Lado B
El hombre detrás de la máscara: lucha libre, nostalgia y monotonía
Es gratificante ver un póster en cines con una máscara de plata, exhibiendo una película sobre el máximo ídolo de la lucha mexicana del siglo XX: El Santo
Por Jaime López Blanco @
05 de noviembre, 2018
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Foto tomada de Cine PREMIERE

Jaime López

Para las y los amantes del pancracio nacional, a quienes les gusta poco o nada revisar las sinopsis fílmicas, resulta gratificante ver en los cinemas un póster donde destaca una máscara de plata, pues rápido hace creer que se está exhibiendo una obra fílmica sobre el máximo ídolo de la lucha mexicana del siglo XX: El Santo.

Si a eso se le suma que el póster en turno lleva como título «El hombre detrás de la máscara», se vuelve mayor el deseo de atestiguar un documento inédito sobre Rodolfo Guzmán Huerta (nombre real de El enmascarado de plata).

No obstante, y para mala fortuna de muchos aficionados y aficionadas, el filme en cuestión no es una biografía del famoso ídolo de los coliseos modernos, quien derrotaba solo con sus manos –tanto en la vida real como en la pantalla grande– a un sinfín de bizarros enemigos. Se trata del acervo audiovisual acerca del vástago de aquel, con el que la realizadora y productora Gabriela Obregón habla de El Hijo del Santo.

De ese modo, la figura del mítico protagonista de historietas encumbrado en la Arena México, admirado por miles, solo es referenciada en algunas partes del metraje (sobre todo, al principio), con el objeto de contextualizar la carrera deportiva de su último hijo; mismo que ha sabido preservar el legado de su progenitor.

¿El resultado? Una película irregular y un tanto autocomplaciente, que encuentra su mejor ritmo cuando se habla sobre el primero de los Santos: ese que en 1984 vio la luz por última ocasión.

Lo anterior evidencia el primer error del documental orquestado por Obregón, pues siendo El Hijo del Santo su foco de atención, éste se diluye o palidece cuando se cuentan algunos detalles –conocidos o no– de su progenitor.

Por otro lado, algunos analistas consideran que El hombre detrás de la máscara es una obra fallida por la poca objetividad con la que es retratado su estelar, sobre todo si se toma en cuenta que la guionista y directora de dicha cinta es su esposa.

Sin embargo, eso último podría rebatirse con ejemplos muy claros y concisos, donde la relación de parentesco o el vínculo conyugal entre protagonistas y realizadores no obstaculiza, vacía, o vuelve parciales el discurso y narrativa de una película o de un documental.

Entonces, el problema principal de El hombre detrás de la máscara radica en su tono, es decir, en la manera en cómo está contada su historia: monótona y unidimensional.

Y es que Obregón apuesta a que la mayor parte de su cinta tenga entrevistas a cuadro, con tomas muy similares entre sí (medium shot close up). Mientras que el último acto de su obra aglutina abruptamente todas las actividades realizadas por su protagonista: el activista; el objeto de mercadotecnia; el padre de familia que manifiesta el deseo de que su hijo continúe el legado plateado; el hombre con un conjunto de planes a corto y mediano plazo.

Lo anterior contrasta con el ritmo pausado –y hasta melancólico– que tiene El hombre detrás de la máscara en su arranque. En tanto que los episodios de oscuridad del estelar son contados de manera apresurada (demasiado). Asimismo, el desenlace es anticlimático.

Poco ayudan los testimonios vertidos por algunas personalidades de la televisión tricolor (por ejemplo, Jacobo Zabludovsky o Jaime Maussan), pues sus comentarios son mínimos comparados con los de El Hijo del Santo, y se centran en el ídolo que empezó a consolidarse desde los años cincuenta –por fin, decídanse: ¿es un documental acerca de Rodolfo Guzmán o de su hijo?–.

Sí, efectivamente, El hombre detrás de la máscara cuenta con el buen ojo de Dariela Ludlow, colaboradora habitual de Natalia Beristáin y una de las cinefotógrafas más interesantes de la actualidad; así como con cierto material de archivo que genera nostalgia pura entre los fervientes fanáticos de la lucha libre mexicana (como las imágenes del Perro Aguayo). Pero, en general, se siente como una película poco efectiva, como si se tratara de un comercial de larga duración, cuyo único objetivo es publicitar entre las nuevas generaciones al gladiador heredero del Santo.

*Foto de portada tomada de Revista Empire
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Autor Lado B
Jaime López Blanco
Reportero comunitario. Junkie del séptimo arte. Documentalista de guerrilla; dos veces finalista del Festival Internacional de la Imagen (FINI) de Pachuca, Hidalgo; en una de ellas, primer lugar en la categoría de Cortometraje Estudiantil. Constante aprendiz de periodista cultural. Sueña con que algún día las notas bonsai sean sustituidas por los textos de raíces profundas, amenos y reflexivos. Comunicólogo que aspira a no ser un escritor fugaz dentro del sobrepoblado firmamento de las letras.
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