Lado B
Siéntate aquí conmigo
Natalie Hampton es una adolescente que hoy tiene dieciséis años. Cuando cursaba el octavo y el noveno grados –equivalentes a segundo y tercero de secundaria en nuestro sistema educativo- sufrió lo que ella llama un proceso espantoso de acoso y violencia escolar que tuvo manifestaciones tanto en el llamado cyberbullying o acoso a través de internet, violencia verbal y agresión física.
Por Juan Martín López Calva @m_lopezcalva
26 de abril, 2017
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Foto: Marlene Martínez

Martín López Calva

@M_Lopezcalva

«I realized that if I had at least one person to confide in through all of this, it would have saved me so much suffering.»

Natalie Hampton

Natalie Hampton es una adolescente que hoy tiene dieciséis años. Cuando cursaba el octavo y el noveno grados –equivalentes a segundo y tercero de secundaria en nuestro sistema educativo- sufrió lo que ella llama un proceso espantoso de acoso y violencia escolar que tuvo manifestaciones tanto en el llamado cyberbullying o acoso a través de internet, violencia verbal y agresión física.

Venturosamente su caso no terminó en suicidio o en otro tipo de tragedia como acaban muchas de estas desafortunadas, terribles y por desgracia cada vez más frecuentes historias de la vida escolar cotidiana. Por el contrario, Natalie logró ir resolviendo su situación y hoy está en otra escuela estudiando su bachillerato en condiciones de fortaleza interior que son ejemplo para muchos.

Esta joven puede enseñarnos mucho acerca de la resiliencia humana ante situaciones adversas que conllevan sufrimiento psicológico y físico, daños emocionales y crisis existencial que a muchos niños de la edad que ella tenía cuando vivió esta experiencia pueden destruirles la vida para siempre, cancelar toda posibilidad de construir un proyecto existencial feliz y con sentido.

Analizando la etapa en que vivió esta experiencia en la escuela, según afirma, de pronto se dio cuenta de que si hubiera contado en ese momento con al menos una persona en quien confiar todo lo que estaba viviendo, esto le habría evitado mucho sufrimiento.

Es por ello que decidió crear una aplicación para teléfonos móviles y tabletas a la que puso por nombre: Sit with us, siéntate con nosotros. La idea de la aplicación se origina en que según declara Natalie, una de las peores partes de su vivencia del bullying en la escuela era tener que comer su lunch sola en los recreos.

Para tratar de ayudar a otros niños que viven la misma situación, la aplicación creada por Hampton tiene como objetivo promover una forma más amable e inclusiva de vivir la comunidad escolar a través de permitir a estudiantes que se registran, subir invitaciones para que otros compañeros se unan a compartir y unirse a la mesa de lunch de compañeros que están participando de esta comunidad.

Como se puede ver, se trata de una aplicación muy sencilla en la que cada niño o adolescente puede crear su perfil, conectar con estudiantes de su escuela que viven la misma problemática, revisar los lunches planeados para decidir unirse a alguno o subir su propia invitación para que otros se unan a compartir el lunch con él o ella.

La aplicación ha tenido mucho éxito en los Estados Unidos, donde fue creada y está empezando a introducirse en otros países, primero de habla inglesa y según Natalie espera, pronto en donde se hablan otros idiomas, puesto que ya se está empezando a traducir a distintas lenguas.

Analizando este proyecto que hoy es una realidad desde un ángulo positivo, podemos decir que es un ejemplo de la forma en que cualquier miembro de una comunidad escolar puede contribuir a mejorar la calidad de la convivencia que se vive en el día a día de la educación sin necesidad de culpar o esperar a que el director o las autoridades que son quienes tienen el poder, los recursos y la legitimidad para tomar decisiones en este sentido tomen la iniciativa.

Viéndolo desde un ángulo menos optimista, se trata de un caso que demuestra la incapacidad que tiene la estructura burocrática de las escuelas y del sistema educativo en general para generar proyectos de intervención que realmente contribuyan a mejorar la convivencia escolar y a abatir el fenómeno del acoso y la violencia que está cada vez más extendido en la vida de las instituciones educativas como reflejo de la violencia estructural y cultural que vivimos en las sociedades que paradójicamente se llaman modernas.

