Marco Antonio Paéz camina a través de un tapete fulgurante de botones naranjas. Hay tantas nubes que los colores pintan gris, pero las flores no dejan de resplandecer, como si brillaran por sí mismas. Desde hace varios años, Marco Antonio cultiva cempasúchiles para el Día de Muertos, que en náhuatl significa flor de muchos pétalos, usada tradicionalmente para acompañar una tradición mexicana reconocida en todo el mundo. Sus plantas, sin embargo, ya no provienen de semillas mexicanas. Todas son semillas importadas del extranjero.
“Es que no es original. Tiene los mismos aromas y los mismos colores, pero es una hibridación que traen”, dice. “Hoy en Xochimilco la mayor parte nos dedicamos al marigol, se llama. Bueno nosotros le llamamos así. Pero ya al cempasúchil como tal, el que es de flor de corte, ya muy pocos se dedica”.
Desde hace 10 o 15 años, según dice Marco Antonio, vender flores de Marigold en macetitas, en vez de racimos de cempasúchil cortados porque es más práctico y le deja mejores ganancias.
“La verdad es que la venta de este cempasúchil es de dos días, del de corte, tres días máximo”. El floricultor recuerda que en los días más próximos a las fiestas de muertos los mercados de Xochimilco se saturaban. “En cambio este –señala hacia las flores que están a sus pies– la venta empezó desde los primeros días de octubre. Y dura desde ahorita hasta la mera fecha. Hay más economía, es más dinero”.
Marco Antonio es de los productores pequeños de San Gregorio, en la zona chinampera de Xochimilco, la tierra de las flores por su nombre prehispánico. Este año sembró 10 mil plantas porque su economía no alcanza para más, pero le gustaría producir más. De todas maneras, la flor de muertos le ayuda a sobrellevar su vida.
“Así ya tenemos dos cosechas, esta para noviembre y la siembra de nochebuena. Antes pasabas un año para ver las ganancias, ahora con el cempasúchil en 3 meses sacas algo y así juntas lana para diciembre y agarras vuelo de nuevo”, asegura.
A unos pocos kilómetros del invernadero de Marco Antonio, están las tierras ejidales de Puente de Urrutia, donde se siembra y vende la mayor parte de la producción de la región. En esta época, dar con el lugar no es difícil. Sólo hay que buscar los campos naranjas, que saltan a la vista.
En medio de uno de estos campos de flores luminosas, bajo la carpa de un invernadero, un grupo de hombres toma café de olla y comen alrededor de una fogata improvisada. A quien llega le ofrecen una taza.
Este grupo es parte de uno de los siete grandes productores que generan las cerca de 300 mil plantas que se cosechan en San Gregorio y Puente de Urrutia.
“Nosotros somos los que tenemos más, yo aquí tengo unas 100 mil, y mi papá, en su terreno, tiene otras 100 mil”. Dice una de las personas sentadas. Aún no se presenta, pero su nombre es Rodolfo Telésforo, heredero de la familia que más flores de estas produce en el región, como él mismo asegura. Incluso, asegura que su familia fue la que inició la cosecha de la marigol en Xochimilco.
“Nosotros juntamos un 75 por ciento de la producción. Ya los demás tienen 10 mil o cinco mil plantas, y entre ellos acompletan el resto”, dice orgulloso. “Se podría decir que mi abuelo, Gregorio Telésforo, fue el iniciador de todo esto de criar cempasúchil en estos ejidos que antes terrenos obsoletos. El empezó con alrededor de unas mil plantas. Empezó con muy poco, después el vecino vio que se vendió y empezó también. Este lugar ha sido muy bueno con nosotros”.
Actualmente su familia tiene la capacidad para solventar una inversión de 800 mil pesos, necesaria para producir unas 250 a 300 mil plantas. Mismas que dejan ganancias que rayan los 5 millones de pesos.
Semejantes números no hacen que Rodolfo pierda un aire tranquilo y afable, de persona de campo. “Yo aquí crecí, aquí venía con mi abuelo y mi papá y uno le agarra cariño a todo esto. Aquí da para comer muy bien, aquí tenemos para vivir del campo, entonces para qué le andamos buscando por otro lado si aquí tenemos manera”.
Su aire no cambia con quién lo visita, pero asegura que no por ser amable deja de señalar cuestiones que no le parecen, como hace unos días, cuando la gente del gobierno de la Ciudad de México vino a ver su producción.
“Es irónico, ayer llegaron de gobierno Central a tomar videos, drones. Siempre somos amable, pero lo que les decíamos era váyanse a Atlixco a hacer sus entrevistas. No, es que somos gobierno de la Ciudad de México –le respondieron– Sí, le digo, eres gobierno, pero tú le compras toda su producción a Atlixco ¡y al productor de la Ciudad de México no le compras ni una planta!”.
Según cuenta, en Atlixco la planta la venden a 22 pesos, mientras que él le llega a dar en 12. demás, presume, la entrega en una hora, mientras que ir a Atlixco implica por lo menos cuatro. Aunque esto no es del todo cierto. El precio en los viveros de Cabrera, en ese municipio poblano, puede bajar hasta los 9 pesos por planta, al mayoreo.
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*Foto de portada: Duilio Rodríguez