Lado B
¿Por qué no deja de llover?
Los científicos están investigando cómo el calentamiento global supercarga tormentas monstruosas como el huracán Florence
Por Lado B @ladobemx
02 de octubre, 2018
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Fred Guterl, Nina Godlewski y ML Nestel | Newsweek en Español

Conforme el huracán Florence se acercaba a la diminuta población costera de Wilmington, Carolina del Norte, Steven Pfaff se consoló con la idea de que no había llovido mucho en agosto.

Confiaba en que el absorbente suelo asimilaría cualquier escarmiento que Florence impusiera, pues cuando, en 2016, el huracán Matthew arribó en la entidad, el suelo ya estaba empapado y los vientos derribaron fácilmente los árboles arraigados en la tierra reblandecida.

Pfaff se refugió en las oficinas del Servicio Meteorológico Nacional (NWS), donde el meteorólogo coordinaba alertas. El sitio estaba adaptado con contraventanas y un refugio contra tornados; mas los vientos de 160 kilómetros por hora no serían la peor parte de la tempestad. Cuando Florence tocó tierra, avanzó con extrema lentitud, soltando aguaceros torrenciales. Desde su escritorio, Pfaff pudo oír el crujir de la madera cuando los árboles cedían al embate. La oficina olía a carpintería.

“El suelo se saturó rápidamente”, recuerda. “Esa defensa se perdió de inmediato. Los ríos que yacían por debajo del nivel de inundación alcanzaron niveles históricos en algunas zonas. Así de intensa fue la lluvia”.

Anthony Norris observaba el diluvio desde la vecina Elizabethtown. Como subjefe de bomberos, ya había experimentado condiciones climáticas adversas por lo que, al principio, Florence no lo impresionó. “Se parecía a las tormentas pasajeras normales”, revela. Pero, entonces, las calles se inundaron una tras otra, hasta que la población quedó aislada: nadie podía entrar ni salir.

Poco después, NWS publicó cifras que contaron toda la historia: más de 65 centímetros de precipitación en Wilmington y casi 90 en Elizabethtown, equivalentes a un semestre de lluvia. En solo una semana, Carolina del Norte recibió más de 8 billones de galones de agua. La tormenta dejó a 10,000 personas en refugios y cientos más sin energía eléctrica. Al menos 37 personas murieron durante la tempestad.

Si bien son raras las tormentas que sueltan tal cantidad de lluvia, estos fenómenos se han vuelto más frecuentes que antes. Solo en las últimas semanas, varias tormentas han cuestionado el concepto de normalidad. Mientras Florence asolaba Carolina del Norte, un ciclón tropical soltaba casi la misma cantidad de lluvia en Texas, aunque la precipitación abarcó un área mucho mayor. El tifón Mangkhut golpeó el sureste asiático y mató, por lo menos, a 81 filipinos; muchos de ellos por derrubios que sepultaron viviendas y refugios.

Imagen: Chip Somodevilla/Getty Images.

La reciente andanada de tormentas forma parte de una tendencia que ha reactivado las divisiones partidistas sobre el cambio climático (página 29). Están aumentando las grandes tempestades con precipitaciones intensas; y los datos de la Evaluación Nacional sobre el Clima de Estados Unidos demuestran que, entre 1958 y 2012, las lluvias de los “fenómenos de precipitación intensa” han aumentado en todo el territorio estadounidense, aunque la mitad oriental del país se ha llevado la peor parte. En el noreste, la precipitación aumentó 71 por ciento, mientras que los incrementos en el medio oeste y el sureste han sido de 37 y 27 por ciento, respectivamente.

También van en aumento las tormentas violentas —aunque su velocidad ha disminuido y ahora anegan el suelo—. El año pasado algunas partes de Houston recibieron más de 127 centímetros de lluvia del huracán Harvey y sufrieron daños por 125,000 millones de dólares (poco después llegaron los huracanes Irma y María, que dejaron daños por más de 100 millones de dólares en Florida, Puerto Rico y el Caribe). Más que el viento, la lluvia fue la principal fuerza destructora cuando la tormenta se detuvo durante días sobre Texas. Y Florence siguió el mismo patrón. Cruzó el Atlántico como un huracán categoría 5, y perdió velocidad al aproximarse a la costa. “Justo después de tocar tierra, se desplazaba a 3.2 kilómetros por hora —habrías podido correr más rápido que su velocidad de avance—”, comenta Scott Weaver, director del Programa Nacional para Reducción de Impactos por Huracanes en Gaithersburg, Maryland. El servicio meteorológico lo reclasificó como ciclón tropical debido a que los vientos eran más moderados de lo esperado, pero la lentitud de su avance permitió que las lluvias tuvieran más tiempo para causar estragos.

