Lado B
Renacer
En época de trabajo, de clases o de vacaciones, la monótona realidad consiste en eso, en que como dice el poeta: “Pasa el lunes y pasa el martes y pasa el miércoles y el jueves y el viernes y el sábado y el domingo, y otra vez el lunes y el martes…” en una cadena ininterrumpida, cada vez más rápida y muchas veces tediosa y sin sentido.
Por Juan Martín López Calva @m_lopezcalva
29 de marzo, 2016
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Martín López Calva

@M_Lopezcalva

“Pasa el lunes y pasa el martes
y pasa el miércoles y el jueves y el viernes
y el sábado y el domingo,
y otra vez el lunes y el martes
y la gotera de los días sobre la cama donde se quiere
dormir,
la estúpida gota del tiempo cayendo sobre el corazón
aturdido,
la vida pasando como estas palabras:
lunes, martes, miércoles,
enero, febrero, diciembre, otro año, otra vida.
La vida yéndose sin sentido, entre la borrachera y la
conciencia,
entre la lujuria y el remordimiento y el cansancio”.

Jaime Sabines. Pasa el lunes…

[dropcap type=»1″]E[/dropcap]n época de trabajo, de clases o de vacaciones, la monótona realidad consiste en eso, en que como dice el poeta: “Pasa el lunes y pasa el martes y pasa el miércoles y el jueves y el viernes y el sábado y el domingo, y otra vez el lunes y el martes…” en una cadena ininterrumpida, cada vez más rápida y muchas veces tediosa y sin sentido. Pasa la vida al ritmo de estas palabras que nombran nuestros días y nuestros meses y de estas cifras que enmarcan en años nuestra muy limitada duración dentro de la amplia pero también acotada duración del tiempo humano, de la historia humana en la que somos unas cuántas páginas de un capítulo, personajes menores de un drama escrito entre todos pero definido en su trama esencial por otros que son muy pocos, los que tienen el poder de dar rumbo, aunque sea hacia la muerte y la autodestrucción, al destino humano.

Así se vive a veces, sintiendo apenas la forma en que “la estúpida gota del tiempo” cae sobre nuestro corazón aturdido, en una serie de ciclos repetitivos que conducen a un final inevitable pero incierto en el que somos solo en parte protagonistas y también víctimas de un destino que paradójicamente no está escrito pero se escribe en el tejido que mezcla nuestras decisiones, el ecosistema de decisiones en que vivimos y el azar que se escapa a cualquier intento de control.

“…Encontrarse, de pronto, con las manos vacías,
con el corazón vacío,
con la memoria como una ventana hacia la obscuridad,
y preguntarse: ¿qué hice?, ¿qué fui?, ¿en dónde estuve?
Sombra perdida entre las sombras,
¿cómo recuperarte, rehacerte, vida?”

Hasta que un día caemos en la cuenta de que nos encontramos con las manos vacías, tal vez con el corazón vacío y con la urgente necesidad existencial de preguntarnos por lo que hicimos, lo que hemos sido y somos, los lugares vitales en los que estuvimos y estamos y el deseo en parte inútil pero no por ello menos real de recuperar la vida, de rehacer la vida.

Porque no somos problema que se resuelve sino misterio siempre expuesto a preguntas que si se responden llevan a nuevas preguntas, como afirma Marcel. Porque somos seres que no se conforman con sobrevivir sino que tienen la vocación de vivir, de gozar la vida, de dar vida, de ayudar a otros a vivir la vida, de encontrar o construir un sentido para la propia vida y para esa vida que todos somos, como afirma Octavio Paz.
“Nadie puede vivir de cara a la verdad
sin caer enfermo o dolerse hasta los huesos.
Porque la verdad es que somos débiles y miserables
y necesitamos amar, ampararnos, esperar, creer y afirmar.
No podemos vivir a la intemperie
en el solo minuto que nos es dado…”

Y así vivimos buscando la verdad pero vulnerables y dolientes cuando nos atrevemos a vivir de cara a ella, cuando afrontamos la verdad que implica sabernos débiles, limitados, imperfectos, contradictorios, indigentes, necesitados del amor, del amparo que nos brindan los demás, de la esperanza que nos mantenga en pie y caminando hacia algún sitio aunque sea un tanto desconocido, de la fe en algo o en alguien que nos aporte un suelo más o menos firme en que pisar intentando dejar huella de nuestra insignificante pero a la vez significativa existencia.

Porque como afirma el poeta, “no podemos vivir a la intemperie, en el solo minuto que nos es dado”, porque somos sujetos pero serlo implica consciencia y tarea, proyecto de futuro y pregunta por el futuro que está más allá del punto final de nuestro futuro palpable, de la muerte que tarde o temprano nos espera.

Es por eso que nos rebelamos ante la idea de que la vida sea solamente una sucesión de lunes, martes, miércoles, jueves…el simple paso de muchos eneros, febreros, marzos, abriles…la cíclica repetición de primaveras, veranos, otoños e inviernos, la experiencia subjetiva e intersubjetiva de nuestra propia primavera, de nuestro verano y nuestro otoño, del invierno final de nuestra existencia.

Por ese deseo profundo de vivir es que necesitamos continuamente morir y renacer. Morir a lo que vamos superando y encontrando obsoleto o dañino para nuestro crecimiento y el de quienes nos rodean, renacer a nuevas vidas o nuevas etapas de vida en las  que nos esforcemos por ser más plenamente nosotros mismos, por encontrar un sentido que nos permita tomar el timón de los días y los meses y darle dirección a nuestros años.

Morir cada vez que otros mueren sin sentido por la injusticia, la violencia, la exclusión y la discriminación que hemos ido levantando como un muro que supuestamente nos defiende de los demás pero en el fondo nos hace ajenos a nosotros mismos, morir cada vez que la especie humana da un paso más hacia la muerte fortaleciendo las estructuras que refuerzan lo que nos impide vivir en plenitud y armonía, morir cada vez que se nos muestra la cultura de la muerte como única opción para sobrevivir.

Renacer con cada nueva vida y con todos los signos de esperanza que se presentan con terca capacidad de resistencia aún en los sitios dominados por la muerte y la violencia, renacer con cada posibilidad, con cada rendija de resistencia a este mundo consumista y materialista que nos pretenden vender como el único mundo viable, renacer con cada manifestación auténtica del espíritu humano.

Hoy más que nunca necesitamos educar para encontrar sentido al paso del lunes, el martes, el miércoles…educar para el autodescubrimiento y la autoaceptación como seres débiles, indigentes, necesitados y por ello capaces de amar, de solidarizarse, de comunicarse profundamente con los demás…educar para morir continuamente a lo que daña y renacer tenazmente a lo que religa, une, integra y da sentido…educar para asumir ese misterio que somos y que Octavio Paz describe magistralmente en este poema:

“Soy hombre: duro poco
y es enorme la noche.
Pero miro hacia arriba:
las estrellas escriben.
Sin entender comprendo:
también soy escritura
y en este mismo instante
alguien me deletrea”.

Octavio Paz

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Autor Lado B
Juan Martín López Calva
Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Realizó dos estancias postdoctorales en el Lonergan Institute de Boston College. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, del Consejo Mexicano de Investigación Educativa, de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores y de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación. Trabaja en las líneas de Educación humanista, Educación y valores y Ética profesional. Actualmente es Decano de Artes y Humanidades de la UPAEP, donde coordina el Cuerpo Académico de Ética y Procesos Educativos y participa en el de Profesionalización docente..
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