Lado B
Educar para la (in) justicia
La justicia es uno de los ejes centrales de toda educación ética. La mayoría de las propuestas filosóficas en el campo de la ética se sustentan en que la búsqueda del bien humano, de la buena vida humana, tiene que ver con la construcción de una sociedad, de un mundo en el que reine la justicia sobre la injusticia, la inclusión sobre la exclusión, la equidad sobre la desigualdad.
Por Juan Martín López Calva @m_lopezcalva
08 de diciembre, 2015
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Martín López Calva

@M_Lopezcalva

[dropcap type=»1″]L[/dropcap]a justicia es uno de los ejes centrales de toda educación ética. La mayoría de las propuestas filosóficas en el campo de la ética se sustentan en que la búsqueda del bien humano, de la buena vida humana, tiene que ver con la construcción de una sociedad, de un mundo en el que reine la justicia sobre la injusticia, la inclusión sobre la exclusión, la equidad sobre la desigualdad.

El otro eje fundamental de las propuestas éticas es el de la felicidad. En efecto, muchos filósofos y por supuesto psicólogos sostienen que lo que mueve al ser humano al construir su vida es la búsqueda de la felicidad. Todos los seres humanos queremos tener una vida feliz y albergamos en nuestro mundo más íntimo un proyecto de felicidad.

De hecho estos dos elementos son complementarios. No se puede conseguir la auténtica felicidad sin ser justos y buscar la justicia tiene como fin generar las condiciones estructurales para que todos puedan vivir su proyecto de felicidad. Es por eso que Adela Cortina, quizá la más conocida especialista en Ética en nuestro tiempo, sostiene que “todos los seres humanos queremos ser felices y todos los seres humanos deberíamos tratar de ser justos”.

Para hacer posible el proyecto de felicidad de cada quien, que es -y está bien que sea- totalmente distinto al proyecto de felicidad de los demás, es indispensable que existan ciertos mínimos de justicia que son exigibles a todos. Nadie puede pedir a otro que busque la felicidad en determinados elementos o actividades de la vida, pero en el caso de la justicia todos debemos exigir a los demás que respeten los elementos mínimos para poder convivir de modo que sean viables las aspiraciones de felicidad de todos.

De manera que si concebimos la educación como formación de los futuros seres humanos, de los ciudadanos responsables de construir las sociedades del futuro, resulta indispensable que incluyamos, como elemento transversal presente en todos los procesos, niveles y asignaturas, el tema de la justicia.

De esto se ha escrito y hablado bastante e incluso ha sido un tema abordado en esta Educación personalizante en sus ya más de tres años de vida semanal en Lado B. Pero de lo que no se ha tratado tanto es del tema de la injusticia, que como cara opuesta de la moneda de la vida individual y social se encuentra presente en la existencia cotidiana y hay que aprender también a enfrentar.

Educar es formar personas que sean agentes de promoción de la justicia en su comunidad, en la sociedad que les toca vivir y en el planeta del que forman parte, pero para ello es también indispensable formar personas que sean capaces de aceptar, asumir y resistir la injusticia propia de la vida y del mundo.

  1. Educar para promover la justicia.

“Recuerdo, recordamos.
Ésta es nuestra manera de ayudar a que amanezca
sobre tantas conciencias mancilladas,
sobre un texto iracundo sobre una reja abierta,
sobre el rostro amparado tras la máscara.
Recuerdo, recordamos
hasta que la justicia se siente entre nosotros”.

Rosario Castellanos. Memorial de Tlatelolco.

Educar es formar personas que sean agentes de promoción de la justicia. Ciudadanos capaces de indignarse y rebelarse contra toda forma de injusticia ya sea en las relaciones interpersonales, en las estructuras sociales o en el sistema económico y político que rige el mundo.

Uno de los principios fundamentales de la Ética profesional es el de la Justicia que se plantea en dos niveles de concreción:

-Los profesionistas deben formarse en una ética que los lleve a actuar y a relacionarse de manera justa con sus clientes, pacientes o receptores de sus servicios. Esto incluye no cobrar excesivamente, no discriminar ni sesgar sus servicios por prejuicios o preferencias personales, raciales, socioeconómicas, etc. y no asumirse como superiores a quienes están contratando o recibiendo sus servicios profesionales.

-Los profesionistas deben formarse también en la capacidad de mirar su ejercicio socio-profesional como una responsabilidad que implica promover a partir de su práctica condiciones estructurales más justas en la sociedad en la que trabajan.

