Lado B
Escribir para ser
El mundo sería más humano si los que trabajamos en la educación asumiéramos como propio el desafío de promover procesos para que nuestros educandos aprendan a escribir para ser
Por Juan Martín López Calva @m_lopezcalva
17 de abril, 2018
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Yo’on Ixim
Foto: Martina Žoldoš

Martín López Calva

@M_Lopezcalva

En memoria del gran Sergio Pitol (1933-2018)

“…en los últimos tiempos siento cuánto las palabras se nos han caído al suelo y las pisoteamos. ¿Cómo haremos un lenguaje solo con palabras caídas? ¿Será acaso posible despertar a las palabras de su letargo, de su cuerpo vacío? ¿Despertarnos de nuestro letargo, de nuestros cuerpos vacíos?”.

Carlos Skliar. Pedagogías de las diferencias, p. 186.

Escribir porque las palabras se nos han ido cayendo al suelo, poco a poco, sin hacer mucho ruido, sin que notemos que cada vez quedan menos en nuestras conversaciones cotidianas, que se reduce dramáticamente nuestra posibilidad de comunicar lo que pensamos y sentimos, nuestra capacidad misma para pensar y sentir porque el pensamiento es en gran medida lenguaje y el sentimiento necesita también de palabras para formarse con claridad.

Escribir porque las palabras caídas son pisoteadas cotidianamente por nosotros que caminamos con prisa y en nuestra urgencia de ir hacia ningún lado pero rápido, de llegar a tiempo a nada, de no quedarnos atrás en una carrera sin sentido claro. Porque vamos por ahí pisoteando las palabras, hiriendo las palabras, matando su significado, encerrando su riqueza evocativa y connotativa entre las cuatro paredes de nuestra pobreza idiomática, bajo el techo da vez más bajo de nuestra indiferencia comunicativa.

Escribir tratando de apostar a que es posible despertar a las palabras de su letargo, escribir con la esperanza de que es todavía posible despertarnos de nuestro letargo, de nuestros cuerpos vacíos.

“La redacción es confiable y previsible; la escritura nunca lo es, se goza en el delirio, en la oscuridad, en el misterio y el desorden, por más transparente que parezca. —Sergio Pitol”.

Alma Delia Murillo/ @AlmaDeliaMC

Escribir, no redactar o no sólo redactar, que ya sería grandioso poder decir que nuestra labor como educadores desarrolla las competencias de redacción en nuestros alumnos, que formamos generaciones capaces de redactar correctamente, de expresar sus ideas originales con pulcritud.

Pero una educación personalizante tiene que aspirar a ir más allá.

Escribir, no solamente redactar; trascender la agrupación confiable y previsible de palabras que transmite correcta y fríamente una idea o un conjunto de ideas. Promover que más allá de esas capacidades de redacción, nuestros educandos desarrollen la pasión por escribir, el saber amplio, rico y profundo de la escritura que es siempre imprevisible y se goza en el delirio, en el desorden, en la oscuridad y en la exploración interminable del misterio que es el mundo, del misterio que somos en el mundo, del misterio que trasciende al mundo.

«Escribir es agregar un cuarto a la casa de la vida.
Adolfo Bioy Casares.

Escribir para agregar un cuarto a la casa de la vida, para convertirnos en obreros, en operarios, en constructores comprometidos con la casa de la vida que es nuestra y es también de todos.

Escribir letra a letra, palabra a palabra, idea a idea, sentimiento a sentimiento, como poniendo un ladrillo tras otro hasta completar el tejido complejo de una nueva habitación en la siempre nueva y siempre conocida casa de la vida.

Escribir desde lo profundo, desde el núcleo más hondo de nuestro ser, desde el lugar en el que habitan nuestros sueños, nuestras creencias, nuestras oscuridades y nuestras ausencias. Escribir desde nuestra más íntima experiencia, desde nuestra más sentida intimidad, para agregar un cuarto acogedor, cálido y lleno de matices, un cuarto de la casa de la vida en el que los otros se sientan invitados a entrar.

“XIV. No escribas para consolar, instruir o modificar. Si eres fiel a esa exigencia, consolarás, instruirás y modificarás. Escribe para nadie. Sólo así estarás escribiendo para alguien”.

Vicente Quirarte.

Escribir desde nuestra indigencia para hilar palabras, ideas y sentimientos que no tengan pretensiones de grandeza, ni aspiraciones moralizantes, ni intenciones ejemplares o de instrucción para quienes nos lean. Escribir siendo fieles a la exigencia de no tener como objetivo consolar, instruir, modificar, conmover o inspirar, porque sólo así lograremos consolar, instruir, modificar, conmover e inspirar a quienes nos lean.

Escribir para nadie porque solamente así estaremos escribiendo para alguien. Escribir porque sí, para que nuestra escritura tenga alguna posibilidad de tener razón y aportar razones; escribir porque no hay otra opción, porque somos parte del género humano, escribir para sentirnos plenamente humanos.

«Soy hombre: duro poco
y es enorme la noche.
Pero miro hacia arriba:
las estrellas escriben.
Sin entender comprendo:
también soy escritura
y en este mismo instante
alguien me deletrea».

Octavio Paz.

Escribir para ser, porque es enorme la noche y porque duramos muy poco los seres humanos en la tierra. Escribir para ser porque la noche es inmensa como nuestro deseo de eternidad pero nuestra vida es corta como nuestra naturaleza errante y limitada.

Escribir para ser porque de pronto entendemos que somos también escritura, que los humanos somos una historia que se está contando en las páginas del tiempo y el espacio. Escribir para ser porque de pronto podemos experimentar la sensación del poeta y darnos cuenta de que en este mismo instante, de que en cada uno de nuestros instantes, alguien nos deletrea.

Nuestra realidad nacional sería totalmente distinta si todos los docentes nos propusiéramos diariamente como misión: “Puedo (y debo y quiero)” escribir y escribirme y promover que mis alumnos escriban y se escriban, que sean capaces de levantar las palabras caídas y pisoteadas para construir con ellas un nuevo lenguaje en el que podamos comprendernos y apoyarnos para crecer juntos.

La educación cumpliría con su misión esencial si todos los educadores pudiéramos organizar nuestras sesiones de clase en torno a la convicción de que podemos (y debemos y queremos) convertir el aula en un espacio para despertar a las palabras de su letargo y de su cuerpo vacío con el fin de despertarnos como sociedad de nuestro letargo, de nuestra pesadilla cruel y violenta para que la escritura se convierta en el instrumento para sanar nuestras heridas y reconstruir nuestra convivencia cotidiana.

El mundo, en fin, sería más humano si los que trabajamos en la educación asumiéramos como propio el desafío de promover procesos para que nuestros educandos aprendan a escribir para ser.

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Autor Lado B
Juan Martín López Calva
Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Realizó dos estancias postdoctorales en el Lonergan Institute de Boston College. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, del Consejo Mexicano de Investigación Educativa, de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores y de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación. Trabaja en las líneas de Educación humanista, Educación y valores y Ética profesional. Actualmente es Decano de Artes y Humanidades de la UPAEP, donde coordina el Cuerpo Académico de Ética y Procesos Educativos y participa en el de Profesionalización docente..
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