Lado B
La educación ética como lucha contra la pureza
Uno de los grandes problemas de la educación cívica y ética es la pretensión de pureza. Produce deshumanización en dos extremos radicalmente opuestos
Por Juan Martín López Calva @m_lopezcalva
12 de febrero, 2020
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Imagen de StockSnap en Pixabay

Martín López Calva

“¿Qué lleva a una ente brillante a petrificarse en el dogmatismo? No sé, yo diría que son como yonquis del absoluto y la pureza. Personas atrapadas en la urgencia infantil de creer en algo perfecto, en una bondad suprema y sin sombras, en paraísos terrenales. Necesitan mantener esa credulidad elemental intacta, y por eso negarán cualquier evidencia. Basta con seguir conservando la fe del “algún día”.

Rosa Montero. «Contra los puros«.

Este domingo, cuando todavía estaba pensando acerca del tema sobre el cual escribiría esta semana la Educación personalizante, me encontré en mi lectura acostumbrada de El País Semanal con la columna de la extraordinaria periodista y escritora Rosa Montero, titulada “Contra los puros”. De ahí tomo la idea central de esta semana.

Uno de los grandes problemas de la educación cívica y ética, o de la formación en valores, es la pretensión de pureza. Esta visión produce deshumanización en dos extremos radicalmente opuestos. Por un lado, genera escepticismo y descalificación contra todo lo que tenga que ver con el bien humano, porque se considera que se trata de moralismo vacío o, peor aún, de hipocresía. Por otra parte, deriva, entre quienes se toman en serio esta visión, en actitudes soberbias y sentimientos de superioridad moral derivados del dogmatismo.

Si bien hoy en día es mucho más frecuente encontrar cuestionamientos, críticas y preocupaciones por el relativismo que marca la visión ética de nuestro mundo líquido y de la cultura posmoderna, resulta igualmente preocupante el renacimiento y creciente fuerza de la perspectiva que postula la necesidad de formar personas moralmente perfectas y sin mancha, que elijan siempre los valores considerados absolutos y eternos en todas las circunstancias de su vida por más conflictivas e inciertas que puedan presentarse.

Porque el relativismo nos sitúa en un escenario que pone por encima de todo las decisiones individuales, absolutizando la elección personal desde una perspectiva falsa de la libertad que sostiene que “la libertad de cada quien termina donde empieza la de los demás”, y niega totalmente la complejidad de los procesos de elección humana que siempre se generan en un contexto social, y planetario, e impactan no solamente a la persona que decide y actúa sino a su entorno familiar, comunitario, social y global.

Pero la pretensión de pureza ética niega también la libertad personal porque postula como única y absoluta una cosmovisión y un conjunto de valoraciones y formas de comportamiento que se imponen como las únicas posibles si se quiere estar del lado de “los buenos” y contribuir a la construcción de una sociedad ideal, generalmente desde modelos utópicos.

Es así que el modelo de educación ética basado en la búsqueda de la pureza, forma personas que se van involucrando de una forma poco crítica y, en el extremo incluso, fanática, en modelos de utopía social que los hacen tener como horizonte el bien que se fundamenta en el amor abstracto –la construcción de un país, de una sociedad, de un mundo perfecto, basado en sus propias visiones y valoraciones–. Así, como afirmaba Camus, es peor que el mal.

Y, como afirma Montero en su artículo, una educación ética basada en esta visión de pureza forma “personas atrapadas en la urgencia infantil de creer en algo perfecto, en una bondad suprema y sin sombras, en paraísos terrenales” que son imposibles de lograr, y por ello producen deshumanización e inautenticidad moral.

Estas personas se vuelven intolerantes en su ámbito personal y familiar porque se asumen como puros y perfectos, exigiendo la misma pureza y perfección a los que les rodean, borrando toda empatía y todo sentimiento de compasión y comprensión. Se convierten también en ciudadanos sectarios y excluyentes porque asumen que sus posturas políticas e ideológicas y las de sus líderes, grupos o partidos, son las poseedoras de la verdad absoluta y las generadoras del bien sin límites para todos. Así que por estas razones todos los que piensan distinto, cuestionan o critican sus postulados, son personas o grupos de mala fe, organizaciones que construyen conspiraciones para evitar que ese bien abstracto se pueda construir.

Un ciudadano con este perfil, “necesita mantener esa credulidad elemental intacta”, y por ello se niegan a aceptar o considerar cualquier evidencia que contradiga su visión utópica o cuestione a sus líderes y agrupaciones. Si este bien abstracto no se ha logrado construir aquí y ahora es por culpa de las personas y grupos que están del lado del mal, pero es cuestión de tiempo lograrlo, por lo que siguiendo a Montero, conservan la fe en que “algún día” este paraíso terrenal se va a instaurar.

“Los humanos somos contradictorios y paradójicos: por eso la pureza monolítica del dogma es inhumana y falsa. El dogmático, en fin, se siente mejor que los demás, se siente un ángel. Pero recordemos que son los ángeles los que se convierten en demonios”.

Rosa Montero. «Contra los puros«.

Los seres humanos, dice la escritora española, somos contradictorios y paradójicos y por eso “la pureza monolítica del dogma es inhumana y falsa”. Es por ello que la educación moral –también llamada educación en valores– muchas veces fracasa, porque los programas que buscan formar en esta dimensión se sustentan en estas visiones dogmáticas de pureza monolítica. Por lo tanto se vuelven discursos vacíos que deforman a los niños y jóvenes, convirtiéndolos, como decía yo al inicio, en seres indiferentes o cínicos, o bien en sujetos soberbios que se asumen como moralmente superiores.

Los proyectos y programas de formación ética y cívica, las asignaturas de formación ciudadana o de educación moral, deben partir del conocimiento del ser humano concreto y asumir estas contradicciones y paradojas propias de nuestra naturaleza. Así pueden enfocarse en brindar las herramientas reflexivas y emocionales que capaciten a los estudiantes para lidiar con los conflictos y dilemas éticos a los que se van a enfrentar a lo largo de su vida, tomando decisiones que apunten hacia la construcción auténtica del bien humano –atenta, inteligente, razonable, responsable y basada en el amor concreto– que es siempre imperfecta, siempre incompleta, siempre una historia por construir.

De manera que los docentes, los padres de familia, los directores escolares, orientadores o investigadores educativos, que se sientan llamados al compromiso urgente de la educación ética de las futuras generaciones, tendrían como primer compromiso trabajar por combatir la pureza y la perfección como metas ingenuas de la formación humana.

Porque la educación que pretende formar ángeles, tendría que tener presente que, como dice Rosa Montero, estos muchas veces se convierten en demonios.

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Autor Lado B
Juan Martín López Calva
Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Realizó dos estancias postdoctorales en el Lonergan Institute de Boston College. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, del Consejo Mexicano de Investigación Educativa, de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores y de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación. Trabaja en las líneas de Educación humanista, Educación y valores y Ética profesional. Actualmente es Decano de Artes y Humanidades de la UPAEP, donde coordina el Cuerpo Académico de Ética y Procesos Educativos y participa en el de Profesionalización docente..
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