Lado B
Jojo Rabbit: entre el límite y la broma; una barrera disuelta
Jojo Rabbit, de Taika Waititi, está en la línea exacta que divide lo políticamente correcto de lo incorrecto; de lo aceptado y lo escandaloso
Por Héctor Jesús Cristino Lucas @
30 de enero, 2020
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Antes, muchísimo antes de que los polémicos tuits sobre incesto y pedofilia casi le costaron la carrera a nuestro querido James Gunn… recuerdo que en el lejano 2011, cuando el director detrás de nada menos que Los Cronocrímenes (2007), Nacho Vigalondo, alcanzara la cifra de 50,000 seguidores en su cuenta personal de Twitter, para celebrar colocó un mensaje tan provocador y mordaz que ruborizaría incluso al mismísimo Lars Von Trier. 

Bueno, estoy exagerando, pero iba más o menos así:

«Ahora que tengo más de 50.000 followers y me he tomado cuatro vinos podré decir mi mensaje: ¡El holocausto fue un montaje! Tengo algo más que contaros: la bala mágica que mató a Kennedy ¡todavía no ha aterrizado!».

Y ya se imaginarán lo que ocurrió después. La avalancha de detractores, amantes de la tolerancia, invadieron su cuenta con trinches y antorchas ante tal mensaje a un punto de presión que no solo alcanzó los medios más importantes de España, también ciertos blogs y sitios amarillistas que distorsionaron sus palabras para que la polémica creciera más de la cuenta.

Lo que obligó gradualmente a que el cineasta se disculpara en una suerte de declaración y represalia desde su blog personal al que maravillosamente tituló Holocausto Vigalondo. Y que por cierto recomiendo leer porque es una de las mejores respuestas que haya habido ante un suceso de semejante calaña.

El típico debate sobre que el humor debe tener un límite reconocible que pocas veces debe cruzarse volvió a estar en tela de juicio en uno de los primerísimos antecedentes digitalizados de estas modernas “cacerías de brujas”. Y con ello, de manera casi arbitraria, se manifestó públicamente que no debía existir, de hecho, “Ninguna broma sobre el Holocausto”.

Es decir, con una pizca de empatía y sentido común esto es entendible… pero hoy en día, y como son las redes sociales, es obligatorio.

Obligatorio en prácticamente cualquier tema polémico, quiero decir. O prepárate a que tu discurso de odio sea demolido con más odio por los representantes de la tolerancia absoluta. 

¿Pero es realmente cierta esta tesis? ¿Acaso no debería existir ninguna broma por más pequeña que sea sobre el Holocausto? Bueno, damas y caballeros, el séptimo arte se ha encargado en demostrar, con esa hermosura que le caracteriza, que de hecho sí… sí puede haber humor en el tema y no tiene por qué haber conflictos al mezclar este género.  

Después de tanta tragedia en cintas como Schindler’s List (1993) de Steven Spielberg o The Pianist de Roman Polanski (2003) la respuesta parece gritarnos que no hay comedia alguna que quepa ante semejante sucesos… pero luego nos enteramos que, una de las mejores películas sobre la Segunda Guerra Mundial, La vita è bella (1997) del grandioso Roberto Benigni no solo es un drama de carácter histórico; también es una comedia.

Pero no cualquier comedia. Es una clasiquísima comedia slapstick -humor físico- que tanto te muestra el horror de la guerra en pos de impactarte, como te la endulza y te la adorna en pos de divertirte. Que no solo te prueba que el humor en ocasiones favorece a la historia, sino que también puede llegar hacerla increíblemente conmovedora. Una forma amena de enfrentar la tragedia y contemplarla desde un punto de vista tan especial como encantadora. 

Y eso es justo lo que nos enseña ahora el hilarante Taika Waititi con su reciente película al voltear la página en estos desquiciados tiempos de lo políticamente correcto, y recordarnos que, de hecho, el humor es uno de los recursos más poderosos tanto para innovar como para afrontar. 

