Lado B
El hombre que limpia escenas del crimen
Erick Baena
Por Lado B @ladobemx
27 de noviembre, 2014
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La escena de un crimen, para Donovan, es como el escenario de una obra de teatro que acaba de terminar. Y de la que sólo queda la escenografía. Por eso, en cada escena que visita, su imaginación se dispara y recrea, a través de los rastros de la muerte, la trama del delito. 

Erick Baena Crespo *

@erickbaena

[dropcap]L[/dropcap]o primero que vio fue sangre.

Cuando se abrió la puerta de la casa, Donovan Tavera se encontró con una escena dantesca: las manchas de sangre estaban por doquier: en el piso, las paredes, los muebles e, incluso, sobre la pantalla de una televisión.

“¿Por qué tanta saña?”, se preguntó. En 20 años de experiencia, primero como perito y luego como limpiador forense, nunca había visto algo así.

Donovan sintió un hueco en el estómago. Y recordó la noticia, estremecedora, que leyó en el periódico una tarde de junio de 2012: “Asaltan casa en la Del Valle; apuñalan a tres”.

No habría imaginado que, un mes después, estaría en el lugar de los hechos: una casa ubicada en el 343 de la calle Agustín González de Cossío. Ni que Asmara Rodríguez, amiga cercana de las víctimas, se comunicaría con él para solicitar sus servicios.

Donovan se sorprendió con las manchas hemáticas que salpicaban el techo y entonces, como siempre le sucede, la escena del crimen se empezó a reproducir en su cabeza:

Imágenes sin nexo pasaban por su mente a gran velocidad. La sangre escurriendo por el filo de un cuchillo. Una mano ensangrentada deslizándose por la pared. Un cuerpo cayendo sobre la alfombra color café.

Donovan subió por las escaleras. Abrió la puerta del baño y vio, debajo del lavabo, el cuerpo de Cynthia Martínez Venegas, de 50 años, empresaria, quien tenía una agencia de viajes por internet.

Entró a una recámara. Donovan vio la silueta de Ismael Martínez, de 75 años, quien llegó con vida al Hospital de Xoco, en donde murió horas más tarde.

Bajó las escaleras. En la sala siguió un rastro de sangre. Sus pies se detuvieron cuando vio el brazo extendido, inerte, de María Venegas Carvajal, de 74 años.

A su lado vio a Félix Chávez López, de 35 años, poeta de origen cubano, recostado sobre su lado izquierdo, quien recibió 17 puñaladas.

Félix Hangelini era el nombre literario de Félix Chávez López. El 28 de diciembre de 2009, Félix escribió en su blog El Bosque Escrito:

“El día de mi muerte no me echarás de menos. […] Mejor camina hacia otra parte. No te sientes a esperar. Sigue otra huella. La mía se habrá fundido en los mismos circuitos donde todos se calcan. Haz un montón de piedras e imagina que sobre ellas nacerá otro lirio, otra casa, otro libro, otro barco que ya no me llevará”.

Pero Donovan siguió su huella, a pesar de que Félix, en esa especie de terrible premonición, sugirió lo contrario.

Y, antes de salir de la casa, Donovan Tavera vio una escena del crimen que puede limpiarse en 10 horas (pero una huella de dolor que difícilmente desaparece).

La puerta se cerró lentamente.

Lo último que vio fue sangre.

***

Es un hombre casado. De mediana edad -43 años-. Sociable, pero callado. Algo serio.

De constitución media. Tiene habilidades relacionadas con la química. Es una persona pulcra. De trato amable. Es Perito Criminalista, Investigador de Incendios y Explosiones, y Formador de Instructores en Contraterrorismo.

Su nombre es Donovan Tavera y no, no es un personaje sacado de una novela policiaca, a pesar de que su apariencia sugiera lo contrario: alto, cabello salpicado de canas, ojos grandes, voz grave, gabardina de piel y maletín negro.

Donovan es el fundador de la empresa Limpieza Forense, la cual opera en México desde hace más de una década. Él se encarga de lidiar con eso que, posterior a las diligencias, a las autoridades no les interesa: limpiar la escena de un crimen.

