Lado B
Juanga, Nicolás y la educación para la tolerancia
Lo ocurrido la semana pasada respecto a la muerte de Juan Gabriel, el muy polémico artículo de Nicolás Alvarado...
Por Juan Martín López Calva @m_lopezcalva
06 de septiembre, 2016
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Martín López Calva

@M_Lopezcalva

«La discrepancia y la crítica a un texto son respetables y por lo general fructíferas. Lo que no es respetable, ni democrático, ni progresista, es exigir que no existan las voces que nos desagradan».

Javier Marías. Deterioro cognitivo. El País Semanal.

[dropcap]L[/dropcap]o ocurrido la semana pasada respecto a la muerte de Juan Gabriel, el muy polémico artículo de Nicolás Alvarado, su forzada renuncia a la dirección de TV-UNAM, el desafortunado comunicado de la UNAM al respecto y la aún más desafortunada actuación de la CONAPRED con las “medidas precautorias” en contra de Alvarado han suscitado un debate muy interesante respecto a la libertad de expresión y sus límites, la tolerancia, el poder de las redes sociales y su rol como inquisición posmoderna.

Este debate tiene implicaciones importantes en el campo de la educación puesto que si queremos, como decimos, un sistema educativo renovado y pertinente para nuestros tiempos, una escuela que forme a los ciudadanos del México democrático que seguimos empeñados en construir a pesar de los tropiezos y retrocesos que enfrentamos, resulta indispensable plantear lo que entendemos por tolerancia y por libertad de expresión y la forma en que deberíamos educar a los niños y jóvenes para desarrollar las competencias necesarias para vivirlas  y defenderlas.

Empecemos por el principio: ante la noticia del fallecimiento de Juan Gabriel se desata una ola de elogios, alabanzas y homenajes que se sustentan en su talento, en la producción de un impresionante número de canciones, en su dominio del escenario, en el personaje que construyó y que se volvió un ídolo de la cultura popular. Estos elogios y alabanzas –que por otro lado contrastan con la realidad de machismo y homofobia que desafortunadamente aún persisten en nuestro país- llegaron a extremos de risa, como la propuesta de un senador petista de poner el nombre de Juan Gabriel al Palacio de las Bellas Artes.

En este contexto de exaltación de juangabrielismo, un personaje que había sido cuestionado en su nombramiento como director de TV-UNAM, en contados casos con argumentos serios como los de Raúl Trejo Delarbre, experto en medios de comunicación, pero en la mayoría de las expresiones simplemente por ser un tipo bastante soberbio, pretensioso y antipático, Nicolás Alvarado, publica su artículo de opinión semanal en Milenio expresando de una manera contundente y excesiva –“clasista” según él mismo expresó en dicho artículo- que no le gusta Juan Gabriel y que “le irritan” “…sus lentejuelas, no por jotas sino por nacas, su histeria, no por melodramática sino por elemental y su sintaxis no por poco literaria sino por iletrada…”

Las reacciones no se hicieron esperar. Alvarado fue prácticamente quemado en la hoguera de las redes sociales  y en unas cuantas horas había ya miles de firmas en una iniciativa que pedía su renuncia como director de TV-UNAM. Lo grave no fue la reacción airada de las redes sino la respuesta de la UNAM que forzó la renuncia del escritor y periodista y emitió un comunicado en el que “destacó los valores universitarios como la tolerancia y el respeto a la pluralidad” – frase bastante contradictoria puesto que con la renuncia del director lo que demostró fue la falta de respeto a la pluralidad-.

[pull_quote_right]El tema de la educación contra la intolerancia que implica la educación para superar esta “tolerancia selectiva” que inunda nuestras redes sociales, convertidas en guardianes de lo políticamente correcto ha sido tocado varias veces en esta columna y parecer ser recurrente porque implica un cambio de paradigma en nuestra forma de concebir las relaciones con los demás y la formación en un auténtico pensamiento crítico que pueda distinguir entre la libertad de opinión y de pensamiento y  la sanción de ciertos comportamientos discriminatorios[/pull_quote_right]

El colmo fue el comunicado emitido por la Comisión Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred) que solicitó “medidas precautorias” en contra de Alvarado y le solicitó “tomar un curso de sensibilización sobre el derecho de las personas a no ser discriminadas”, medidas que fueron retiradas después de la renuncia a la dirección de TV-UNAM.

La reacción en las redes sociales fue de absoluto agrado, de alegría –casi de sentimiento de triunfo o revancha- por la renuncia del escritor. Si se revisan las expresiones de aprobación por este hecho, se podrá comprobar que no hay en ellas ningún argumento que se refiera a políticas, proyectos o acciones concretas de Nicolás Alvarado como director de la televisora universitaria que ameritaran su renuncia. Todas las reacciones se dirigen hacia la persona señalando su antipatía, su clasismo, su ser “pseudointelectual”, etc[1].

