Lado B
Crónica: etiquetas, subjetividad y límites
Hasta el pasado 1° de agosto, 11 personas de distintas profesiones y edades me ayudaron a adentrarme de una forma diferente al mundo de la crónica al compartir sus dudas, comentarios e ideas como parte del taller sobre el tema que impartí en Profética Casa de la Lectura.
Por Alonso Pérez Fragua @fraguando
04 de agosto, 2015
Comparte
Alonso Pérez Fragua

@fraguando

#LaEternaIncomprendida #RealidadVsFicción

 

[dropcap]H[/dropcap]asta el pasado 1° de agosto, 11 personas de distintas profesiones y edades me ayudaron a adentrarme de una forma diferente al mundo de la crónica al compartir sus dudas, comentarios e ideas como parte del taller sobre el tema que impartí en Profética Casa de la Lectura. A algunos les parecerá cursi, pero este tipo de experiencias formativas resultan enriquecedoras para ambos lados y ésta, repito, no fue la excepción.

Lo anterior no significa que todas las interrogantes se hayan contestado; creo que lo importante en la vida es plantearse preguntas de forma continua para poder seguir adelante. Por ello, a continuación comparto algunos de los materiales generados para este taller y que nos sirvieron como guía para preguntar qué es la crónica, cuál su posición ante la realidad y cuáles son los límites que en ocasiones traspasa.

Etiquetas: una disputa añeja

De acuerdo a Larry Shiner y su libro La invención del arte. Una historia cultural, actualmente experimentamos “el moderno sistema del arte”, donde son instituciones como museos, galerías, historiadores, curadores y casas de subasta las que definen qué cae en la categoría de arte, separando estas expresiones de las denominadas “artesanías”. Previamente a este sistema que se consolida en el siglo XIX pero que tiene sus antecedentes en La Ilustración, “arte” era cualquier acción bien ejecutada y, por tanto, artista la persona que dominaba la técnica o techné, en griego.

“De hecho”, comienza Shiner, “los antiguos griegos, que tenían distinciones precisas para tantas cosas, carecían de una palabra para lo que nosotros denominamos arte bello. La palabra que con frecuencia traducimos por ‘arte’ era techné, la cual, lo mismo que la ars romana, incluía muchas cosas que hoy en día denominamos ‘oficio’”, como la carpintería, la fabricación de zapatos o la de barcos.[1] Y unas líneas más adelante, de forma contundente, nos dice que “ni Platón ni Aristóteles –ni los griegos en general- consideraban que la pintura, la escultura, la arquitectura, la poesía y la música pertenecieran a una categoría única y determinada”.[2]

Artistas contra artesanos; poetas contra novelistas, escritores contra periodistas: la historia de disputas entre grupos de creadores es cosa añeja. Las etiquetas, en este caso, han servido para separar.

En el campo de la palabra escrita, sirva este fragmento de Tom Wolfe:

“Durante todo el siglo veinte los literatos se habían habituado a un escalafón de estructura muy estable y aparentemente eterna. Era algo así como una estructura de clase según el modelo del siglo dieciocho, en la cual uno podía competir únicamente con gente de su misma categoría. La clase literaria más elevada la constituían los novelistas […]. La clase media la constituían los ‘hombres de letras’, los ensayistas literarios […]. La clase inferior la constituían los periodistas»[3].

Etiquetas para segregar y mantener un estatus. Así ha sido por siglos…

“Objetividad” vs Subjetividad

Aunque reconoce que la objetividad no existe y que es una meta que se persigue incesantemente a través del equilibrio, el periodismo tradicional habla de la nota como el género “más objetivo” (o menos subjetivo). Por ello –entre otras cosas-, un periódico estará compuesto primordialmente por notas en comparación con artículos, columnas o crónicas.

En 1973, el estadounidense Tom Wolfe publicó el libro titulado New Journalism o El nuevo periodismo donde recopila más de dos decenas de textos del 20 periodistas/escritores –incluido él mismo, Norman Mailer, Hunter S. Thompson y Truman Capote, entre los más destacados- cuyo estilo se parece más a una novela o un cuento que a una “fría nota periodística”. Según Wolfe, el impacto de estos hombres y mujeres –dos nada más, Barbara Goldsmith y Joan Didion- era tal que hablaba de que sus textos habían provocado “pánico”, destronando “a la novela como número uno de los géneros literarios” y dotando a la literatura de EUA “de su primera orientación nueva en medio siglo”[4].

