Lado B
Mi ramadán laico
Mi fuerza de voluntad es similar a la de un infante de tres años al que piden quedarse quieto en una juguetería. O a la de Trump cuando sus asesores le suplican no tuitear sobre algo en particular… o simplemente no tuitear, punto.
Por Alonso Pérez Fragua @fraguando
21 de mayo, 2018
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Alonso Pérez Fragua

@fraguando

#MiRamadanLaico #MiVidaEnMarruecos

[dropcap]M[/dropcap]i fuerza de voluntad es similar a la de un infante de tres años al que piden quedarse quieto en una juguetería. O a la de Trump cuando sus asesores le suplican no tuitear sobre algo en particular… o simplemente no tuitear, punto. Acabo de cumplir 36 años. Si la edad no fuera suficiente para plantearme ideas sobre mi mortalidad y esas cosas, desde hace 19 meses soy padre, lo que, por lo que entiendo, ayuda siempre a generar bonitas reflexiones de este tipo. Nunca he hecho deporte, paso la mayor parte del tiempo sentado frente a la computadora y, aunque no bebo mucho alcohol ni café, dicen que el reducir su consumo es benéfico. Y, sin embargo, sigo sin cambiar estos hábitos.

Mi hija Malinali me ha hecho plantearme también dudas sobre eso que llaman alma. Ella y su madre se mudaron a Casablanca, Marruecos, en octubre del año pasado. Yo las alcancé en enero y desde entonces vivimos, junto con nuestra perra Yoda Chalupa, por primera vez en un país donde el 99 por ciento se declara musulmán. Quizá ahora entenderán mejor cuando les cuente que a partir del 15 de mayo próximo haré ramadán. (¿Se dice “hacer” o “seguir” ramadán?, ¿va precedido del artículo o no: el ramadán o ramadán a secas? ¡Tantas cosas que no sé!)

Ramadán es el noveno mes del calendario lunar musulmán, lo que en términos prácticos significa que, con respecto al calendario occidental, cambia de fecha cada año. Ramadán es también uno de los cinco pilares del islam o, de forma más específica, el ayunar diariamente durante ese mes y el seguir otras reglas como abstenerse de relaciones sexuales, asunto que, en mi caso como en el de cualquier hombre casado y con hijxs, no significa reto alguno. Los otros cuatro pilares son la profesión de fe o shahada (“Alá es el único dios y Mohamed su profeta”); la oración o salat o azalá; la limosna o azake, algo así como el diezmo católico, pero éste es de 2.5 por ciento y se da a los pobres de forma directa… por aquello de los malos entendidos o los desvíos divinos, vamos a llamarles; y el peregrinaje a la Meca al menos una vez en la vida, si la salud y los recursos lo permiten.

Desde hace algunas semanas, con la meta de entender mejor a las personas que me rodean y conocerme más a mí mismo -sí, lo sé, suena muy trillado, pero así es-, me surgió la idea de hacer ramadán: el ayuno, la oración, la caridad, el evitar malos pensamientos y acciones; el paquete completo. La verdad es que al principio mi esposa y yo pensamos en hacer el ayuno uno o dos días, pero luego, obsesivo como soy, me dije “¿y qué tal si…?”. Existen otras formas de empaparme de la cultura local, claro, empezando por leer el Corán, por ejemplo. Sin embargo, además de experimentar lo mismo que mis vecinos o las chicas que trabajan en la panadería a la que voy casi a diario, ramadán será el pretexto para cambiar esos hábitos que sé que debo (y quiero) cambiar, pero que por aquello de la fuerza de voluntad simplemente no he cambiado: transformar mi forma actual de comunicarme por una no-violenta, disminuir mi consumo de redes sociales, comer más sano; desintoxicarme mental y físicamente.

El objetivo máximo es algo así como tener una experiencia espiritual y de superación personal, pero también es el pretexto para atacar el teclado cada noche durante más de un mes y compartir de una forma más ordenada mi vida por estos lares. Si hiciera falta más explicación, diré que la idea de emprender mi ramadán laico le debe algo a mis lecturas de A. J. Jacobs, Gabriela Wiener y Andrés Felipe Solano, gente que hace lo que unos llaman periodismo de inmersión y otros periodismo performativo, así como a mi situación familiar y profesional actual, pero como dijo Jack El Destripador, vamos por partes.

