El agave, tanto el pulquero como el mezcalero, es un cultivo de importancia simbólica para México. Sin embargo, por los cambio de uso de suelo –que permiten más extensiones para agricultura sin hacer estudios previos, por ejemplo– se han perdido extensiones de cultivo del agave, así como variedades de la planta, y el suelo se ha dañado.
[quote_right]»El biofertilizante no sólo ayuda a que el agave crezca más rápido y tenga más plantas: cuando se afianza aporta protección al suelo y éste sigue siendo fértil»[/quote_right]
Un grupo de científicos del Laboratorio de Microbiología de Suelo del Centro de Investigación en Ciencias Microbiológicas de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP), encabezado por la Maestra Teresita Jiménez, ha desarrollado innovaciones para combatir estos problemas, mediante la aceleración de la reproducción del agave, y el aumento en el número de “hijos” que tiene cada planta.
La Maestra Teresita empezó desde hace más de una década a atender la pérdida de variedades de agave y afectaciones al suelo, carrera que la llevó a crear un biofertilizante especial que mejora el cultivo del también llamado maguey.
La diferencia entre un fertilizante normal y un biofertilizante es que el primero tiene sustancias sintéticas que dañan al ambiente; el segundo está compuesto principalmente por microorganismos que degradan sustancias tóxicas – como el dióxido de carbono– y dan nutrientes a las plantas.
Uno de los problemas en torno al agave ha sido la pérdida de fertilidad de la tierra donde se cultiva, pues al cortarlos el suelo se queda “desnudo”. Si no se vuelve a sembrar, el terreno no se cubre y se pierde la fertilidad pues se llega a la parte arenosa.
Pero el biofertilizante no sólo ayuda a que el agave crezca más rápido y tenga más plantas: cuando se afianza aporta protección al suelo y éste sigue siendo fértil. Como el agave es una planta de depósito de agua, ayuda a que el suelo se hidrate.
Además, el biofertilizante disminuye la concentración de contaminantes y mejora el paisaje, pues lugares donde antes abundaba el agave pulquero, como Tepeaca y Acatzingo, tienen ahora muy pocos ejemplares.
El proyecto inició con el acercamiento de la Maestra Jiménez a un productor en Tlaxcala preocupado por la pérdida de los cultivos de agave.
El producto creado en la BUAP se aplicó al cultivo en Nanacamilpa, zona pulquera, y los resultados fueron extraordinarios: el agave “ahijó” al año cinco meses, es decir, siete meses antes de lo esperado, y las plantas hijas que salieron a su alrededor aumentaron un 100%, llegando a ser 16 pequeños agaves.
Normalmente un agave da hijos hasta los cuatro años de ser sembrado. Cada planta tiene un promedio de seis plantas hijas; ocho como máximo.
El biocombustible es parte de una amplia línea de investigación del laboratorio de microbiología del suelo en biofertilizantes, que también ha trabajado también con piña y café, y actualmente está haciendo estudios para crear un producto que sirva al nopal.