Lado B
No me deje solo
Un educador debería asumir no aspirar a enseñar a alumnos que esperen de él soluciones o palabras de consuelo, sino interrogaciones
Por Juan Martín López Calva @m_lopezcalva
16 de octubre, 2018
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Foto tomada de Pearson

Martín López Calva

Para Sandra Aguilera Arriaga,

ejemplo de investigadora educativa con compromiso humano y social.

Así como Ortega y Gasset veía la relación entre Poesía y Filosofía cuando afirmaba que la poesía buscando la belleza muchas veces descubre la verdad, creo que es también natural encontrar en la Literatura elementos que nos ayuden a pensar la Educación.

Si el escritor es alguien que indaga y trata de narrar de manera verosímil, bella y profunda el misterio de la vida humana, el educador es una persona que tiene como misión fundamental capacitar a las nuevas generaciones de seres humanos para aproximarse a la comprensión de ese misterio y construir el drama de su propia historia dentro de la historia amplia de la humanidad.

¿Qué puede decirnos la literatura y el pensamiento de un escritor a los educadores en este cambio de época?

Voy a tratar en esta Educación personalizante de hacer un ejercicio de respuesta a esta interrogante a partir de un capítulo de El arte de la fuga de Sergio Pitol, titulado “Sostiene Pereira” en el que el genial escritor mexicano analiza la obra de Antonio Tabucchi.

“Sostiene Tabucchi que aspira a escribir para un lector que no espere de él ni soluciones ni palabras de consolación sino interrogaciones. El presunto lector deberá estar dispuesto a dejarse visitar, a hospedar lo imponderable, a modificar categorías mentales, estilos de vida, a introducir nuevas formas de aproximación a la condición humana”.

Sergio Pitol. El arte de la fuga, p. 287.

Así como un escritor no debe aspirar a escribir para un lector que espere de él soluciones a todos los problemas o palabras de consolación sino interrogaciones, un educador debería asumir esta misma posición frente a sus alumnos: No aspirar a enseñar a alumnos que esperen de él soluciones o palabras de consuelo, pero sí interrogaciones.

En una entrega previa ya hemos hablado de la Pedagogía de la pregunta y su relevancia para una educación auténtica. De este modo, un educador a la altura de nuestros tiempos debe aspirar a tener alumnos que estén dispuestos a dejarse visitar; a hospedar lo imponderable; a modificar sus categorías mentales, sus estilos de vida; y a introducir nuevas formas de aproximarse a la condición humana para poder realmente decir que están siendo educados. Puesto que una educación auténtica es un proceso de transformación profunda de la mente y el corazón; de la forma de entender y de vivir en el mundo.

Para ello, el mismo educador debería ser alguien que no cree tener las soluciones ni las palabras de consuelo para todas las ocasiones, mas sí una persona que se interroga constantemente y que también está dispuesto a dejarse visitar; a cambiar sus marcos mentales; a recibir lo imprevisto; a cambiar sus estilos de vida, de acuerdo a lo que los retos de la nueva vida humana más austera y sustentable requiere. Un educador debería estar también continuamente buscando nuevas maneras de aproximarse a entender y asumir la condición humana.

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Foto tomada de El País

“En una conferencia leída en Tenerife en 1991, titulada El siglo XX: balance y perspectivas, afirma Tabucchi: ‘Un escritor que lo sabe todo, que ya lo conoce todo, no debería publicar ningún libro. La única certeza que poseo es […] que las cosas tienen su revés. Es, sobre todo, en esa zona donde me gusta indagar, donde nada es visible de inmediato’”.

Sergio Pitol. El arte de la fuga, p. 287.

El educador que ya lo sabe todo es alguien que no debería intentar enseñar porque va a convertirse en un obstáculo contra el deseo de conocer de sus alumnos. El educador de hoy debe estar seguro de que las cosas, todas las cosas en el mundo, tienen su revés. Y que, asimismo, es necesario considerar todos los ángulos de la realidad para poder acercarse a la comprensión de los distintos objetos que se estudian en la escuela. Un educador debe disfrutar la indagación en esa zona donde nada es visible de inmediato, donde el asombro nos espera para renovar nuestra búsqueda y seguir caminando.

