Lado B
Aquí podría pasar algo: el perdón
Algo podría pasar en términos de reversión de la violencia en México si los educadores nos comprometemos con este desafío de construcción de una convivencia escolar orientada hacia a cultura del perdón
Por Juan Martín López Calva @m_lopezcalva
08 de mayo, 2018
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Martín López Calva

@M_Lopezcalva

“…el enfoque restaurativo de la justicia apuesta por la figura del perdón, pero debe hacerlo en el marco de la construcción de un mundo moral compartido digno de confianza y esperanza. Se trata de trabajar cooperativamente para construir reservas de sentido para afianzar las relaciones interpersonales moralmente adecuadas…En sentido estricto, un enfoque restaurativo, consideramos, no deberá plantear medidas orientadas alperdón como un acto performativo entre agresor y víctima, sino dirigidas a construir un mundo humano donde el perdón pueda volver a ser una posibilidad humana”.

El perdón: difícil posibilidad, p. 39.

Aquí no ha pasado nada, decía la semana pasada esta educación personalizante tratando de hacer un llamado de atención para caer en la cuenta y romper la indiferencia social frente a la imparable y creciente ola de violencia y muerte que envuelve nuestra vida cotidiana. 

Porque resulta muy lamentable que estemos todos enfrascados en las pasiones viscerales de la elección presidencial mientras siguen muriendo cada día decenas de mexicanos de todos los estratos sociales y ocupaciones. Es todavía mas lamentable que los candidatos presidenciales no hayan aún planteado con claridad y detalle cuál sería su estrategia para tratar de revertir esta espiral violenta que parece no tener solución y que no hayan declarado con mayor énfasis que este problema acuciante será una de sus prioridades de gobierno en caso de ganar las elecciones.

En lugar de hacer esto, los spots y declaraciones de todos ellos se han centrado en caricaturizar o defender la declaración de Andrés Manuel López Obrador acerca de la posible amnistía –todavía indefinida en sus formas y alcances- como estrategia para cambiar la forma en que se ha enfrentado este problema en los dos sexenios recientes.

La educación personalizante de hoy no va a referirse a esta cuestión de la amnistía porque ni yo soy experto en temas de seguridad pública ni esta columna tiene como tema la política sino, como su nombre lo indica, la educación. Sin embargo, me parece importante dar seguimiento al tema de la semana pasada y decir que si bien aquí no ha pasado nada o parece no haber pasado nada para revertir el estado de violencia social en que hoy sobrevivimos, aquí sí podría pasar algo al respecto y los educadores tenemos un papel muy relevante que jugar para que así sea.

El punto de partida es que la violencia, como la corrupción y otros problemas sociales tiene una dimensión cultural. Porque es cierto que en un primer nivel estos problemas pasan por decisiones y acciones personales –seres humanos concretos que deciden de manera individual dedicarse a actividades delincuenciales y realizar actos violentos-, pero este es el nivel inicial y más simple del problema.

Existe también un nivel en el que se trascienden las decisiones personales y el problema dejar de ser un asunto de mediciones estadísticas para convertirse en un elemento estructural o sistémico. Porque en el caso de la violencia de nuestro país, ya no estamos ante un cierto número de personas que ejercen la violencia sino ante estructuras e instituciones sociales penetradas y colonizadas por la violencia. De este modo vemos que independientemente de las personas, todo el sistema se ha vuelto generador y regenerador de violencia. Las policías, los ministerios públicos, los gobiernos de los tres niveles, el congreso, las empresas, el sistema bancario, etc. se encuentran ya funcionando de manera continua en la lógica de ser engranes de la maquinaria de la delincuencia y la violencia que no solamente no para sino que tiende a generalizarse cada vez más.

Pero el problema de la violencia tiene también una dimensión cultural. Si la cultura es, según Lonergan el conjunto de significados y valores que determinan el modo concreto en que vive una comunidad, nos encontramos ya frente a toda una cultura de la violencia que tiene sus símbolos, su arte, su lenguaje, sus ambientes y sus personajes significativos. La violencia se ha ido inoculando en nuestra consciencia como sociedad y se ha normalizado de tal modo que nos encontramos en ese estado que señalaba esta columna en la semana anterior, en el que aquí no ha pasado nada.

