Lado B
Tres regalos
Hace unos días conversaba con una colega acerca del impacto que tiene en nuestra vida el legado de nuestros progenitores y/o de quienes se asumen en dicho rol; compartiendo sobre el tema hice un recuento de mi historia para concluir que mis padres no me hicieron uno sino tres grandes regalos: la vida, la vida buena y la educación
Por Lado B @ladobemx
04 de octubre, 2015
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Mtra. Rocío Barragán de la Parra

[dropcap type=»1″]H[/dropcap]ace unos días conversaba con una colega acerca del impacto que tiene en nuestra vida el legado de nuestros progenitores y/o de quienes se asumen en dicho rol; compartiendo sobre el tema hice un recuento de mi historia para concluir que mis padres no me hicieron uno sino tres grandes regalos: la vida, la vida buena y la educación.

No siempre somos capaces de dimensionar lo que significa estar con vida, sin embargo el principio de esta oportunidad se la debemos a nuestros padres quienes al procrearnos posibilitaron, como dice la canción de Alberto Escobar (coincidencias), ser “vecinos de este mundo por un rato”.

El compromiso adquirido por nuestros padres al engendrarnos no concluye con el nacimiento, éste es sin duda sólo el inicio de un largo proceso con una lista de innumerables situaciones que, para aquellos quienes deciden asumir la paternidad biológica o por adopción, vislumbran sólo ganancias afectivas ; tienen claro que económicamente esta es una inversión “a fondo perdido”.

Para quienes no han experimentado la paternidad entenderlo en términos económicos resulta incomprensible; se necesita ser padre o madre para asumir amorosamente este compromiso con una finalidad única: ser y posibilitar al otro, uno de los más grandes desafíos como padres es ser capaces de ver e impulsar en cada hijo su potencial de ser humano. En esta mirada es donde, desde mi humilde perspectiva, se anida el segundo gran regalo otorgado por mis padres: la vida buena.

Quiero distinguir mi concepción de vida buena o buena vida (es indistinto), del significado común vinculado a esta frase; cuando digo vida buena no me refiero a pasar los días disfrutando de placeres y beneficios sin responsabilidad de lo que ocurre o de la manera en que cada quien se provee de lo que necesita o desea.

Entiendo la vida buena en dos momentos:

  1. El básico o de mantenimiento, que implica proveer los satisfactores de las necesidades fundamentales: alimento, hogar, salud, descanso, entretenimiento, convivencia y seguridad.
  2. El detonador, donde se impulsar la plenitud y el desarrollo personal de las capacidades de cada persona, impulsadas a través de modos diferentes de vivir, convivir y relacionarse. Las llamamos comúnmente oportunidades.

Hay quienes creen que las oportunidades llegan solas pero no es así, es necesario disponerse y estar preparados para que, cuando las ocasiones sean propicias sepamos identificarlas y capitalizarlas en acciones. Aquí es donde los padres deciden invertir tiempo, dinero e innumerables esfuerzos, todo con la intención de generarles a los hijos espacios de desarrollo integral que fortalezcan las diferentes dimensiones de convivencia y relación que favorezcan y coadyuven a su plenitud. Ésta inversión inicia en casa y se complementa formal y prioritariamente en la escuela, desde el primer día del párvulos, kínder o preprimaria, hasta la conclusión de estudios superiores.

La inversión no se limita a cuotas o pagos mensuales, implica cubrir requerimientos institucionales como uniformes, listas escolares, material de apoyo, permisos y solvencia de paseos, festivales, salidas culturales, actividades artísticas y de esparcimiento, colectas especiales, viajes de integración, gastos de graduación, etc… Eso es, en verdad acceso a oportunidades, a mirar la vida de manera diferente y sin duda la buena vida.

Esa vida buena se vincula con el tercer regalo: La educación, entendida más allá del espectro formal de cursar estudios del nivel preescolar al nivel superior. Se trata de reconocer que existen una serie de influenciadores no formales que también definen lo que somos: La familia, la sociedad, el entorno, el gobierno, los medios de comunicación, los vecinos, los amigos, el ambiente.

A través de estos influenciadores y de la Educación Formal recibida en Instituciones Educativas se entreteje y define el para qué de nuestra vida, expresado en cuestionamientos como ¿qué queremos hacer con la vida que nos fue otorgada?, ¿en qué queremos invertirla?, ¿para qué o quién(es)?, ¿qué deseamos hacer con ella? y ¿con qué sentido? La respuesta a estas preguntas será diferente de acuerdo a la concepción que cada uno tiene de sí mismo y del mundo que le rodea. Eso ha sido impactado por la educación que recibida que marca entonces la diferencia. Podemos vivir (o en caso extremo, sobrevivir), pero el sentido de la vida está directamente relacionado con la capacidad que hayamos tenido para aprovechar los accesos a la educación.

Cuando miro la “foto completa” de mi vida, agradezco estos tres hermosos regalos que hoy me permiten ser la mujer, madre, hermana, tía, sobrina, hija, compañera, amiga que soy y, desde la dimensión profesional, me permite comprometerme aún más no sólo para corresponder al obsequio de mis padres sino para auspiciar, desde mi vocación docente, espacios de reflexión y crecimiento que posibiliten profesionistas actualizados y preparados capaces de responder al desafío del mundo actual, pero sobre todo seres humanos capaces de comprometerse consigo mismos, con sus familias y con la sociedad.

[quote_box_left] La autora es profesora de la Universidad Iberoamericana Puebla.

Este texto se encuentra en: http://circulodeescritores.blogspot.com

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