Lado B
La visita doble
Sin ninguna posibilidad de huir descubrimos que el miedo posee propiedades vegetales, las extremidades ya no son piernas, ni brazos, se convierten en profundas raíces que desean enterrarse en el suelo; duele, duele mucho: si has pasado más de dos horas intentando no mover ni una mínima parte del cuerpo, sudando, con la cabeza escondida debajo de las cobijas. A tu lado la presencia, no se va, la escuchas respirar.
Por Javier Caravantes @javicaravantes
30 de octubre, 2015
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Javier Caravantes

@javicaravantes

Para Carlos.

 

I

[dropcap type=»3″]“E[/dropcap]l miedo, ya sea cobarde o valiente, empavorece –si se permite este juego de palabras– con lo pavoroso; y lo pavoroso es lo que nos hace salir de la paz, de la libertad y de la amistad a la vez. Así, a causa del pavor, salimos de nosotros mismos y, arrojados fuera, experimentamos, bajo las distintas especies de lo pavoroso, lo que está enteramente fuera de nosotros y es distinto a nosotros: lo Externo en sí.”

“El hombre del miedo, en el espacio de su miedo, participa y se une a lo que le da miedo. No sólo tiene miedo, sino que él es el miedo, es decir, la irrupción de lo que surge y se descubre en el miedo.”

Blanchot

“No hay cosa de la que tenga tanto miedo como del miedo.”

Montaigne

 

II

Sin ninguna posibilidad de huir descubrimos que el miedo posee propiedades vegetales, las extremidades ya no son piernas, ni brazos, se convierten en profundas raíces que desean enterrarse en el suelo; duele, duele mucho: si has pasado más de dos horas intentando no mover ni una mínima parte del cuerpo, sudando, con la cabeza escondida debajo de las cobijas. A tu lado la presencia, no se va, la escuchas respirar.

Sentir miedo te convierte en planta.

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Foto: Carlos Caravantes

III

—Tenía siete años y todo empezó porque me costaba mucho trabajo dormir, veía fantasmas, distintos, hasta que se apareció una niña con un vestido blanco, de piel blanca y de cabellos tan rubios que también eran casi blancos. La veía en la puerta de la recámara, del lado derecho, como a unos cinco metros. Ella caminaba muy despacio hacia mí, podía sentir sus pasos y yo rápido me cubría con las cobijas. El miedo me paralizaba. Algunas veces logré levantar las pesadas telas y observar si seguía ahí. Regularmente ella me devolvía la mirada. A veces sentía que su cara se acercaba hasta llegar a mi rostro, justo cuando estaba a punto de rozarme ella desaparecía. En una de esas noches a mi mamá le tocó cubrir alguna operación en el hospital. En aquellas ocasiones nos quedamos en la habitación de mi hermana, más chica, ella dormía en la cama con su niñera y mi hermano y yo nos acomodábamos en unos sillones que estaban junto. Cada uno recostaba su cabeza en el respaldo, a modo que nos veíamos de frente, yo también tenía de frente la entrada de la recámara. Cuando mi hermana y su niñera ya estaban dormidas, la niña apareció, lo hizo más temprano, como si la hubiera visto desde el inicio de su recorrido por la casa. Pateé a mi hermano y le pregunté si la veía. Me respondió que sí, por eso me levanté del sillón. Él también se levantó, llegamos hasta la puerta de la recámara, desde ahí vimos a la niña correr hacia la nuestra, el pasillo era azul y negro, y ella era una luz blanca que lo atravesaba, antes de entrar nos volteó a ver. Espantados mi hermano y yo quisimos regresar nuestras miradas, entonces vimos debajo de la mesa del comedor a otra niña. Vestida de negro, con la piel hinchada y de tonos azulados, parecía ahogada, recién muerta.

 

IV

El anterior fragmento es la transcripción de la voz de mi hermano, le pedí que me enviara una grabación narrando esta anécdota. Una anécdota de nuestra niñez y de la que antes casi nunca hablábamos, pero de la que ahora nos aprovechamos de diferentes formas. Él con un proyecto fotográfico en el que intentando reconstruir aquel recuerdo, captura golpes de luz que se cuelan por entre alguna cortina de las casas en las que va viviendo. Yo mismo escribí una novela, la primera que logro terminar, en la que las niñas fantasmas aparecen. Recientemente la Revista de horror, de “Librosampliados” publicó un fragmento y casualmente este periódico me pidió una crónica de terror: dos recorridos distintos para llegar un mismo punto, ficción y no ficción. En la pieza que escribí los hermanos despiertan a la niñera, las luces se encienden. En la realidad no recuerdo lo que sucedió después, no sé si mi hermano se acuerde. La siguiente imagen que tengo registrada en mi memoria es él y yo arrodillados en una capilla, varias monjas caminaban a nuestro alrededor, sosteniendo incensarios y rezando a gritos. Nos colocaron unos escapularios que por meses no nos quitamos, fueron relativamente efectivos, sólo a mí los fantasmas me dejaron de visitar.

Foto: Carlos Caravantes

Foto: Carlos Caravantes

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Autor Lado B
Javier Caravantes
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