Lado B
Del autoritarismo a la negación de la autoridad
En la columna de la semana pasada abordamos aquí el tema del miedo a ser padres y el terrible daño que este temor, desgraciadamente muy común en nuestros tiempos, genera en los hijos. Al final del texto planteamos que una parte esencial para romper con este miedo a la paternidad-maternidad y formar niños y adolescentes sanos y capaces de convivir de manera constructiva en sociedad es la del ejercicio de la autoridad.
Por Juan Martín López Calva @m_lopezcalva
24 de febrero, 2015
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Martín López Calva

@M_Lopezcalva

[dropcap]E[/dropcap]n la columna de la semana pasada abordamos aquí el tema del miedo a ser padres y el terrible daño que este temor, desgraciadamente muy común en nuestros tiempos, genera en los hijos. Al final del texto planteamos que una parte esencial para romper con este miedo a la paternidad-maternidad y formar niños y adolescentes sanos y capaces de convivir de manera constructiva en sociedad es la del ejercicio de la autoridad.

La autoridad entendida desde su origen etimológico – decíamos también al final de la reflexión- como afirma Savater significa “hacer crecer” –del verbo latino augeo- , lo cual implica un ejercicio del poder legítimo para aumentar las capacidades del otro –nuestro hijo, nuestro alumno, nuestro subordinado en el trabajo- puesto que como  dice el Instituto Interamericano de Derechos humanos (IIDH): “Desde el punto de vista de su origen, el término autoridad es una vieja palabra latina (auctoritas, sinónimo de poder legítimo y no de fuerza coactiva) unida al verbo augere, aumentar, y no ha sido un término peyorativo, contrariamente al vocablo autoritarismo…”.

En efecto, existe una diferencia abismal entre el término autoridad y el vocablo autoritarismo. El autoritarismo se concibe como una desviación o degeneración de la autoridad que justifica el ejercicio desmedido y sin límites de la autoridad porque como afirma el mismo IIDH: “El autoritarismo como ideología enfatiza que la autoridad debería reconocerse y ejercerse mediante la fuerza y la coacción”.

Es por ello que el término autoritarismo se asocia con el de totalitarismo y se liga al ejercicio abusivo de la autoridad que lesiona los derechos de los demás y obliga a una obediencia ciega. De ahí que este concepto se oponga justificadamente al de democracia.

“En la tipología de los sistemas políticos, se suele llamar autoritarios a los regímenes que privilegian el aspecto del mando y menosprecian el consenso. En sentido psicológico, se habla de personalidad autoritaria para indicar un tipo de personalidad centrada en la disposición a la obediencia ciega a los superiores y al trato arrogante con los inferiores jerárquicos o a los que están privados de poder. En cuanto a las ideologías autoritarias, son aquellas que niegan de manera decidida la igualdad entre los hombres, hacen énfasis en el principio jerárquico y exaltan a menudo algunos elementos de la personalidad autoritaria como si fueran virtudes”.

En el campo de la educación se pueden apreciar en la visión que ha predominado en los sistemas escolares durante siglos los tres tipos de autoritarismo que señala la cita anterior. Desde el punto de vista político,  el sistema educativo mexicano ha privilegiado el mando sobre el consenso y se ha organizado desde una visión vertical y piramidal ocupada del control y no del fomento a la participación corresponsable de los actores: supervisores, directores, docentes, estudiantes, padres de familia.

Desde la perspectiva psicológica ha predominado en el escenario el cultivo y valoración de la personalidad autoritaria del funcionario, el directivo y el docente que desafortunadamente siguen actuando desde el patrón de la obediencia ciega a los superiores y la arrogancia y el maltrato a los subordinados, incluyendo a los alumnos a los que muchos docentes consideran como tales.

[pull_quote_right]Sin una brújula que oriente y regule la participación de todos hacia un proyecto de nación construido de manera colaborativa, la educación caminará sin rumbo.[/pull_quote_right]

En la dimensión ideológica se ha consolidado en nuestra educación una cultura educativa basada en la negación de la igualdad entre los sujetos –aunque normativa y discursivamente se afirme esta igualdad- y un énfasis en las jerarquías que exalta elementos de la personalidad autoritaria como virtudes.

