Lado B
¿Es posible la “nueva izquierda” guatemalteca?
En este ensayo, Christian Espinoza trata de explicar que el futuro de la "nueva izquierda" guatemalteca pasa por abandonar las prácticas antidemocráticas, dogmáticas y verticalistas
Por Lado B @ladobemx
15 de septiembre, 2015
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En este ensayo, Christian Espinoza trata de explicar que el futuro de la «nueva izquierda» guatemalteca pasa por abandonar las prácticas antidemocráticas, dogmáticas y verticalistas que han caracterizado a la histórica y por construir una teoría de la organización y la revolución muy distinta de la jacobino-leninista. Pero antes de llegar ahí, hay que dar otro paso.

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Ilustración: Walter Wirtz.

Christian Espinoza | Plaza Pública 

@PlazaPublicaGT

«La izquierda está aún sumida en una profunda crisis, y lo único que nos puede salvar es una nueva izquierda… Estoy harto de esa izquierda marginal que no solo sabe que nunca llegará al poder, sino que secretamente ni siquiera lo desea”. Slavoj Zizek

La crisis de la izquierda

La anterior cita de Zizek habla por sí sola, sin ser solamente provocadora. La izquierda mundial aún se encuentra sumida en una situación de crisis y confusión —algunos dirían que también de bancarrota— tras el hundimiento histórico del “socialismo realmente existente” en la Unión Soviética y Europa del Este, así como por el amplio descrédito que ya antes sufrían el pensamiento marxiano y los distintos marxismos como herramienta privilegiada para la interpretación de la realidad social.

De hecho, aunque el capitalismo neoliberal se encuentra en una nueva crisis desde hace siete años, tanto las concesiones aceptadas finalmente por Tsipras para acordar con la cuadriga un tercer rescate de la economía griega, como el restablecimiento de relaciones diplomáticas del régimen castrista con su otrora archirrival —los Estados Unidos—, dan una idea clara del escenario actual, complejo e intrincado. Un escenario que lleva eventualmente a gobiernos de izquierda a ceder soberanía, a actuar pragmáticamente y a limitar o flexibilizar sus programas políticos y sus posiciones ideológicas dentro de un sistema capitalista global interdependiente. Al menos de manera provisional, mientras las condiciones varían y puedan quizá llegar a soplar vientos más favorables a sus intereses.

Así, en general, la izquierda en el poder no está hoy en las mejores condiciones para impulsar una política emancipatoria y parece moverse más dentro de los márgenes de la política tradicional (hay quienes creen que la izquierda sudamericana es una excepción pero no voy a detenerme en esta discusión). O, como de manera realista lo ha dicho hace poco el español Pablo Iglesias, figura política de actualidad, la izquierda apenas puede hoy propugnar lo mismo que defendían los partidos demócrata-cristianos hace treinta años. Y para la izquierda política que está fuera del poder —esa “izquierda marginal” a la que se refiere en general Zizek— las cosas son aún peores, pues ha sido evidente en general su incapacidad de unir a sus diferentes y variadas expresiones bajo un mismo estandarte, de aprovechar el reflujo del neoliberalismo para romper su hegemonía y ganar más influencia en sectores más amplios de la sociedad, y de organizar a los desposeídos y descontentos para la movilización contra el poder del capital.

Con todo, ha pasado ya un cuarto de siglo tras la caída del Muro de Berlín y, como era de esperarse, en reacción a la contraofensiva del capitalismo neoliberal y al supuesto fin de la historia y de las ideologías, pero también con la mira puesta en la búsqueda y aprovechamiento de nuevas oportunidades que pueden abrirse ante la crisis en curso de éste, muchos pensadores de todos los continentes han dedicado esfuerzos a abordar y satisfacer la necesidad de revisión de la izquierda, esto es, se han empeñado en la tarea de contribuir a analizar y esclarecer críticamente los fundamentos teóricos, el horizonte político y el rumbo estratégico de la “nueva izquierda” y su política emancipatoria. De la izquierda que, haciéndose cargo o apropiándose de la derrota que supuso el derrumbe catastrófico del socialismo realmente existente, no puede ser más —como si toda la crisis fuese sólo un mal sueño— la izquierda que fue en el siglo XX; de la izquierda que, ya en la segunda década del nuevo siglo, aún no acaba por nacer.