Los charlatanes del cambio climático

¿Qué intenta decirnos la Madre Naturaleza? Tal vez lo mismo que han dicho los científicos climáticos desde hace años: las emisiones de gases de invernadero, en particular el dióxido de carbono derivado de los combustibles fósiles, hará que aumente la intensidad de las grandes tormentas de alta precipitación. Esto es lo que revelan sus “modelos climáticos”, unos enormes programas computarizados que sirven para predecir el clima de los próximos 50 a 100 años. Dichos modelos combinan datos sobre el comportamiento de las tormentas y el ambiente circundante, incluyendo la cantidad de gases de invernadero que hay en la atmósfera, cuánto se han fundido los casquetes polares, cuánto calor hay en los océanos, y demás información. Esos modelos son de una complejidad fabulosa, pero su física básica es bastante simple: el aire caliente retiene humedad y esto se traduce en más lluvia.

Imagen: REUTERS/Jason Miczek.

Los modelos climáticos recogen todos esos datos y hacen proyecciones, igual que los modelos meteorológicos predicen la cantidad de lluvia en determinado fin de semana, si bien expresan sus resultados en estadísticas, en vez de hacer afirmaciones de causalidad. Sabemos que el tabaquismo aumenta la probabilidad de desarrollar cáncer pulmonar, pero es imposible determinar si tu tío enfermó porque fumaba dos cajetillas al día.

Por esa razón, los científicos no pueden asegurar que el cambio climático engendró a Florence. Debido a la polarización política del cambio climático, la probabilidad pone a los científicos en aprietos retóricos. Es difícil convencer al público o a los legisladores con proyecciones de un futuro a largo plazo, expresadas como probabilidades. Por ejemplo, el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático afirma que, para el año 2100, las temperaturas promedio de Estados Unidos aumentarán entre 1.6 y 6.6 grados centígrados, una afirmación que hemos escuchado en muchas ocasiones.

Kevin Reed reflexionaba en este problema mientras Florence se aproximaba a la costa este. Científico climático de la Universidad de Stony Brook, Reed se reunió con varios colegas —entre ellos Michael Wehner, del Laboratorio Nacional Lawrence Berkeley— y decidieron averiguar cuánto estaba influyendo el cambio climático en la tormenta inminente; algo parecido a investigar qué habría pasado si tu tío nunca hubiera fumado.

Lo que llevó a Reed a siquiera considerar semejante esfuerzo es la creciente potencia de las computadoras que corren los modelos climáticos. Hasta hace poco, los modelos climáticos y meteorológicos eran dos cosas completamente distintas. Los modelos meteorológicos podían hacer predicciones de hasta una semana, pero se saturaban al pronosticar las condiciones a uno o 50 años en el futuro. Los modelos climáticos presentaban la dificultad opuesta: podían visualizar una imagen más amplia, mas carecían de la resolución necesaria para centrarse en fenómenos específicos, como un huracán. Los científicos han superado este obstáculo en años recientes. Y para lograr su objetivo, Reed tomó un modelo climático y lo ajustó para hacer predicciones de Florence.

El 10 de septiembre, mientras Florence seguía sobre el Atlántico y avanzaba hacia Carolina del Norte, Reed y sus colegas fueron a la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos (NOAA) y consiguieron montones de datos que describían, exactamente, el aspecto de Florence justo a las 20:00 horas horario del este: miles de lecturas de temperatura, humedad, presión barométrica, velocidad de los vientos y otros muchos datos que habían recogido los satélites, las sondas y los barcos meteorológicos.

Después de ingresar toda la información en el modelo climático (las “condiciones iniciales”, en jerga nerd), Reed corrió el programa y obtuvo una predicción sobre la evolución de la tormenta durante los siete días siguientes. El modelo mostró lo mismo que decían los informes meteorológicos: Florence llegaría a la costa de Carolina del Norte, cerca de Elizabethtown y Wilmington; perdería velocidad y soltaría más de 50 centímetros de lluvia.

Después, volvieron a correr el modelo con otro conjunto de condiciones iniciales; esa vez, simulando cómo habría sido el clima en la época preindustrial, hacia 1850, antes de que las “siniestras fábricas satánicas” de William Blake cubrieran de hollín a Inglaterra y desataran la Revolución Industrial que tantos problemas climáticos ha causado desde entonces. En julio de 1850, Millard Fillmore llegó a la presidencia de Estados Unidos, la población estadounidense era de 23 millones, y los gases de invernadero en la atmósfera sumaban alrededor de 284 partes por millón (hoy ascienden a 407 ppm).

Imagen: Chip Somodevilla/Getty Images.