Resulta lógica y totalmente justificada entonces la reacción contra el autoritarismo en el ámbito educativo que se ha manifestado desde la dimensión teórica en las llamadas pedagogías antiautoritarias o libertarias surgidas desde finales del siglo XVIII y muy en boga durante los dos siglos anteriores. Estas pedagogías siguen estando vigentes porque desafortunadamente la visión autoritaria no termina de ser desterrada de las visiones y acciones pedagógicas en México y en muchos otros países.

De las pedagogías antiautoritarias y libertarias han surgido modelos educativos muy pertinentes y valiosos para cambiar la concepción y la ejecución de las prácticas educativas, quitando su elemento autoritario y priorizando la visión de igualdad entre los sujetos, la valoración de la libertad de los educandos y educadores y la construcción de perspectivas metodológicas y didácticas que promueven la participación de los educandos en su propio proceso formativo y la autonomía de los docentes en el ejercicio de su labor profesional.

Sin embargo, así como la perspectiva de la autoridad sufrió degeneraciones que llevaron al autoritarismo, la visión antiautoritaria y libertaria han ido sufriendo también distorsiones y degeneraciones que han llegado al extremo de negar la autoridad y rechazar cualquier intento de ejercerla.

La lucha contra el autoritarismo no puede, no debería ser una lucha contra la autoridad porque sin autoridad y sin disciplina no puede haber una educación sana ni en lo cognoscitivo ni mucho menos en lo afectivo, en lo moral y en lo social.

Como plantea Savater en El valor de Educar: “El aprendizaje del autocontrol se inicia con las órdenes e indicaciones de la madre, que el niño interioriza más tarde en una estructura psíquica dual que le hace a la vez emisor y receptor de órdenes: es decir, que aprende a mandarse a sí mismo obedeciendo a otros. Los niños crecen en todas las latitudes como una hiedra contra la pared, ayudándose de adultos que les ofrecen juntamente apoyo y resistencia…”.

Si los padres y los maestros renunciamos a ejercer la autoridad –el ejercicio del poder legítimo con el fin de hacer crecer al otro- por nuestro rechazo al autoritarismo estaremos dejando a nuestros hijos, a nuestros estudiantes, sin el apoyo y la resistencia que les permita desarrollarse sanamente teniendo un piso firme bajo sus pies sobre el cual emprender la búsqueda de su propio camino.

Si la Secretaría de Educación Pública renuncia al ejercicio de la autoridad –el ejercicio del poder legítimo con el fin de hacer crecer a los otros- por miedo a la sociedad que rechaza el autoritarismo estará también renunciando a su función fundamental de constituirse en el soporte y apoyo de toda la organización de ciclos de esquemas de recurrencia de las actividades que se realizan sistemáticamente para educar a los futuros ciudadanos de este país. Sin una brújula que oriente y regule la participación de todos hacia un proyecto de nación construido de manera colaborativa, la educación caminará sin rumbo.

La educación del México de hoy –el México de hoy en todas sus dimensiones- requiere liberarse del autoritarismo. Pero esta liberación no consiste en rechazar o negar la autoridad sino en reconstituirla y asumirla sanamente, pues en el momento actual de nuestra educación, como bien decía Hannah Arendt: «La autoridad ha sido abolida por los adultos y ello sólo puede significar una cosa: que los adultos se rehúsan a asumir la responsabilidad del mundo en el que han puesto a los niños».

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Autor Lado B
Juan Martín López Calva
Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Realizó dos estancias postdoctorales en el Lonergan Institute de Boston College. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, del Consejo Mexicano de Investigación Educativa, de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores y de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación. Trabaja en las líneas de Educación humanista, Educación y valores y Ética profesional. Actualmente es Decano de Artes y Humanidades de la UPAEP, donde coordina el Cuerpo Académico de Ética y Procesos Educativos y participa en el de Profesionalización docente..
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