorítmicamente para las estadísticas y el comercio dirigido. 

La última supuesta anomalía que representa Covid 19 nos apremia ahora a entregar ansiosamente los últimos resquicios de nuestra incierta privacidad a cambio de una incumplible promesa de seguridad: apps para geolocalizar enfermos, pasaportes de inmunidad, Apple y Google abnegadamente rastreando infectados y el Estado haciendo ostentación sin el menor pudor de cómo nos puede rastrear.

Apps y plataformas de rastreo del COVID-19. / Collage: Klastos.

La remediación que nos ofrecen los dispositivos digitales consiste en restituir de modo abstracto –mediante el número de likes, amigos, visitas, mensajes, porcentajes frente a pantalla y pasos caminados– lo que la inclemente experiencia diaria ha desmoronado. 

La pérdida de amigos, familiares o conocidos se ha convertido en un conteo de medallero Olímpico donde los países, las ciudades y los barrios compiten en el ránking de infectados y muertos. No hay vuelta atrás. La cuestión es qué habremos de entregar en esta ocasión para que retorne la normalidad, ahora mejorada y actualizada, allanando el camino para la próxima anomalía.

Capturas de pantalla de Google, Corriere della Sera y HoyT.am. / Collage: Klastos.

Exceso de historia

Los acontecimientos de 1968 representan quizás para el imaginario contemporáneo la más drástica de las interrupciones de la vida social en el México reciente. Las expectativas, disputas y represión que colisionan en ese año se han transformado en los relatos mediáticos e institucionales en teleseries, películas, numerosas novelas y ensayos, cómics e interminables actos de conmemoración que los concilian. Sin embargo, en su memoria late un poderoso excedente que desborda cualquier intento de relato, que ante él se muestra limitado cuando no banal. 

Carlos Bolado, Tlatelolco. Verano del 68, 2013.

En las experiencias que se trenzan desde 1968 hasta hoy recurren la represión y desaparición de estudiantes, trabajadores y migrantes, (Tlatelolco, el Halconazo, San Fernando, Tamaulipas, Ayotzinapa), la acumulación de desastres provocados por el extractivismo energético de PEMEX (San Juanico, Guadalajara, San Martín Texmelucan, Tlahuelilpan), la incapacidad del Estado para responder a los sismos, inundaciones e incendios de dimensiones trágicas (1973, 1985, 2017, 2019), los despropósitos y errores macroeconómicos que arrojan más empobrecidos a la sima de pobres (1982, 1994, Fobaproa, exención de impuestos), los abusos de autoridad y crímenes políticos (desde el Negro Durazo a Aguas blancas, Acteal, Atenco o Oaxaca), la escalofriante escalada de feminicidios, la incesante avalancha de personas desaparecidas y la continua aparición de fosas comunes, la censura y asesinato de disidentes políticosambientalistas y defensores de la tierra, las incontables aberraciones del narco y, también, las de la guerra contra el narco (Zongolica, TEC-Monterrey, Luvianos). 

Zona Docs | Lado B. / Foto: Héctor Guerrero (@MexHector).

Es difícil no ver en esta acumulación un sustrato de violencia y excepción continua sobre el que se instaura la vida política. La normalidad de nuestra historia reciente está cosida con el hilo de una suma inabarcable de atrocidades: de formas de vida interrumpida, de colapsos y sufridas vueltas a empezar. Es profundamente desconcertante que sigamos pensando en términos de normalidad, de continuidad y progreso.

Cada vez es más incongruente intentar encajar esa violencia como una excepción no ya en el relato heroico de la patria y sus próceres, quienes supuestamente nos dejaron trazado un camino hacia el futuro por el que empapar de sangre los pendones, sino en los minúsculos gestos de la vida cotidiana: querer que no desaparezcan los ejidos de tu pueblo, irte a bailar a un antro o salir a la escuela en la mañana pueden ser acontecimientos funestos que ninguna historia logrará reinscribir en la normalidad

Sin embargo, en estas condiciones excesivas que operan como continuas suspensiones e interrupciones de las más elementales formas de vida donde los modos de subsistencia sociales son sometidos a una continua terapia de shock se experimenta con otras maneras de organización. Como hemos señalado en otros lugares, se producen tanto imaginarios sociales como estrategias de autogestión y resistencia que generan sin conmemorar sus propios mecanismos para hacer memoria, fragmentarios y dispersos, situados y parciales, pero notoriamente sobrevivientes en su antioficialidad y antimonumentalidad

Dominio público. Imaginación social en México desde 1968, Museo Amparo, 2019.

