Lado B
Educación moral en tiempos oscuros
Esta es una época en que el mal invade los rincones de nuestra vida social. Y estamos enfocando mal la educación moral, la que busca formar para el bien
Por Juan Martín López Calva @m_lopezcalva
06 de agosto, 2019
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Imagen de Gerd Altmann en Pixabay

Martín López Calva

“Klein planteó una pregunta, que era: ¿De dónde viene el mal? Y Hannah Arendt hizo otra pregunta, que pienso es sumamente importante y es: ¿Cómo está organizado el mal en los tiempos modernos. Porque nosotros no podemos ir al lugar de donde viene el mal pero sí podemos hablar acerca de cómo está organizado. Podemos tratar de entender eso”.

Lyndsey Stonebridge. «The Moral World in Dark Times: Hannah Arendt for Now«. On being with Krista Tippett

En varias ocasiones he citado en esta Educación personalizante el podcast On Being que dirige Krista Tippett y es producido por la Templeton Foundation. Recientemente escuché un episodio de junio del 2018 en el que ella entrevista a Lyndsey Stonebridge, historiadora de Literatura, acerca del pensamiento de Hannah Arendt hasta nuestros tiempos oscuros.

“El mundo moral en tiempos oscuros” es precisamente el título de este episodio que inspira la reflexión de hoy. Trataré de plantear algunos elementos que nos permitan pensar la educación moral en estos tiempos de crisis, confusión y muy escasa claridad en los que, como afirma Morin, no es tan complicado vivir conforme al deber tanto como lo es identificar cuál es este.

Vivimos, efectivamente, tiempos de oscuridad y de profunda incertidumbre sobre lo que es una buena vida humana; tiempos de desmoralización; de un bajísimo deseo de vivir humanamente, porque la presión por la supervivencia impide que emerja el deseo profundo de vivir para vivir, constitutivo del ser humano y que da origen a la ética.

Estamos en una época en la que el mal invade prácticamente todos los rincones de nuestra vida en sociedad, y tal vez estamos enfocando mal la educación moral, la que busca formar para el bien. Ya que la sustentamos en tratar de responder a la pregunta acerca del origen del mal –“¿De dónde viene el mal?”, como pregunta la psicoanalista Melanie Klein–; así como en responder a la definición del mal y del bien, en lugar de fundamentarla o tratar de brindar herramientas a los futuros ciudadanos para que entiendan cómo está organizado el mal, buscando de esta manera mejores formas de revertirlo.

Una primer enseñanza que me deja esta entrevista es que la educación moral debería tener como objetivo –más que enseñar lo que es bueno e identificar lo que es malo o su procedencia– tratar de formar la capacidad de análisis para entender cómo está organizado el mal, y cómo podría organizarse la búsqueda del bien humano que es, como afirma Lonergan, una historia siempre por construir.

Cómo se organiza el mal en esta sociedad, es decir, de qué forma se mantiene y reproduce el mal estructural –aquel que se inserta en las normas, instituciones y formas de reproducción de la sociedad injusta y violenta–, y el mal como aberración de la cultura –el que penetra hasta lo más hondo de nuestros significados y formas de valorar, distorsionando lo que consideramos bueno o malo–.

“Una de sus frases famosas es la “banalidad del mal”, que fue una observación que hizo acerca de Eichmann, que fue controversial. Pero usted dice algo acerca de la burocratización, que es parte de esta banalidad, un refugio para –en lugar de pensar– ser parte del sistema y seguir las reglas y actuar conforme a esas reglas”.

Lyndsey Stonebridge. «The Moral World in Dark Times: Hannah Arendt for Now«. On being with Krista Tippett

Un segundo elemento, ligado al primero, es la forma en que se sigue viviendo hoy la banalidad del mal de la que hablaba Arendt refiriéndose a Eichmann. Porque si bien, como dicen las dos protagonistas de esta entrevista, no podemos comparar a nadie con este personaje nefasto histórico de la deshumanización, sí podemos ver hoy claramente que la sociedad y el sistema siguen teniendo capturado al ser humano: lo ahogan en la burocratización y las exigencias prácticas que tiene que cumplir para sobrevivir, hasta que estos elementos se vuelven un refugio para no pensar ni decidir responsablemente como seres humanos. Entonces, se limitan a seguir las reglas y actuar conforme a ellas, pretextando que así es el sistema y que no es posible escapar de sus dictados.

De manera que la educación moral tendría que formar personas atentas a esta dinámica de burocratización –de todos los ángulos de la vida– para tratar de generar ciudadanos pensantes. Ciudadanos que actúen siempre de manera crítica y que puedan construir un proyecto de vida humana en medio de estas exigencias sistémicas.

Para lograrlo, el primero que tendría que intentar desarrollar un pensamiento crítico propio es el mismo docente que vive, según lo muestra Hargreaves, en un mundo en el que la profesión de maestro se ciñe cada vez más a cumplir requerimientos burocráticos, y deja de lado el sentido pedagógico que debería ser el centro de su labor cotidiana.

“Bien, “pensar”, dice ella, no es lo mismo que “juzgar”, pero crea las condiciones adecuadas para juzgar. Pero además, dice ella, si tú no puedes tener ese diálogo interior, entonces no puedes hablar y actuar con otros […] la gente que es capaz de hacer esto puede realmente moverse hacia tener conversaciones con otras personas y entonces juzgar con otras personas. Lo que ella llama “la banalidad del mal”, es la incapacidad de escuchar otra voz y la incapacidad de tener un diálogo, ya sea con uno mismo o de imaginar tener un diálogo con el mundo, con el mundo moral”.

Lyndsey Stonebridge. «The Moral World in Dark Times: Hannah Arendt for Now«. On being with Krista Tippett

Educar para pensar, porque pensar va generando las condiciones para juzgar críticamente el mundo en el que se vive. Esta es una de las grandes tareas de la educación moral de nuestro tiempo. No en vano Edgar Morin señala como la actividad fundamental de la formación ética: trabajar para pensar bien.

Pero este “pensar” bien tiene que ir acompañado de un “trabajar” para sentir bien; para poder distinguir los sentimientos espontáneos de los sentimientos que responden a la aprehensión de valor; para poder orientar las decisiones hacia lo que realmente vale la pena, y no a lo que el mundo economicista y superficial nos presenta como el sentido de la vida, mismo que se agota en el circuito trabajar-producir-ganar dinero-consumir-trabajar…

La educación moral en nuestros tiempos debe entenderse entonces como “educar para pensar bien y para sentir bien”, teniendo como uno de los factores fundamentales el desarrollo de la capacidad de introspección; de la capacidad de tener un diálogo interior permanente y constructivo que posibilite el diálogo con el otro, así como la verdadera colaboración y solidaridad con este.

Empecemos el nuevo ciclo escolar con esta tarea bien grabada en la mente y en el corazón.

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Autor Lado B
Juan Martín López Calva
Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Realizó dos estancias postdoctorales en el Lonergan Institute de Boston College. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, del Consejo Mexicano de Investigación Educativa, de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores y de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación. Trabaja en las líneas de Educación humanista, Educación y valores y Ética profesional. Actualmente es Decano de Artes y Humanidades de la UPAEP, donde coordina el Cuerpo Académico de Ética y Procesos Educativos y participa en el de Profesionalización docente..
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