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Nuestro barco volvió a encallar en septiembre: dos tremendos sismos con efectos devastadores en Oaxaca, Chiapas, Puebla y Ciudad de México
Por Juan Martín López Calva @m_lopezcalva
03 de octubre, 2017
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Martín López Calva

@M_lopezcalva

 

“Nuestro barco ha encallado tantas veces
que no tenemos miedo de ir hasta el fondo.
Nos deja indiferentes la palabra catástrofe.
Reímos de quien presagia males mayores.
Navegantes, fantasmas continuamos
hacia el puerto espectral que retrocede.
El punto de partida ya se esfumó.
Sabemos hace mucho que no hay retorno posible.
Y si anclamos en medio de la nada
seremos devorados por los sargazos.
El único destino es seguir navegando
en paz y en calma hacia el siguiente naufragio”.

José Emilio Pacheco. Titánic.

 

[dropcap]N[/dropcap]uestro barco volvió a encallar en septiembre: dos tremendos sismos con efectos devastadores, el primero en comunidades medianas y pequeñas de los estados de Oaxaca y Chiapas principalmente, el segundo en otras comunidades pequeñas y medianas pero también en ciudades como Puebla y en la capital del país nos dejaron sentimientos de miedo, impotencia, indignación, frustración, vulnerabilidad y fragilidad que tomará bastante tiempo superar.

Pero como nuestro barco ha encallado tantas veces y como tenemos un pueblo que se crece ante la desgracia el mes de septiembre nos dejó también enseñanzas de generosidad, solidaridad, compromiso, compasión social, fraternidad y sano amor por la patria que han servido como un bálsamo ante la desmoralización que nos domina desde hace ya mucho tiempo y va creciendo ante cada nuevo escándalo de corrupción combinada con impunidad, de negligencia reforzada por la “irrenunciabilidad” de los funcionarios incapaces de asumir su responsabilidad política y de sobreprotección de un presidente incapaz de cesar a algún miembro de su equipo por más graves que sean sus errores y desviaciones.

Termina septiembre y todos lo agradecemos porque fue un mes cargado de infortunios para nuestro país que además de los temblores sufrió los efectos de huracanes y lluvias excesivas.

Termina septiembre y todos lo recordaremos porque fue un mes en el que volvimos a creer en nosotros como sociedad capaz de organizarse, de tomarse de las manos para asumir corresponsablemente las tareas de atención a quienes sufren de carencias de vivienda, alimento, salud, educación y otros elementos básicos para tener una vida digna.

Foto: Ámbar Barrera

Termina septiembre pero la solidaridad no debe terminar. Termina este mes de tragedias pero las consecuencias de lo que nos trajo siguen aquí. Porque todavía hay que atender la emergencia de muchas familias que siguen sin tener un hogar para regresar, una forma de ganarse la vida, una escuela en condiciones habitables, un hospital o clínica en la cual atender su salud.

Resulta indispensable por ello que los sentimientos espontáneos de compasión y solidaridad que nacieron en el momento de la crisis se mantengan, se cultiven, se desarrollen y se vuelvan sentimientos profundos y permanentes que lleven a acciones de carácter sistemático, a una cooperación inteligente que pase de la acción instantánea –sin duda importantísima en el momento de la tragedia- al proceso institucionalizado y sostenido que garantice un proceso de reconstrucción integral y completo.

Sabemos hace mucho que no hay retorno posible y que tampoco podemos quedarnos estáticos frente a los múltiples retos que nos aquejan como sociedad. Lo sabemos pero a veces parece que se nos olvida y cuando las cosas se normalizan nuestros sentimientos también vuelven a la normalidad del egoísmo y el confort al que nos ha ido acostumbrando el sistema individualista y competitivo en el que hoy vivimos.

Es por ello que tenemos que educar y educarnos para saber que el único destino es seguir navegando, continuar remando mar adentro a pesar de que vamos a encontrar nuevas tormentas y tendremos que enfrentar futuras contingencias y probablemente catástrofes.

Seguirnos riendo de los que presagian males mayores para no caer en la paranoia colectiva ni ser víctimas de la parálisis social pero revisar con cuidado la experiencia y analizar periódicamente los mapas de riesgos para que cuando lleguen otras situaciones problemáticas nos tomen mejor preparados, con los mayores blindajes posibles y las mejores prácticas y hábitos.

Porque como educadores tenemos que asumir esta especie de destino que plantea el poema de Pacheco que nos presenta una historia nacional llena de conflictos, problemas, desventuras y sufrimientos que ha ido construyendo un pueblo resistente y resiliente que no tiene miedo de ir hasta el fondo, pero al mismo tiempo tenemos que ser capaces de formar ciudadanos que sean capaces de revertir esta especie de destino manifiesto o de maldición histórica que puede volverse fácilmente un instrumento de legitimación de la injusticia y la desigualdad y un pretexto para seguir abusando de un pueblo que se autodefine como “que aguanta todo”.

[quote_right]Tenemos que educar y educarnos para saber que el único destino es seguir navegando, continuar remando mar adentro a pesar de que vamos a encontrar nuevas tormentas y tendremos que enfrentar futuras contingencias y probablemente catástrofes.[/quote_right]

Como ya he citado en alguna ocasión anterior en esta Educación personalizante, en su discurso de recepción del doctorado honoris causa por la Universidad Simón Bolívar de Caracas, Venezuela, el filósofo vasco Fernando Savater afirma que la educación es la antifatalidad, es decir, es el medio que puede y debe hacer que el hijo del pobre no esté condenado a ser pobre, que el hijo del obrero no esté condenado a ser obrero, que todos puedan aspirar a construir un proyecto de vida autónoma y dejen de ser víctimas de un destino pre-escrito por un sistema injusto.

Creo que esta idea puede aplicarse también al caso de nuestra sociedad mexicana frente a las tragedias. Porque la educación tiene que convertirse en la antifatalidad para este pueblo que como afirma el poeta ha encallado tantas veces que ya se ha acostumbrado a vivir en la tragedia, que no se extraña de padecer toda clase de catástrofes naturales y de abusos políticos y sociales.

La educación puede y debe volverse el proceso formativo por el cual se potencie la capacidad de resistencia y de resiliencia de nuestro pueblo pero para orientar esta resistencia y resiliencia hacia la transformación de sus condiciones y no hacia la resignación frente a su destino.

Los educadores tenemos el compromiso de hacer realidad esta antifatalidad no solamente para que la escuela y la universidad se vuelvan instituciones promotoras de movilidad social sino también para que se vuelvan organizaciones dinamizadoras del descontento social ante la injusticia, de la solidaridad social frente a la tragedia, de la colaboración social frente a los que viven en condiciones que no corresponden a su dignidad humana, que no son incluidos en la comunidad.

Todos los que creemos en el potencial transformador de la educación estamos hoy frente al desafío de formar personas y ciudadanos que tengan claro que el único destino es seguir navegando, pero que sean capaces de vislumbrar juntos un horizonte mejor como destino en lugar de resignarse a remar “en paz y en calma hacia el siguiente naufragio”.

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Autor Lado B
Juan Martín López Calva
Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Realizó dos estancias postdoctorales en el Lonergan Institute de Boston College. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, del Consejo Mexicano de Investigación Educativa, de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores y de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación. Trabaja en las líneas de Educación humanista, Educación y valores y Ética profesional. Actualmente es Decano de Artes y Humanidades de la UPAEP, donde coordina el Cuerpo Académico de Ética y Procesos Educativos y participa en el de Profesionalización docente..
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