Una de las pocas personas que habían publicado un artículo con argumentos serios en contra del nombramiento de Nicolás Alvarado como director de TV-UNAM, Raúl Trejo Delarbre, hizo sin embargo una defensa muy lúcida y bien sustentada de la libertad de expresión del periodista, pronunciándose en contra de su renuncia y sobre todo, en contra de que un organismo del Estado mexicano se autonombre el “guardián del pensamiento único” y a la manera de las sanciones que imponía la “Revolución cultural china” se atreva a pedir la “reeducación” de esta persona.

De lo que he leído en los medios, las únicas expresiones de crítica al artículo de Alvarado que se sustentan en argumentos son las publicadas por Yuri Vargas en Círculo de poesía en el que contra argumenta la crítica a Juan Gabriel como letrista con un análisis muy detallado de la estructura de los versos de algunas de las letras del compositor fallecido –que fue a su vez respondida con un erudito análisis de Luis González de Alba en Nexos– y el artículo de Jorge Tirzo en Gatopardo: Nicolás Alvarado y el (mal) periodismo que discrimina.

El primer artículo mencionado representa para mí lo que debe hacerse ante un texto que nos parece criticable o que creemos que está descalificando la obra, las ideas o los argumentos de alguien a quien consideramos valioso. Se trata de un artículo en el que desde la teoría literaria y en el contexto de la poesía popular se hace una revisión de las letras de Juan Gabriel para demostrar que Alvarado está equivocado en su juicio sobre la “sintaxis iletrada” del compositor. En un contexto democrático se debe respetar la libertad de expresión aún con los excesos que puedan darse por este respeto y debe haber la posibilidad y el talento como en este caso, para rebatir y demostrar que estos excesos u opiniones prejuiciadas están equivocadas.

El segundo texto trata de argumentar lo mismo, es decir, trata de demostrar por qué el buen periodismo, desde una visión ética, debe evitar caer en cualquier forma de discriminación. Sin embargo desde mi punto de vista comete un error fundamental, porque el sentido de su argumentación no va hacia el debate con el autor del texto clasista y discriminatorio y desde este punto de vista, carente de ética. Se dirige a apoyar la renuncia de Alvarado y las medidas precautorias de CONAPRED, se orienta a decir por qué “la libertad de expresión tiene límites”.

El problema de una argumentación como esta, el enorme riesgo de las opiniones de la “nueva inquisición” de las redes sociales, está en que determinar quién va a tener el derecho a determinar lo que debe publicarse o no, quién va a definir lo que se debe o no pensar y opinar, quién o quiénes tienen el derecho a decidir lo que le debe gustar a la gente o lo que la gente puede detestar. Porque esas mismas hordas que pidieron la cabeza de Alvarado son las que protestan contra la intolerancia cuando la Iglesia Católica o alguna otra iglesia, un grupo de poder o comunidad se manifiestan pidiendo que se cancele la publicación de ciertos contenidos en libros o revistas, que se prohíba la exhibición de algún espectáculo o película, que no se difundan determinadas ideas u opiniones porque se consideran ofensivas para las creencias de esa iglesia, grupo o comunidad. ¿Quiere decir que la tolerancia es selectiva? ¿Se debe permitir lo que ofende a las creencias o convicciones de unos grupos y prohibir lo que ofende las de otros? ¿Quiénes son los grupos que tienen el monopolio de la sensibilidad, quiénes los que pueden definir lo que se debe o no publicar, lo que es discriminatorio o no?

El tema de la educación contra la intolerancia que implica la educación para superar esta “tolerancia selectiva” que inunda nuestras redes sociales, convertidas en guardianes de lo políticamente correcto ha sido tocado varias veces en esta columna y parecer ser recurrente porque implica un cambio de paradigma en nuestra forma de concebir las relaciones con los demás y la formación en un auténtico pensamiento crítico que pueda distinguir entre la libertad de opinión y de pensamiento y la sanción de ciertos comportamientos discriminatorios, que sepa diferenciar el respeto a las personas de la total libertad para cuestionar sus opiniones y sus obras, que pueda separar lo antipático de un personaje y lo aberrante de sus ideas de su desempeño en cualquier cargo que ocupe.

Una educación para la tolerancia implica además del pensamiento crítico, el desarrollo de una inteligencia emocional capaz de separar las fobias personales o el rechazo a ciertas ideas, de la convicción democrática de que todas las ideas tienen derecho a ser expresadas.

Porque como  expresa Marías: la discrepancia y la crítica a un texto u opinión son respetables y fructíferas, lo que no es democrático ni progresista es erigirnos en censores y exigir la anulación de las voces que nos desagradan.


[1] Tardíamente el domingo 4 de septiembre apareció un comunicado de un colectivo de trabajadores de TV-UNAM señalando despidos injustificados y un ambiente de persecución desatados por el ex director, que no fueron las razones para forzar su renuncia.

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Autor Lado B
Juan Martín López Calva
Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Realizó dos estancias postdoctorales en el Lonergan Institute de Boston College. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, del Consejo Mexicano de Investigación Educativa, de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores y de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación. Trabaja en las líneas de Educación humanista, Educación y valores y Ética profesional. Actualmente es Decano de Artes y Humanidades de la UPAEP, donde coordina el Cuerpo Académico de Ética y Procesos Educativos y participa en el de Profesionalización docente..
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