Lado B
Educar en (para) el cambio de época
El futuro ya no es lo que era antes, de esto no hay duda y paradójicamente lo que esto significa es que de lo único que ya no podemos dudar es de que estamos en una época marcada por la duda
Por Juan Martín López Calva @m_lopezcalva
29 de noviembre, 2016
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Martín López Calva

@M_LopezCalva

 

El futuro ya no es lo que era antes.

Paul Valery.

 

[dropcap]E[/dropcap]l futuro ya no es lo que era antes, de esto no hay duda y paradójicamente lo que esto significa es que de lo único que ya no podemos dudar es de que estamos en una época marcada por la duda, en un mundo impredecible en el que como bien afirma Edgar Morin, el futuro se llama incertidumbre.

El futuro ya no es lo que era antes. El día del inesperado e impactante triunfo electoral de Donald Trump hacia la Presidencia del país más poderoso de la tierra, mi hija mayor me comentó que recordó en ese momento algo que le dije a ella y a su hermana –de once y diez años respectivamente entonces- el día que un atentado terrorista derribó las Torres Gemelas del World Trade Center de Nueva York en el fatídico 11S: “Este hecho pasará a la Historia como el signo que marcó el principio de la decadencia del imperio estadounidense”.

Si tomamos el 11S como referencia, bien podemos decir que la presidencia de Trump –todavía hoy imposible de predecirse en sus concreciones pero nada esperanzadora para el mundo y para México- puede ser el último eslabón de esa cadena en la que el propio pueblo estadounidense arrollado por sus propias contradicciones y prejuicios fue cavando progresivamente la tumba del otrora invencible imperio que dominaba el mundo entero. La caída de este imperio marcará sin duda un cambio radical en los equilibrios y en las relaciones entre los países en este mundo global y escribirá sin duda otra etapa de la Historia de la humanidad.

“No estamos viviendo en una época de cambios sino en un cambio de época” decía acertadamente Xabier Gorostiaga (  ) y dicen ahora muchos analistas y opinólogos, porque los cambios que estamos viviendo no son simplemente programáticos, no implican simplemente modificaciones formales o estratégicas sino una transformación paradigmática de la humanidad como la conocimos los que nacimos en el siglo XX.

“El destino es el que baraja las cartas, pero nosotros somos los que jugamos” decía William Shakespeare y el viernes pasado asistimos, como afirmó acertadamente un tuitero, a la muerte del siglo XX a través del fallecimiento del último icono del mundo anterior. En efecto, la muerte de Fidel Castro en Cuba significa sin duda un movimiento completo de las cartas por parte del destino. Toca ahora al pueblo cubano y a la dinámica política internacional jugar para definir lo que pueda llegar a pasar respecto a continuidades o cambios en la isla y con ella, en los países en los que Castro seguía teniendo influencia y más profundamente, en la consciencia colectiva en la que influyó fuertemente como el símbolo de la que fue tal vez la última utopía del siglo pasado.

Un mundo sin Fidel Castro –que aunque dictador en la realidad, fue un símbolo de la utopía de la justicia en el ideal de muchos-, un mundo con Donald Trump –que representa el triunfo del clasismo, el racismo y el discurso excluyente-, un mundo en el que la transición hacia una nueva época más respetuosa de la diversidad, tolerante con las diferencias e incluyente de todos los humanos en la humanidad que representó la presidencia de Barak Obama –primer presidente negro en un país con larga historia de racismo- parece estar en riesgo o haberse clausurado para siempre, es sin duda un mundo que ya no es el mismo y que nos enfrenta a un futuro que ya no es lo que antes era.

“Siempre se ha creído que existe algo que se llama destino, pero siempre se ha creído también que hay otra cosa que se llama albedrío. Lo que califica al hombre es el equilibrio de esa contradicción” decía Chesterton en una cita que refleja la necesidad de entender la vida humana individual y colectiva como un proceso complejo marcado por elementos complementarios aunque antagónicos –para usar términos de este paradigma de la complejidad- que implican en este caso la conjugación necesitada de equilibrio entre lo aleatorio y lo libremente decidido y vivido.

