Lado B
Educar para (sobre) vivir
La especie humana es la única sobre el planeta que no se conforma con sobrevivir sino que aspira a vivir. Sobrevivimos para vivir y no al revés aunque desgraciadamente en este mundo de injusticia, desigualdad, exclusión, discriminación y explotación generalizada haya tantos millones de personas que pasan cada día de su existencia viviendo para sobrevivir.
Por Juan Martín López Calva @m_lopezcalva
03 de febrero, 2016
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Martín López Calva

@M_Lopezcalva

“Vivir para sobrevivir mata en su germen las más importantes posibilidades de libertad: es una aplastante mayoría de humanos la que, no sólo en la historia pasada, sino también hoy por todo el globo, no ha podido vivir mas que para sobrevivir y en las sociedades de baja complejidad, en las peores condiciones.”

Edgar Morin. El Método V. La Humanidad de la humanidad. p. 310

[dropcap]L[/dropcap]a especie humana es la única sobre el planeta que no se conforma con sobrevivir sino que aspira a vivir. Sobrevivimos para vivir y no al revés aunque desgraciadamente en este mundo de injusticia, desigualdad, exclusión, discriminación y explotación generalizada haya tantos millones de personas que pasan cada día de su existencia viviendo para sobrevivir.

En un texto clásico y entrañable –me parece que ya citado en alguna educación personalizante hace tiempo- Eduardo Galeano hablaba del miedo que caracteriza la vida contemporánea e invade todos los ángulos de nuestra humanidad. “Los que trabajan tienen miedo de perder el trabajo. Los que no trabajan tienen miedo de no encontrar nunca trabajo. Quien no tiene miedo al hambre, tiene miedo a la comida…” dice entre otras cosas este texto que vale la pena reflexionar porque es cada día más válido. 

En su columna de este domingo, el escritor mexicano Benito Taibo se pregunta “¿A qué hora nos volvimos así? Alérgicos a todo. Incluso a la vida misma…” y plantea la terrible realidad del ciudadano de nuestros días que vive inmerso en el culto al cuerpo y en cambio ha olvidado el culto al espíritu, a la justicia y al bien común.

Este culto al cuerpo nos tiene metidos en una espiral defensiva ante los peligros reales y exagerados por las redes sociales de prácticamente todo lo que comemos. Los lácteos, el gluten, la carne y los embutidos, el pescado y todo lo que ha formado parte de la dieta de la humanidad por cientos o miles de años empiezan a ser descartados por cada vez más gente que vive cuidándose de todo lo que la puede matar, hasta el extremo de dejar de vivir –de gozar la vida, de compartir la vida con los demás, de dar vida a otros, de ayudar a vivir- para ocupar obsesivamente su energía en sobrevivir.

Por el lado de la convivencia social estamos en una realidad cada vez más violenta en la que diariamente somos informados de asesinatos, secuestros, extorsiones, abusos, expresiones de una sociedad que está convirtiéndose progresiva y rápidamente en la ley de la selva donde sobrevive el más apto, donde el que no abusa es abusado, el que no agrede es agredido, el que no se cuida y se protege del peligro que implican los otros –incluso los cercanos- termina siendo víctima de todo tipo de atrocidades. De manera que la convivencia ya no es un generador de razones para vivir sino una fuente constante de riesgos que hay que evitar para sobrevivir.

[pull_quote_right]Pero del mismo modo, como formadora de la sociedad futura, como espacio para la regeneración de la humanidad, como actividad organizadora de la esperanza, la Educación tiene que cumplir la tarea de formar para vivir, es decir, de desarrollar el deseo de realización humana que existe en el fondo de cada educando y cultivar la dimensión poética de la vida a partir de la reflexión crítica de la realidad social del mundo y el autoconocimiento profundo que genere una autoestima sólida capaz de rebelarse ante la injusticia, la desigualdad, la violencia y la deshumanización del entorno y de hacer crecer el culto al espíritu, el culto a la justicia y el culto al bien común más allá del culto al cuerpo, al dinero, al poder y a la fama que hoy nos dominan.[/pull_quote_right]

En el mundo del trabajo, el sistema de mercado globalizado centrado en la generación de necesidades artificiales para que los que tenemos un ingreso gastemos cada vez más dinero que no tenemos para adquirir cosas que no nos hacen falta con el fin de impresionar a gente que no conocemos ha ido generando progresivamente una situación en la que el mundo se vuelve un gran ring donde hay que ser competitivo y combativo para ganarse un espacio, para mantener a toda costa ese espacio, para hundir a cualquiera que sospechemos que tiene alguna posibilidad de ocupar nuestro espacio aunque tal vez ni siquiera aspire a hacerlo. El mercado laboral es entonces un campo de guerra en el que todos tenemos que cuidar nuestra supervivencia aunque eso implique olvidarnos de vivir.