¡Se acabó el trabajo! (Pero no la precariedad laboral)

En la crisis laboral que provocará la pandemia –¡hasta ha tenido que cerrar la planta de Audi y dejar de armar Q5, que son de primera necesidad!–, AMLO le pidió a los empresarios que no despidan a sus empleados porque es “injusto”. No suena muy convincente como política de Estado pero es que, efectivamente, la gente necesita trabajar.

Esto no deja de ser contradictorio con los dictados de cierta izquierda que desde fines de la década de 1960 enarboló el rechazo a trabajar como uno de sus objetivos para emanciparnos así de una labor profundamente ingrata y, por lo general, mal remunerada. No trabajar significaría liberarse de sacrificar nuestro tiempo en un empleo, depender de un salario y, en última instancia, desfondar el opresivo sistema capitalista porque los cuerpos se negarían a producir. 

Franco Bifo Berardi, La fábrica de la infelicidad, Traficante de Sueños, 2003.

Resulta que con la pandemia algunos gobiernos han abolido de facto el trabajo en España, Italia, Francia o el Reino Unido al exigir a los empleados no esenciales (aquellos vinculados a la sanidad, el transporte, las comunicaciones, o la producción de energía) quedarse en casa para prevenir el contagio. 

No sólo eso, te mandan cheques por correo, te remuneran por no ir a trabajar e incluso contemplan introducir la renta básica universal: un varo al mes, trabajes o no, que en el caso de España ya es un hecho para la situación de emergencia del SARS-CoV-2. Pues nada, en Puebla la banda quiere trabajar.

La cuestión de fondo es que esos que necesitan trabajar no suelen contar como trabajadores cualificados. Quienes no trabajan desde casa por lo general, con contrato, aguinaldo y vacaciones suelen formar parte de un notorio sobrante de mano de obra que se hace patente en la precariedad, desechabilidad y vulnerabilidad de sus empleos. De hecho, según el INEGI, en Puebla hay 2 millones 72 mil 310 trabajadores en el “sector informal” que carecen por tanto de seguridad social o prestaciones. ¿Quién puede permitirse quedarse en casa?

Foto: Wikipedia.

Cierto que las aterradoras condiciones de trabajo en el sector de las maquiladoras o en el campo transnacionalizado por el TLC parecen poca cosa en comparación con el trabajo sobre demanda que exigen Didi, Airbnb, Deliveroo, Uber eats o Rappi, que se basan en la facilidad (flexibilidad, dicen) para contratar, despedir, exigir horas extras, delegar el pago de impuestos o la entrega de prestaciones. 

Aún así, ese es el empleo que se generaliza en la actualidad, lo que algunos llaman la uberificación de la sociedad y que Ève Chiapello y Luc Boltanski caracterizaron hace más de dos décadas como la artistización del trabajo. Así dicen porque es como ha operado, salvo excepciones, la mano de obra cultural: sin contrato, por proyecto, sin prestaciones, usando su propio equipo y, habitualmente, sin tan siquiera el reconocimiento de su labor. 

Ève Chiapello y Luc Boltanski, El nuevo espíritu del capitalismo, Akal, 2002.

La explotación de esta mano de obra cultural precaria y discontinua no la lleva a cabo sólo la iniciativa privada sino, como saben quienes han trabajado para CONACULTA o la Secretaría de Cultura, también las instituciones públicas mediante el outsourcing que ahora se ampara en el capítulo 3000. En Puebla, el IMACP hace lo suyo para alimentar la precariedad pagando 125 pesos hora/clase para proyectos de talleres de formación. ¿Cambiará en algo esto con la vuelta a la normalidad o más bien se justificará aún más la penuria del trabajo cultural por la excepción económica? Es una pregunta retórica, claro.

Frente a este acoso, se entienda el interés de algunas prácticas del arte y la cultura digital contemporánea que desde la década de 1990 han recurrido al trabajo colaborativo, participativo o autogestivo como emplazamientos para subsistir. Ante la penuria neoliberal, la desarticulación de las relaciones sociales y la explotación exacerbada del individualismo narcisista del sector cultural pujan algunos contados intentos por estar juntos, por solidarizarse, por actuar colectivamente.

