Lado B
Tito: auge y caída│Historia del capo de un cartel político-militar
La ciudadanía guatemalteca hace retrospectiva y ya no se trata sólo de Otto Pérez Molina; está reinterpretando a todo un sistema
Por Lado B @ladobemx
24 de septiembre, 2015
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Otto Pérez, acompañado del Ejército, durante los disturbios en Santa Cruz Barillas, Huehuetenango. [ Simone Dalmasso ] Otto Pérez, acompañado del Ejército, durante los disturbios en Santa Cruz Barillas, Huehuetenango│Foto tomada de Plaza Pública

Otto Pérez, acompañado del Ejército, durante los disturbios en Santa Cruz Barillas, Huehuetenango│Foto tomada de Plaza Pública

El título expresa una hipótesis: Otto Pérez Molina (alias Tito) es pieza fundamental (capo) de una estructura de mando que articuló una compleja red criminal (cartel) alrededor, en y desde la institucionalidad estatal. La participación de diversos actores político-partidistas y (ex)militares en la red es determinante y característico (político-militar), en complicidad con elites diversas en lo económico, regional y abiertamente criminal

Harald Waxenecker│Plaza Pública

@PlazaPublicaGT

Durante el proceso electoral del año 2011, Enrique Naveda escribió que Otto Pérez estaba “a punto de comenzar a escribir el colofón de su historia, el elemento que permita interpretar retrospectivamente sus pasos y quizá, ayudar a comprender al personaje.”

El país estaba a la expectativa del futuro gobierno patriota, y el 14 de enero de 2012, -en un ambiente más pomposo que solemne, Otto Pérez Molina pronunció su primer discurso como presidente de la República: “Iniciamos hoy un nuevo mandato presidencial con muchos problemas y con desafíos enormes para toda la sociedad, pero con muy buenos auspicios. El voto ciudadano que nos eligió (…) representa un claro respaldo de la gente para este gobierno (…) Ante Dios y con la Constitución Política de la República en la mano, hoy comenzamos a cumplir esa palabra y ese compromiso con los cambios necesarios e impostergables que necesita nuestro país (…) Y todo ello, con un esfuerzo general de transparencia y desempeño por resultados concretos para rescatar a las instituciones públicas del desorden y la corrupción que las tiene infectadas (…) ¡En todo ello, les di mi palabra!”

Las metas estaban planteadas. Hubo, en aquel momento y en palabras propias del presidente, un “sentimiento amplio y entusiasta de las grandes expectativas que la gente tiene sobre los cambios que todos deseamos…”

Hoy, casi cuatro años después, el entusiasmo continúa: miles y miles de personas exigieron la renuncia inmediata de OPM. El hashtag #RenunciaYa resume un amplio sentimiento de indignación y la esperanza de transformar una nación que, según Pérez Molina, estaba “al borde de la quiebra económica y moral” cuando asumió la presidencia.

La ciudadanía ha hecho retrospectiva, y se siente defraudada. En las calles ya no se trata sólo del general (r) Otto Pérez Molina; se está interpretando retrospectivamente a todo un sistema. El cinismo evidenciado está llevando a la quiebra moral y política (pero aparentemente no económica) a OPM en representación de un sistema político, económico y social, cuyas instituciones, redes y articulaciones se han moldeado y sostenido mutuamente en la exclusión, la corrupción, la criminalidad, la reciprocidad, la complicidad, la manipulación y el consentimiento.

La formación militar y la guerra

No se trata de una reseña biográfica de Otto Pérez Molina (para ello se hará referencia a otros artículos), sino de su pasado militar y político, del cual “se pueden exhumar (…) en buena medida su círculo de lealtades y también su cauda de odios y antagonismos…”, como escribió Naveda. – En ese sentido, la historia es una de las bisagras para analizar el origen y desarrollo del Partido Patriota (PP), la conformación de los círculos de confianza y poder en el actual gobierno, así como la articulación y evolución de las redes criminales y paralelas.

Su paso por la Escuela Politécnica, como parte de la promoción 73 del año 1969, y suamplia formación como kaibil y soldado de elite, así como su paso como comandante por el destacamento militar de Nebaj en el departamento de Quiché en la década de 1980, constituyen hechos que determinarían el curso temprano de ese oficial castrense.

Sandra Sebastián

Aunque se considera que el fenómeno de las tandas, esas-que son lealtades horizontales entre oficiales de la misma promoción, no es común en el   Ejército de Guatemala, alrededor de la 73 se ha conformado el llamado Sindicato, hecho que “se atribuye en buena parte al liderazgo del general Otto Pérez Molina.“ En todo caso, compartir esa etapa de formación militar con Roberto Letona Hora, Mario López Serrano, Eduardo Arévalo Lacs, y Edgar Godoy Samayoa, entre otros, continuará influyendo en la composición del circulo de confianza de OPM hasta la actualidad.

