Lado B
Ayuno de ayuno
Estoy desayunando sopa… y son las 3 de la mañana. No quería que se echara a perder la chorba que cocinó Marjorie hace dos días. Además, olvidé preparar el plato fuerte para mi suhur de hoy.
Por Alonso Pérez Fragua @fraguando
03 de junio, 2018
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Alonso Pérez Fragua

@fraguando

#MiRamadanLaico #MiVidaEnMarruecos

8 ramadán 1439 A. H. (24 de mayo de 2018 d.C.)

[dropcap]E[/dropcap]stoy desayunando sopa… y son las 3 de la mañana. No quería que se echara a perder la chorba que cocinó Marjorie hace dos días. Además, olvidé preparar el plato fuerte para mi suhur de hoy. Junto con este espeso brebaje que incluye garbanzos, pasta y papa, cargo energías con un plátano, agua de sandía y un poco de sellou. Como despacio, igual que cada madrugada, y tuiteo mientras aún me lo permiten mis lineamientos. Al terminar, un repentino retortijón me indica que la chorba no fue tan buena idea. Aunque ya terminé mi oración y levanté la mesa, continúo despierto y flexionando las piernas para hacer desaparecer la pesadez del estómago, pues no quiero regresar así a la cama.

Hasta el momento, debo decir, fuera de este incidente estomacal, he vivido bien la falta de alimentos. Incluso los últimos cuatro días logré evitar por completo el agua durante el sawm. El primero fue difícil, pero el resto ni me di cuenta. Hoy, sin embargo, decidí que habían sido suficientes vacaciones para mis riñones.

Pasa del mediodía. Estoy jugando con Malinali. La casa se ha convertido, como es costumbre, en nuestra pista de obstáculos. Ella pilotea su carrito de madera y mi metro ochenta y cuatro de altura le sirve de motor, mientras mi espalda le ofrece su dolor a dios y al universo. Luego de un par de vueltas a nuestro circuito, me detengo para recuperar el aliento y me quedo en cuclillas un par de minutos. Al levantarme, un mareo poco habitual se apodera de mí. No es extraño que esto me suceda cuando me reincorporo muy rápido. Lo extraño ahora es la intensidad. Respiro profundo, hago que el aire llene completamente mis pulmones y la normalidad regresa.

11 ramadán 1439 A. H. (27 de mayo 2018 d. C.)

Mientras bebo un chocolate insípido, ordeno mis ideas para esta crónica sentado frente a mi computadora en una mesa de Starbucks. Sí, hay Starbucks en Marruecos y sus bebidas y servicio tampoco me gustan aquí. De la misma forma que México no es puro burros, nopales y catedrales, Marruecos no es solo camellos, palmeras y mezquitas. De hecho, sigo sin ver camellos ni dromedarios, pero ya aprendí que los primeros son los de dos jorobas, ¡‘ámonos! En fin… Digo que estoy en el café éste, sucursal Morocco Mall, el centro comercial más grande de toda África. Armani, Dior, Gap, L’Occitane, McDo, Burger King, Samsung, Swatch, The Avengers y Solo: A Star Wars Story en IMAX 3D. El occidente en su máximo esplendor en un domingo de ramadán.

Es mi segundo día sin ayunar. Todo comenzó el viernes, cuando la burocracia marroquí y largas caminatas me quebraron. Por primera vez desde el inicio de este proyecto, tuve una jornada llena de actividad fuera de casa. Por la mañana, ir a dejar los papeles para el reembolso del seguro médico de la CNSS, la instancia pública de salud. Por la tarde, salir a caminar por el centro de la ciudad en busca de algunas cosas que nos faltan para nuestro viaje a Marrakech el 16 ramadán.

Los detalles de la jornada son irrelevantes. Basta decir que mi agotamiento y la hipoglucemia pusieron unas gotas de jugo de naranja en mis labios una hora antes de la caída del sol.

Desanimado además por un iftar gris en un restaurante con nombre de primer ministro inglés, tomé la decisión de suspender mi ayuno al día siguiente mientras llenaba mi estómago con dátiles y sushi. A la mañana siguiente, la depresión se instaló en mí. No sé qué tanto jugaron en mi contra los aspectos fisiológicos de cambiar de nuevo mi rutina o si fue más bien el hecho de sentir que había fracasado. A los 9 días de iniciada la experiencia estaba tirando la toalla. A nivel físico sé que podía haberme esforzado un poco más, pero el combustible espiritual seguía sin llegar.

Luego de una larga siesta, le mandé una nota de voz de WhatsApp a mi amigo Poncho. Pensé que, quizá, podría haber ayunado alguna vez durante una de sus “Pato Aventuras”, como las nombra. Si en una ocasión acabó en un monasterio musulmán en Chipre durante ramadán, esto sería menos extraño. Su respuesta fue negativa, pero su amigo Carlos hizo un ayuno muy largo y seguro él puede ayudar.