“Y más adelante: ‘El hombre que la literatura de nuestra época nos entrega es un hombre solitario y dividido, un hombre que está solo pero no se conoce ya a sí mismo y que incluso se ha vuelto irreconocible […] Es necesario reivindicar el derecho de soñar. Quizás pueda parecer a simple vista un derecho de poca monta, pero si se reflexiona sobre ello, aparecerá como una gran prerrogativa. Si el hombre es capaz todavía de nutrir ilusiones, ese hombre es aún un hombre libre’”.

Sergio Pitol. El arte de la fuga, pp. 287-288.

Un hombre solitario y dividido es el que habita nuestro mundo actual. Un ser humano que además de estar solo, no se conoce a sí mismo ni tiene el tiempo o el interés para conocerse. Es por ello que se ha vuelto irreconocible, que vive enajenado, separado de sí mismo y, por ende, de los demás.

Un ser humano solo y dividido es también el que llega a nuestras aulas porque viene de familias desintegradas en las que se cohabita en soledad una misma casa y se comparte en soledad un mismo apellido, pero no se construye una verdadera convivencia, una comunidad en la que se viva en compañía y se promueva el conocimiento mutuo y el auto-conocimiento.

En esta realidad humana realizamos nuestro trabajo; con estos seres humanos solos y divididos necesitamos realizar la magia de la educación y no solamente vivir la rutina de la instrucción mecánica y monótona.

La educación auténtica debe trabajar para que este ser humano solitario y dividido sea capaz de comprender y valorar la riqueza de la relación con el otro; la importancia de construir un nosotros libre y responsablemente decidido.

Un proceso educativo personalizante tiene que trabajar cotidianamente para reivindicar el derecho de soñar, el derecho y la capacidad de nutrir ilusiones. Porque como declara Tabucchi, el ser humano que nutre sus ilusiones es un ser humano que sigue siendo libre. Debe formar, a partir de la soledad, la fragmentación y la falta de auto-conocimiento, seres humanos libres: capaces de nutrir ilusiones; de buscarse entre los otros; de ejercitar la introspección. Es una misión que parece imposible pero, como dice Edgar Morin, la dimisión resulta igualmente imposible, porque no podemos renunciar a intentarlo a menos que abdiquemos definitivamente a nuestro papel de educadores.

“En Réquiem, una de sus novelas, un fantasmal Pessoa le ruega al narrador: ‘No me deje solo entre personas llenas de certezas. Esa gente es terrible’”.

Sergio Pitol. El arte de la fuga, p. 287.

Desafortunadamente este esfuerzo por construir seres humanos libres no es lo que predomina hoy en nuestras escuelas y universidades. Nos encontramos todavía en contextos donde hay docentes que creen que lo saben todo y aspiran a tener alumnos que les demanden soluciones y palabras de consuelo en lugar de interrogantes. Trabajamos hoy en lugares donde nadie está dispuesto a modificar sus estructuras mentales, sus estilos de vida o sus aproximaciones a la condición humana.

Vivimos hoy todavía en la triste realidad de escuelas y universidades en las que los alumnos resignados gritan internamente, mientras callan y obedecen, las palabras de Pessoa: “No me dejes solo entre personas llenas de certezas. Esa gente es terrible”.

*Foto de portada tomada de Tuttoscuola

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Autor Lado B
Juan Martín López Calva
Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Realizó dos estancias postdoctorales en el Lonergan Institute de Boston College. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, del Consejo Mexicano de Investigación Educativa, de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores y de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación. Trabaja en las líneas de Educación humanista, Educación y valores y Ética profesional. Actualmente es Decano de Artes y Humanidades de la UPAEP, donde coordina el Cuerpo Académico de Ética y Procesos Educativos y participa en el de Profesionalización docente..
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