Lado B
Greenwood sin Radiohead
Existen ciertas piezas sonoras que sólo se entienden en la construcción gráfica mental, fungen como un proyector que crea imágenes y situaciones. Son extractos que se convierten en el soundtrack de la imaginación y en nuevos géneros musicales.
Por Diana Edith Gómez @tras_lucido
12 de mayo, 2016
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Tomada de nme.com

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Diana Gómez

@dianaegomez

[dropcap]E[/dropcap]xisten ciertas piezas sonoras que sólo se entienden en la construcción gráfica mental, fungen como un proyector que crea imágenes y situaciones. Son extractos que se convierten en el soundtrack de la imaginación y en nuevos géneros musicales.

Jonny Greenwood es experto en hacer tangible este proceso a partir de una guitarra, o de algo más ostentoso como las Ondas de Martenot. No hace falta ser experto para darse cuenta de que su imaginería musical tiene una traducción cinematográfica y literaria simplemente maravillosa.

Jean-Luc Godard, Marqués de Sade, Dante Alighieri e Ingmar Bergman, son los primeros nombres que vienen a la mente después de escuchar cualquier composición de este inglés, pero situándonos en algo más cercano es Paul Thomas Anderson quien arroja a Greenwood al séptimo arte, y a crear música mucho más allá de Radiohead.

2007 fue el año en el que Jonny escribiría There Will Be Blood para la película del mismo nombre, un filme de Anderson que relata la historia de un minero en el apogeo del petróleo en la frontera de California. La proyección en ese entonces significaría el inició de un trabajo fabuloso entre estos dos personajes.

El músico y el cineasta, una dupla que no siempre embona pero que en esta ocasión recuerda al exquisito agasajo entre Angelo Badalamenti y David Lynch en Twin Peaks, revoleteando entre pianos y cuerdas para hacer la música correcta de una secuencia terrorífica.

En ese mismo año, sonaba In Rainbowns, el séptimo álbum de Radiohead; histórico desde su publicidad hasta su formato sonoro, rastreando un poco más ahí estaba el sigiloso Greenwood con algunas experimentaciones en “All I need”.

Jonny se sentó a grabar a una banda en un volumen bastante alto en una habitación que carecía de producción, lo que arrojaron esas horas fue un ruido blanco, que posteriormente añadió a “All I need”, y que terminaría siendo una canción con una elaboración que jamás se hubiera logrado en un estudio.

Pero en realidad la primera experiencia que tuvimos con Jonny fue hasta el 2009; el Himno Nacional Mexicano sonó en el Foro Sol el 15 de marzo de ese año, una pequeña partitura estremecía en el radio que sostenía Greenwood, justo en el momento en que Charo Fernández despedía la Hora Nacional. Paradójicamente se trataba de “National Anthem” y su inicio épico, una introducción evidentemente modificada.

Esa fue la primera vez que muchos entendimos que Greenwood era un punto y aparte de Radiohead, una extremidad que debe estudiarse, porque él hace música silenciosamente con toda su complejidad. Así es como organiza su arte.

El último trabajo de Greenwood es por demás curioso y lleno de misticismo. Es verdad que es una historia digamos poco original, pues varios músicos han emprendido un viaje a la India para hacer música, pero el protagonista de esta columna viajó como un antropólogo hambriento en busca de sonidos. ¿El resultado? El excelso Junun.

Ahí se encontró a músicos natos que hacían sus propios instrumentos con restos de animales, con voces inigualables bordadas con el músico Shye Ben Tzur, y una vez más con la producción de Nigel Gorich, quienes fueron documentados por un viejo amigo, Paul Thomas Anderson.

Es verdad que estas letras son sólo un pequeño testimonio de todo lo que existe en este emocionante músico. Hay que desenfundarlo para disfrutarlo, también habrá que quitarnos un par de prejuicios para comprenderlo como solista y como investigador imparable en el cine y en las letras. Somos testigos de una era sigilosa, la del enorme Jonny Greenwood.

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