Lado B
r1chd: oaxaqueño, rebelde y benefactor
En Oaxaca tiembla todos los días, ya estamos acostumbrados, pero era como si… no sé… no encuentro palabras o comparación alguna para describir lo que vi ahí
Por Alonso Pérez Fragua @fraguando
16 de octubre, 2018
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Foto: Adrián Del Valle

MEMORIA SÍSMICA

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Alonso Pérez Fragua

@fraguando

En Oaxaca tiembla todos los días, ya estamos acostumbrados. Son ligeros, de 2 o 3 grados en la escala de Richter; ya ni los sentimos. Hubo, eso sí, un terremoto en 1931 que casi destruyó la ciudad. El del 7 de septiembre de 2017 fue muy fuerte aquí en la capital, pero los daños materiales no fueron tan graves. Por desgracia, no puedo decir lo mismo de la zona del Istmo de Tehuantepec, donde la desolación y la tristeza eran palpables incluso varios días después. Era como si… no sé… no encuentro palabras, no hay comparación alguna para describir lo que vi ahí. Todo el mundo durmiendo en la calle: familias enteras fuera de sus casas destruidas. No te hablo de tiendas de campaña o campamentos improvisados, ¡no! La gente acostada sobre el asfalto, sobre pedazos de cartón, como si fueran indigentes. Basura y su ropa regada alrededor y quizá una sábana que compartían dos, tres, cinco personas. Así fue como recuerdo Ixtaltepec el 16 de septiembre en la madrugada.

Tengo muchos años ligado al Istmo pues trabajé en Salina Cruz y en Juchitán. En toda la zona tengo muchos amigos: el 8 de septiembre, ninguno contestó a mis llamadas, ni a mis mensajes de WhatsApp, ni a mis correos. Imaginarás entonces mi preocupación y, bueno, de todo mundo. No sabíamos de la gente de todas esas comunidades, a menos que nos desplazáramos para allá. Y cuando finalmente supe de ellos el sábado 9, todos, sin excepción, hablaban de alguna afectación a su casa, de algún vecino muerto, de que estaban durmiendo en su patio; mensajes desalentadores todos y cada uno.

Cuando se registra un sismo de más de 6.5 grados, la red eléctrica se desactiva para evitar cualquier tipo de accidentes. Veinte o 30 minutos después se debe restablecer el servicio, pero en el caso de todas estas comunidades istmeñas, la red es tan vieja y tantas casas se cayeron sobre los postes que el corte se prolongó por varios días.

Mi destino final el 16 de septiembre fue Asunción Ixtaltepec, que fue de las comunidades más afectadas. El boleto era para la estación de Ixtaltepec, pero el autobús siguió adelante pues no podía entrar, así que nos tuvimos que bajar en Ixtepec, a 7 kilómetros, y de ahí tomar un taxi de regreso. Eran las 5:30 de la mañana cuando llegamos. Lo primero que vi fue desolación, después tristeza y destrucción. Iba con una amiga quien fue en busca de su familia. Cuando llegamos a su casa nos abrazaron tan pronto abrieron la puerta y las lágrimas rodaron. Todo el día mi corazón se sintió triste, pero decidí que debía mantener una actitud positiva ante la gente a la que iba encontrando.

Luego de dejar a mi amiga con su familia, me fui para Juchitán donde me encontré con otra amiga de Ciudad de México. Llevábamos ayuda –medicamentos, material de curación y dinero que junté la semana anterior con amigos de otros lugares de México y del extranjero–, pero primero había que informarse sobre a quién distribuirla y cómo. Necesitábamos además conocer el estado real de la situación e identificar las problemáticas para el apoyo posterior; por ejemplo, saber si había cocinas comunitarias, si funcionaban y si no, por qué. Para repartir las medicinas y el material de curación recurrimos al doctor Jacinto, que era un médico que todo mundo nos mencionaba. Había estado recibiendo a los heridos de manera gratuita, disponible las 24 horas.

Luego de visitar al doctor fuimos con los compas de Radio Totopo. Su edificio estaba dañado e inundado, y toda su gente dormía en el patio. A pesar de todo, el lugar se convirtió en cocina comunitaria y albergue para quien lo necesitara. Mi amiga había conseguido 2 toneladas de lonas usadas que no fueron suficientes para proteger a tanta gente que necesitaba un techo provisional. La prioridad eran las familias con pérdida total, el resto se quedó en Totopo para que los compañeros y las compañeras lo repartieran más tarde.