Mientras algunos la catalogan como una cinta polémica por la extrañísima forma en que se retrata este oscuro episodio de la humanidad, otros, menos enajenados por la agenda de lo políticamente correcto, apuntan a que ha sido un acierto formidable a la hora de mezclar el tabú con la comedia; lo grotesco, con lo hilarante. Lo cierto es que Jojo Rabbit, una de las dignas candidatas a ganar el galardón a Mejor Película en los Academy Awards 2020, pese a dividir tanto a la crítica por su paso en festivales, dejó muy en claro lo que realmente pretendía: simplemente incomodar. 

Pero no vayan a malinterpretarme. El humor de Waititi no es como tal un acercamiento al “¡Maldito Judío!” de un Eric Cartman en South Park -aunque a veces se acerca más de la cuenta- sino a una suerte de sátira que condena al nazismo, o al fascismo, y que pretende rebajarlos a un nivel de idiotez tan extremo que raya en lo netamente caricaturesco. Pero en el buen sentido de la palabra.

Al puro estilo de un The Great Dictador (1940) con Charles Chaplin -sin afán de colocarlos al mismo nivel ni mucho menos- Jojo Rabbit no solo ridiculiza esta atroz dictadura, sino que la lleva a un nivel de “satanización” tan desquiciadamente rocambolesca que puede tomar desprevenido al espectador menos preparado. Y ese es el motivo por el que ha dividido tanto a la audiencia.

https://www.youtube.com/watch?v=YqyQfjDScjU

Decir que Jojo Rabbit falla en su tarea de ser una sátira antifascista porque pretende simplificar el conflicto con un par de chistes baratos -como califican algunos sitios- es una simplificación más grande todavía al desconocer el humor del mismísimo Taika Waititi. 

Un humor que puede llegar a ser tan divertidamente disparatado, pero no por eso estúpido o poco inteligente. Y lo que no muchos entienden todavía es que este humor -de los mejores en la última década- es capaz de tomar cualquier género o temática hasta reinventarlo de maneras que uno ni siquiera se imagina.

Por ejemplo, en el ámbito del horror, el espectacular mockumentary What We in the Shadows (2014) tomó los mitos más clásicos sobre el vampirismo e incluso sus figuras más reconocibles en la cultura pop, y los transformó en una suerte de falso documental bajo la premisa: ¿qué pasaría si estas criaturas de la noche de pronto se enfrentaran a nuestro digitalizado siglo XXI?

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O en el caso del cine de superhéroes, cambiar el estilo tan fofo y simplista de las primeras películas de Thor -que la mitología nórdica esto, que los elfos oscuros aquello- a través de su maravillosa Thor Ragnarok (2017) en una suerte de comedia retro espacial al puro estilo de Flash Gordon (1981) de Mike Hodges: acción, humor, colores parpadeantes y música ochentera.

De hecho, la polémica de Jojo Rabbit me recuerda mucho a lo sucedido con Thor Ragnarok (2017), cuyo estilo y comedia no solo desafió a la audiencia marvelita; también le ofreció una mirada tan distinta al cine de superhéroes, que pasó a convertirse, irónicamente, en una de las más criticadas por sus propios adeptos. Para muchos ñoños resentidos, una de las peores películas de Marvel, pero para otros cansados de lo mismo -y con ellos me incluyo- una odisea tan fabulosa, como fresca e hilarante. 

Pues bien, pasa que ahora los amantes del cine bélico o de estos dramas históricos ambientados en la Segunda Guerra Mundial les ha llegado su propio Thor Ragnarok. Y me parece tremendamente divertido, porque ese ha sido, y repito, el punto inicial de esta película: incomodar y no pasar inadvertida. No con trucos baratos, sino con una historia diferente. Cambiar unas cuantas reglas, añadir otras y contar el mismo drama humano de siempre de una manera que la audiencia jamás haya visto antes. 

