Lado B
Educar bien, educar para el bien
Se educa siempre para un bien. Difícilmente encontraremos a un profesor, director escolar, investigador educativo, pedagogo, padre de familia u orientador que nos diga que busca educar para algo negativo, para hacerle un mal a los niños o adolescentes, para deformar a las nuevas generaciones y contribuir a hacer daño a la sociedad en la que vive.
Por Juan Martín López Calva @m_lopezcalva
09 de febrero, 2016
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Martín López Calva

@M_lopezcalva

«La cosas no son tan simples», pensaba aquella tarde el Bien, «como creen
algunos niños y la mayoría de los adultos.
Todos saben que en ciertas ocasiones yo me oculto detrás del del Mal,
como cuando te enfermas y no puedes tomar un avión y el avión se cae y no
se salva ni Dios; y que a veces, por lo contrario, el Mal se esconde detrás
de mí, como aquel día en que el hipócrita Abel se hizo matar por su hermano
Caín para que éste quedara mal con todo el mundo y no pudiera reponerse
jamás.»
«La cosas no son tan simples».

Augusto Monterroso. Monólogo del Bien.

 

[dropcap]S[/dropcap]e educa siempre para un bien. Difícilmente encontraremos a un profesor, director escolar, investigador educativo, pedagogo, padre de familia u orientador que nos diga que busca educar para algo negativo, para hacerle un mal a los niños o adolescentes, para deformar a las nuevas generaciones y contribuir a hacer daño a la sociedad en la que vive.

Todos los que nos dedicamos a la formación de los futuros ciudadanos de México y del mundo declaramos siempre que lo hacemos para un bien, aunque nuestras ideas acerca de este bien no coincidan o se formulen desde ángulos distintos o teorías filosóficas, psicológicas o sociológicas que responden a diversas tradiciones.

De manera que si se hiciera una encuesta sobre las finalidades de la educación, habría múltiples y muy distintas respuestas, pero en el fondo todas ellas tenderían a definir un bien que se busca generar en el ser humano que se educa, en la sociedad para la que se le educa y en la humanidad de la que forma parte todo educando.

Es por ello que hoy parece haber coincidencia o incluso hasta estar de moda la visión de la educación en valores o de la educación ética o moral entre profesores e instituciones de muy diversas tendencias teóricas e ideológicas.

Pero como dice la fábula de Monterroso, “las cosas no son tan simples” y como todos sabemos, no basta con declaraciones de buenas intenciones educativas o con programas o materias que se orienten hacia la enseñanza de ciertos valores considerados como universales para lograr realmente hacer un bien a los educandos y educarlos para el bien. Porque estas son las dos caras de la moneda de la educación en valores o de toda educación moral: por una parte, es necesario que el proceso educativo logre hacer un bien a los estudiantes y por otra parte resulta también indispensable que los forme para el bien, es decir, para que ellos sean personas, profesionistas y ciudadanos comprometidos con la construcción del bien social o del bien común.

De aquí se desprende una primera afirmación que podemos tomar como principio de cualquier educación que pretenda llamarse educación personalizante o humanizante: educar bien implica educar para el bien.

¿Qué significa esto?

Existe hoy una tendencia creciente que postula la urgencia de educar profesionales altamente capacitados y competitivos. Especialistas en las diversas disciplinas que tengan todos los conocimientos de vanguardia, manejen los métodos más avanzados y desarrollen las habilidades necesarias para aplicar estos conocimientos y métodos con eficiencia de manera que estén a la altura de cualquier otro profesional formado en cualquier país desarrollado del mundo. Podríamos caracterizar esta tendencia con la frase: formar a los mejores profesionistas del mundo.

Desde el punto de vista de una educación personalizante esta formación de altísimo nivel académico no sería suficiente, pues si bien es necesario formar a los profesionistas con todas las competencias necesarias para desenvolverse en el muy complicado mundo del mercado global en que hoy vivimos, esta formación no alcanza para construirse como personas de bien y para comprometerse en la construcción de un mundo que pueda ser considerado un bien de orden o un bien social.

