Lado B
Morir por la ciencia
En los laboratorios, a las ratas y los ratones se los mata en una cámara de dióxido de carbono. Quieren escapar, rasguñan las cajas, pero su registro es muy bajo: no escuchamos sus gritos. Su muerte es imprescindible para el avance de la ciencia
Por Lado B @ladobemx
06 de noviembre, 2014
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En los laboratorios, a las ratas y los ratones se los mata en una cámara de dióxido de carbono. Quieren escapar, rasguñan las cajas, pero su registro es muy bajo: no escuchamos sus gritos. Su muerte es imprescindible para el avance de la ciencia y, sin embargo, en muchas notas de Anfibia, biólogos y veterinarios pidieron que no se contara que sacrificaban animales. La cronista Gabriela Larralde se metió de lleno en un tema que aún hoy continúa siendo un tabú.

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Foto: Victoria Gesualdi.

Gabriela Larralde | Revista Anfibia
Si el ratón es pequeño se lo sujeta de la cola para levantarlo. Si en cambio es más grande se lo toma con la mano. A veces como hoy, después de un largo tratamiento, el animal es quien sube con naturalidad a la palma del científico.   El método más usado es la cámara de dióxido de carbono. Una caja con techo de plástico y  dos orificios. Uno superior por el cual ingresa el gas a través de una cánula y otro inferior por donde sale el aire. El dióxido de carbono se va aumentando de a poco en una doble maniobra: que el animal no se ahogue, que se asfixie.
Después del primer minuto, el ratón se impacienta, está inquieto, intenta trepar por las paredes, resbala: el gas aumenta. En tres o cuatro minutos, queda inconsciente.   O no. Porque no hay una regulación estatal que diga cómo hacerlo. Y si el gas es introducido rápidamente empieza a sentir una dolorosa irritación en la garganta. Quiere escapar, rasguña la caja. Sus vocalizaciones están en el rango del ultrasonido: no escuchamos sus gritos. Sus compañeros, sí. Por eso, la cámara debe estar alejada de los que no serán sacrificados.
Por eso, matar a un ratón parece tan simple.

La desesperación animal se diluye en nuestro silencio.

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En la mayoría de los países no hay legislación que contemple la muerte de animales de laboratorio en investigaciones científicas, ni obligatoriedad de llevar un registro de los mismos. En Argentina, ningún organismo puede dar estadísticas de cuántos animales son utilizados y mueren por año. Ni los bioterios, ni los profesionales están obligados a hacerlo.

A nivel internacional las cifras varían entre quienes están a favor y quienes están en contra de la experimentación en animales. Se calcula, sin ningún tipo de precisión, que mueren entre 50 y 100 millones de animales al año en el mundo. Quienes están en contra aseguran que la cifra llega hasta 300 millones y que los tratamientos no tienen buenos índices de efectividad luego en humanos.  Del otro lado, están quienes aseguran que con el uso de animales para experimentación se han conseguido avances como aislar por primera vez la insulina u obtener vacunas contra la lepra y la polio. Afirman que la mayoría de los avances médicos del siglo XX utilizaron en algún punto especies no humanas.

En nuestro país tampoco existe una ley que regule la utilización de animales para investigaciones científicas. La Ley Nacional nº 14.346 de malos tratos y actos de crueldad a los animales, sancionada en el año 1954 es el único marco legal vigente. El objetivo de la misma es general y no se aboca al campo de los animales de laboratorio.

En su primer artículo queda especificado que será reprimido con prisión de quince días a un año el que infrinja malos tratos o haga víctima de actos de crueldad a los animales. Entre los ejemplos que se detallan a continuación figuran desde no alimentarlos en calidad y en cantidad, hasta algunos que pueden relacionarse con el trabajo dentro del laboratorio, pero sin especificar regulaciones. En el art. 3 se considera maltrato practicar la vivisección con fines que no sean científicamente demostrables y en lugares o por personas que no estén debidamente autorizadas para ello. Pero no se especifica cuál sería esa autorización y qué organismo podría impartirla. También figura como crueldad intervenir quirúrgicamente animales sin anestesia, pero no existe un organismo que hoy controle eso en todos los casos.

Existen CICUALES, que son Comités de ética para el Cuidado y el Uso de Animales, pero pertenecen a algunas universidades y se abocan al trabajo dentro de ellas. Marcela Rebuelto es miembro del CICUAL que funciona en Facultad de Veterinaria. Por mail, asegura que es imprescindible regular las actividades científicas y de docencia para garantizar el cumpliendo de principios éticos ya aceptados en la comunidad científica internacional.

Hoy hay dos proyectos de ley en Argentina, el anteproyecto de la Asociación Argentina de Ciencia y Tecnología de Animales de Laboratorio (AACYTAL), que todavía está sin presentar en las comisiones asesoras de diputados, y uno que está presentado en Senadores, por la Dr. Graciela DiPerna, senadora del PJ por la Provincia de Chubut, ex Secretaria de Salud de su provincia desde el 2003 al 2009. En ambos se busca regular la actividad, evitar el sufrimiento de los animales y generar estándares internacionales que sirvan para ampliar el mercado. Existen también dos normativas generales vinculadas a bioterios, la de ANMAT y SENASA pero son aplicables sólo a algunas investigaciones y no a la mayoría de los bioterios que trabajan con animales en nuestro país.