Leer a tantos críticos que alzan la ceja al toparse con algo tan extraño y desafiante como Jojo Rabbit hacen que ames aún más a un cineasta de la categoría de Taika Waititi. Porque difícilmente pertenece a Marvel. Más bien, hizo que Marvel le perteneciera a él. Lo mismo con el horror y los vampiros o ahora los nazis y el cine bélico. Él no está ahí para complacer a la audiencia haciendo las mismas historias. Él está ahí para contar sus historias. 

Y esta reacción en cadena de inconformes sin sentido común no solo me parece absurda tanto desde los que hablan por amor a lo académico como por aquellos que son simples aficionados. Porque sí, es verdad que Jojo Rabbit es una aventura descabellada -¿alguna otra observación, Sherlock?- pero no por eso “una burda simplificación al nazismo”. Resulta que esta historia está contada desde un punto de vista netamente infantil. Pero no vayan a de nuevo a malinterpretarme. “Inocentemente infantil”, quiero decir. 

De cómo es que la mirada de unos pequeños e ingenuos infantes, sobre todo del que prontamente nos enamoraremos: Jojo Betzler -magníficamente interpretado por Roman Griffin Davis- perciben la época, el conflicto o el nazismo a través de tantas locuras ocurriendo al mismo tiempo. Entre la tensión de la guerra y lo que podríamos definir como “un auténtico lavado de cerebros” a esas pequeñas mentecitas listas para ser moldeadas a su antojo. 

Basada en el libro de Caging Skies de la novelista neozelandesa Christine Leunens, la historia ambientada a finales de la Segunda Guerra Mundial nos narra la particular vida de un pequeño adepto a la ideología nazi y su paso a lo adolescencia mientras enfrenta, en una suerte de dualidad familiar, a su propia madre que intenta disuadirlo de tan enfermo fanatismo. Aunque eso implique descubrir que entre las paredes de su propia casa esta oculte a una niña judía. 

No obstante, lo que debemos apreciar es que en varias entrevistas el cineasta confesó no haber terminado la novela antes de escribir su propio guion, tomando solo la base y el ritmo narrativo para construir una versión alternativa llena de humor negro, romanticismo -porque sí que lo hay- y una suerte de historia fantástica ocurrida solamente en la cabeza del pequeño Jojo.

Una serie de cambios que lejos de convertirse en una mala imitación tras violar la afamada regla de “la fidelidad constante”, beneficiaron esta adaptación en pos de convertirse en una encantadora sátira incómoda y alucinante. Porque solo basta prestar atención. El querido Waititi no solo adapta y dirige; también interpreta a un Hitler imaginario -jamás presente en la novela- que eleva su estilo y humor en una versión tan maliciosamente suya.  

Esto es algo parecido a lo que hizo el director danés Benjamin Christensen con su película Häxan: Witchcraft through the Ages (1922), que no solo adaptó El Martillo de las Brujas -o el infame Malleus Maleficarum- añadiendo una poderosa, aunque personal carga de sátira anticlerical, sino que también interpretó al mismísimo Belcebú para dejar aún más en claro su perspectiva en una suerte de versión intimista. Tan extraña como inclasificable. 

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En efecto, aunque la novela posea un carácter lúgubre y sombrío, Waititi dio en el clavo al arrastrar su propio sentido del humor a un terreno que parecía improbablemente divertido. Y con ello, hacerlo peligroso. Tanto que podríamos colocar a Jojo Rabbit en la línea exacta que divide lo políticamente correcto de lo incorrecto; de lo aceptado y lo escandaloso. A veces queriendo inclinarse por un lado antes que por el otro, pero terminando en una extraña balanza que para algunos se mantiene, pero para muchos definitivamente no.

Porque aceptémoslo, estando en manos equivocadas, quién sabe cómo hubiese terminado este guión. No obstante, poco o nada podemos recoger o comparar con el material original, porque esta versión, en el buen sentido de la palabra, es transgresoramente suya. 

Aunque esto no significa que no puedas tomártela en serio tampoco. Porque cuando el guión amerita momentos dramáticos, genuinamente hay drama. Y cuando el humor debe darle paso al suspenso, jamás se interpone. “La balanza Waititi” -como me gusta llamarle- equilibra estos increíbles saltos de género sin necesidad de hacerlos embonar a la fuerza. Aunque para su recta final es cierto que al cineasta se le va de las manos. Su carga moralista termina volviéndose una suerte de melodrama… de lo más curiosa y extraña todavía. 