[pull_quote_left]La convivencia escolar es un asunto que tiene que mirarse desde una perspectiva que parta del carácter social del ser humano, de la necesidad de interacción y construcción de comunidad inherente a todas las personas y de la tensión, la dialéctica y la complejidad que implica la relación con los demás en el frágil equilibrio de los principios egoísta y altruista que mueven desde el sustento biológico hasta el terreno moral a todos los seres humanos[/pull_quote_left]

Se puede decir con razón que las autoridades y los directores de las escuelas están preocupados por el problema y que han hecho cosas para tratar de resolverlo. Existen por ejemplo programas a nivel nacional sobre la violencia y el acoso escolar como el Programa nacional para la prevención social de la violencia y la delincuencia 2014-2018 del Gobierno de la República, generado desde la Secretaría de Gobernación en el que se incluyen elementos relacionados con la deserción escolar y la violencia en los niños, que corresponde atender a la Secretaría de Educación Pública. 

En el marco de este programa federal para prevenir la violencia y la delincuencia se publicó en el 2016 el Programa Nacional de Convivencia Escolar con sus respectivos manuales para los docentes de educación básica y media superior. 

El manual tiene elementos interesantes de definición de la convivencia en la escuela, de educación emocional, etc. sin embargo se centra básicamente en el planteamiento de ciertas actividades y la prescripción de consejos y “recetas” para actuar respecto al acoso, al enojo, a los gritos, etc. que se presentan en el aula, lo cual no parece ser suficiente ni realmente efectivo para lograr enfrentar un fenómeno complejo que tiene además tantas variables y diversidad de condiciones y contextos.

Por otra parte el creciente miedo de la autoridad educativa a las demandas que puede presentar un padre de familia por situaciones relacionadas con la disciplina y la violencia escolar hacen que el espíritu de todas las actividades, recomendaciones y consejos dejen al profesor muy atado de manos y con un margen muy reducido de toma de decisiones más allá de hacer exhortaciones al buen comportamiento para los estudiantes que violentan a sus compañeros.

En las escuelas normales, dentro del plan 2012 de la Licenciatura en Educación Primaria (la liga que aquí pongo es del Estado de Durango) se diseñó un curso optativo titulado Prevención de la violencia en la escuela cuyo propósito era formar a los profesores para desarrollar los conocimientos, habilidades y actitudes necesarios para diseñar proyectos de intervención que coadyuven a prevenir la violencia en la escuela.

El tema de raíz es que por lo que alcanzo a entender de estas acciones, documentos y programas que las autoridades están poniendo en marcha es que tienen como trasfondo una perspectiva que mira a la violencia relacionada –como lo dice el plan nacional de SEGOB- con la delincuencia y asumen una línea prescriptiva basada en “la enseñanza de valores cívicos”, el cumplimiento de ciertas normas de disciplina y la vigilancia.

La convivencia escolar es un asunto que tiene que mirarse desde una perspectiva que parta del carácter social del ser humano, de la necesidad de interacción y construcción de comunidad inherente a todas las personas y de la tensión, la dialéctica y la complejidad que implica la relación con los demás en el frágil equilibrio de los principios egoísta y altruista que mueven desde el sustento biológico hasta el terreno moral a todos los seres humanos.

En esta perspectiva, lo que me deja de aprendizaje el proceso vivido por Natalie y la creación de su proyecto de mejora de la convivencia escolar a través de una aplicación digital es que la base para revertir el proceso de la violencia tiene que ver con la necesidad de encontrar a alguien que nos comprenda, sobre todo cuando vivimos situaciones críticas y la actitud de acogida solidaria y fraterna de quien es capaz de decirle al otro: “Siéntate con nosotros” a comer el lunch, a estudiar, a platicar a pasar el tiempo.

Tal vez esta sea la actitud fundamental que deberíamos enseñar a nuestros alumnos, tal vez esta enseñanza tenga que partir de una convicción personal que nos lleve a comunicar sin palabras, día a día en el aula, en el patio escolar, en el pasillo o el laboratorio el sencillo mensaje de acogida que cada educando necesita: “Siéntate aquí conmigo”, vamos juntos a aprender a vivir humanamente.

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Autor Lado B
Juan Martín López Calva
Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Realizó dos estancias postdoctorales en el Lonergan Institute de Boston College. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, del Consejo Mexicano de Investigación Educativa, de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores y de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación. Trabaja en las líneas de Educación humanista, Educación y valores y Ética profesional. Actualmente es Decano de Artes y Humanidades de la UPAEP, donde coordina el Cuerpo Académico de Ética y Procesos Educativos y participa en el de Profesionalización docente..
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