Lado B
Mi padre, sus contrastes y yo
Por Samantha Paez
Por Samantha Paéz @samantras
19 de junio, 2015
Comparte
padre-e-hija

Tomada del sitio betazeta.com

Samantha Paez

@samantras

Pienso en ti como un hombre real, lleno de imperfecciones. Al final creo que no nos somos ajenos, no sólo la sangre nos une, más allá del parentesco podemos ser amigos.

Sin embargo hay cosas que nunca te contaría. Algunas me dan vergüenza y otras más me duelen: no soy capaz de ver cómo sufres si me ves llorar. ¿Cuántas veces me han partido el corazón? o ¿cuántos hombres han compartido mi vida? Son temas que dejamos de lado cuando nos sentamos juntos a ver un partido de futbol.

Recuerdo cuando niña casi no te veía o casi no te recuerdo. Mi madre cuenta que tenían turnos distintos para cuidarnos y que por uno de tus amigos -o amigotes como les dice ella- se quedaron el mismo horario para dar clases.

Recuerdo que nos llevaste a la escuela un par de veces por la mañana: viajamos en combi, tal vez el coche amarillo estaba descompuesto. Recuerdo que eras director de una primaria en la tarde y pudimos correr por los patios sin que nadie nos detuviera. Recuerdo una excursión con tu grupo de sexto.

Pero en la casa no te recuerdo. ¿Qué era de ti esas tardes cuando mis hermanos y yo salíamos a jugar en la calle? ¿Cuando dábamos de vueltas en la bicicleta y hacíamos excursiones a los terrenos detrás del fraccionamiento? No recuerdo una comida entre semana contigo presidiendo la mesa.

Pienso en ti como un hombre de contrastes: esa vez que yo dormida dejaste mi regalo de cumpleaños bajo el brazo, me diste un beso en la frente y te fuiste a no sé donde. Cuando llegaste borracho con un grupo norteño a llevarle serenata a mi madre. Esa vez nos sentó a todos en la sala para escuchar una voz ronca y acartonada: «Con qué alegría te comparto este pobre corazón, unidos toda la vida corazón con corazón».

También cuando un día por la noche llegaron los vecinos a levantarnos y atolondrados nos llevaron a su casa. Recuerdo que pedías balbuceando cargar a mi hermano, no tendría más de dos años y yo unos siete. ¿Qué pasó antes? ¿Qué pasó después? No lo tengo claro. Los dejamos solos a ti y a mi madre.

Cómo olvidar la fiesta de quince años que nunca quise y donde hubo más amigos tuyos que míos. La vez que llegué a casa y me esperaban mis hermanos en la puerta para decirme que te habían corrido. Fue un día antes de mi cumpleaños.

Hay muchas cosas que ahora que escribo se me vienen a la mente: los viajes a Veracruz en el bocho rojo -que luego tu padre bautizó como «La Arañita»-, las discusiones por los novios que nunca más he vuelto a ver y cuando me acompañaste a firmar el contrato de mi primer departamento: me abrazaste fuerte después de que el dueño me dio la copia, como si ese abrazo fuera un «no te vayas» o un «cuídate».

Al final de todo ahora que los dos somos adultos y hasta cierta forma iguales sé que pase lo que pase vas a estar allí. Que podemos hablar, que podemos pasarla bien rompiendo esa barrera de cómo deben llevarse un padre y una hija, porque tú sabes que soy una cabrona -aunque muy en el fondo me veas como una princesa- y que yo sé que tú eres un cabrón.

Al final qué más da lo que tú hayas hecho y lo que yo no haga -ya sé que quieres nietos y yerno y todo-, al final nos tenemos y lo demás me importa un carajo.

Comparte
Autor Lado B
Samantha Paéz
Soy periodista y activista. Tengo especial interés en los temas de género y libertad de expresión. Dirigí por 3 años el Observatorio de Violencia de Género en Medios de Comunicación (OVIGEM). Formo parte de la Red Puebla de Periodistas. También escribo cuentos de ciencia ficción.
Suscripcion