[quote_right]Existen diagnósticos profundos, ideas interesantes, perfiles de propuestas, etc., pero no hay —y quizá no habrá, como corresponde a la época de “pensamiento postmetafísico” en que vivimos— grandes respuestas, “grandes relatos” (Lyotard), como los que en su momento representaron Marx y ciertos marxismos para la izquierda de los siglos XIX y XX.[/quote_right]

En efecto, a pesar de todos esos esfuerzos desplegados, como ha remarcado Zizek hace apenas unos meses, no hay ahora fórmulas ni respuestas concretas acerca de la ruta y el norte al que han de apuntar la izquierda y su política emancipatoria en el siglo XXI. Existen diagnósticos profundos, ideas interesantes, perfiles de propuestas, etc., pero no hay —y quizá no habrá, como corresponde a la época de “pensamiento postmetafísico” en que vivimos— grandes respuestas, “grandes relatos” (Lyotard), como los que en su momento representaron Marx y ciertos marxismos para la izquierda de los siglos XIX y XX. De modo que, eso creo, aún está por verse claramente lo que esa “nueva izquierda” será en el plano global y, si acaso, también en nuestro país. Esa es la pregunta que me interesa comenzar a abordar aquí, porque no se trata solamente de hacer una declaración festiva y buscar acuerdos sobre las mismas bases teóricas y programáticas de siempre, ni mucho menos de gestar solamente nuevos pactos electorales entre camarillas y corrientes de izquierda con el afán de ocupar espacios de poder para solamente jugar a la política tradicional. ¿Es posible y cómo una “nueva izquierda” en Guatemala?

Sin debate crítico no habrá nueva izquierda: más allá de la autodenominada “izquierda revolucionaria”

Considero de manera general que la “nueva izquierda” en nuestro país sólo tendrá sentido y viabilidad si forja una nueva identidad que sustituya su pasado verticalista, antidemocrático, sectario y dogmático, con una praxis política horizontal, democrática, plural y autocrítica en la que todas las expresiones de izquierda puedan definir y perseguir en conjunto un programa político amplio y de largo plazo orientado a lograr una sociedad más justa, igualitaria y solidaria. O dicho como Arditi, para definir y echar a andar una política emancipatoria, entendiendo por ésta “la práctica que busca interrumpir el orden establecido y, por lo tanto, que apunta a redefinir lo posible, con el objetivo de instaurar un orden menos desigual y opresivo, ya sea a nivel macro o en las regiones locales de una microfísica del poder”. Nótese que he evitado deliberadamente el concepto de “revolución” y he optado mejor por el de “política emancipatoria”. No se trata sólo de un cambio simple de lenguaje o terminología. La nueva izquierda debe ir más allá de la concepción heredada de la revolución, enriqueciendo el significado de ésta con otras vías y posibilidades de praxis política en el marco general de la emancipación.

Este planteamiento es ambicioso por la idea de reunir bajo un mismo marco a todas las expresiones de izquierda. Puede parecer ingenuo o idealista prima facie, pero intento hablar aquí desde un punto de vista político realista. La nueva izquierda debe, en principio, estar abierta a todas sus corrientes (aunque luego, en su proceso de constitución, algunas de estas expresiones no quieran o no puedan formar parte de ella). Simplemente creo que este método no debe ser descartado a priori y, más bien, debe ser concebido como una meta o ideal a examinar de manera crítica y exhaustiva para saber si es viable políticamente y bajo qué circunstancias.

Dejo anotado también que hago este planteamiento aquí expresamente en el marco de una “izquierda estadocéntrica”, de una izquierda que se propone la toma del poder—aunque no se limite a este objetivo— para los fines de una política emancipatoria. Simpatizo y comparto ciertamente algunos elementos de crítica que problematizan agudamente a la izquierda estadocéntrica —como los señalados por Alejandro Flores—, los cuales requieren ser atendidos de manera seria y detenida, no sólo ser rechazados sin más.

Sin embargo, quiero detenerme ahora en la enorme importancia tiene el debate crítico sobre cuáles han de ser el horizonte político y el rumbo estratégico como primer paso en la constitución de la nueva izquierda en nuestro país.

A mi juicio, se requiere de un debate crítico porque la crisis de la izquierda ha revelado en principio que ésta no cuenta más con las grandes respuestas de que dispuso en los siglos XIX y XX para definir su identidad y orientar su acción en pos de una política emancipatoria. Esas grandes y viejas respuestas de la izquierda —en su gran mayoría de origen marxiano o marxista, pensadas para la sociedad del siglo XX, es decir, para una sociedad que irremisiblemente quedó atrás— han sido puestas en entredicho o, en el mejor de los casos, siguen resultando insuficientes en relación al bloque de preguntas relativas a cómo alcanzar una sociedad más justa, igualitaria y solidaria en el contexto contemporáneo. Para forjar y alcanzar nuevas respuestas, se necesita ahora, en general, una “nueva cultura política emancipatoria”, como dice de Sousa Santos, que vaya más allá de las tradiciones intelectuales en que se ha fundado comúnmente la acción de la izquierda.