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Silvina Díaz, Martín Codagnone y Gerardo Biglia

En Latinoamérica el panorama no difiere demasiado. Solamente dos países en América del sur cuentan con una legislación específica para esta área: Brasil y Uruguay. Por su parte, Chile y Colombia tienen leyes más actuales sobre protección de animales, pero  no llegan a regular ni controlar la actividad. Mucho menos a generar políticas de reemplazo de animales por otras técnicas como se está realizando desde el 2009 en la Unión Europea y en Estados Unidos.

Una de las maneras que tiene la ciencia de sustituir a los animales de laboratorios es el cultivo de tejidos humanos o animales. Una técnica de laboratorio que permite recrear, por ejemplo, piel. Estos cultivos comenzaron a utilizarse en los años 50, pero el concepto de mantener líneas de células vivas separadas del tejido de origen es anterior. Otras formas son los bancos de córneas de conejos, pollos o bovinos sacrificados en mataderos las pruebas in vitro. Además de programas de computación como el Topkat que mide la toxicidad y la mutagenicidad de los tratamientos, entre otros parámetros.

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“¿A cuántos conejos deja ciegos Revlon por causa de la belleza?”.

La pregunta fue publicada a página entera en el New York Times el 15 de abril de 1980 por Henry Spira, miembro de una organización que se llamaba Liberación animal.

En menos de veinticuatro horas, las acciones de la marca se devaluaron de forma brutal.

Hasta ese entonces la pasta de rouge o de rímel era testeada sobre conejos a los que se les embadurnaba la mucosa ocular con el fin de averiguar si el exceso de sustancia cosmética producía algún efecto. La consecuencia era la ceguera final del animal previa ulceración progresiva del ojo.

En 1980, sólo el número de procedimientos con modelos animales realizados por la industria cosmética inglesa era de 17.500, quince años después el número se redujo a 2.500.

En 2009, el testeo quedó prohibido en todo Europa.

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—Por la forma de abordar el objeto de estudio, el método científico requiere el uso de animales (y humanos) para la experimentación. El que dice lo contrario, en general desconoce cómo se hace ciencia.

Diego Comerci es doctor en biología y trabaja en el Instituto de Investigaciones Biotecnológicas de la Universidad de San Martín. Se extiende en sus respuestas y pide perdón, porque dice, el tema le apasiona. Aclara que adora a los animales, a las plantas y a los hongos, a los seres vivos en general, pero que desde hace veinte años por su profesión experimenta con animales.

Comerci explica que introducir un medicamento al mercado cuesta decenas de millones de dólares.

Debe pasar por varias etapas muy estrictas. Primero se prueba en células en cultivo, después en un modelo de experimentación in vivo en un animal donde se reproduce la enfermedad lo más parecido posible. Si esos estudios arrojan resultados promisorios, entonces se habilita una segunda etapa de experimentación donde se evalúa la inocuidad, los posibles peligros, efectos secundarios, de ese fármaco en un modelo animal. Si eso da bien, se pasa a la etapa de ensayos preclínicos y clínicos ahora si experimentando en humanos. Primero se evalúa la inocuidad del fármaco en gente sana, la que se recluta y se le informa y da su consentimiento a la experiencia. Luego se reclutan pacientes que padecen la enfermedad y previo consentimiento, se evalúan las dosis y vías de administración. Recién ahí, se recaba toda la información necesaria para meter un nuevo fármaco en el mercado. Todo este proceso suele demorar más diez años.

—No conozco ni conocí a ningún colega que disfrute de sacrificar a un ratón o conejo, de hecho siempre es una cosa pesada de hacer y uno siempre se queda muy cargado después de realizar estas actividades.

***

El congreso de la Society for Neuroscience, en San Diego, reúne a 33.000 personas relacionadas con la investigación.  En la puerta, activistas vestidos con máscaras de animales y guardapolvos manchados con sangre, protestan en silencio.

Llevan pancartas. “No a la experimentación con animales” o “La ciencia enloqueció”.

Sostienen los carteles y cada tanto gritan algo, pero no hay violencia. Un cartel asegura una recompensa: 20.000 dólares por mostrar crueldad en algún laboratorio. Debajo un mail como para que cualquiera que pase por ahí lo pueda recordar sin necesidad de acercarse al grupo.

Ese tipo de manifestaciones se repite cada vez. En cada Congreso.   Por eso, los científicos entrevistados para muchas notas publicadas en la revista Anfibia suelen ser cautelosos en sus respuestas.   Por eso, muchas veces piden no poner cómo matan a los animales.   Por las dudas.

[quote_box_left]Extracto del texto originalmente publicado en Revista Anfibia. Click aquí para seguir leyendo. [/quote_box_left]

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