[pull_quote_right]De aquí se desprende una primera afirmación que podemos tomar como principio de cualquier educación que pretenda llamarse educación personalizante o humanizante: educar bien implica educar para el bien.[/pull_quote_right]

De manera que resulta indispensable si pensamos en una educación integral deberíamos tener en cuenta que es necesario formar profesionistas que tengan todas las competencias para poder desempeñar eficientemente tareas de alto grado de dificultad en sus respectivas carreras pero que tengan la conciencia crítica y las actitudes adecuadas para usar esas competencias en un sentido que los humanice en lo personal, que humanice su entorno familiar y comunitario y que se ocupe de la transformación social y planetaria de manera que se concrete la probabilidad de salvar a la humanidad, realizándola.

Esta segunda visión, más compleja y completa de la educación, podría sintetizarse en la frase de Adolfo Nicolás S.J. , Prepósito General de los Jesuitas que plantea la tarea universitaria en términos de “formar a los mejores profesionistas para el mundo”. ()

Pero de la convicción de que “las cosas no son tan simples” en lo relativo a la educación en valores o educación ética de los profesionales, se desprende una segunda afirmación que podemos tomar como un segundo principio de toda educación personalizante o humanizante: educar para el bien implica educar bien.

¿Qué implica esto?

Existe también una tendencia bastante generalizada en las instituciones que se autodenominan como humanistas o en las universidades de carácter religioso católico o de otras denominaciones que parece sostener que lo importante para la formación de los profesionistas en términos del bien es que los profesores sean buenas personas, personas honestas, con valores humanos y convicciones que den testimonio del ideal de humanización que la filosofía institucional sostiene como finalidad de la formación.

Esto propicia muchas veces que se eduque para el bien –o al menos se piense que se educa para el bien- pero no se eduque bien, es decir, que se construyan procesos de enseñanza-aprendizaje que enfatizan la dimensión ética y el desarrollo de actitudes humanas positivas pero dan menos importancia a la calidad de los contenidos y al desarrollo de las competencias indispensables para desarrollar una actividad profesional con la calidad necesaria para tener un impacto real y efectivo en la transformación de la sociedad y del planeta.

Profesores con buen corazón que forman profesionistas con buenos sentimientos pero con pocas capacidades profesionales para enfrentar un mundo cada vez más demandante podría ser, tal vez exagerando, la forma de definir esta tendencia en la que no se pretende formar a los mejores profesionistas del mundo porque se considera que esto es tecnocrático y deshumanizante pero se acaba por tampoco formar a los mejores profesionistas para el mundo porque el mundo requiere de gente que resuelva problemas complejos y no solamente de profesionales que sean sensibles y se compadezcan de los que sufren realidades de dolor, injusticia o exclusión.

De poco sirve un cardiólogo con una nobleza humana a prueba de fuego pero que desconoce las últimas investigaciones, técnicas y protocolos para curar a los pacientes que acaban por no sanar o aún por perder la vida cuando los atiende.

Por ello es indispensable comprender que educar para el bien tiene que ver necesariamente con educar bien.

Estos dos principios de la educación personalizante: educar bien es educar para el bien y educar para el bien es educar bien, son inseparables e imprescindibles en una visión compleja que trascienda los simplismos con que parece mirarse la tarea educativa desde el ángulo de los valores o la ética profesional.

Se trata simplemente de entender lo que Augusto Hortal y otros autores plantean como Principio de Beneficencia de toda Ética profesional sana: Hacer el bien con la profesión, haciendo bien la profesión.

Aunque parece sencillo, considero que es un gran reto para todos los educadores y para la instituciones educativas que quieran estar a la altura de nuestros tiempos.

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Autor Lado B
Juan Martín López Calva
Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Realizó dos estancias postdoctorales en el Lonergan Institute de Boston College. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, del Consejo Mexicano de Investigación Educativa, de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores y de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación. Trabaja en las líneas de Educación humanista, Educación y valores y Ética profesional. Actualmente es Decano de Artes y Humanidades de la UPAEP, donde coordina el Cuerpo Académico de Ética y Procesos Educativos y participa en el de Profesionalización docente..
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