Lado B
Entre lo indefinido y lo infinito
nos días antes de la celebración del “Día de muertos”, tan característica y profundamente arraigada en nuestra cultura mexicana, la Organización Mundial de la Salud (OMS) publica un estudio que –mal leído y sacado de contexto por los medios- se vuelve viral de manera inmediata.
Por Juan Martín López Calva @m_lopezcalva
03 de noviembre, 2015
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Martín López Calva

@M_Lopezcalva

“Vivir de muerte, morir de vida”.
Heráclito.

 

[dropcap type=»1″]U[/dropcap]nos días antes de la celebración del “Día de muertos”, tan característica y profundamente arraigada en nuestra cultura mexicana, la Organización Mundial de la Salud (OMS) publica un estudio que –mal leído y sacado de contexto por los medios- se vuelve viral de manera inmediata. Se trata de una investigación que afirma que “la evidencia científica sobre cancerígenos en las carnes rojas y procesadas es tan sólida como la evidencia de cancerígenos en el tabaco…” lo que significa “…que los estudios sobre cancerígenos en carne procesada son (con ciertas restricciones) tan confiables como los de cancerígenos en tabaco…” pero fue realmente manejado e interpretado como la evidencia científica de que la carne procesada provoca cáncer.

A partir de ahí se desató una ola de reacciones, opiniones, memes y alguno que otro análisis al respecto, incluyendo por supuesto los planteamientos humorísticos que tratan de relativizar esta noticia a partir de que en los tiempos que hoy vivimos, la ciencia ha descubierto que prácticamente cualquier cosa que comamos, bebamos, respiremos o hagamos puede tener consecuencias negativas para la salud y llegar incluso a provocar la muerte.

Una de las más ingeniosas de estas reacciones humorísticas fue publicada en el portal de El Deforma bajo el título de: “OMS advierte: vivir puede conducir a la muerte”. En este artículo se señala entre otras cosas que esta organización pide no nacer, a menos que sea absolutamente necesario debido a que “…de acuerdo a estudios conducidos en un total de 10,000 individuos de diferentes nacionalidades y estilos de vida, la principal causa de muerte es el nacimiento”.

Es indudable que bajo la capa de humor de este tipo de reacciones existe una buena dosis de razón puesto que como afirmaba Heráclito, existe una relación íntima entre vida y muerte, de tal modo que todos los seres humanos de manera inevitable estamos desde el nacimiento condenados a vivir de muerte y morir de vida.

Por ello me parece pertinente en esta semana en que acabamos de celebrar la festividad de los muertos ahora mezclada con la invasión imparable del Halloween estadounidense y la emergencia del furor por los zombies y otro tipo de seres mitológicos –o tal vez más bien, cinematográficos- que se relacionan con las diversas formas en que los humanos, condenados a morir desde el día que nacemos, lidiamos con la idea y la realidad de la muerte, dedicar esta Educación personalizante a reflexionar un poco sobre nuestra realidad humana con relación a la muerte.

Porque el asunto de la relación entre vida y muerte debería ser tratado con mayor prioridad en el ámbito educativo tanto por su presencia en todas las culturas humanas desde tiempos ancestrales como por su relevancia central en la existencia de todos los educandos y sus entornos familiares y comunitarios.

Uno de los primeros libros del pensador francés Edgar Morin es precisamente “El hombre y la muerte”, obra en la que aborda las distintas maneras de concebir y celebrar o recordar a los seres cercanos que han fallecido y de abordar el tema del final de la vida en todos sus ángulos, desde lo práctico hasta lo ritual y religioso. Se trata de un tema antropológico de gran relevancia que sin embargo, más allá de las ofrendas o las celebraciones de Halloween, se trata muy poco en la escuela.

La mezcla de celebraciones y rituales alrededor del día de muertos dice mucho de la cultura en que hoy vivimos. Porque en nuestro país coexiste la celebración original de carácter religioso, producto del sincretismo entre las culturas prehispánicas y la cultura cristiana en la que se plantea por un lado una relación de cercanía, humor y hasta burla y desdén por la muerte y por otra parte una profunda veneración y respeto por los antepasados que han muerto, a los que se honra con altares en los que se ponen objetos que recuerdan lo mejor de la vida de las personas fallecidas y comida y bebida de la que más gustaban estas personas que vuelven a degustar y asimilar la esencia de estos alimentos y bebidas.