Para la década de 1990, Juan Villoro consideraba que la mezcla de recursos del periodismo y la literatura era asunto canónico: “a nadie asombra la combinación de datos documentales con el punto de vista subjetivo del narrador”, apuntaba el mexicano[5]. No obstante, cuando Wolfe redactó la introducción a su legendaria antología descubría de forma clara por primera vez, al menos al público, estos rasgos que había identificado en trabajos publicados durante la década de 1960 en revistas como Esquire, Time, Life, Rolling Stone y The New Yorker, y que él mismo cultivaba en textos como su famoso ahí viene (¡Vruum! ¡Vruum!) ese embellecido cochecito aerodinámico (¡Rahghhh!) fluorescente (¡Thphhhhhh!) doblando la curva (Brummmmmmmmmmmmmmmmm)…[6]

«Lo que me interesó no fue sólo el descubrimiento de que era posible escribir artículos muy fieles a la realidad empleando técnicas habitualmente propias de la novela y el cuento […]. Era el descubrimiento de que en un artículo, en periodismo, se podía recurrir a cualquier artificio literario, desde los tradicionales dialoguismos del ensayo hasta el monólogo interior y emplear muchos géneros diferentes simultáneamente, o dentro de un espacio relativamente breve… para provocar al lector de forma a la vez intelectual y emotiva».[7]

Roberto Herrscher resume lo expresado por Wolfe en los siguientes términos:

«Entre todos [los textos de El nuevo periodismo], muestran un gran abanico de posibilidades a partir de unas cuantas reglas básicas: contar en vez de explicar, narrar por escenas, la descripción como forma de orientar y enganchar al lector, transformar a fuentes en personajes y a declaraciones en diálogos. Y sobre todo, la inmersión: pasar mucho tiempo con los personajes, conocerlos a fondo y escribir sobre ellos como un novelista escribiría sobre los personajes que surgen de su imaginación».


Fear and Loathing in Gonzovision, documental de la BBC sobre Hunter S. Thompson, el “periodista gonzo” original

 

Estilo, realidad y ficción

Mucho se ha discutido sobre las fronteras entre realidad y ficción en la crónica contemporánea. Un interesante ejemplo de ello es El intermediario, parte de la novela El pibe que arruinaba las fotos de Hernán Casciari. A pesar de esta evidente etiqueta de ficción, el texto fue incluido en Antología de crónica latinoamericana actual, compilación realizada por Darío Jaramillo Agudelo y publicada por Alfaguara en 2011. Más allá de la interpretación de la realidad que hace Casciari en este relato –particularmente de la forma en la que se “consumen” religiones hoy en día- El intermediario se convierte en crónica por obra y gracias de Agudelo y Alfaguara. Etiquetas e instituciones que validan, al fin y al cabo.

Otro ejemplo es el libro Tiempo transcurrido de Juan Villoro, cuyo subtítulo es [Crónicas imaginarias]. En la introducción, Villoro escribe:

Vale la pena precisar lo que el libro no es. Tiempo transcurrido no tiene pretensiones de fresco histórico ni de panorama representativo de una generación. He tratado, simplemente, de imaginar historias a partir de episodios reales y de un puñado de canciones (pág. 10).

A pesar de estas palabras del propio autor, descripciones como la del Fondo de Cultura Económica destacan la “innegable fidelidad” de lo que Villoro registra en sus textos. Entonces, ¿son o no son crónicas? ¿Son un testimonio de los años -1968 a 1985- que utiliza como título de cada texto? Cada quien que decida. Y al final, ¿en realidad importa? A veces sí, otras no. Todo depende del tema y el lector.

El escritor y periodista Martín Caparrós (otra vez con las etiquetas…) escribe en su texto Por la crónica que uno de los tipos de periodismo que más le interesan es “el que crea una cultura, no el que habla sobre la que ya existe. Eso, creo, es la crónica”. Quedemos con esta idea, y adentrémonos en el mundo de la crónica.

Algunas recomendaciones para terminar:

  • A sangre fría de Truman Capote. 
  • Recuerdos de Iowa de Jorge Ibargüengoitia. Letras Libres, octubre 2013.
  • My Outsourced Life de A.J. Jacobs.
  • La noche de Tlatelolco de Elena Poniatowska.
  • 40° a la sombra de Enzia Verduchi. Editado por la Universidad Iberoamericana Ciudad de México.
  • De Juan Villoro: Efectos personales y Safari accidental.
  • Ponte la del Puebla de Gabriel Wolfson, editado por Profética A.C.

 

[1] Shiner, Larry. (2004) La invención del arte. Una historia cultural. España: Paidós. Pág. 46.

[2] Ibid. Pág. 47

[3] Wolfe, Tom (1988). El nuevo periodismo (traducción de José Luis Guarner). España: Editorial Anagrama. Pág. 41.

[4] Ibid. Pág. 9.

[5] Villoro, Juan (1995). Los once de la tribu. México: Ediciones Santillana.

[6] Título original en inglés There Goes (Varoom! Varoom!) That Kandy-Kolored (Thphhhhhh!) Tangerine-Flake Streamline Baby (Rahghhh!) Around the Bend (Brummmmmmmmmmmmmmm)…!!!!! La presente traducción es la hecha por José Luis Guarner: ibid, pág. 25-26.

[7] Ibid, pág. 26

Comparte
Autor Lado B
Alonso Pérez Fragua
Alonso Pérez Fragua es periodista, gestor cultural y eterno aprendiz de las cosas del arte y del mundo. Actualmente realiza estudios de maestría en Estudios Culturales por la Universidad Paul Valéry, de Montpellier; su tesis tiene a Netflix y a las tecnologías digitales como objetos de estudio. En México cursó una maestría en Comunicación y Medios Digitales, y una especialidad en Políticas Públicas y Gestión Cultural. Melómano, bibliógafo, cinéfilo, maratonista de series, wikipedista y un poco neurótico. Lo encuentras en Twitter e Instagram como @fraguando.
Suscripcion