El cordial encuentro entre el pato y la naranja o le canard enchaîné

Aunque ha visto despropósitos de todo tipo en sus 80 años de historia, es fácil coincidir en que la más nefasta de todas las administraciones de la Universidad de las Américas, Puebla –incluyendo la de García Rendón, en la que en 1976  estalló una prolongada huelga por parte de  un naciente sindicato de profesores–, ha sido la de Pedro Ángel Palou entre 2005 y 2007. 

En una gestión marcada por la prepotencia en la toma de decisiones, la persecución de estudiantes y profesores, los despidos arbitrarios y el desprecio por la colegialidad universitaria, la UDLA logró entonces lo que sólo después ha podido hacer pagando: salir, en aquel caso por méritos propios, en los medios nacionales, como el noticiero de Carmen Aristegui en una cantinflesca entrevista con el entonces rector

La portada del último número de La Catarina antes de ser censurada, 25 de abril de 2007, Año 8, número 203. / Foto: http://fuerapalou.blogspot.com/.

El caso más sonado fue el de la censura y cierre del periódico universitario La Catarina pero no fue el único: aún circulan numerosos recuentos de aquellos desmanes en la red. Una de las decisiones que el tiempo revelaría clave fue que al poco de tomar posesión del cargo se mandaron cancelar las juntas de departamento semanales salvo casos excepcionales, para gran alborozo de los profesores. El resultado a corto plazo fue que se desarticuló cualquier tipo de respuesta colegiada porque los académicos no sabían qué pasaba en la institución o solo conocían rumores y desmentidos de pasillo. Censura, distanciamiento social institucionalizado y confusión: el cóctel perfecto para la impunidad.

Entre las veleidades de aquella administración estuvo colocar de Secretario general de la universidad a Miguel Ángel Pérez Maldonado y de Vicerrector de desarrollo institucional a Jorge Alberto Lozoya: efectivamente, les suenan esos nombres porque fueron también dos de los beneficiados por el despotismo morenovallista, como director del Consejo Estatal de Ciencia y Tecnología del Estado de 2013 a 2019 el uno, y como Secretario de Educación, director del CECAP y, finalmente, del Museo Internacional del Barroco, del que fue no sólo el cerebro gris sino que parece que le sirvió también de caja no tan chica, el otro. 

Pedro Ángel Palou y Jorge Alberto Lozoya. / Foto: Daniel Molina Herrera. Quién, 2008.

Miguel Ángel Pérez Maldonado (derecha) nombrado Director General del Concytep por Jorge Alberto Lozoya, 3 de noviembre de 2013. / Foto: e-consulta.

En su entonces fulgurante carrera, a Palou no sólo le dio tiempo para poner al borde del abismo a una universidad privada de provincias, sino que fue funcionario público como Secretario de cultura durante el gobierno de Melquíades Morales (1999-2005) y brevemente durante el de Mario Marín (2005), a quien acogió en la UDLA en un evento público cuando el descrédito por el caso Lydia Cacho lo tenía más alejado de la vida pública que el coronavirus a un octogenario, y todavía en sus ratos libres posó de hombre anuncio para una marca de relojes wannabe.

Como todos los buenos intelectuales neoliberales multitasking de la época, incursionó además en el mundo de la alta cocina en un –hasta para criterios poblanos– pretencioso restaurant que llevaba por nombre El sitio. Su menú ofrecía toda suerte de delicatessens del Olimpo de la cuisine bourgeoise, como el pato a la naranja, que como el resto de platillos era descrito en un delirante ditirambo de supuestos tonos literarios como un cordial encuentro entre el pato y la naranja

El cordial encuentro del canard con l’orange. Foto: www.croquonslavie.fr.

No puede uno más que pensar ahora, como entonces, que eso deben querer que creamos que es todo esto: no se trata de un conflicto social trenzado con el imaginario de la nuda competencia neoliberal, ni la vida toda asediada y descarnadamente puesta (o indispuesta) a trabajar, ni tan siquiera se trata del gobierno de unos incompetentes superados continuamente por los acontecimientos, para no ser, ni aquí se cazan patos ni se hornea nada: todo esto, messieursdames, no es más que un cordial encuentro.