El nuevo modelo arrojó un pronóstico muy distinto. Si bien mostraba que la tormenta seguía la misma trayectoria, el cálculo de precipitación fue mucho menor: 50 por ciento menos en las regiones más afectadas de Carolina del Norte. Para Elizabethtown, el resultado fue de 44.45 centímetros en vez de 88.9 centímetros. Sin duda era un montón de agua, pero los daños habrían sido bastante menos considerables.

Reed no es el primero en calcular cómo se habrían desarrollado los huracanes modernos sin los gases de invernadero que la actividad industrial ha emitido a lo largo de los años. Diversos científicos han emprendido estudios parecidos con otras tormentas tropicales, y sus resultados fueron similares. Este campo emergente de la ciencia climática se conoce como “atribución del cambio climático reciente”, porque es un esfuerzo para aislar los efectos específicos del cambio climático. Se fundamenta en el concepto epidemiológico de estudiar los factores de riesgo asociados con las enfermedades; por ejemplo, el impacto de la intoxicación por plomo en la capacidad cognitiva o los efectos de la contaminación del aire en el cáncer pulmonar. Sin embargo, la atribución climática asigna riesgos a incidentes atmosféricos específicos.

Los científicos climáticos iniciaron los estudios de atribución después de la onda de calor europea de 2003, en la cual —según algunos cálculos— murieron 35,000 personas, muchas de ellas ancianos confinados en apartamentos sin aire acondicionado. Los investigadores determinaron que el cambio climático duplicó las probabilidades de que hubiera una onda de calor ese año, respecto de la era preindustrial. Y los estudios del huracán Harvey revelaron que, a resultas del cambio climático, la precipitación en el área metropolitana de Houston fue casi 40 por ciento mayor.

El experimento tiene limitaciones. Para empezar, aún no se ha sometido a la “revisión paritaria” que requiere cualquier estudio antes de ser aceptado por la comunidad científica. Y aunque están seguros de sus resultados, los investigadores todavía no han podido cuantificar esa certidumbre de manera rigurosa. Por otra parte, a diferencia de los estudios observacionales, los modelos climáticos tienen una imprecisión inherente. Por ejemplo, cuando Reed ingresó las condiciones iniciales del modelo, debió hacer ciertos “ajustes” para obtener resultados que tuvieran sentido. Los científicos climáticos se resisten a abordar este asunto en público, porque los escépticos climáticos han explotado frases como “ajuste de datos” para proyectar dudas sobre investigaciones climáticas legítimas. Y dado que el modelo inicia después de que Florence fuera clasificado como huracán, tampoco responde a la interrogante fundamental de si la tormenta se habría formado en un mundo sin calentamiento global.

Con todo, el ejercicio de Florence es muy informativo, pues sugiere que el cambio climático ya está ocasionando que el mundo sea vulnerable a inundaciones por precipitación excesiva. El siguiente paso para Reed y sus colegas es estudiar cómo compara su modelo con la evolución real de Florence, y encontrar la manera de mejorarlo para estudios posteriores sobre el tema.

Algunos críticos han señalado que los modelos de atribución de Reed y otros investigadores es engañoso porque subestiman la contribución del cambio climático al clima extremo. Aun cuando tienen cierta precisión para reflejar aspectos como viento y precipitación, los factores climáticos más importantes —como marejadas y aumento del nivel del mar— están fuera del alcance de esos modelos. Debido a la fusión del hielo polar, los niveles marinos se han incrementado entre 10 y 20 centímetros a lo largo de los últimos cien años, y se espera que aumenten entre 2.5 y 10 centímetros para fines del presente siglo. Ahora bien, la costa oriental de Estados Unidos será particularmente vulnerable en las próximas décadas, pues la subsidencia del suelo (así es, la tierra se está hundiendo, literalmente) hace muy probable que, en ese mismo periodo, la costa este experimente un incremento marino adicional de 10 a 23 centímetros.

Estos fenómenos amenazan con empeorar una situación de sí grave. Cuando los huracanes cruzan el Atlántico tienden a arrastrar agua contra la costa oriental y las desembocaduras de los ríos, lo cual ocasiona incrementos temporales extremos en el nivel del mar. Durante Florence hubo lugares donde las marejadas provocaron picos de niveles marinos de hasta 50 centímetros. En 2012, la supertormenta Sandy desató marejadas de 3.35 metros en Nueva York (el nivel más alto jamás registrado en el área) y causó daños por decenas de miles de millones de dólares que la ciudad sigue reparando. La revista Scientific American sugiere que, para fines de siglo, habrá que construir un rompeolas de 5 metros, desde Maine hasta Miami, para proteger de las mareas la costa oriental estadounidense. En comparación, construir un muro en la frontera mexicana sería pan comido.