Solo basta toparse la rivalidad que tiene Jojo con la niña judía, por ejemplo -interpretada por la neozelandesa Thomasin Mckenzie- que resume este conflicto de ideologías de una forma tan ridícula, pero a la vez tan inocente y romántica, que la lucha constante de sentimientos encontrados puede llegar a ser enorme, pero no por eso menos creíble. 

Por otro lado, las actuaciones están a un nivel de maestría que ya ni siquiera hay necesidad de discutir. Podrás no amar este extraño humor o su historia antinazi, pero el reparto, dios mío, es cuenta aparte. Ya no solo del pequeño Roman Griffin, que es tremendamente espectacular con esos arrebatos inquietantes a favor de estas escabrosas ideologías. Tenemos también a una Scarlett Johansson que como es de costumbre jamás decepciona y menos con el papel de Rosie Betzler: una madre intentando lidiar con un hijo corrompido.

Pero si de actores hablamos, me quedo con el mismísimo Sam Rockell y su hilarante Capitán Klenzendorf. ¡Que Dios nos ampare! Junto al Hitler imaginario, el mejor personaje que tiene esta maldita película en toda la extensión de la palabra. Y aunque dije antes que Jojo Rabbit no debía ser comparada con South Park ni mucho menos, este sujeto sí que parece estar sacado de algún episodio de la serie. Inenarrable, queridos padawans. Sam Rockell: ¡La crème de la crème!

Por lo que solo resta admitir que esta es una de las nominadas más encantadoras junto al Parasite de Bong-joon Ho o el Once upon a time in Hollywood de Tarantino. Incómoda y perversa cuando debe serlo; conmovedora y tremendamente divertida cuando Waititi se lo propone. 

Jojo Rabbit sabe darle gracia a la tragedia en pos de superar horrores que alguna vez fueron tabús innombrables. Y estar ahora entre las grandes ligas, no solo demuestra que la inquebrantable barrera se ha disuelto, sino que la afamada frase “ninguna broma sobre el holocausto” que tanto problema le dio a Nacho Vigalondo, a estas alturas del partido… es pura ambigüedad. 

Jojo Rabbit está entre el límite y la broma. Una película desafiante. ¡Una maldita película imperdible!

Sinopsis:

Durante la Segunda Guerra Mundial, un niño que pertenece a las Juventudes Hitlerianas descubre que su madre está ocultando en el ático de su casa a una niña judía. La concepción del mundo que tienen el pequeño y su amigo imaginario, Hitler, cambia por completo con la irrupción en sus vidas de la joven hebrea.” 

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Autor Lado B
Héctor Jesús Cristino Lucas
Héctor Jesús Cristino Lucas resulta un individuo poco sofisticado que atreve a llamarse “escritor” de cuentos torcidos y poemas absurdos. Amante de la literatura fantástica y de horror, cuyos maestros imprescindibles siempre han sido para él: Stephen King, Allan Poe, Clive Barker y Lovecraft. Desequilibrado en sus haberes existenciales quien no puede dejar (tras constantes rehabilitaciones) el amor casi parafílico que le tiene al séptimo arte. Alabando principalmente el rocambolesco género del terror en toda su enferma diversidad: gore, zombies, caníbales, vampiros, snuff, slashers y todo lo que falte. A su corta edad ha ido acumulando logros insignificantes como: Primer lugar en el noveno concurso de expresión literaria El joven y la mar, auspiciado por la Secretaría De Marina en el 2009, con su cuento: “Ojos ahogados, las estrellas brillan sobre el mar”. Y autor de los libros: Antología de un loco, tomo I y II publicados el 1° de Julio del 2011 en Acapulco Guerrero. Aún en venta en dicho Estado. Todas sus insanias pueden ser vistas en su sitio web oficial. http://www.lecturaoscura.jimdo.com
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