Lado B
LA LISTA COMO SUPERFICIE Y SÍNTOMA
Roberto Cruz Arzabal
Por Lado B @ladobemx
20 de febrero, 2015
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Roberto Cruz Arzabal 

La labor de la crítica, cuando se piensa en hacerla en serio, si es que es posible que lleve ese nombre si no se hace, no está en la composición de listas y selecciones. Esto no quiere decir que las listas no puedan participar de las relaciones entre escritores y lectores, por supuesto, sino que esta relación rara vez sucede fuera de los ámbitos tradicionales de mediación del campo cultural.

Enlistar es, se sabe, ordenar fragmentos de la realidad para comunicarlos del modo más sencillo posible. No implica esto que sean cognitivamente menos productivas sino que por su naturaleza son poco generosas para poder comprender los elementos en contextos fuera del aislamiento. Una lista comunica, pero es incapaz de cuestionarse o ponerse en duda; muestra destellos pero oculta los procesos detrás de ellos.

No es que las listas sean un mal en sí mismas, sino que en los últimos años han proliferado de tal modo que pareciera que no es posible pensar públicamente como no sea mediante las viñetas y los números. Esta “buzzfeedización”de la cultura pública más que ser un problema es un síntoma de las condiciones de distribución y consumo de la cultura en nuestros días. Una lista rara vez muestra algo más que los caprichos de quien la publica, en cambio suele ocultar las relaciones que permiten su existencia.

Debido a esta sobreproducción de listas, pensar su función social es en realidad preguntarse por la función de la crítica dentro de un sistema determinado. La crítica, decía, no puede existir en la producción de listas; paradójicamente tampoco puede prescindir de ellas. Las listas son en realidad uno de los objetos de la crítica cuya labor, cuya responsabilidad, es el desmontaje de sus mecanismos de ocultamiento.

Algunos mecanismos son más elementales que otros. Si pensamos, por ejemplo, en la lista de los libros del año de una librería, lo que subyace es, claramente, un ansioso deseo de reforzar las tendencias del mercado y consumo de ejemplares; no existen en estas listas los escritores audaces, ni los incómodos, ni las potencias estéticas o políticas (a menos que a su vez sean potencias de venta, lo que pondría en duda lo primero) sino los que suelen situarse en otro espectro de la literatura: la facilidad, el consumo rápido, la comodidad estética. Si pensamos, por ejemplo, en la lista de Sergio González Rodríguez, en su pretensión exhaustiva y su necesidad taxonómica, lo que sale a la superficie tras una primera lectura crítica no es  tanto el juicio crítico como su confirmación; el papel vacante del intelectual público (cuyas opiniones abarcaban temas y problemas generales) parece querer cubrirse con el de tamiz general (selección, sin mayor comentario, de entre todos los temas y géneros). En ambos casos la lista opera dentro de un campo relativamente definido, la literatura producida y consumida en México, casi la literatura nacional, si el término fuera todavía funcional. Sin embargo, existen otras listas más interesantes, no tanto por lo que señalan cuanto por el espacio en el que pretenden incidir. El año pasado, dos listas suscitaron un debate en torno a su función crítica: “5 Under 35” de The National Book Foundation, entre cuya selección se incluyó a la escritora mexicana avecindada en Nueva York Valeria Luiselli; y el proyecto México 20, a cargo del Hay Festival, el British Council y CONACULTA cuyos 20 autores jóvenes (i. e. menores de 40 años) serán traducidos en una antología que se presentará en la London Book Fair del 2015.

Debido a la estrecha conformación del campo literario mexicana y al papel central del Estado en éste, la lista fue recibida con un recelo individual: ¿por qué esos autores y no otros, cómo es que estaba fueran algunos escritores, cuáles habían sido los criterios de una selección desigual —que incluye lo mismo a autores con varias y reconocidas novelas que a escritores con una sola novela o incluso ninguna? Sin embargo, simpatías y diferencias aparte, la selección de 20 escritores permite cuestionar el papel del Estado como promotor cultural.

Enlistar es ordenar, ejercer criterios no siempre claros para seleccionar elementos de un conjunto. Lo importante, insisto, no es tanto el ejercicio como los criterios desde los que se opera sobre el conjunto. Uno de esos criterios llama especialmente mi atención, el género literario privilegiado. De acuerdo con la declaración de Julio Trujillo, director editorial de la DGP, el volumen fue pensado para generar interés entre editores y agentes literarios anglosajones, por ello se excluyeron de su selección géneros literarios poco agraciados para el mercado global: el ensayo y la poesía (ya no se diga la dramaturgia, que parece no existir más que para tres o cuatro lectores). La pregunta, entonces, no es tanto por la selección como la operación que pretende generarse con ella; en este caso, el Estado deja de ser un mecenas cultural que permite ampliar la estrechez del campo cultural regido por el mercado para convertirse en un mediador privilegiado (debido a su capacidad económica, especialmente) entre el mercado y el campo. En un sentido abstracto, esta función no está tan lejos de la primera, sin embargo, salta a la vista el tipo de mediación que pretende generar el Estado; por un lado pretende generar interés en autores que pocos podrían calificar de ortodoxos (Juan Pablo Anaya, Verónica Gerber Bicecci, Nicolás Cabral), por otro lado restringe la diversidad de prácticas textuales contemporáneas al anglosajón término “ficción”. Los flujos de autores y capitales simbólicos de la world literature conforman la capa invisible de las identidades globales; los escritores posnacionales (como Valeria Luiselli; de ahí su inclusión en otra lista) son el lado visible de aquellas. ¿Qué lugar ocupan los Estados nacionales en la tensión entre ambas capas? Ya no se ocupan de limitar geográficamente la construcción de la identidad nacional, ahora se ocupan de mediar para que las identidades globales sean también representadas en este territorio. El mapa no era el territorio, pero ahora la inversión es otra: parece que el mercado es la única navegación posible en un territorio informe. El Estado ha renunciado a su función hacia “arriba”, pero no a la mediación hacia “abajo”; convertido en un agente literario más, pero uno que hace antesala ante los corporativos del semiocapitalismo. En medio, la lista como la superficie de la polémica.

 

 

Roberto Cruz Arzabal (Ciudad de México, 1982) es profesor, crítico y escritor. Estudia el doctorado en letras en la UNAM, donde también da clases; premio de la revista Punto de partida en 2007 en poesía. Es integrante del Seminario de investigación en poesía mexicana contemporánea y del Laboratorio de literaturas extendidas y otras materialidades.

Foto: shutterstock.com

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