Lado B
La La Land, una película para tontos e ingenuos
Los grandes relatos han muerto, los “perfectos” ideales que definieron alguna vez a la humanidad han fracasado. ¿Qué nos queda? al parecer nada, sólo presionar el botón de Reset
Por Héctor Jesús Cristino Lucas @
12 de febrero, 2017
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Héctor Jesús Cristino Lucas

[dropcap]A[/dropcap]nhelar el pasado con nostalgia. La nostalgia que nos hace creer que el ahora no es tan bueno como el ayer. La que nos convence de que existieron las buenas épocas alguna vez. ¡Vaya que funciona!

Si algo define a nuestro siglo -este prepotente y escandaloso siglo- es que no hay definición. Ya lo dijo alguna vez Jean-François Lyotard en La Condición Postmoderna: “El posmodernismo es acostumbrarse a pensar sin moldes ni criterios”. Los grandes relatos han muerto, los “perfectos” ideales que definieron alguna vez a la humanidad han fracasado. ¿Qué nos queda? al parecer nada, sólo presionar el botón de Reset. Como todo se ha dicho, formado y destruido, debemos volver a comenzar. Hacerle creer al mundo que esto -sea lo que sea- es algo nuevo, aunque solo lo parezca.

Este es el rumbo del nuestro ahora. El pastiche. El collage histórico. La mezcla. Dejar que nuestras “épocas doradas” hagan todo por nosotros, en la mayoría de los casos… y esperar a que funcione. El cine actual lo ha entendido. El cine actual también lo ha premiado. Tarantino y su mezcla de géneros: el ultra gore japonés, las artes marciales, el western de Eastwood y el cómic barato, engendran Pulp Fiction, Kill Bill y The Hateful Eight. Las grandes taquillas, la industria de ahora, engendran precuelas, secuelas y remakes. ¿Qué nos queda? Volver a atrás y tomar todo lo que podamos. Porque si funcionó en su momento, se piensa, puede funcionar ahora.

Y sí, a veces pasa. George Miller nos lo demostró con Mad Max Fury Road. Gareth Edwards puso en alto el legado de George Lucas con su Rogue One y los Hermanos Duffer, con las mil y un referencias del cine ochentero, nos dieron Stranger Things… ya pronto su segunda temporada por cierto.

La pregunta es: ¿Se puede añadir La La Land de Damien Chazelle a la lista de los filmes que lucran con la nostalgia?

Nacho Hipólito del sitio Yaconic tiene una respuesta bastante entretenida con su crítica: La La Land o cómo mamársela a Hollywood. Les recomiendo bastante el artículo ya que hay ciertas verdades que no podemos pasar por alto. Sin embargo, el Cinemaniaco también tiene una respuesta. No tan tajante y determinista como Hipólito, pero similar. Y pues sí, La La Land de Chazelle tiene la misma artimaña de la nostalgia como la que ocupó Miller, Edwards o los Duffer con sus películas de ciencia ficción, pero en este caso, el objeto de la nostalgia son los musicales emblemáticos en la industria del cine: A Broadwey melody, Singing in the rain, Shall we dance? y un largo etcétera.

Una vez visualizado este film, de hecho, llegué a la conclusión de que se había creado una película para tontos e ingenuos… aunque eso sí, en el más maravilloso sentido de la palabra.

Porque resulta fácil pensar que una película elegida por la Academia pueda ser pretenciosa -más aún si es la favorita o la más comentada-, pero les aseguro que La La Land no debe ser juzgada de esa forma. Cuando digo que ésta es una película para tontos e ingenuos, realmente me estoy refiriendo a que a sus creadores, tanto el cineasta Damien Chazelle como el compositor del film Justin Hurwitz, son dos grandísimos tontos e ingenuos que se atrevieron a crear un musical de Jazz en una época como la nuestra. Donde el género se había diluido se creía más que perdido, y donde el Jazz, así como lo plantea la película, se encuentra en su más terrible y agonizante lecho de muerte.

La idea surgió cuando éstos, en sus épocas de universitarios, soñaron con crear algo tan imposible como La La Land. El guión, escrito por el mismísimo Chazelle ya estaba listo desde el 2010, pero fue rechazado por toda casa productora en la que era entregada. El único argumento que recibían era que no funcionaría luego de los tantos fracasos que otros musicales habían tenido en nuestro siglo. Véase el mil veces criticado Moulin Rouge del australiano Baz Luhrmann, el nada interesante Mamma Mia! de Phyllida Lloyd y el modesto Nine de Rob Marshall. Exceptuando quizás el musical Los Miserables del 2012 que ganó un par de Oscares aunque dividió a la crítica.

De hecho, y por los múltiples rechazos que éste proyecto fue acumulando tras su paso, el joven director es que se dispuso a sacar a flote otro de sus tantos trabajos. Un guión de apenas 85 páginas para un largometraje de nombre Whiplash, que si no fuera porque en Black List 2012 lo nombraron como “uno de los mejores guiones cinematográficos aún no producidos” probablemente Chazelle no sería tan reconocido hoy en día. Algo que pocos saben es que un año antes del estreno de Whiplash en el 2014, el cineasta había tomado 15 hojas de su guión para adaptarlo a un cortometraje. Esto hizo que muchos se interesaran en el proyecto luego de su estreno en el Festival de Sundance.