De manera que para combatir la violencia es necesario atacar los tres niveles: el nivel particular de las acciones violentas concretas que deben castigarse con justicia pronta y expedita, el nivel estructural o sistémico en el que la violencia debe revertirse a través de la transformación radical de las instituciones de justicia, de las policías, de la normatividad financiera, etc. y el nivel cultural en el que tenemos que luchar por transformar los significados y valores distorsionados que están hoy determinando este modo de muerte en que se ha convertido nuestro modo de vida.

En este nivel cultural es donde más puede incidir el sistema educativo y el trabajo cotidiano de los educadores. Es en este nivel en el que hoy propongo trabajar por la promoción del perdón, tan necesario para reconstruir el tejido social que hoy está totalmente roto por la violencia y el encono, por la polarización que alientan los políticos y que vamos haciendo resonar por las redes sociales.

He escrito antes sobre el libro del que tomo el epígrafe de esta columna. Se trata del texto El perdón: difícil posibilidad, de Ángela Milena Niño, Andrea Paola Buitrago, Claudia Giraldo y Edgar Antonio López, editado por la Universidad de Santo Tomás en Colombia. 

A partir de la experiencia colombiana y de la forma en que han ido superando la situación de violencia extrema que vivieron como país hace unas décadas, los autores reflexionan sobre el perdón desde diferentes perspectivas, especialmente la jurídica y la política.

Tomo del libro la idea del perdón desde la justicia restaurativa y la necesidad, para que funcione, de trascender la visión particular de actuación entre agresor y víctima para asumir el reto de construir un mundo moral compartido “digno de confianza y esperanza”. Este es un reto en el que la educación juega un papel fundamental. Como dice la frase con la que inicio esta educación personalizante, este es un desafío de trabajo cooperativo en el que se deben construir reservas de sentido para “afianzar las relaciones interpersonales moralmente adecuadas.

Este es un reto fundamental que puede y debe asumirse en las instituciones educativas a través de la construcción colaborativa de un sistema y una cultura de convivencia escolar que apunte a la construcción de ese mundo humano donde el perdón pueda volver a ser posible.

Para el abordaje de esta tarea de construcción de convivencia escolar humanizante que afronte el problema de la violencia construyendo una cultura del perdón, resultan útiles las seis tareas de la reparación moral que describe el libro como parte de la reconstrucción del tejido social. Estas seis tareas son: Abordar y reconocer el daño, señalar la responsabilidad de todos en el daño y sus causas; Restaurar o instaurar estándares morales que sean compartidos y gocen de autoridad; Restaurar o crear la confianza que los individuos tienen en los estándares morales compartiros y su capacidad para responder y cuidar de esos acuerdos normativos; Restaurar o instaurar la esperanza en las expectativas morales y en que sus responsables son dignos de confianza y finalmente, Restablecer o instaurar las relaciones entre las víctimas y los agresores, entre las víctimas, los agresores y las comunidades.

Si pensamos en una convivencia escolar que trabaje por estas seis grandes tareas, si traducimos estas tareas a los casos que ocurren cotidianamente en las escuelas en términos de disciplina, acoso o violencia, si vamos viviendo estas tareas en cada situación que requiera nuestra intervención como profesores, orientadores o directores podremos ir contribuyendo a la construcción de una cultura del perdón que irá permeando desde la escuela hacia la sociedad.

Algo podría pasar en términos de reversión de la violencia en México si los educadores nos comprometemos con este desafío de construcción de una convivencia escolar orientada hacia a cultura del perdón.

Aquí podría pasar algo.

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Autor Lado B
Juan Martín López Calva
Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Realizó dos estancias postdoctorales en el Lonergan Institute de Boston College. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, del Consejo Mexicano de Investigación Educativa, de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores y de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación. Trabaja en las líneas de Educación humanista, Educación y valores y Ética profesional. Actualmente es Decano de Artes y Humanidades de la UPAEP, donde coordina el Cuerpo Académico de Ética y Procesos Educativos y participa en el de Profesionalización docente..
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