Lado B
Charlottesville, Barcelona y la (in) capacidad de vivir con y para los otros
En Charlottesville y Barcelona tenemos la evidencia de las dos caras de la misma moneda del odio
Por Juan Martín López Calva @m_lopezcalva
22 de agosto, 2017
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Tomada de lacapital.com.ar/

Martín López Calva

@M_Lopezcalva

“El odio está en un nivel superior a la ira. Podríamos decir que ya no busca simplemente el cese del daño que se está recibiendo o la reparación de los ya recibidos, sino que su enfrentamiento con el otro le lleva a buscar algo más profundo, le lleva a desear y promover el mal al odiado. Además, a diferencia de la reparación…el mal que hechiza al que a quien tiene odio carece de límites tanto en su profundidad como en su extensión. Es decir, quien odia no quiere simplemente resarcirse de los daños recibidos de una persona, sino que si pudiera se hartaría con la sangre del odiado, que por otra parte deja de ser una persona concreta, pues puede alcanzar a todo un género de personas que tengan las características del odiado…”

Antonio Marín Ibañez,

La capacidad de vivir con y para los otros superando el hechizo del odio.

En el transcurso de las semanas anteriores el mundo ha sido testigo de acontecimientos muy preocupantes en términos de la convivencia social y la posibilidad de construcción de un mundo en el que sea posible vivir en paz a partir del respeto, la comprensión y la tolerancia hacia los diferentes.

Dos ejemplos concretos son las manifestaciones de los grupos supremacistas blancos en la localidad de Charlottesville, Virginia en los Estados Unidos y el ataque terrorista perpetrado en las ramblas de Barcelona.

Con diferencias contextuales y de forma, estos dos hechos tienen de fondo una motivación común. Se trata de acciones que nacen del odio hacia quienes son distintos. En Charlottesville y Barcelona tenemos la evidencia de las dos caras de la misma moneda del odio: por una parte, del odio ancestral de grupos de la raza blanca que históricamente se han considerado superiores y han tenido condiciones de poder y privilegio sobre los seres humanos de otras razas; por la otra, el odio de los grupos radicales islámicos que se consideran agraviados por la dominación occidental.

Según el análisis de Marín Ibañez a partir de una de las dimensiones de la séptima capacidad básica que postula Nussbaum como indispensable para tener una adecuada calidad de vida en cualquier sociedad democrática -la capacidad de afiliación en su vertiente de vivir con y para los otros- la ira y el odio son dos obstáculos muy importantes para ejercer esta capacidad.

La ira surge como respuesta enfadada hacia situaciones que nos parecen intolerables. Por ello no siempre es condenable. Hay situaciones intolerables ante las cuales debemos sentir ira como miembros de una sociedad. La exclusión, la injusticia, la violencia o la discriminación son situaciones sociales inaceptables en cualquier sociedad que aspire a vivir humanamente y ante ellas no solamente es válido sino incluso necesario sentir ira, promover la indignación.

La ira que surge como reacción a estas situaciones deshumanizantes, cuando se canaliza en la organización y realización de actividades o manifestaciones sociales de reclamo es un elemento positivo que genera cambios sociales necesarios porque exige el cese del abuso o el daño y en determinadas situaciones plantea la necesidad imprescindible de reparar el daño causado.

Cuando una empresa o grupo de empresas por ejemplo, emiten desechos que contaminan el medio ambiente y producen daños a la salud comunitaria, resulta necesario generar la ira que reclame el cese de esta contaminación y el compromiso de limpiar los ríos, el aire o la tierra que ha sido dañada por la actividad industrial. En el caso de que un grupo esté evidentemente explotando a otro o discriminándolo por su raza, credo, condición social o cualquier otro elemento que lo diferencie, es indispensable sentir ira y promover acciones que reclamen el alto a estas situaciones disciminatorias y la reparación de los daños que hayan podido causar.

