Lado B
Sangre y lodo de Manuel Solís: pintura negra para enfrentarse a la violencia
Su obra denuncia las realidades cruentas que se viven en el país, pero que también es una exploración plástica que utiliza para enfrentarse al horror
Por Majo Andrade @MajoAg23
05 de febrero, 2020
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«Desaparecida XIII» de Manuel Solís

María José Andrade Gabiño

@MajoAg23

La pintura negra prevalece sobre el cuadro, como si ahí no hubiera nada. Hasta que –como en la oscuridad– los ojos se van a acostumbrando y comienzan a ver un rostro o la parte superior de un cuerpo. En otros, cuerpos desnudos, amarrados o simplemente tirados. Algunos con el terror aún en los ojos, otros simplemente con la mirada perdida o los ojos cerrados demostrando la ausencia de vida. 

Tras más de 10 años trabajando temas de violencia, desapariciones y feminicidios, el artista Manuel Solís trajo a Puebla parte de su obra que denuncia las realidades cruentas que se viven en el país, pero que también son exploraciones plásticas que utiliza como forma de enfrentarse al horror. 

“Sangre y lodo” se titula su exposición en la galería Liliput, que se inauguró el viernes 31 de enero. 

El ocultamiento y el encuentro

El cuadro de Solís “Desaparecida XVI” es en el que más prevalece el negro. A simple vista parece un cuadro cercano al expresionismo abstracto, con líneas en diferentes tonos de negros y grises, pero en la parte inferior derecha se entrevé un rostro, el cuello que lo sostiene y los hombros. 

Durante la inauguración, en la que estuvo presente el artista, él mencionó que ese puede que haya sido uno de los mejores retratos que ha hecho, pero poco a poco comenzó a cubrirlo con las pinceladas negras. Así, lo que hace en cada cuadro de su colección “Obra negra”, compuesta de pinturas realizadas entre 2016 y 2018, es una técnica de borrado, u ocultamiento, de las figuras: el negro invade los cuerpos hasta que, en la mayoría de las piezas, solo vemos fragmentos.

«Desaparecida II» de Manuel Solís

Ese negro atroz puede tener múltiples lecturas. Primero, a la par de ser una técnica de borrado, se puede intuir la denuncia del olvido. En un país con miles de personas desaparecidas y asesinadas, pareciera que Solís retrata la crueldad de olvidarlas. Ese negro representa cómo, a pesar de que las cifras van aumentando, menos se les da rostro a las víctimas, menos se ha hecho algo para encontrarlos, para darles justicia. 

También, ese negro habla del lugar donde se encuentran a las y los asesinados. Acompañado del título de la exposición, es inevitable pensar que el negro que se observa es lodo y lo que vemos en los cuadros de Solís son fosas. De esas que se calculan que hay más de dos mil en el país y que cientos de familiares de desaparecidos buscan sin parar, removiendo tierra y vegetación hasta encontrar los restos de sus seres queridos. Fosas como lugares de ocultamiento, pero también donde se encuentran físicamente las pruebas de que las personas existieron y la violencia las hizo perecer. 

De esta manera, los cuadros de Manuel Solís parecen un vaivén entre el ocultamiento y el encuentro. Donde así como los cuerpos parecen ir desapareciendo en el negro, también parece que van siendo hallados. Una tensión entre el olvido y la lucha para encontrarlos. 

El último cuadro de la exposición es “Desaparecida VII”. Ahí, el negro ya no es protagonista y los cuerpos de mujeres asesinadas se acumulan sin poder ser ignorados.

«Desaparecida VII» de Manuel Solís

La humanización del horror

Lo explícito de los cuerpos en los cuadros de Solís hacen que en un primer momento sea difícil verlos. Semiocultos o no, enfrentarlos es casi doloroso, pues se sabe que están muertos. 

A simple vista estos retratos de cadáveres parecieran una deshumanización, como las imágenes de las notas amarillistas. Sin embargo, conforme se observan, la ausencia de sangre o de elementos morbosos que indiquen las circunstancias de los asesinatos, hacen dar cuenta que no se está frente a la espectacularización de la violencia. 

Los cuadros, en realidad, son perturbadores porque están enunciando lo atroz que son las realidades en México, al grado de que el espectador no duda un minuto en saber que son personas asesinadas. Al presentar los cuerpos así –entre pinceladas de colores negros, desnudos, con ojos que resaltan la ausencia de vida– Solís llama al imaginario colectivo y reclama la conciencia de que se sabe lo que está pasando y no da la oportunidad de mirar hacia otro lado. que ya basta de mirar a otro lado. 

De esta manera, la aparente deshumanización de pintar los cuerpos de mujeres muertas, en realidad es una humanización al darles lugar en objetos artísticos que, con la suficiente distancia que implica verlo en un cuadro, enfrentan a los espectadores con las realidades de violencia que vivimos. 

La exposición en Liliput, aparte de los cuadros de la colección de “Obra negra”, también presenta la obra Nota Roja –de la colección “El imperio de lo atroz”–. Una pieza compuesta por 81 cuadros pequeños –unos 20 por 13 cm– donde se mezcla el collage de titulares de notas rojas con óleo rojo. 

«Nota Roja» de Manuel Solís

La predominancia del rojo contrasta con las otras pinturas que componen la exposición, cumpliendo con la otra parte del título: “Sangre”. En los pequeños cuadros no hay ni una sola referencia a los cuerpos. Lo que se resalta son las palabras que recitan: “Balazos”, “En México”, “Matan a”, “Queman viva”,” Guerra”, “Ultimado”, “Suicidio”, “Asalto”… y aquí, a diferencia de los cuadros negros, sí se simboliza la sangre. 

La alusión es obvia, pero no por eso menos inquietante. Los cuadros representan la sangre de esas palabras que se ven todos los días en los periódicos, que ignoramos aunque estén acompañadas de fotos de los cuerpos destrozados. Vuelve a humanizar, pero ahora haciendo explícita otra faceta y denunciando el papel de la espectacularización en la indiferencia ante la violencia. 

Las obras expuestas en la exposición de Manuel Solís son un mordaz enfrentamiento para reconocer los daños que han causado las realidades violentas en México, y humanizar a las víctimas; pero también encara la participación del espectador al ignorar estas realidades, al entrenar la mirada para evadir el lodo y la sangre según convenga a su comodidad. 

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La exposición Sangre y lodo de Manuel Solís estará en la galería Liliput hasta el 28 de febrero.

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Autor Lado B
Majo Andrade
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