Lado B
El monstruo de los cien ojos
El uso de las redes sociales y de aplicaciones de mensajería instantánea han cambiado los modos de comunicación entre las personas y las instituciones
Por Susana Sánchez Sánchez @
30 de octubre, 2018
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Foto tomada de ABC Color

Susana Sánchez Sánchez

@multiplesvoces

El uso de las redes sociales y de aplicaciones de mensajería instantánea han cambiado los modos de comunicación entre las personas y las instituciones, ¿pero sustituye las formalidades? Por ejemplo: Su jefe inmediato se comunica con usted a través de una aplicación que tienen en común, WhatsApp, y de repente diez minutos antes le dice que se ha cancelado una junta que hasta un día antes habían acordado vía correo institucional, ¿quién comete un conveniente error? A mi juicio el jefe, quien no usa los canales adecuados para transmitir un mensaje, es decir, pudo haber cancelado, pero para eso debió haber agotado contactarse con usted vía telefónica, no por WhatsApp. Sin embargo, usted le responde porque es su jefe, pero ¿debe estar alerta de que su jefe le hable por vías que usted ni mencionó en su trabajo? Le decía al inicio que las nuevas aplicaciones han modificado nuestros modos de comunicación, al grado de esclavizarnos a ellos.

En el gremio periodístico, donde los horarios fijos no existen, los modos de comunicación parecen complicarse. Si bien la mensajería instantánea es una vía de comunicación, no es la única ni tampoco es oficial. De hecho, en algunos casos, entorpece que fluya correctamente la comunicación o, en algunas ocasiones, vuelve a sus integrantes más vulnerables. Ojalá hubiera un curso de comunicación digital donde a la gente se le enseñe no sólo a picar un ícono por acá y otro por allá, sino también a decirle cuáles son los riesgos que corre al compartir contenido, por muy privado que éste pueda parecer.

Hay grupos de trabajo en WhatsApp que han alterado el orden y la sana convivencia entre sus integrantes, no porque éstos sean mala onda o mala leche: porque es complicado moderar conversaciones de texto, audio, vídeo, foto entre más de diez integrantes, sobre todo si no existen reglas estrictas de participación desde el inicio. Hay grupos de reporteros adscritos a grupos de mensajería instantánea donde los integrantes no tienen certeza de quiénes están, pero igual comparten un audio de una rueda de prensa, un meme o un comentario estrictamente personal.

Hay Oficinas de Prensa que crean grupos de WhatsApp y se ponen solos una soga simbólica al cuello porque al tener un grupo de periodistas, quienes además bajo el argumento de la libertad de expresión consideran que pueden ser jueces, entonces hacen comentarios sesgados o pretenden hacer preguntas en el WhatsApp que quizás requieran más bien de una entrevista o de otros tipos de métodos más cercanos para obtener información.

¿No deben existir grupos digitales? Sí, claro, pero en las plataformas adecuadas, donde los moderadores puedan tener un mejor control de las publicaciones o de qué y cómo hay que responderle a cada miembro. Las aplicaciones de mensajería instantánea como WhatsApp, Telegram o Facebook Messenger deberían quedarse en el ámbito de lo privado; y el correo institucional en el marco de lo oficial y formal. Si existen los mecanismos de comunicación adecuados, ¿qué afán de algunos profesionistas de la Comunicación de usarlos inadecuadamente, especialmente en ámbitos laborales?

Sabemos que las pulsiones, las pasiones y los deseos humanos existen desde antes de las redes sociales, salvo que con la era del internet éstas pueden ser reproducidas de manera masiva. Además, acompañados de un bajo nivel de ética son corrosivas para sociedades cuyos consumos parecen estar al borde de la sinrazón y la denostación.

Por ejemplo: Imaginemos que yo estuviera en un grupo privado de comunicación instantánea de reporteros, donde los periodistas de los medios más sobresalientes se pasan grabaciones o datos para sólo parafrasear un poco y firmar el material como suyo ¿Sería ético dar pantallazo y mandárselo a su jefe de información o, todavía mejor, hacerlo público con nombres, apellidos y números telefónicos? ¿Me pueden llevar a la cárcel por hacer pública una acción que se compartió en el ámbito privado, pero que es en sí misma una práctica poco ética?

Otro ejemplo más: Imaginemos que yo estuviera en un grupo privado de comunicación instantánea de una Oficina de Comunicación y sus integrantes hablan pestes de algún periodista, incluso acordamos cómo vamos a impedir que haga preguntas en una rueda de prensa ¿Sería ético que yo diera pantallazo y filtrara la conversación a los medios de comunicación, cuando en mi papel de trabajadora de una Oficina de Comunicación Social debe imperar la absoluta discreción?

¡Bienvenidos! Estamos en la era de la estructura digital panóptica, sólo hay que dar pantallazo, enviar y reenviar las veces que sean necesarias; el resto aumentado o descontextualizado lo hará el monstruo de los cien ojos, donde podríamos encajar todos: unos con mayor credibilidad que otros, pero igual de monstruosos.

*Foto de portada tomada de Punto Fape

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