“Me encuentro con personas sumergidas en el dolor. Yo soy el último trago amargo que tiene que pasar la familia de una persona fallecida. Han lidiado con la investigación policial, la entrevista con el ministerio público, el funeral y, todavía, tienen que hablarnos a nosotros, pues en sus casas sigue ahí la estela de la muerte”.

Sangre humana, miembros desmembrados, fluidos corporales que salen del cuerpo post mortem. Ese es el catálogo de sus servicios de limpieza.

“No importa si es en el exterior o interior de un inmueble. Yo voy y lo limpio”, afirma.

Nadie se prepara para un hecho de esa naturaleza. Por esa razón es común que las personas no sepan en qué momento solicitar sus servicios.

“Muchas veces me hablan cuando acaban de encontrar el cuerpo”.

En esos casos, Donovan les hace una pregunta de rutina: “¿Tiene la hoja de liberación del inmueble?”. Si la respuesta es afirmativa, él puede visitar el lugar; en caso contrario, le pide a su cliente que le regrese la llamada hasta que tenga ese documento en sus manos.  Ese es el primer paso.

“El cliente, generalmente, me habla antes de que tenga liberado el lugar. Nosotros tenemos que esperar que el ministerio público, o la autoridad correspondiente, expida la hoja de liberación”, explica. Y agrega: “Es una cuestión legal. No puedo interrumpir una investigación por homicidio, por ejemplo”.

El segundo paso, si el inmueble ha sido liberado, es hacer una visita de inspección. “Recorro el lugar de los hechos y le entrego un presupuesto a mi cliente. Ahí mismo hago mi plan de trabajo; es decir, dependiendo de la escena, decido con qué voy a proteger mi cuerpo, cuánto tiempo me va llevar la limpieza y qué fórmulas necesito”.

El tercer paso, y último, es la limpieza. Donovan llega a la escena y cubre su cuerpo, de pies a cabeza, con un traje plastificado, color blanco. Dependiendo del caso, evalúa si utiliza una máscara antigás, para proteger sus vías respiratorias, y un visor de protección facial, hecho de policarbonato.

El costó de sus servicios oscila entre 2 mil y 8 mil pesos. El 60 % de los casos que atiende son homicidios; el 40% restante se divide entre accidentes, suicidios, muertes por abandono y casos de acumulación compulsiva.

“El trabajo es variable. Algunas veces tengo 10 casos en una semana; otras, 2 o 3 en un mes. En vacaciones, por los accidentes, y en diciembre, por los suicidios, los casos aumentan”.

Donovan ha recibido propuestas de negocio, tanto en México como en el extranjero, para atender la demanda de este servicio. Y los estudiantes de criminología suelen acercarse a él con interés, pues en México no existen estudios, ni siquiera a nivel técnico, de Limpieza Forense.

“El plan de limpieza, la técnica, es algo que me llevó muchos años pulir. Lo hice a base de ensayo y error, pues no había quién me enseñara a hacerlo ni había forma de compararlo con un trabajo similar”.

Por eso, Donovan es considerado el pionero de la Limpieza Forense en México.

Pero todo empezó años atrás.

***

Donovan Tavera fue un niño inquieto. A los 10 años no hacía las preguntas habituales de un niño de su edad. A él le inquietaba saber quién limpiaba la sangre después de un hecho violento.

“Las funerarias o los doctores o los paramédicos o, a lo mejor, los bomberos”, le respondían sus padres, tíos, vecinos. Intuía que no existía una respuesta clara y contundente a su pregunta.

“Me imaginaba que era un trabajo muy científico, relacionado con la química. Eso me atraía mucho”, cuenta.

En una biblioteca cercana a su casa encontró un libro de medicina legal. Lo leyó de principio a fin. En el texto no encontró ni una sola mención a la limpieza forense. Buscó en libros de investigación policial, criminalística, patología… Nada.

Cuando salió de la secundaria, dedicó sus vacaciones no sólo a buscar información, sino a tratar de indagar cómo se hacía.

Una maraña de preguntas creció en su cabeza: “¿Quién lo hace? ¿Por qué? ¿Cómo? ¿Qué usan para hacerlo?”.

