Lado B
Dos nombres y una historia
Conocí a Don Miguel cuando Brusli y Yoco se habían ido del pueblo; eran migrantes en Nueva York. Esto me causó una curiosidad que años después pude saciar
Por Marco Castillo @
11 de marzo, 2019
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Foto tomada de YouTube / Promocional Festival NewYorkTlan

Marco Castillo

Brusli y Yocono son dos hermanos a los que no conocí, pero cuya historia me acompaña a donde voy.

Y es que a quien sí conocí fue a su padre, Don Miguel Zelocuatécatl, un campesino y migrante de San Francisco Tetlanohcan, en Tlaxcala, quien acompañó muchas de mis primeras tardes en aquel municipio. En 2001 llegué a ofrecerme, con 8 compañeros más, como educador y trabajador comunitario voluntario.

Don Miguel nos compartía episodios de su historia de vida mientras nos ayudaba a arreglar una casa en obra negra –que la comunidad nos había prestado para vivir y ofrecer nuestro servicio–, o mientras nos ayudaba a instalar una estufa, o cuando lo acompañábamos a la montaña a recoger leña.

El dejó el campo a corta edad para irse a la Ciudad de México a trabajar. Eran los setenta y estaban pasando muchas cosas en el país y el mundo. Don Miguel recuerda haber vivido –simplemente como “Miguel”, en ese entonces– con muchas carencias, pero con alegría y asombro en aquellos días donde la música, el cine y la sociedad rompían burbujas morales y corrían a nuevos campos.

Miguel –como lo hace la mayoría de los migrantes– volvió al pueblo, se casó, hizo su casa, tuvo familia y, entonces, ya como “Don Miguel”, decidió nombrar a sus dos varones en honor a aquellos que alegraron sus días de juventud: el famoso actor y héroe de las artes marciales, Bruce Lee, y Yoko Ono, quien según sus palabras “fue uno de los integrantes de sus bandas favoritas”: Los Beatles. La forma en que el hombre del Registro Civil entendió cómo se escribían los nombres de los recién nacidos les dio aún más personalidad.

Cuando nos hicimos amigos de Don Miguel, Brusli y Yoco ya se habían ido del pueblo, y eran migrantes en Nueva York. Éste hecho me causó una curiosidad que años después pude saciar parcialmente.

La comunidad vio en nuestro grupo de jóvenes voluntarios –con sueños de revolución–, la oportunidad de usarnos para poder enviar paquetes y establecer contacto con aquellos que estaban “Al otro lado”, de quienes sabían muy poco. Nosotros, muchachos mestizos, teníamos visas para viajar y de pronto nos vimos visitando el país que habíamos considerado el enemigo; llevábamos mole, fotos, videos y cartas, a los migrantes de San Francisco.

Está demás decir que una de las primeras cosas que hicimos, por curiosidad y compromiso con Don Miguel, quien los extrañaba tanto, fue tratar de localizar a Brusli y Yoco. Yo no pude. Pero Héctor, uno de mis compañeros sí lo logró y constató que vivían una vida normal; que no eran músicos, ni actores, ni se habían cambiado el nombre. Es más, según dijeron, mucha gente no había hecho la conexión del nombre de los muchachos con el actor y la novia de John Lennon. Tal vez porque ellos no contaban el origen del nombre, por la forma de pronunciarlo, o porque simplemente nadie imaginaría que alguien se hubiera atrevido a hacer dicha hazaña.

Algunos de sus paisanos me platicaron que trabajan en una pizzería en Queens, a unos kilómetros de donde Bruce Lee vivió y donde Yoko Ono vive. No pude evitar pensar que fueran la reencarnación del uno y la transmutación de la otra, coincidiendo en un absurdo espacio y tiempo, como hermanos migrantes mexicanos.

Pero sea cual sea la relación de la historia, el territorio y la reencarnación, sus vidas y sus nombres están marcados por la migración. Siempre llevarán un pedazo de la libertad que Miguel antes de ser “Don Miguel”, vivió en la Ciudad de México.

 

PDEstuve recientemente en México y, motivado por la reciente elección, ansiaba encontrar a un pueblo discutiendo un nuevo futuro, abierto a tener debates intensamente –a veces dolorosamente francos– pero seguros de que se construía un nuevo piso, que dejara atrás la desconfianza, la mezquindad y las fobias del debate del pasado.

Lo cierto es que, al menos yo, encontré al país dividido en dos: una mayoría profundamente celosa y protectora de la victoria electoral, sin conceder espacio al debate de los planes y programas del gobierno de Andrés Manuel López Obrador. Y, por otro lado, hombres y mujeres críticos, queriendo sostenerse solamente en el discurso de que en México el cambio por la vía electoral no es posible, que no pasó nada el 2 de julio; que estamos condenados a repetir el ciclo.

En México somos complicados. No debería ser tan difícil el diálogo político y democrático, o el gran avance del 2019, honrando y probando el triunfo electoral del progresismo. Más allá de nuestra filiación ideológica, deberíamos discutir el futuro que queremos o que rechazamos.

Pero defendiendo ciegamente, condenando a raja tabla y desconfiando de forma generalizada –como lo ha hecho el Presidente y su oposición–, que esto puede ser un sueño de cambio capaz de despertar un país igual al de antes, donde todo se discute y se arrebata por la fuerza.

Y me refrendo como Sociedad Civil en lucha –de esa que es parte del pueblo– en contra de toda militarización de la vida, y del abuso y explotación de la tierra y personas. Creo que se puede y se vale debatir cómo este gobierno, elegido por millones NO afiliados a partidos, debería conformarse y definirse.

PD 2: Hace unos días iniciamos un nuevo camino a la construcción del movimiento trasnacional de familias migrantes: la Red de Pueblos Trasnacionales. Échenle un ojo acá.

 

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Autor Lado B
Marco Castillo
Marco Castillo es antropólogo y activista poblano. Actualmente es el Co-Director de Global Exchange y fundador de la Red de Pueblos Trasnacionales. Vive, trabaja y sueña entre Puebla y Nueva York.
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