Junto con esta tradición centenaria, se realizan ahora desfiles, concursos de disfraces y decoraciones alusivas al Halloween, una fiesta secular –aunque se le atribuye un origen religioso relacionado con la fiesta cristiana de Todos los santos- que en la cultura Celta tenía relación con la cosecha y el año nuevo e incorporó también el vínculo entre esta vida y la otra pero con las creencias de la visita de espíritus benignos y malignos –que originaron la costumbre de disfrazarse de ellos para evitar que causaran daño- y tiene ahora también elementos como las historias de terror o el recorrido de los niños pidiendo dulces en sus vecindarios.

[pull_quote_right]Como si nos negáramos a aceptar la realidad de que morimos de vida, andamos buscando desesperadamente elixires de eterna juventud. Como si fuese posible evitar vivir de muerte, estamos todo el tiempo tratando de encontrar formas de buscar la vida eterna en la tierra.[/pull_quote_right]

A la par de estas celebraciones se han incorporado con cada vez mayor popularidad a partir de películas e historias de muertos que vuelven a la vida y regresan al mundo en distintas versiones y manifestaciones.

Además de estas fiestas que se celebran a fines de octubre y principios de noviembre, se vive hoy en una cultura que está obsesionada con el miedo a la muerte. Esta obsesión se manifiesta en parte en la popularidad de informes científicos más o menos sustentados sobre los efectos de los alimentos, bebidas, hábitos, etc. en el surgimiento o prevención de enfermedades y también en la proliferación de los llamados “medicamentos milagro” de carácter no científico –algunos de ellos producto de medicina alternativa seria y otros de verdadera charlatanería y negocio-, además de la búsqueda de formas de evitar el envejecimiento desde el ejercicio, el deporte, las dietas o las cirugías.

Como si nos negáramos a aceptar la realidad de que morimos de vida, andamos buscando desesperadamente elixires de eterna juventud. Como si fuese posible evitar vivir de muerte, estamos todo el tiempo tratando de encontrar formas de buscar la vida eterna en la tierra.

Esta es la manifestación de lo que estructuralmente somos: seres en tensión entre lo indefinido y lo infinito, limitados pero abiertos a lo sin límite, transitorios pero deseosos de eternidad. Como plantea Morin:

“La nueva aventura no consiste en asegurarse la propiedad del planeta tierra, del arrabal periférico lunar, ni siquiera del sistema solar y mucho menos del reparto galáctico. Sino, llevados por el amor a la curiosidad, iniciar el camino hacia el más allá, hacia el azar, la incertidumbre, la muerte… El hombre es transitorio,  es portador del misterio de la vida, que a su vez trasporta el misterio del mundo. Es un bionauta…Es el depositario y el actor hic et nunc del destino biótico. Es el hijo y el pastor del núcleo-proteína, que le empujan y a las que conduce, entre lo indefinido y el infinito.”

Edgar Morin. Introducción al pensamiento complejo.

(Citado en: http://www.cicloliterario.com/ciclo90noviembre2009/edgar.html )

Esta es una de las enseñanzas fundamentales que debería guiar la tarea de la escuela del presente hacia el futuro, la enseñanza de la identidad terrenal, la enseñanza de la condición humana que nos lleve a conocer y aceptar nuestros límites –a asumir que vivimos de muerte- pero también a vivir responsable y proactivamente nuestras posibilidades, nuestra apertura a lo ilimitado –acoger el hecho de que morimos de vida- y que aunque en este mundo no vivimos para siempre, tenemos vocación de siempre.

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Autor Lado B
Juan Martín López Calva
Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Realizó dos estancias postdoctorales en el Lonergan Institute de Boston College. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, del Consejo Mexicano de Investigación Educativa, de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores y de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación. Trabaja en las líneas de Educación humanista, Educación y valores y Ética profesional. Actualmente es Decano de Artes y Humanidades de la UPAEP, donde coordina el Cuerpo Académico de Ética y Procesos Educativos y participa en el de Profesionalización docente..
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