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Cimafunk: el admirador de James Brown que rescató el funk en Cuba
Cimafunk emergió en Cuba y en poco tiempo logró que la revista Billboard lo incluyera en su lista de “diez artistas latinos a seguir durante 2019”
Por Lado B @ladobemx
17 de septiembre, 2019
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Javier Roque Martinez | Distintas Latitudes

Ilustración: Alma Ríos

Hace un par de años, Erick Iglesias Rodríguez apenas llamaba la atención. Estaba cerca de cumplir los 28 y su mayor sueño era convertirse en estrella de la música. Pero la verdad es que difícilmente alguien hubiera apostado por él. Para empezar, no tenía estudios de canto ni de instrumentos. No obstante, no se desanimó y fue a por su objetivo. Asentado desde hacía un tiempo en La Habana, hizo todo lo que pudo hasta que finalmente logró introducirse en las peñas de algunos de los músicos alternativos más conocidos de la capital, donde consiguió trabajos como acompañante. Ahí estaba Iglesias dos o tres años atrás: en el segundo plano de los pequeños escenarios habaneros, viéndoles las espaldas a los artistas consagrados.

Si miramos el estado de cosas, pareciera que de entonces acá pasó mucho tiempo, pero no. Lo que pasa es que en muy poquísimo tiempo Iglesias le dio vuelta a la situación. Aunque en la Isla no es común que alguien en su posición llegue a conquistar la fama, su talento y su carisma hicieron trizas todos los pronósticos. Ahora, para muchos inexplicablemente, Iglesias es el rey de turno de la música cubana, solo que se hace llamar Cimafunk.

Para quienes no lo conocen aún, Cimafunk es el cantante de “Me voy”, seguramente la canción cubana más escuchada el último año. Es sumamente difícil, casi imposible, que en estos meses alguien de la isla no haya coreado o tarareado el famoso estribillo del tema. No es solo que sea pegajoso, es que te sigue a donde quiera que vayas: en la radio, en la televisión, en los bares, en los taxis, en las fiestas, en los tonos de llamada. Hacía tiempo que no ocurría algo así con una canción que no fuera de salsa o reguetón.

Pero “Me voy” no es más que la carta de presentación de Cimafunk, el muchacho que en 2018, después de salir prácticamente de la nada, ganó los Premios Lucas y Cuerda Viva –el primero en la categoría de Artista Novel, el segundo en Video más popular- y fue nombrado Artista del Año por la revista Vistar; o el que Fito Páez llamó “dios de ébano” tras compartir escenario con él en un festival de Gibara; o el que la revista Billboard incluyó sorpresivamente a inicios de este año en su lista de “diez artistas latinos a seguir durante 2019”.

Hay fiebre de Cimafunk. Y aunque todo ha sucedido de manera muy apresurada, tampoco es para extrañarse: la explosividad es uno de sus signos vitales. Tal vez tenga que ver con la primera parte de su nombre artístico, que proviene de la palabra cimarrón. Cimarrón es como se le llamaba en Cuba, durante la época de la colonia española al negro esclavo que escapaba de las plantaciones para vivir monte adentro, bajo sus propias leyes. Desde entonces, es sinónimo de libertad y de rebeldía, pero sobre todo de fuerza y ganas de vivir.

Y pocos géneros traducen de manera tan natural las ganas de vivir como el funk, que explotó en Estados Unidos durante la década de 1970. Es una fusión muy jíbara de conceptos la que ha hecho Cimafunk: el cimarronaje, que es la vida libre, y el funk, que es la vida divertida. El grove del funk es tan poderoso que incluso en Cuba, un país dominado de punta a cabo por la música salsa y su descendencia, llegó a tener buena cantidad de seguidores durante su época de oro.

–Aunque se escuchaba un poco a escondidas –aclara Tony Carrera.

Carrera, que ya sobrepasa los cincuenta años, es un músico, productor e ingeniero de sonido con una extensa hoja de servicios dentro de la industria nacional. Nominado en varias ocasiones al Grammy, a lo largo de los últimos cuarenta años ha trabajado con artistas tan diferentes como José María Vitier y Baby Lores y Chacal. Ergo, podemos afirmar sin miedo a equivocarnos que conoce las interioridades de la música cubana como la palma de su mano.

–El funk no triunfó en Cuba por motivos políticos –resume Carrera desde su asiento, ubicado en el centro del estudio musical que ocupa una de las habitaciones de su casa-. Como no era un género cubano tendía a ser apartado, no estaba entre los más comercializables. Si en las escuelas te escuchaban tocando ese tipo de música podían hasta expulsarte. No obstante, había grupos que lo hacían. Ahí están los discos de Los Dada y Los Barba, por ejemplo.

Lo que sucedió en Cuba con el funk no fue muy diferente a lo que sucedió con otros géneros, sobre todo anglófonos, durante las primeras décadas de la Revolución. Entonces las canciones de The Beatles, por ejemplo, eran consideradas fuente de “diversionismo ideológico”, una etiqueta abstracta y arbitraria bajo la cual se englobaba todo aquello que no encajara en los márgenes del socialismo de Guerra Fría. Ahí entraban músicas, literaturas, ideas, poses, atuendos, incluso cortes de cabello. Era una cuestión puramente dogmática, aplicada en Cuba doblemente: no solo por el choque ideológico entre los bloques socialista y capitalista, sino también por la hostilidad personal entre Cuba y Estados Unidos.

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*Ilustración de portada: Alma Ríos

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