 

Mi vida en Marruecos

De regreso en México, mi contacto con el islam fue casi nulo. Lo poco que sabía era a través de películas y series de televisión lo cual, como uno puede imaginar, tiende a estar plagado de estereotipos. Incluso cuando la representación de lo musulmán es objetiva, la profundidad es algo difícil de lograr. Durante su infancia en el sur de Francia, mi esposa tuvo un par de compañeros musulmanes, aunque su contacto con ellos tampoco fue extraordinario. Sus mayores recuerdos son, precisamente, de ramadán y el ayuno diario de esos compañeros. Al final del día, al romperlo, la comida era abundante y el espíritu festivo, recuerda. Aprendió así que lo respetuoso era evitar beber y consumir alimentos frente a ellos, pero nada más.

Cuando vivimos juntos en Toulouse por un año, aunque no trabé amistad con ningún musulmán, al menos me acostumbré a los velos, las barbas largas, las diferentes túnicas. Ahora, desde hace cuatro meses, ese look es parte de mi vida diaria. Aunque Casablanca es una ciudad bastante cosmopolita y heterogénea, nuestro departamento se ubica en una zona popular de uno de los distritos periféricos, llamado Aïn Chock, a unos 7 kilómetros de la medina y del centro de la ciudad. La arquitectura funcionalista, la gente y los sonidos de por aquí contrastan con los de barrios como Gauthier o Palmier, donde el recuerdo del protectorado francés está mucho más presente.

Aquí en nuestro barrio de Hay El Ousra, los burkas, los chadores y los velos son muchos más comunes. Las mujeres con el cabello descubierto son cosa rara, una minoría, lo mismo que los extranjeros de países no africanos como mi esposa, mi hija y yo. Por ejemplo, Najat, la nana de Malinali, al recibirme por las mañanas lo hace sin velo, pero al salir así sea a la esquina, irremediablemente se pone la djellaba o chilaba, una túnica tradicional de Marruecos que le cubre desde el cuello hasta los tobillos. En cuanto a los hombres, la gran mayoría usa algún tipo de túnica y calza babuchas o sandalias; muy pocos veo pantalones, tenis o zapatos. Incluso varios de los niños que juegan en el terreno frente a mi edificio lo hacen con babuchas.

El retrato de Casablanca y mi barrio es más extenso y complejo que estas líneas, pero lo dejo hasta aquí por el momento para hacer el de mi entorno más inmediato, mi hogar.

 

La falacia del Papá Sueco

Cuando nació mi hija, las endorfinas, oxitocinas y otras hormonas que, aunque no lo queramos reconocer, nos afectan a los machos también, me hicieron decir que quería ser papá sueco: tener seis meses de licencia de paternidad, preparar papillas con vegetales cultivados en mi huerto vertical, y bombearle la leche a mi esposa y darle de mamar a la niña con unos de esos pechos artificiales. No hice nada de eso en México, pero al renunciar a mi trabajo para alcanzar a mis mujeres acá en Marruecos, el plan era cumplir ese sueño. No podía estar más tiempo lejos de ellas, eso es cierto. Ver sus primeros pasos y escuchar sus primeras palabras a través de videos y audios enviados por WhatsApp fue mejor que nada, pero doloroso, al fin y al cabo. Sin embargo, a la segunda semana dedicado a mi hogar casaoui, cambiando pañales, viendo tutoriales de cocina y preparando mi propio detergente de trastes, el dolor, las hormonas y las ganas de hacer solo eso se empezaron a esfumar.

Y entonces, como me grita mi esposa desde el baño mientras escribo esto, me empecé a inventar proyectos para hacer otra cosa que limpiarle las nalgas a mi hija y ver todo el catálogo infantil en Netflix (quien conozca a Kip, Lulú, Bailey y Franny y su “fabuloso vocabulario” sabrá compadecerme).

Y, pues eso, que en unos días empiezo #MiRamadánLaico.


Busca las crónicas de este proyecto lunes, miércoles y viernes en LADO B hasta finales de junio de 2018. Además, acércate a los materiales adicionales en Twitter e Instagram con los #MiRamadanLaico #MiVidaEnMarruecos

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Autor Lado B
Alonso Pérez Fragua
Alonso Pérez Fragua es periodista, gestor cultural y eterno aprendiz de las cosas del arte y del mundo. Actualmente realiza estudios de maestría en Estudios Culturales por la Universidad Paul Valéry, de Montpellier; su tesis tiene a Netflix y a las tecnologías digitales como objetos de estudio. En México cursó una maestría en Comunicación y Medios Digitales, y una especialidad en Políticas Públicas y Gestión Cultural. Melómano, bibliógafo, cinéfilo, maratonista de series, wikipedista y un poco neurótico. Lo encuentras en Twitter e Instagram como @fraguando.
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