Según el reportaje El ascenso del general, de Asier Andrés, esa promoción 73 emerge en 1982,  “como factor político en el   Ejército”. Aunque sin mucho éxito, pues los oficiales (aún de bajo rango) del Sindicato fueron ubicados en zonas de guerra por el gobierno de facto de Efraín Ríos Montt, y los lideres Letona Hora, López Serrano y Pérez Molina fueron arrestados por su oposición vana ante la orden emitida. Sin duda, ese episodio forjó antagonismos que marcarán el futuro.

Continúa el reportaje diciendo que “Otto Pérez Molina tenía 32 años, en su uniforme estaban cosidos los distintivos de kaibil y paracaidista, y era el comandante al mando de Nebaj; aunque era conocido más por su nombre de guerra: el mayor ‘Tito Arias’. Pérez había llegado a este pueblo de Quiché como jefe del destacamento militar en julio de 1982 (…) Solamente entre agosto y diciembre de 1982 (…) la CEH recoge 17 ejecuciones extrajudiciales, 6 desapariciones forzadas y 4 masacres en las que fueron asesinadas 107 personas.” Al parecer, Tito estuvo hasta abril de 1983 en la zona; Naveda añade que “el REHMI registra al menos seis masacres en Nebaj en ese lapso: los casos 272, 275, 300, 304, 307 y 317, en las aldeas de Salquil, Palob, Sumal, Chuatuj, Chortiz, y en Nebaj”. Y por su parte, la sentencia por genocidio, emitida el 10 de mayo de 2013, hace referencia a 29 mil personas desplazadas de al menos 54 comunidades del grupo étnico maya ixil entre marzo de 1982 y agosto de 1983.

Otro comando contrainsurgente fue la Fuerza de Tarea de El Quiché (FTQ), cuyo jefe fue Luis Enrique Mendoza García (ahora prófugo de la justicia) entre el 01 de enero de 1982 y el 31 de diciembre de 1985. Durante el gobierno de Jorge Serrano Elías fue ministro de la Defensa y fue vinculado por documentos desclasificados a un grupo militar, denominado Los Operativos, del cual forman parte también José García Samayoa, Mario Enríquez, José Quilo, Carlos Pineda, Carlos Santizo y Otto Pérez Molina.

Camarillas militares y democracia

Según Héctor Rosada, la conformación de camarillas militares correspondió a una contradicción en relación a la estrategia militar y llevó a la conformación de “dos grupos de pensamiento al interior del   Ejército; unos anticomunistas, guerreros y tácticos, otro prodemocrático, soldados y estratégicos”, en referencia a La Cofradía y Los Operativos respectivamente.

Aquello de Los Operativos se traslapa temporal y también orgánicamente con un fenómeno castrense que se conocería como Los Gramajistas. De acuerdo a dos investigaciones de Asier Andrés, Alejandro Gramajo se erigió en mentor de algunos oficiales destacados desde la década de 1970, y “cuando Gramajo ascendió, en 1987, a la cúpula del   Ejército, el Ministerio de la Defensa, Pérez Molina se convirtió en el jefe de su Estado Mayor personal. Gramajo como ministro también se rodeó de otros oficiales con los que Pérez mantendría una estrecha relación: Mauricio López Bonilla, José Luis Fernández Ligorría y Mario Mérida entre otros.”En el escenario del gramajismo coinciden también Ricardo Bustamente, Ulises Noé Anzueto y Juan Antonio Lemus Guzmán, de la alta oficialidad; así como con los civiles José María Argueta, Julio Godoy Anleu y Antonio Arenales Forno, entre otros. De esos entornos (Quiché, camarillas, Gramajistas), surge la vinculación de militares de alto rango, (Pérez Molina y López Bonilla, entre ellos), con una generación más joven de oficiales, graduados en la promoción 108 de la Escuela Politécnica: Estuardo Galdámez (yerno del exministro Mendoza García), Byron Lima, Edwin Cermeño y Edy Fisher Arbizú, entre otros. Así como con los militares Luis Mendoza Rodríguez (hijo del exministro Mendoza García) y Juan de Dios Rodríguez.

El informe de REMHI enfatiza que todos estos círculos militares “reflejan un fenómeno difícil de entender como agrupaciones estables, menos aún en términos de esquemas ideológicos. Se trata de grupos unidos por fidelidades variables, surgidas a lo largo de una carrera en la que la competencia y la lealtad entre compañeros de promoción se entremezclan y cambiaban según las oportunidades que les ofrecía la coyuntura. “En todo caso, en El ascenso del general se relata que “aquel periodo, como recuerda López Bonilla, sería definitivo en el nacimiento a la política” del futuro presidente OPM. “La democracia acababa de inventarse y Pérez Molina vivió la transición desde el centro de poder…”.