Tampoco ayuda que los desarrolladores sigan levantando condominios en las costas, rascacielos en Miami y Nueva York, y barrios residenciales junto a las desembocaduras de los ríos. El desarrollo es una causa importante de los cuantiosos daños que dejan los huracanes. Está demostrado que las políticas estadounidenses han “causado un incremento enorme en los daños por huracanes”, asegura Kerry Emanuel, científico climático de MIT. “Han subsidiado fuertemente el desarrollo y la habitación costera, ocasionando que más personas migren a las áreas de riesgo y pongan en peligro más infraestructura”. Emanuel agrega que, si las políticas no cambian, el daño por huracanes persistirá “en el futuro previsible”.

Imagen: Jabin Botsford/The Washington Post via Getty Images.

Entre tanto, los científicos tratan de identificar un nexo más firme entre lo que dice la teoría acerca del clima extremo (sus modelos climáticos) y lo que observan en el mundo real. Es un hecho incontrovertible que los mares asimilan la mayor parte del calor derivado del cambio climático. Diversas mediciones demuestran que los océanos retienen hasta 90 por ciento del calor que se ha acumulado entre 1971 y 2010. Según el informe más reciente del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático, casi todo ese calor se encuentra en la capa superior del agua, cuya temperatura aumenta un décimo de grado centígrado con cada década. Y la energía de esa capa superior es un importante generador de tormentas.

Cuanto más calor absorban los mares, más poderosas serán las tormentas. “Algunos modelos arrojan la probabilidad de que los huracanes moderados se vuelvan menos frecuentes, en tanto que los violentos serán más comunes”, señala Emanuel. Adam Sobel, científico climático del Instituto de la Tierra, en la Universidad de Columbia, concuerda en que el cambio climático está contribuyendo a esas tormentas. “Sabemos que hay cambio climático, así que anticipamos ciertas modificaciones en los huracanes”, comenta. “Y ya empezamos a ver indicios de ellas”.

No se sabe cuáles serán las implicaciones para el mundo real en las próximas décadas. El clima es mucho más complejo de lo que pueden calcular los modelos, y la variabilidad natural causa mucha interferencia con la que los científicos deben lidiar. Por ejemplo, el ciclo de El Niño, que empuja agua templada por todo el océano Pacífico, tiene un efecto enorme en las precipitaciones y en los patrones climáticos. El destino de la selva amazónica y de los bosques boreales de Canadá y Siberia; los monzones de India y África occidental; la Corriente del Golfo que arrastra calor por el Atlántico y hasta Europa: todos estos componentes naturales del sistema climático están interrelacionados, y cualquier cambio en uno influye en los demás, así como en el desarrollo de futuras tormentas.

Imagen: Chip Somodevilla/Getty Images.

Otro problema es que los registros climáticos anteriores a la década de 1950 son muy irregulares y poco confiables. “Son demasiado escuetos y defectuosos. No están a la altura de la tarea”, acusa Emanuel. Mucho de lo que sabemos del clima proviene de registros náuticos que están plagados de imprecisiones y omisiones. La escasez de datos históricos adecuados ha dificultado que los investigadores identifiquen tendencias. Por ejemplo, Gabriel Vecchi y Thomas Knutson, científicos climáticos de NOAA, afirman que la cuenta de huracanes puede haber aumentado en las últimas décadas, en vez de disminuir como cree la mayoría de sus colegas.

Algunos científicos también recelan de la costumbre de atribuir fenómenos meteorológicos al cambio climático. “Me parece peligroso”, comenta Emanuel. Es preferible hablar siempre en el lenguaje de las probabilidades. “La precipitación de Harvey habría sido posible, aunque mucho menos probable, hace 50 años”, dice, a modo de ejemplo.

El principal beneficio de los estudios de atribución podría estribar en su valor para las relaciones públicas. Reed y Wehner ciertamente no actúan como se espera de los científicos. La mayoría de los investigadores se resiste a divulgar los resultados de sus estudios hasta que han sido publicados en una revista acreditada, con revisión paritaria. De hecho, la publicidad puede perjudicar las posibilidades de publicación de un autor. En cambio, Reed pasó gran parte de la semana de Florence ofreciendo entrevistas a los medios de comunicación.

“Nos parece la mejor manera de llegar al público”, explica. “El cambio climático suele ser percibido como una amenaza lejana. Pero los estudios de atribución demuestran que el cambio climático ha llegado y que tiene impactos ahora mismo”.

La ciencia no fue el único objetivo de su estudio sobre Florence. La finalidad principal era llamar la atención del público. Según ese parámetro, la investigación fue un éxito.

*Foto de portada tomada de NOAA vía Getty Images

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Autor Lado B
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