…pero nunca pisamos la tierra,
lo civilizado es caminar sobre asfalto,
pisarlo siempre a través de la membrana de botines.
Usar neumáticos y motores,
es todavía más civilizado que mover las piernas.
Nuestro territorio es el piso colocado,
no la tierra.
Un tramo de tierra es una pausa
donde crujidos inaudibles
cantan himnos al fuego verde,
a la erupción de madera viva
que lentamente quiebra cables y aceras,
en medio de nuestra prisa
de polímeros y combustibles.
Un tronco ennegrecido por el trueno
es un recordatorio
de la noche cuando un rayo
nos bajó de las ramas
y nos puso frente al primer fuego,
ese fruto inesperado de la madera
que alumbra todo bien y todo mal,
y nos arrancó un alarido y germinó en palabras:
las rocas se apilaron y fueron casas,
las semillas se regaron y dieron campos de cultivo,
las manadas se domaron y fueron ganado,
las parvadas se encerraron en corrales,
calzamos nuestros pies y asfaltamos la tierra.
Un tronco ennegrecido por el trueno siempre fue el conjuro de creación.
Un tronco lleno de hormigas
es un sacrificio
de un árbol que siempre canta el soplo de palabras
y deja que todo insecto escuche los augurios vegetales:
los troncos se trituraron y formaron papel
pero las termitas harán festines en cada biblioteca del mundo.
Un árbol cuya raíz le hace grietas al pavimento
es un mensajero
que interrumpe nuestro caminar apresurado,
nos hace mirar su territorio invadido
y nos recuerda que todo regresa hacia su orden:
los troncos se laminaron y construyeron casas,
desviaron las aguas y encima les pavimentaron calles
pero las tormentas reclamarán los cauces de los ríos.
Una hilera de cipreses vigila el retorno
de nuestra carne a la tierra,
mientras esperan con paciencia y repiten:
los bosques fueron talados para hacer muebles
pero las ruinas verticales de rascacielos anidarán selvas.
Una rama para columpiarse
forma un gesto de plegaria al cielo:
por el corazón de cada cristal de lluvia,
por las diminutas flamas que alumbran el día,
por el aire denso que aligera.
Una rama se prolonga como puente
de la semilla hasta constelaciones
y desde marrón a brillo de Vía Láctea.
Una flor
y un fruto comestible
son prodigios que recorren el puente.
Tienen la dirección de la gravedad.
Las ramas dicen, mientras se dejan empujar por el viento
y clavan sus espinas en brazos de jardineros
que luego sangran:
así la tierra se arrancará las costras que llaman ciudades.
Eliud Delgado (Ciudad de México, 1984) Poeta y traductor. Estudió Letras Modernas Inglesas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Sus poemas han sido publicados en Punto en línea, Literal y el periódico El financiero. Se encuentra antologado en Paraíso en llamas (Literal/Secretaría de Cultura del DF, 2008), Perduración de la palabra (Facultad de Filosofía y Letras, UNAM, 2008) y el Anuario de poesía mexicana 2008 (Fondo de Cultura Económica, 2009). Como traductor colaboró en la sección en inglés del libro y disco Xolo de Mardonio Carballo y Juan Pablo Villa (Pluralia, 2012).
Foto: shutterstock.com