Lado B
Muerte ¿sin fin?
Vivir implica estar en peligro de muerte. Esta es la primera realidad de nuestra existencia personal como seres humanos
Por Juan Martín López Calva @m_lopezcalva
02 de noviembre, 2016
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Martín López Calva

@M_Lopezcalva

“Desde mis ojos insomnes
mi muerte me está acechando,
me acecha, sí, me enamora
con su ojo lánguido”.

José Gorostiza. Muerte sin fin.

[dropcap]V[/dropcap]ivir implica estar en peligro de muerte. Esta es la primera realidad de nuestra existencia personal como seres humanos, es decir, finitos, permanentemente inacabados pero siempre en riesgo de acabar, con un deseo ilimitado de vivir que choca de frente con los límites inevitables, omnipresentes, palpables.

Desde nuestros ojos insomnes la muerte, nuestra muerte, nos está acechando todo el tiempo porque no podemos vivir todo el tiempo, porque estamos hechos de tiempo pero por eso mismo nos estamos perdiendo segundo a segundo, minuto a minuto a nosotros mismos, como dice bellamente Sabines que en un poema agradece a la muerte que no haya visto a su amada.

Vivimos para vivir y sin embargo tenemos que enfrentar la realidad de la muerte de quienes nos rodean, desde los más lejanos y desconocidos hasta los más queridos, terminando sin remedio en nuestra propia muerte.

A pesar de ser un dato esencial de lo que somos, no se nace comprendiendo, asimilando y aceptando el hecho de que somos mortales. Comprender, asimilar y asumir la muerte de los otros y la posibilidad de la propia es algo que se aprende en carne propia y en un proceso más o menos largo, más o menos doloroso, más o menos sano. Dicen por ello los psicólogos –o algunos psicólogos- que uno madura y sale definitivamente de la adolescencia en el momento en que comprende y acepta el hecho de ser mortal.

En este Día de muertos quienes nos dedicamos a educar necesitaríamos entender y asumir esta primera dimensión educativa del tema de la muerte. Educamos para vivir y una parte muy importante de esta educación para la vida tiene que ver con la formación de seres que vayan comprendiendo, asimilando y asumiendo el hecho de ser mortales y vivir entre mortales, tratando de encontrar y construir un sentido para su existencia que considere este hecho fundamental.

 

“El mito nace de algo muy profundo en la mente humana. Es avivado por el misterio de la existencia y el abismo de la muerte.”

Edgar Morin, La humanidad de la humanidad, p. 48.

Pero no somos seres aislados ni seres exclusivamente naturales. Los seres humanos somos cerebro-mente-cultura, como bien dice Morin. Nuestro cerebro es mortal y finito y nuestra mente tiene que ir asimilando, comprendiendo y aceptando este hecho básico de nuestra finitud en la tierra y encontrando sentido a la existencia –inmanente o trascendente- a partir de esta comprensión fundamental, pero para hacerlo utiliza signos, símbolos, rituales, explicaciones mitológicas, expresiones culturales.

Avivado por el misterio de la existencia y el abismo obscuro de la muerte el mito nace, se desarrolla, evoluciona y se va arraigando en la consciencia colectiva de las sociedades reflejándose en prácticas y formas de significar y valorar las distintas dimensiones de la existencia humana, incluyendo la de la muerte.

El día de hoy en México estamos celebrando a nuestros muertos, recordando a quienes se fueron antes que nosotros, a quienes fueron antes que nosotros, con distintas expresiones festivas, con signos y símbolos que a partir de nuestro sincretismo mágico-religioso se expresa en altares, ofrendas, pan de muerto, flores de Cempasúchil, música y calaveritas de dulce y de palabras, en Catrinas y visitas a los panteones.

Esta es una segunda dimensión de la muerte en nuestra existencia. Además de la dimensión existencial y experiencial que implica el descubrimiento y comprensión de nuestro ser mortales, está la dimensión cultural que implica que aprendamos a leer e interpretar, a disfrutar y valorar las expresiones que nuestros antepasados fueron construyendo para conmemorar la muerte, celebrar la muerte y recordar a los muertos para volver a comunicarnos de distinta forma con ellos.