En este sentido, el PP es partícipe y corresponsable en la dinámica de perpetuación de legisladores tránsfugas-mercantiles-clientelares, que negocian su (re)elección con los partidos de tercera generación.

Y así, los vaivenes de la transición democrática desafiarían, y aparentemente también dividirían, a la alta oficialidad castrense. El primer gobierno civil de la DCG había enfrentado múltiples rumores y al menos dos intentos concretos de golpe de Estado, gestados desde las entrañas del ala más conservadora del   Ejército y el empresariado, y en los cuales “se vio implicado (Mario David) García Velásquez junto a otros civiles, como Lionel Sisniega Otero, Luis Mendizábal y Danilo Roca…”De acuerdo con Luis Solano, el noticiero dirigido por Mario David García, Aquí el Mundo, “cerró en junio de 1988 tras el intento del golpe de Estado contra el gobierno de Vinicio Cerezo un mes antes”. Quien “desempeñó los cargos de encargada de la información internacional, de los corresponsales y Gerente de Ventas desde principios de la década de 1980 hasta 1988” en este programa noticioso, fue la exvicepresidenta Roxana Baldetti.

Durante el segundo gobierno civil se produjo una crisis política aún más compleja para el   Ejército: el 25 de mayo de 1993, el presidente Jorge Serrano Elías decidió dar un autogolpe. Las camarillas militares fueron piezas claves en esta coyuntura, y “es ahí en donde aparecen públicamente tanto la figura de Ortega Menaldo como la de Pérez Molina…” En el Ascenso del general se afirma que “emergió, entonces, de manera evidente un factor que siempre estuvo presente en el golpe: la lucha de poder interna en el   Ejército. La caída de Serrano era también la de su cúpula militar y la oportunidad esperada por quienes aguardaban en segunda fila el acceso al poder.”

Jorge Perussina y Francisco Ortega Menaldo, identificados como integrantes de La Cofradía,  conformaban junto a otros oficiales el alto mando militar y apostaron por su continuidad en un gobierno que encabezaba el entonces vicepresidente Gustavo Espina. Les faltó olfato y se colocaron del lado equivocado.

Por su parte, Mario Enríquez y Otto Pérez, quienes habían forjado alianzas también con el sector privado, ascendieron tras el nombramiento de Ramiro de León Carpio en la presidencia a las jefaturas del Ministerio de la Defensa y del Estado Mayor Presidencial (EMP) respectivamente. Otros cercanos compartieron el destino: Ricardo Bustamante asumió en El Archivo, mientras Mario Mérida sucedió a OPM en la D2.

Sin duda, este fue otro episodio que forjó antagonismos y acercamientos que marcarían el futuro.

Pero el Serranazo también tuvo implicaciones profundas para el proyecto político contrainsurgente y el   Ejército en su conjunto.

En su libro Democracias de posguerra en Centroamérica: Política, pobreza y desigualdad en Nicaragua, El Salvador y Guatemala, Ricardo Sáenz de Tejada, afirma que las fuerzas armadas “por primera vez tuvieron que subordinarse al poder civil…” y esa pérdida de poder político del   Ejército se dio “a favor de las élites económicas industriales y modernizantes que se fortalecieron en este proceso. Fue, para describirlo de alguna manera, una transferencia de recursos políticos entre las elites…”. En Guatemala “se había viabilizado la firma de la paz firme y duradera en diciembre de 1996, y la contradicción fundamental en el sistema político se modificó. La dicotomíaautoritarismo-democracia dio paso al desafío de la consolidación del sistema democrático…“

Pero “quizá en la medida que disminuyó la capacidad de veto de los militares sobre la institucionalidad civil, aumentó la influencia extra institucional del poder militar en los ámbitos lícitos e ilícitos de la vida nacional…” Al menos desde los “inicios de la década de 1990, el narcotráfico se había convertido en un fenómeno de importancia estructural en la región y en Guatemala. No por último, la confluencia de fenómenos macro del flujo sur-norte de la droga y de las redes político-militares de la contrainsurgencia y del anticomunismo centroamericanos (asociados íntimamente a las conspiraciones que se develaron parcialmente en el marco de lo que se conoció como el escandalo Irán-Contra), había contribuido desde la década pasada a la creación y consolidación de organizaciones del tráfico de drogas (ODT) en Guatemala. La clave consiste en constatar que Guatemala se enfrentó a la herencia de estructuras de poder crecidas a la luz (y sombra) de la conspiración, represión, contrabando, corrupción, drogas, guerras e intrigas. El fenómeno de los cuerpos ilegales y aparatos clandestinos de seguridad (CIACS) se había arraigado en el país.”