Por otra parte, en el ámbito de la responsabilidad social del que hablamos la semana pasada aquí, se plantea que toda institución educativa o toda empresa o gobierno deberían analizar cuidadosa y sistémicamente sus impactos ambientales, sociales y culturales para responsabilizarse de que su existencia, organización y funcionamiento visto en el contexto macro-social y planetario sean socialmente productores de justicia y equidad.

Formar personas y ciudadanos que sean agentes de promoción de la justicia implica educar en la conciencia histórica –la capacidad de recordar los grandes hechos de injusticia-, en la conciencia social sustentada –la capacidad de analizar con marcos científicos rigurosos las realidades sociales y ambientales del mundo en que viven y los impactos del ejercicio de su profesión- y en la acción comprometida y responsable producto de una solidaridad bien informada capaz de generar proyectos de transformación social que sean viables y realistas pero a la vez ambiciosos y visionarios.

 

  1. Educar para asumir la injusticia.

“Cuando aprendemos verdaderamente que la vida es difícil, cuando lo entendemos y lo aceptamos, entonces la vida deja de ser difícil. Porque una vez aceptado, el hecho de que la vida sea difícil ya no tiene importancia”.
M.Scott Peck

The Road Less Travelled

Nos educaron con tanto énfasis en la idea de que la vida es sufrimiento y esfuerzo sin fin que estamos educando a nuestros hijos en la total intolerancia al dolor y a la frustración, pintándoles un mundo tipo Disneylandia en el que todo es bello simplemente porque todo depende de nuestra actitud y de la forma en que miramos las cosas y si “decretamos” que seremos felices sin ninguna sombra ni problema, “el universo” va a “conspirar” a nuestro favor y nuestra existencia trascurrirá en medio de algodones.

De esta reacción extrema, igualmente parcial y simplificadora, igualmente dañina que la que nos formó a nosotros, nos advierten muchos autores en el campo de la Psicología y de la Educación en la actualidad.

Tomaré a Scott Peck que a partir de su experiencia como terapeuta y de los casos de muchos niños que ha tratado llega a un diagnóstico del problema actual de la formación de nuestras nuevas generaciones. El diagnóstico es que se trata de generaciones carentes de disciplina, necesitadas urgentemente de disciplina para poder enfrentar la vida.

Cuatro son los elementos que plantea Peck para formar en la disciplina: enseñar a los niños a posponer la satisfacción, aceptar la responsabilidad, consagrarse a la verdad y conservar el equilibrio.

En el tercer elemento, el de consagrarse a la verdad, el autor plantea una idea fundamental. Resulta indispensable para formar personas capaces de enfrentar y conducir su vida de manera sana, desarrollar en los niños la capacidad para aceptar que la vida está llena de dificultades y de situaciones que no son justas.

La muerte inesperada de un ser querido por causas a veces absurdas, el dolor que padece un familiar o un amigo, el accidente o el acto violento que cambia radicalmente la vida propia o de los seres que queremos simplemente por estar azarosamente en el lugar equivocado en el momento equivocado, las consecuencias impredecibles de una decisión aparentemente inocua que echan a perder el futuro de una persona, de una familia o de una comunidad, la muerte violenta por terrorismo o por bombardeos que supuestamente combaten el terrorismo de mujeres y niños inocentes, etc. Todas estas situaciones y muchas más, son parte de la vida humana individual y colectiva, son la parte difícil, dolorosa, incomprensible, indignante que no podemos controlar, que no implica nuestra responsabilidad pero que tenemos que aprender a aceptar, a asumir y a manejar para seguir viviendo.

Educar para asumir la injusticia inherente a esta vida humana llena de dificultades es una parte de la formación de personas que tengan el compromiso y la convicción necesarias para luchar por la justicia pero al mismo tiempo la humildad y la resiliencia indispensables para afrontar y vivir la injusticia cuando esta llega de manera inevitable.

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Autor Lado B
Juan Martín López Calva
Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Realizó dos estancias postdoctorales en el Lonergan Institute de Boston College. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, del Consejo Mexicano de Investigación Educativa, de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores y de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación. Trabaja en las líneas de Educación humanista, Educación y valores y Ética profesional. Actualmente es Decano de Artes y Humanidades de la UPAEP, donde coordina el Cuerpo Académico de Ética y Procesos Educativos y participa en el de Profesionalización docente..
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