Déjà vu

No sé si merece tan siquiera la pena volver sobre lo ya dicho: que desde nuestras instituciones culturales y educativas se muestran profundamente incapaces para imaginar y poner en práctica otros modos de hacer y estar juntos mediante la experimentación artística en este orden de anormalidades, pero la disrupción provocada por la pandemia lo ha vuelto a evidenciar tan obscenamente que es imposible no volver sobre el asunto. 

Parafraseando algo que no dejan de decir acá y allá, hoy nos parece más plausible el fin del mundo que cambiar la inercia en nuestras formas de vida heredadas por el capitalismo. Nos sentimos tan impotentes para desbordar la vida que llevamos que lo más prometedor que nos ha venido a pasar para zangolotear nuestra imaginación colectiva es que nos amenace de muerte una pandemia.

Mark Fisher, Capitalism Realism, Zero Books, 2009.

No que imaginar la vida de otro modo sea una tarea sencilla pero llevamos tantos años hundidos en la violencia criminal y cotidiana, en la apatía cómplice por los feminicidios, ahogados por la contaminación medioambiental, impertérritos ante el saqueo del territorio para la especulación económica, indiferentes ante la manifiesta insatisfacción con la educación superior de los estudiantes que es escalofriante el desinterés de las instituciones públicas culturales que, como si no fuera con ellas, siguen montando exposiciones ensimismadas y fakes de la alta cultura occidental, haciendo el oso con concursos decimonónicos amañados y el ridículo lanzando “tutoriales” de kínder desde un museo multimillonario. 

Como sí hay vida inteligente en la escena cultural nacional y no parece que aquí tengan idea de cómo poner en marcha una estrategia mínimamente ambiciosa para la “política cultural” poblana: ¿podrían, por favor, al menos contratar mediante concurso a personas que presenten planes de acción cultural concretos y relevantes para la deriva en la que vivimos, que los puedan debatir y consensuar públicamente, que tengan capacidad probada y sean capaces de ver más allá de un salario y sus intereses personales? Quienes asuman un cargo público, ¿podrían tener la decencia de estar mínimamente preparados para las responsabilidades que el puesto les exige? ¡Eso sí que sería una anormalidad!

Aunque, francamente, no estamos para hacernos ilusiones. La pandemia del SARS-CoV-2 es lo más parecido que tenemos a un ensayo general del fin del mundo y nuestra burocracia cultural cruza los dedos para que todo vuelva a la normalidad mientras nos manda a hacer recorridos virtuales por las salas de algún museo y a descargar los 7 libros y las “gacetas” atrasadas del IMACP en PDF

La antropóloga Mary Douglas llevó a cabo ya hace años un magnífico ejercicio en el que se interrogaba por el papel social del contagio, la pureza y el peligro. En Purity and Danger. An Analysis of concepts of Pollution and Taboo argumentaba que el orden no es la única forma de dar sentido a la experiencia sino que la contaminación, el exceso y lo sobrante son también determinantes en cualquier entramado social. La lección más duradera de su investigación tal vez sea que si nos deshacemos de nociones higienistas de la contaminación, esta no se trate más que de cosas desubicadas, “materia fuera de lugar”.

Mary Douglas, Purity and Danger. An Analysis of concepts of Pollution and Taboo, Routledge, 1966.

Quizás el actual desorden de la pandemia sea una nueva última llamada para que con quienes están “fuera de lugar”, esa multitud heterogénea y dispersa sobre la que la normalidad anómala se ha ensañado en estas últimas décadas, pensemos y experimentemos otras formas de estar juntas, más locales y participativas, más ambiciosas y generosas, menos paternalistas y condescendientes. No parece que nos vayan a quedar muchas más oportunidades. 

Ahora puedes leer: Una conversación con TRES en tiempos de pandemia #Klastos7

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Klastos es un suplemento de investigación y crítica cultural en Puebla publicado en colaboración con Lado B. CONSEJO EDITORIAL: Mely Arellano | Ernesto Aroche | Emilia Ismael | Alberto López Cuenca | Gabriela Méndez Cota | Leandro Rodríguez | Gabriel Wolfson. COMITÉ DE REDACCIÓN Renato Bermúdez | Alma Cardoso | Alberto López Cuenca | Tania Valdovinos. Email: revistaklastos@gmail.com
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