Los ámbitos de disputa cambian

Parafraseando a Edelberto Torres-Rivas en Revoluciones sin cambios revolucionarios, se desmilitarizó el gobierno, pero se militarizó el poder de redes y estructuras dentro y, sobre todo, fuera de la institucionalidad castrense. El ocultamiento del poder militar se profundiza, y en ese proceso se fragmenta, se privatiza y se politiza.

Un camino que también OPM tomaría tarde o temprano. En otras palabras, la disputa por el poder se traslada de lo político-militar a lo político-partidario.

Tras unos años de auge, durante el gobierno de Ramiro de León y los inicios del gobierno de Álvaro Arzú, y una siempre resaltada participación en el proceso de paz, Pérez Molina sería desterrado de los círculos de mando de la institución castrense. Roberto Letona Hora y José Luis Fernández Ligorría,  correrían una suerte similar tras su vinculación a la Red Moreno.

Finalmente, el gobierno del FRG también le vetaría la posibilidad de ascender al puesto de Ministro de la Defensa. Los generales, entre éstos también Pérez Molina, pasaron a situación de disponibilidad; y finalmente optaría por el retiro voluntario en el año 2000. Su sueño militar quedó truncado, y casi inmediatamente se conviertió en una ambición política.

El proyecto político del general retirado empezó a concretarse en noviembre del año 2000 con la conformación del grupo promotor del Partido Patriota (PP), y el 13 de junio de 2002 fue inscrito formalmente ante el Tribunal Supremo Electoral (TSE).

Se constituyó un partido personalista alrededor de su liderazgo principal y figura pública, Otto Pérez Molina, acompañado por un círculo de confianza que integró el Comité Ejecutivo Nacional (CEN) de ese partido. Claro, como escribí en Poderes regionales y distorsión ilícita de la democracia guatemalteca, “este circulo inicial, cofundador del partido político, se modifica con el desarrollo propio de la institución, integrando a nuevos actores que suman capacidades organizativas y financieras, al tiempo que se expulsan a otros cuyo nivel de influencia disminuye.”

Todo comienzo es difícil: no hay mucho poder que se pueda repartir. Hay aspiraciones. También hay metas, órdenes y tareas. Se necesita disciplina. Se necesita un militar. Pero, también se requiere apertura para organizar, crecer y acumular. Se precisa pragmatismo político.

Probablemente esa apertura y el pragmatismo político explican parcialmente la integración del primer CEN de los patriotas; de lo contrario resaltarían a primera vista contradicciones históricas que en teoría llevarían a un atolladero sin remedio.

Allí se congregaron el ex secretario de un político retornado del exilio en la década de 1980; el sobreviviente de un ataque mortal contra un líder político en 1994; un economista, consultor de Naciones Unidas y funcionario de carrera; la ex secretaria de comunicación del presidente autogolpista; un médico-político capitalino; un empresario de aparentemente poca monta; y el controversial general que de alguna manera se había cruzado en sus vidas y carreras políticas durante las dos décadas pasadas.

Se trata de Carlos Valentín Gramajo Maldonado, Mario Arturo López Arrivillaga, Pavel Vinicio Centeno López, Ingrid Roxana Baldetti Elías, Alejandro Giammattei Falla, Christian Michael Ross Acevedo y el propio Otto Pérez Molina. El militar se rodeó de civiles.

Pero “es más fácil militarizar un civil, que civilizar un militar». Esas palabras de Luis Cardoza y Aragón muestran sagacidad y mantienen su filo irremediable. El presente lo confirma.

Presidencia

Ciertamente, el PP logró insertarse en un momento clave del ciclo democrático, cuando la segunda generación de partidos políticos, el PAN y el FRG, se autodestruyeron en una dinámica de disputas internas, corrupción y desgaste político en interrelación con la volatilidad, fluidez y fragmentación del sistema político guatemalteco. Coincidentemente, se cerró el paréntesis de mayor democraticidad, que había surgido alrededor del proceso de paz y la pluralidad política de esos años.

Como escribí en Poderes regionales y distorsión ilícita de la democracia guatemalteca, “la complejidad propia de la composición de las fuerzas del statu quo no permitió la consolidación de la segunda generación de partidos como instrumentos de estabilidad política, sino la dinámica de disputa por el poder llevó a la creación de una tercera generación de partidos (…) Lo sui generis del momento se caracteriza por tanto por un sistema democrático unipolar fraccionado, integrado por múltiples fuerzas particulares y coyunturales (la tercera generación de partidos), que se disputan el predominio político de manera paralela o al margen de poderes extrapartidarios, los cuales operan de factodesde lo legal-formal hasta lo ilegal-informal.”

Acumulando poder …

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Autor Lado B
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