Durante sus años como estudiante de Fisiología, Carlos se interesó en el tema del ayuno, no solo desde el punto de vista de su disciplina, sino fascinado por el hecho de que todos los grandes maestros, Buda, Jesús, Mohamed, en un momento u otro lo habían practicado por periodos prolongados. “Como bichos biológicos, nuestro cuerpo no evolucionó para que hubiera un Oxxo en cada esquina, sino que aprendió a guardar energía en forma de grasa y estar listo para la próxima presa. También aprendió a comer granos y frutas, pero eso de tener acceso a comida todos los días es parte de la humanidad moderna. Nuestro cuerpo está preparado biológicamente para largos periodos sin comer”.

El intercambiar mensajes con Carlos me ayudó. A pesar de mi deseo de conectar con mi yo espiritual a través de esta experiencia, mi yo racional tiende a meter sus narices de forma constante. El poder que encontré en los casi 30 minutos que me compartió Carlos radica en su equilibrio entre búsqueda espiritual, conocimiento empírico y saber científico.

La meta máxima que se planteó en algún momento de su vida era ayunar por tres semanas. Aislarse en el monte solo con agua y libros, y meditar, como lo hicieran los grandes profetas e iluminados. “Tres semanas porque de acuerdo con la literatura existente, es alrededor del día 20 que experimentas todas las sensaciones posibles que te da el ayuno”. Entender que el mal humor y otros cambios que experimentaba no venían de su psique sino de la demanda genuina de su cuerpo hambriento, fue parte de lo que aprendió gracias a casi un año de entrenamiento: un desayuno ausente hoy, un día completo sin alimentos mañana. Así, poco a poco, progresivamente, hasta que una Semana Santa decidió poner en marcha la primera gran prueba: primero serían tres días, luego una semana y antes del verano de ese mismo año, tres semanas.

Por distintas circunstancias se quedó solo en los tres días, pero eso fue suficiente para conocerse mejor, para saber que su cuerpo es capaz de privarse de alimento sin mayores dificultades. Tres días en que conectó consigo mismo, con dios o con lo que fuera. Uno con y en el universo. “El conocerte a ti mismo me parece una de las premisas fundamentales de la senda espiritual: el conocerte a ti mismo en la tragedia, en la tristeza, en la lucidez, en la borrachera”.

Su última comida fue un jueves por la tarde. Para el domingo en la mañana, el hambre había desaparecido y un estado de completa y absoluta paz se apoderó de él. “Como no tienes glucosa, el cerebro no tiene energía para pensar pendejadas”.

Si hubiera emprendido la aventura máxima, ¿qué es lo que hubiera pasado? Carlos lo tenía muy claro: “Tu cuerpo está acostumbrado a obtener la energía al instante. Al primer día de no comer, sientes cansancio, dolor de cabeza, pues el cuerpo no sabe cómo obtener la energía de forma inmediata. Esto continuará dos o tres días. Para el séptimo, la literatura clínica registra que se experimenta un hambre violenta, feroz”. Día 10: el cuerpo entiende que no habrá comida y transforma su comportamiento para obtener energía de la grasa que almacena. Día 15: la sensación de hambre y fatiga desaparecen. El cuerpo busca obtener lo justo; entra en estado de “hibernación activa”. Si sigue sin alimento y ya consumió sus reservas, se pone en depresión metabólica. “Pone el cerebro en espera, reservando energía solo para la siguiente presa que aparezca. El cuerpo empieza a ‘comer a sí mismo’; pierdes masa muscular y otros tejidos, todo con la finalidad de mantenerte con vida”. Para el día 20, el cuerpo se ha resignado a la carencia de alimento y la mente es plenamente consciente de lo que pasa. “Caminas, piensas y haces lo que sea, solo si es necesario”.

¿Con qué se quedó luego del viaje que emprendió? Con el valor de la gratitud. “Eso es uno de los aprendizajes más importantes que obtuve: no dar por hecho el acto de comer y sentirme agradecido de todo lo que tengo”.

12 ramadán 1439 A. H. (28 de mayo de 2018 d.C.)

Mi ayuno de ayunos ha concluido. Espíritu y mente se han alineado. Solo falta incorporar al cuerpo a este nuevo balance, para lo cual, a partir de hoy, limitaré mi suhur a frutas y granos, y buscaré consumir más verduras y legumbres durante el iftar. Esta crisis me ha servido además para darme cuenta de que me he concentrado mucho en el ayuno -como creo que sucede con algunos marroquíes- y he dejado de lado la oración, la caridad y los buenos pensamientos. Tomo entonces mi organizador de ramadán y hago las anotaciones necesarias para dar mayor orden a mis oraciones y encontrarle sentido a esta práctica.

Pues eso, que quizá el alma de mi ramadán laico no esté en el ayuno.

Foto: Alonso Pérez Fragua


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Autor Lado B
Alonso Pérez Fragua
Alonso Pérez Fragua es periodista, gestor cultural y eterno aprendiz de las cosas del arte y del mundo. Actualmente realiza estudios de maestría en Estudios Culturales por la Universidad Paul Valéry, de Montpellier; su tesis tiene a Netflix y a las tecnologías digitales como objetos de estudio. En México cursó una maestría en Comunicación y Medios Digitales, y una especialidad en Políticas Públicas y Gestión Cultural. Melómano, bibliógafo, cinéfilo, maratonista de series, wikipedista y un poco neurótico. Lo encuentras en Twitter e Instagram como @fraguando.
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