[pull_quote_right]Los hechos ocurridos en Charlottesville y Barcelona son ejemplos del círculo vicioso del odio social en el que el sentimiento, el discurso y las acciones se retroalimentan produciendo un escenario en el que el odio se va posicionando y apoderando poco a poco de la conciencia social[/pull_quote_right]

Pero el caso del odio es diferente, porque el odio no busca el cese del daño o la reparación de los efectos negativos que determinados grupos están inflingiendo a otros. El odio busca simplemente causar el mal a quien se odia, generar acciones que dañen, destruyan o lleven a la extinción a las personas o comunidades que son objeto de este odio.

El sentimiento de odio no tiene límites en su magnitud ni en su extensión porque como afirma Marín en la cita que sirve de epígrafe a este texto, el deseo de dañar no se restringe a la persona que ha causado el daño sino que se extiende a cualquier otra persona o grupo que comparta las mismas características de la persona o grupo que se odia.

El autor de este análisis plantea cuatro grandes situaciones que propician que el odio se generalice y extienda: la de los grupos que no soportan las diferencias ni a los diferentes, la de las personas o grupos que sienten envidia por el bienestar o el éxito de otras personas o grupos a los que les va bien en la vida, la de ciertas personas o grupos que han sido efectivamente aceptados pero pasan del deseo de reparación del daño a la necesidad de venganza y finalmente, la de las personas o grupos que se sienten amenazadas ante la aparición de determinadas personas o grupos novedosos que pueden amenazar su posición de dominación o poder.

En cualquiera de estos cuatro escenarios se genera una dinámica en la que el sentimiento de odio produce un discurso de odio que conduce a acciones de odio más o menos violentas. De manera que cuando esto ocurre se produce un círculo vicioso en el que los tres elementos mencionados de van volviendo a la vez causa y efecto del fenómeno de “hechizo del odio”. Es así que el sentimiento de odio genera discursos que a su vez producen acciones de odio pero también las acciones de odio regeneran el discurso de odio y refuerzan los sentimientos de odio, de la misma forma en que el discurso de odio alimenta tanto el sentimiento como las acciones de odio.

Esta es la dinámica deshumanzante en la que se ha insertado el mundo en los últimos años. ¿Cómo se puede contribuir a revertirla desde el ámbito educativo?

El profesor Marín Ibañez expone catorce elementos necesarios a considera para enfrentar el desafío del odio y contribuir a la construcción de la capacidad de afiliación en su dimensión de vivir con y para los otros.

Entre las más relevantes y acordes con el enfoque de capacidades se encuentran: desarrollar la reflexión sobre la posibilidad de articular de manera equilibrada la identidad propia con la dimensión global y plural del mundo, promoviendo el diálogo con los diferentes; educar para saber arrepentirse y pedir perdón, prevenir la envidia y ser muy cuidadoso para no promover el discurso de odio de manera explícita o implícita; desarrollar la capacidad de vivir la amistad social y prevenir la envidia; educar para combatir la venganza; desarrollar la actitud democrático siendo capaces de sacrificar las propias posiciones de privilegio en función de la justicia social y ser capaces de articular un sano patriotismo con la construcción de ciudadanía global.

Los hechos ocurridos en Charlottesville y Barcelona son ejemplos del círculo vicioso del odio social en el que el sentimiento, el discurso y las acciones se retroalimentan produciendo un escenario en el que el odio se va posicionando y apoderando poco a poco de la conciencia social.

Esta dinámica deshumanizante está planteando retos educativos muy grandes que no pueden ni deben ser soslayados. Los educadores debemos enfrentar estos desafíos y atender de manera prioritaria el desarrollo de la capacidad de afiliación en su dimensión de vivir con y para los demás., promoviendo que los niños y jóvenes sean educados en un entorno escolar o universitario que sea ejemplo de convivencia justa, incluyente, equitativa, dialógica y pacífica.

Sólo así podremos aspirar a un mundo en el que Charlottesville y Barcelona no se repitan nunca más.

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Autor Lado B
Juan Martín López Calva
Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Realizó dos estancias postdoctorales en el Lonergan Institute de Boston College. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, del Consejo Mexicano de Investigación Educativa, de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores y de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación. Trabaja en las líneas de Educación humanista, Educación y valores y Ética profesional. Actualmente es Decano de Artes y Humanidades de la UPAEP, donde coordina el Cuerpo Académico de Ética y Procesos Educativos y participa en el de Profesionalización docente..
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