Nos encontramos como nunca antes, en un mundo que nos empuja a vivir para sobrevivir y nos bloquea constantemente cualquier oportunidad o espacio que busque satisfacer nuestro auténtico deseo de vivir. El ser humano de este siglo caracterizado por su enormes avances científicos y tecnológicos es un ser atrapado en la dimensión prosaica de la vida y casi totalmente impedido o hasta insensible a las demandas de la dimensión poética de la existencia. Vivimos en prosa. Como colectivo hemos renunciado a vivir poéticamente.

En la quinta parte de mi libro Educación humanista, planteo que la Educación produce la sociedad que la produce. En efecto, el sistema educativo es siempre un subsistema que está marcado por los rasgos, aspiraciones, problemas, intereses y deseos de la sociedad que lo genera.

De la misma forma, la sociedad de cada tiempo es producida por la Educación, que es la que forma a los ciudadanos que van a ser actores de los distintos procesos e instituciones sociales. Pero si la Educación no es consciente de la sociedad que la produce, si no hace un análisis crítico de esta sociedad y se plantea con seriedad los retos de transformación social que se le presentan, se convierte simplemente en un mecanismo de reproducción y reforzamiento de la sociedad en la que se encuentra.

El sistema educativo tiene sin duda que formar personas y ciudadanos con las herramientas necesarias para sobrevivir en la sociedad concreta en la que les toca enfrentar. De esta forma, la Educación actual debe sin duda capacitar a los educandos para desenvolverse en el mercado laboral, protegerse de la violencia, cuidad su salud frente a los riesgos reales de nuestros hábitos de alimentación y consumo y ser capaz de realizar todas las actividades que implica la dimensión prosaica de la existencia en el siglo veintiuno.

Pero del mismo modo, como formadora de la sociedad futura, como espacio para la regeneración de la humanidad, como actividad organizadora de la esperanza, la Educación tiene que cumplir la tarea de formar para vivir, es decir, de desarrollar el deseo de realización humana que existe en el fondo de cada educando y cultivar la dimensión poética de la vida a partir de la reflexión crítica de la realidad social del mundo y el autoconocimiento profundo que genere una autoestima sólida capaz de rebelarse ante la injusticia, la desigualdad, la violencia y la deshumanización del entorno y de hacer crecer el culto al espíritu, el culto a la justicia y el culto al bien común más allá del culto al cuerpo, al dinero, al poder y a la fama que hoy nos dominan.

Para lograr cumplir con esta doble tarea, para poder educar para vivir y no solamente para sobrevivir, es indispensable el desarrollo de una sana cultura psíquica que como afirma Morin: “…es, al mismo tiempo, una exigencia antropológica y una exigencia histórica de nuestro tiempo…”

Porque “…La cultura psíquica nos enseña a vivir la incertidumbre…Nos enseña a soportar el horror y nos ayuda a enfrentar la crueldad del mundo sin enmascararla ni edulcorarla.  Nos ahorra la angustia y nos enseña a vivir con ella y a producir sus antídotos, el amor para el vivir y el vivir de amor.”

(Edgar Morin. El Método VI. Ética. pp. 101-102)

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Autor Lado B
Juan Martín López Calva
Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Realizó dos estancias postdoctorales en el Lonergan Institute de Boston College. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, del Consejo Mexicano de Investigación Educativa, de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores y de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación. Trabaja en las líneas de Educación humanista, Educación y valores y Ética profesional. Actualmente es Decano de Artes y Humanidades de la UPAEP, donde coordina el Cuerpo Académico de Ética y Procesos Educativos y participa en el de Profesionalización docente..
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