En este Día de muertos quienes nos dedicamos a educar tendríamos que ser mediadores eficaces de nuestra cultura, presencias que a partir de una adecuada comprensión y valoración de nuestras tradiciones, ritos y mitos sobre la muerte sepamos facilitar experiencias que lleven a nuestros futuros ciudadanos mexicanos a experimentar, comprender, reflexionar, valorar y sentirse parte de esta herencia cultural viva y en movimiento. Mediadores culturales que faciliten también, en este mundo global, la comprensión y distinción entre nuestras formas culturales de celebrar a la muerte y las que nos han llegado de otras tradiciones culturales y que no tendrían por qué excluirse, siempre y cuando ocupen su lugar y se analicen con iras a enriquecer la propia experiencia.

 

“El mundo ya no es digno de la palabra
Nos la ahogaron adentro
Como te asfixiaron,Como te desgarraron a ti los pulmones.
Y el dolor no se me aparta
Solo queda un mundo
Por el silencio de los justos
Solo por tu silencio
y por mi silencio, Juanelo”

Javier Sicilia. Poema a su hijo  Juan Francisco
que fue encontrado muerto
el 28 de marzo de 2014 en Cuernavaca
después de haber sido secuestrado.

Vivir implica ciertamente estar en peligro de muerte, en un sentido metafórico que quiere expresar que todos los seres humanos vamos tarde o temprano a morir. Sin embargo en nuestro país esta expresión es cada vez más literalmente cierta. Tristemente nos encontramos en una situación estructural y cultural en la que cada mexicano convive cada vez más cercanamente con la muerte, no en el sentido natural que nos priva de la presencia de algunas personas cercanas por accidentes, enfermedades o vejez sino en el sentido criminal que nos coloca cada vez más cerca de situaciones en las que personas queridas o conocidas mueren injustamente, prematuramente en hechos de violencia.

En estos tiempos violentos los ciudadanos de este país somos cada vez más vulnerables frente a personas y grupos que han convertido a la muerte en su modo de vida, en su negocio particular, en su modo de obtener poder y dominar a los demás. La muerte va perdiendo entonces su significado como realidad inevitablemente humana por nuestra naturaleza limitada y se va volviendo cada vez más un hecho inhumano, una situación deshumanizante que nos regresa a la ley de la selva. La muerte va también escapando de su ámbito mitológico y ritual para volverse prosaica y sin sentido.

Esta es una tercera dimensión de la muerte, que además de realidad natural humana y de mito cultural se ha apoderado de nuestras vidas en forma de mal estructural, de distorsión social que implica una continua amenaza existencial.

En este Día de muertos, quienes nos dedicamos a educar necesitamos también tomar consciencia de esta tercera dimensión de la muerte en nuestros días y hacernos cargo de esta realidad asumiendo el compromiso formativo que implica. Los educadores necesitamos hoy también convertirnos en facilitadores de competencias para la autodefensa de la vida brindando elementos a los estudiantes para que sean capaces de lidiar con este mundo violento y estar capacitados para defenderse de él. Pero además de esta formación reactiva o responsiva, los educadores de hoy en este país de la violencia tenemos el compromiso de formar personas comprometidas con la defensa de la vida en el sentido proactivo, es decir, en el trabajo inteligente y cooperativo para reformar las estructuras socio-políticas que están regenerando la violencia e impulsando la cultura de la muerte que parece no tener fin.

“…ay, esta muerte insultante,
procaz, que nos asesina
a distancia, desde el gusto
que tomamos en morirla,
por una taza de té,
por una apenas caricia…”

José Gorostiza. Muerte sin fin.

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Autor Lado B
Juan Martín López Calva
Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Realizó dos estancias postdoctorales en el Lonergan Institute de Boston College. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, del Consejo Mexicano de Investigación Educativa, de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores y de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación. Trabaja en las líneas de Educación humanista, Educación y valores y Ética profesional. Actualmente es Decano de Artes y Humanidades de la UPAEP, donde coordina el Cuerpo Académico de Ética y Procesos Educativos y participa en el de Profesionalización docente..
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