Lado B
Seres sociales: entre la pertenencia y el sectarismo
Sentido de pertenencia sin sectarismo, identidad sin exclusión, valoración de lo propio y diálogo con lo diferente
Por Juan Martín López Calva @m_lopezcalva
07 de marzo, 2017
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Martín López Calva

@M_Lopezcalva

“When I was a child, / I learnt to count to five: / one, two, three, four, five. / But these days, I’ve been counting lives, so I count / one life / one life / one life / one life / Because each time is the first time that that life has been taken. / Legitimate Target / has sixteen letters / and one / long / abominable / space / between / two / dehumanising / words.”

Pádraig Ó Tuama. Pedagogy of conflict.

“La poesía es la única prueba concreta de la existencia del hombre”, decía atinadamente Luis Cardoza y Aragón. Porque más allá de la razón y sus monstruos, más allá del progreso y sus horrores, más allá de las promesas incumplidas de la Ciencia y la Tecnología, son los poetas los que buscando la belleza descubren la verdad, la verdad más profunda de lo que somos, la verdad más trascendente de lo que anhelamos.

Por ello, iniciamos la educación personalizante de hoy dejando hablar a la poesía, a la poesía que dentro de la muy reveladora entrevista de Krista Tippet en On being a Pádraig Ó Tuama, Teólogo, poeta y “sanador social” originario de Irlanda del Norte inspiró la reflexión de esta semana.

Dice esta Pedagogía del conflicto –en una traducción libre y por lo tanto rudimentaria- : “Cuando era niño, aprendí a contar hasta cinco: uno, dos, tres, cuatro, cinco. Pero estos días he estado contando vidas, por lo que cuento: una vida, una vida, una vida, una vida, porque cada vez es la primera vez que esa vida ha sido tomada. Blanco legítimo, tiene dieciséis letras y un largo, abominable espacio entre dos palabras deshumanizantes”.

El poeta habla desde su experiencia en una patria desgarrada por muchos años debido a la guerra entre católicos y protestantes, una guerra que costó muchas vidas que se deben contar como dice el poema, una a una, porque cada vida es única, irrepetible, irreparable y volverla un “blanco legítimo” cuando se mata por intereses económicos, por ideologías políticas y aún más grave, por creencias religiosas, resulta abominable y deshumanizante.

Dos anécdotas relatadas por Ó Tuama revelan la forma en que esta separación, este odio entre creencias diversas se iba gestando desde la infancia en su tierra natal. La primera tiene que ver con la descripción de su historia religiosa personal en la que el poeta y teólogo describe que nació en una familia católica en la que prepararse para los sacramentos era algo natural, parte de una vida en la que asistió a una escuela católica en la que una vez, un compañero dejó de ir a clases varios días y empezó a correr el rumor, propagado con un tono de escándalo, respecto a que “se había ido a una escuela protestante”.

La segunda historia sucede cuando ya siendo adulto y teólogo una niña de once o doce años se le acerca y le dice:

“-Oye, tengo una duda.

-Dime

-Dios nos ama, ¿Cierto?

-Así es.

-Y Dios nos creó, ¿Verdad?

-Por supuesto.

-Y entonces: ¿Por qué Dios creó a los protestantes?

-¿Me quieres explicar más tu pregunta?

-Sí, ¿Por qué Dios creó a los protestantes? Si ellos nos odian y lo odian a él”

De este modo, la pertenencia a una religión u otra en este caso concreto pero igualmente la pertenencia a una raza u otra, a una tendencia política u otra, a una clase social u otra, etc. se pueden ir volviendo, como de hecho ha pasado a lo largo de la historia de la humanidad y sigue pasando hoy incluso en los países considerados como avanzados o civilizados –véase el renacimiento del racismo en los Estados Unidos de la era de Trump- un factor de separación, de odio, de guerra, de violencia, de llamados al exterminio de los diferentes.