¿Qué pueden crear entonces, dos sujetos como estos, que pese a las advertencias de la mayoría pusieron manos a la obra a su tan poco “visionario” La La Land? Pues eso mismo. Una película hecha por tontos e ingenuos dedicada exclusivamente a otros tontos e ingenuos. A esos que habitan en nuestra posmodernista época. A los “soñadores”, explica el mismísimo Chazelle en la revista Premiere, que buscan cambiar el concepto del mundo que les rodea creyendo en sí mismos, aunque la mayoría nunca lo haya hecho. Esto desacredita que el film fuere un musical más, o bien, una herramienta como menciona Hipólito, para “mamársela a Hollywood”.

Aunque admito que hace recurso de la nostalgia recordándonos grandes escenas de otros musicales. Véase el primer baile que realizan los personajes Mia y Sebastian en el ya conocido Griffith Park de Los Ángeles, con clara referencia al Singing in the rain de Gene Kelly y Stanley Donen. Así como otros tantos homenajes aún más sutiles. Como el diseño de los sets, bastante parisinos que nos recuerdan tanto a los vistos en An american in Paris de Vicente Minnelli, o bien, a la emblemática cortina verde que se usó alguna vez como fondo en el Vértigo de Hitchcock, mientras veíamos a Kim Novak y James Stewart dando una de sus más espléndidas actuaciones.

En cuanto a Emma Stone y Ryan Gosling, he de decir que han hecho un estupendo trabajo. Cuando visualizo una película romántica siempre tengo un terrible problema. Y es que si no me trago que ambos se aman, de alguna manera, sea intensa o enfermiza; que sea creíble, sea como sea, entonces no funciona para mí. Debe haber una conexión mítica entre ambos. Éstos, en particular, me recordaron bastante a la pareja vista en Vértigo. Una pareja que hace que funcione la trama y no al revés. Una pareja que necesitan del uno al otro, sin caer en la cursilada barata y empalagosa de siempre, sino que poco a poco y a la manera de Chazelle, se vuelven trágicos. He ahí el punto más alto del film. Una tragedia sutil que le dota de gran fuerza.

Para muchos, como mencionó Nacho Hipólito en su artículo, este film no ofrece nada innovador y es el truco de la nostalgia el que hace la mayoría del trabajo. Y sí, vaya que el film posee mucho del pasado aunque su temporalidad sea en el presente. Pero yo no veo aquí pretensión, porque no es una historia rebuscada con ganas de descubrir el significado de la vida, sino sólo el cumplimiento de un sueño que tanto al director como al compositor les fue negado hace mucho. Y con espléndidas coreografías, iluminación majestuosa y un argumento de tontos e ingenuos enamoradizos, parece que lo han logrado. Cumplieron su sueño.

Lo aclaré en mi crítica de The Revenant el año pasado. Lo dejé aún más claro en mi análisis de los Oscars 2016. Sería una gran pérdida de tiempo ver este film con el único objetivo de descubrir si es la mejor película del año, si la Academia tiene razón, o si una vez más, como todos los años, debemos ponernos a criticar a la industria de Hollywood por sus “controversiales nominaciones”. La La Land sólo merece ser vista por una simple razón: Que su director es un tonto e ingenuo que hace un estupendo trabajo recordándonos -porque a muchos ya se nos olvidó- que todos tenemos, aunque cueste aceptarlo, algo de tontos e ingenuos dentro de nosotros.

Sinopsis:

Mia, una joven aspirante a actriz que trabaja como camarera mientras acude a castings, y Sebastian, un pianista de jazz que se gana la vida tocando en sórdidos tugurios, se enamoran, pero su gran ambición por llegar a la cima en sus carreras artísticas amenaza con separarlos.

https://youtu.be/Ekrr94BohBQ

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Autor Lado B
Héctor Jesús Cristino Lucas
Héctor Jesús Cristino Lucas resulta un individuo poco sofisticado que atreve a llamarse “escritor” de cuentos torcidos y poemas absurdos. Amante de la literatura fantástica y de horror, cuyos maestros imprescindibles siempre han sido para él: Stephen King, Allan Poe, Clive Barker y Lovecraft. Desequilibrado en sus haberes existenciales quien no puede dejar (tras constantes rehabilitaciones) el amor casi parafílico que le tiene al séptimo arte. Alabando principalmente el rocambolesco género del terror en toda su enferma diversidad: gore, zombies, caníbales, vampiros, snuff, slashers y todo lo que falte. A su corta edad ha ido acumulando logros insignificantes como: Primer lugar en el noveno concurso de expresión literaria El joven y la mar, auspiciado por la Secretaría De Marina en el 2009, con su cuento: “Ojos ahogados, las estrellas brillan sobre el mar”. Y autor de los libros: Antología de un loco, tomo I y II publicados el 1° de Julio del 2011 en Acapulco Guerrero. Aún en venta en dicho Estado. Todas sus insanias pueden ser vistas en su sitio web oficial. http://www.lecturaoscura.jimdo.com
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