Así, por ejemplo (para señalar dos casos concretos que deberían debatirse en la autodenominada “izquierda revolucionaria”) planteamientos como el de la “dictadura del proletariado” para la transición de la sociedad de clases a la sociedad comunista, o el del “leninismo” como modelo organizativo de la revolución socialista, no pueden seguir siendo aceptados dogmáticamente en el seno de la izquierda del siglo XXI sin haber pasado antes por el tamiz riguroso del pensamiento crítico y la praxis histórica. La nueva izquierda no puede darse el lujo de seguir fundamentando sus propuestas y estrategias en dogmatismos y purismos de ningún tipo, ni permanecer prisionera de nostalgias o melancolías inútiles. La presunta verdad y validez de la matriz teórica, conceptual y argumentativa que se heredó de la izquierda del siglo XX necesita ser abordada críticamente y establecida con rigor y seriedad, si es que la nueva izquierda aspira realmente a tomar y ejercer el poder para los fines de una política emancipatoria y no sólo para limitarse a jugar a la política tradicional, tal como lo pretende siempre —y suele lograrlo— la derecha.

Además de lo anterior, con las enormes transformaciones que ha experimentado la sociedad contemporánea en el último medio siglo, también ha cambiado notablemente el sentido de las viejas preguntas para la definición de una política emancipatoria de izquierda. Y han aparecido entretanto otras nuevas cuestiones de gran complejidad dadas las reivindicaciones de los nuevos movimientos sociales, de la caída del socialismo realmente existente, de los desarrollos del capitalismo tardío, etc.

La nueva izquierda, en mi opinión, no puede pretender basar el cambio social emancipador que se propone apelando simplemente a las mismas tradiciones intelectuales, métodos de análisis e instrumentos políticos y tácticos que utilizó durante un siglo que ya quedó irremediablemente atrás. Lejos de nostalgias y melancolías, en lugar de sublimar o seguir en duelo por la derrota histórica sufrida, la nueva izquierda debe ser capaz de ver a la cara a los adversarios “sin indulgencia ni autoengaño”, como exhorta Perry Anderson, debe salir del “autoensimismamiento” al que se sometió por propia voluntad; debe, subrayo por mi cuenta, redefinir su identidad, su horizonte político y su rumbo estratégico. En suma, debe reflexionar a fondo y decidir racionalmente en torno al carácter, contenido, ritmo y alcance de su política emancipatoria. Todo lo cual es improbable de lograr, desde mi punto de vista, si no es justamente a través de un debate crítico entre sus diferentes expresiones.

Pero en realidad, creo, aquí podría encontrarse el primer escollo para la formación de la nueva izquierda guatemalteca. A pesar de sus vínculos históricos con cierto pensamiento crítico por vía de la corriente comunista, no ha sido nunca una virtud de nuestra izquierda histórica —a la que en adelante denominaré también como “izquierda realmente existente”— el conceder gran valor e importancia a las discusiones teóricas y a las disputas argumentadas sobre los objetivos prioritarios, el programa, la estrategia y la táctica a seguir. Y ello no sólo a lo interno de sus diferentes organizaciones políticas y político-militares luego del derrocamiento de Arbenz en 1954 sino lo que es más grave, tras los Acuerdos de Paz, de cara a un público más amplio que interroga legítimamente acerca de los verdaderos fines y la viabilidad política de la izquierda en una sociedad que, además de históricamente excluyente, desigual e injusta para la gran mayoría de ciudadanos, expresa también cada vez más claramente -como es visible para todos nosotros desde abril de este año- su hartazgo y descontento con el régimen democrático, las instituciones públicas, los funcionarios y los políticos. Esto incluye, naturalmente, a los que se autodenominan de “izquierda revolucionaria”, pues tras los Acuerdos no lograron en verdad marcar ninguna diferencia sustantiva perceptible con la derecha.

A pesar de los claros fracasos militares y político-electorales sufridos durante más de medio siglo, ni la crítica ni la autocrítica argumentada han sido ejercicios usuales en la izquierda realmente existente para establecer sobre la marcha las razones de las derrotas y abrir así nuevos horizontes de visión y praxis política. Decía Simón Bolivar que “el arte de vencer se aprende en las derrotas”. Pero, a la vista de los resultados alcanzados, hay que admitir que nuestra izquierda realmente existente tampoco ha sido bolivariana en este sentido; sencillamente, hasta hoy sus máximos dirigentes parecen no haber aprendido nada o apenas poco de los fracasos. Las reflexiones autocríticas de ex-comandantes guerrilleros como Mario Payeras sobre los crasos fallos estratégicos y tácticos de la lucha político-militar del Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP) y de la izquierda revolucionaria en general, formuladas y publicadas mientras el conflicto armado interno estaba vigente, fueron solamente un caso excepcional que, por cierto, terminaría llevando en aquel momento a una nueva escisión dentro del EGP.

[quote_box_left]Extracto del texto originalmente publicado en Plaza Pública. Click aquí para seguir leyendo.[/quote_box_left]

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