[pull_quote_right]Una educación sana de la persona como sujeto social requiere del cultivo de ciertos valores y significados en común, que son los elementos que aglutinan a los individuos y construyen comunidad pero necesita también del desarrollo de una sana apertura a los individuos y grupos que viven sustentados en otros significados y valores distintos a los propios.[/pull_quote_right]

Somos seres sociales por naturaleza, se nos explica en nuestros cursos introductorios de Filosofía en la escuela. Esta es una característica estructural de todos los humanos. Un rasgo paradójico puesto que nacemos con la necesidad de diferenciarnos y buscamos ser autónomos pero al mismo tiempo dependemos de los demás y necesitamos sentirnos parte de un grupo, una comunidad, una tribu, una cultura.

De manera que los otros son al mismo tiempo una amenaza para nuestra identidad personal y un complemento indispensable, un referente esencial para nuestra propia construcción individual. Como afirma Edgar Morin: “El individuo participa de estos rasgos opuestos, de los cuales, unos le definen aunque solos, son incapaces de hacerle subsistir, y los otros son indispensables para su existencia al mismo tiempo que comportan su destrucción”. (Morin, 1997; p. 178)

Del mismo modo, en el nivel comunitario experimentamos la necesidad de distinguirnos como grupo de los otros grupos, de construir una identidad cultural y social propia y diferente a la de las demás culturas y sociedades pero simultáneamente tenemos la experiencia de sentirnos parte de la comunidad más amplia, de la sociedad de sociedades que es la especie humana.

En este nivel comunitario o social, los individuos necesitan sentirse parte de su grupo de referencia, de la cultura en la que han nacido y por ello aprenden, asimilan y defienden los significados y los valores que definen a su raza, pueblo, sociedad, cultura.

De ahí que cada comunidad, cada sociedad muestren una conducta de relativa cerrazón y defensa ante la amenaza que representan las otras comunidades y sociedades para su propia identidad colectiva. Pero al mismo tiempo, existe la necesidad humana de construir la comunidad planetaria a partir del descubrimiento de que estas culturas distintas, estas comunidades diferentes, son parte de una comunidad más amplia que es la humanidad como sujeto de la historia.

El problema y los conflictos nacen cuando no se explicita esta segunda dimensión de nuestro ser sociales y se absolutizan los significados, las creencias y los valores de la propia comunidad asumiéndolos como los únicos posibles y legítimos.

Porque así como resulta dañino para un individuo absolutizar su necesidad de autonomía e individualidad respecto de los demás y negar su apertura a los otros como agentes corresponsables de su propio desarrollo, lo que deriva en una actitud de aislamiento, competencia exacerbada y exclusión del otro, así también resulta altamente deshumanizante que una raza, comunidad, sociedad, cultura o grupo político o religioso se auto erijan como poseedores de la verdad absoluta y superiores a todos los demás.

Educar al sujeto humano como ser social implica desarrollar la consciencia de esta tensión entre el otro como amenaza para la propia identidad y el otro como complemento indispensable para la propia realización. Educar al sujeto social es formar en el sano equilibrio entre el sentido de pertenencia y el sectarismo.

Una educación sana de la persona como sujeto social requiere del cultivo de ciertos valores y significados en común, que son los elementos que aglutinan a los individuos y construyen comunidad pero necesita también del desarrollo de una sana apertura a los individuos y grupos que viven sustentados en otros significados y valores distintos a los propios.

Sentido de pertenencia sin sectarismo, identidad sin exclusión, valoración de lo propio y diálogo con lo diferente. Solamente así podremos formar personas capaces de contar cada vida como única y evitar etiquetar a los otros como blancos legítimos de nuestra intolerancia.

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Autor Lado B
Juan Martín López Calva
Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Realizó dos estancias postdoctorales en el Lonergan Institute de Boston College. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, del Consejo Mexicano de Investigación Educativa, de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores y de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación. Trabaja en las líneas de Educación humanista, Educación y valores y Ética profesional. Actualmente es Decano de Artes y Humanidades de la UPAEP, donde coordina el Cuerpo Académico de Ética y Procesos Educativos y participa en el de Profesionalización docente..
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