Te dije que mi corazón estaba triste, lo cual es cierto, pero también es cierto que el ver a los compas de Radio Totopo ayudando, así como a tantas otras personas, me fue regresando un poco la esperanza. En Asunción Ixtaltepec, por ejemplo, mientras iba recorriendo las callesalguien me comentó que estaban recaudando fondos para la reconstrucción de hornos de pan, con el fin de dar empleo a algunas familias, así que busqué a la persona responsable. Se llamaba Perseida y era de la propia comunidad. A ella dirigimos posteriormente un apoyo de cemento, cal y barro que conseguimos. A lo largo de todos mis viajes cada fin de semana, desde ese 16 de septiembre hasta el 23 de diciembre, aprendí que lo mejor que puedes hacer es ayudar a que la cotidianidad se construya de nuevo. Por eso la importancia de que proyectos como el de Perseida salieran adelante. No solo se activa una fuente de empleo, sino que empieza a regresar la normalidad al lugar; regresan los olores y los sabores de siempre.

Para poder llevar algo el fin de semana había entonces que solicitar las donaciones a amigos de fuera de Oaxaca. Luego estaba el asunto de planear la ruta; si el apoyo así lo requería, pensar en encontrar tráiler o Torton y quizá lugar para almacenar el donativo. Si había apoyo de grupos de universidades o de otras organizaciones, pues entraba también el planear la logística. A veces solo juntaba mil pesos, que alcanzaban para un saco de maíz; o llevaba herramientas para donarlas, que sirvieron para irlas prestando entre las familias y limpiar los escombros de sus respectivas casas. Entonces, de lunes a viernes era hacer llamadas a amigos, a organizaciones, mas la respuesta en general de éstas fue débil –al menos no hubo donativo de nombres grandes–, más bien fue prácticamente todo entre amigos.

Te mando el dinero y tú compra lo que se necesite, me decían generalmente. Y si querían factura, se las mandaba después. Por eso fue complicado comprar en las tiendas de las comunidades, pues en primera la cadena de abastecimiento se cortó y no tenían productos, y luego si necesitaba mandar factura pues era difícil también. Entonces acababa yendo a las grandes cadenas comerciales que nunca dejaron de tener producto.

La última vez que estuve por allá fue a finales de abril pasado, más o menos. Después del fin de semana del 23 de diciembre no había regresado, pues ya no tenía dinero para ir cada semana. Lo que vi aquella última vez me llenó de alegría. La alegría que caracteriza a la gente istmeña había vuelto. Me dio mucho gusto, aunque todavía faltaba mucho por hacer. Sus casas ya no son al estilo tradicional, de adobe y teja, sino que ahora hay cemento y lámina, pero bueno, ya no duermen en sus patios.

Hola. Soy Ricardo, Rich, Richard, erre uno ce ache de, como quieras. Soy consultor de tecnologías para implementación. Dime… Sí, la de mi perfil es la máscara de Guy Fawkes, ajá… No vas a grabar, ¿verdad? Empiezo entonces…


[quote_center]Memoria sísmica es un proyecto periodístico de Alonso Pérez Fragua para LADO B que se publica cada miércoles desde el 5 de septiembre de 2018. Busca materiales adicionales en Instagram y Twitter con el HT #MemoriaSísmica. Encuentra también la lista de canciones alusiva a esta crónica en Spotify en esta liga. [/quote_center]

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Autor Lado B
Alonso Pérez Fragua
Alonso Pérez Fragua es periodista, gestor cultural y eterno aprendiz de las cosas del arte y del mundo. Actualmente realiza estudios de maestría en Estudios Culturales por la Universidad Paul Valéry, de Montpellier; su tesis tiene a Netflix y a las tecnologías digitales como objetos de estudio. En México cursó una maestría en Comunicación y Medios Digitales, y una especialidad en Políticas Públicas y Gestión Cultural. Melómano, bibliógafo, cinéfilo, maratonista de series, wikipedista y un poco neurótico. Lo encuentras en Twitter e Instagram como @fraguando.
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