Esta tensión entre el destino que surge de lo azaroso y el proyecto de vida que nace de la decisión inteligente y responsable de los sujetos y las comunidades humanas se expresa sintética y muchas veces angustiosamente en las dos preguntas que el filósofo español Xabier Zubiri planteaba como fundamentales en la existencia humana: ¿Qué va a ser de mí? y ¿Qué voy a hacer de mí?

[quote_box_right]“Siempre se ha creído que existe algo que se llama destino, pero siempre se ha creído también que hay otra cosa que se llama albedrío. Lo que califica al hombre es el equilibrio de esa contradicción” decía Chesterton en una cita que refleja la necesidad de entender la vida humana individual y colectiva como un proceso complejo marcado por elementos complementarios aunque antagónicos[/quote_box_right]

En un momento de crisis profunda y de incertidumbre generalizada como el actual en el que acabó de morir el siglo XX y nació un siglo XXI lleno de signos contradictorios y atemorizantes resulta muy necesario pero muy complicado educar a los nuevos ciudadanos de este planeta que parece a la deriva. Educar en el cambio de época es una tarea llena de confusiones, temores y retos complicados. Educar para el cambio de época es un compromiso irrenunciable que nos toca enfrentar a quienes estamos en las escuelas y universidades hoy y creemos en la posibilidad de un mañana.

¿Cómo educar en el cambio de época? Tal vez no haya muchas pistas o no existan recetas pero sin duda existe un principio claro: se trata de educar asumiendo la incertidumbre y preparando a los educandos para caminar en la incertidumbre.

¿Cómo educar para el cambio de época? Tampoco es una tarea para la que ya existan teorías, métodos y técnicas claras. Pero este trabajo tiene sin duda también algunos principios fundantes como la enseñanza de la condición humana siempre sujeta a la tensión entre destino y albedrío, como la visión de la humanidad como destino planetario común, como la enseñanza de la comprensión que se rebele pacíficamente contra la intolerancia y la exclusión, como la búsqueda colaborativa de una ética del género humano que pueda garantizar la probabilidad de los proyectos distintos de felicidad a partir de un fundamento común de justicia.

No sabemos si podremos inhibir la megalomanía humana y continuar la hominización en humanización, no tenemos la seguridad de que los seres humanos de hoy juguemos el juego correcto a partir de lo que está barajando el destino. Ignoramos si seremos capaces de orientar el destino a través del albedrío y adaptar el albedrío a lo que nos va deparando el destino.

Los seres humanos de este cambio de época nos seguimos preguntando, tal vez con mayor angustia e intensidad que en el pasado: ¿Qué va a ser de mí? en un mundo convulsionado y desorganizado, excluyente y violento. Los ciudadanos de este planeta que aún no llega a ser la Tierra-Patria en la que todos quepamos seguimos también planteándonos la pregunta: ¿Qué voy a hacer de mí? porque no tenemos la seguridad de lo que viene en el futuro inmediato y de qué tanto podremos ser capaces de revertir los innumerables procesos de decadencia que hoy parecen dominar el escenario de la vida.

Pero los educadores tenemos que reafirmar nuestra convicción y nuestra esperanza de que es posible construir otro mundo distinto a este que nos amenaza hoy.

Los educadores debemos asumir el compromiso de educar en el cambio de época y educar para el cambio de época a partir de la convicción moriniana de que: “Nada está escrito, tampoco lo peor”.

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Autor Lado B
Juan Martín López Calva
Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Realizó dos estancias postdoctorales en el Lonergan Institute de Boston College. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, del Consejo Mexicano de Investigación Educativa, de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores y de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación. Trabaja en las líneas de Educación humanista, Educación y valores y Ética profesional. Actualmente es Decano de Artes y Humanidades de la UPAEP, donde coordina el Cuerpo Académico de Ética y Procesos Educativos y participa en el de Profesionalización docente..
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