Los libros que había devorado en la Biblioteca le transmitieron ciertos conocimientos en materia forense. No obstante, para sus propósitos, eso no le bastaba. Quizá, por esa razón, decidió pasar de la teoría a la práctica.

“A los 17 años hice mis primeros experimentos: derramaba un líquido, similar a la sangre, y lo limpiaba con productos que encontraba en la tienda. También practicaba la forma de hacerlo”.

Meses después, Donovan empezó a tomar apuntes. Se planteaba una situación hipotética. Escribía: “Una señora me habla por teléfono para solicitar mis servicios. Su hijo se acaba de suicidar con arma de fuego. ¿Qué haría en ese caso?”. Donovan apuntaba, paso a paso, lo que haría en dicha situación y elaboraba un expediente ficticio.

Posiblemente, sin darse cuenta, Donovan estaba elaborando sus propias fórmulas químicas. Posiblemente, sin darse cuenta, Donovan estaba descubriendo su vocación.

Pero todo empezó años después.

***

“Mi primer trabajo, allá por el año 2000, fue un hombre que, en estado de ebriedad, se golpeó la cabeza, perdió el conocimiento y murió ahogado con su propio vómito. El cuerpo fue descubierto dos días después. Había dejado una mancha en el piso, compuesta de sangre, vómito y fluidos corporales que olía muy mal. Y no estaba seguro de que mis fórmulas eliminaran el olor”, cuenta Donovan.

En sus experimentos químicos y sus prácticas nunca había pensado en el olor de la muerte. Pero dejemos, por ahora, ese caso pendiente…

Sentado en el comedor de su casa, Donovan coloca su maletín sobre la mesa como si estuviese manejando una carga de explosivos. Lo abre. Adentro, sobre una superficie acolchonada, reposan los tubos de ensayo que guardan las fórmulas químicas que él ha patentado.

“Tengo una fórmula que, para su uso, requiere protección para las vías respiratorias, pues si la inhalas, se te cierran las vías aéreas”.

Extrae un tubo con un líquido, color rojo, que, afirma, es tan fuerte que penetra en el cuerpo de un cristal y le quita la propiedad de refractar la luz.

“Una de las fórmulas que yo fabrico cubre un espectro de enfermedades causadas por virus. Imagínate un velocímetro que va del 1 al 100. En el 50 está el VIH, en el 40 la tuberculosis, en el 30 la hepatitis A, B o C”.

Los familiares de personas fallecidas, afirma, se exponen a patógenos, virus y floras bacterianas que atacan por las vías respiratorias, mucosas e, incluso, por una herida abierta.

“Ahora imagínate que alguien se muere en tu baño. Y dos o tres semanas después liberaron tu hogar. Se han formado larvas, moscas y escarabajos. Yo elaboré una fórmula que se usa, específicamente, para limpiar la loseta, la tina y la taza. Ahora imagínate que afuera de tu casa ocurrió un hecho violento y quedó una mancha hemática en el asfalto. Me hablas. Llego a tu casa y, ese día, casualmente, llueve. No importa: tengo una fórmula que actúa, incluso, si entra en contacto con un agente externo, en este caso el agua.  He fabricado fórmulas para situaciones específicas”.

Limpieza Forense es una empresa familiar. No obstante, todos los integrantes del equipo (Virginia García y Pascual Tavera, sus padres; Flor Tavera, su hermana y, Alicia Aviña, su esposa) han firmado un acuerdo de confidencialidad, con el objetivo de proteger, apelando al secreto industrial, los componentes de sus fórmulas.

“Me he encontrado con muchos piratas que hacen mal el trabajo y engañan a la gente. No saben lo que hacen, se exponen a los patógenos y riegan más aquella posible causa de contagio de alguna enfermedad. No son profesionales ni tienen respeto por el luto de las personas”.

Cuando fundó la empresa, Donovan se presentó ante la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios (COFEPRIS), quienes le entregaron una serie de lineamientos que estaba obligado a seguir.

Ante la autoridad, afirma, está avalado, a pesar de que en México no existe una regulación en torno a la limpieza forense.

Ese vacío legal provoca que empresas de limpieza ordinaria, señala, se involucren en casos forenses, exponiendo a sus empleados a enfermedades.

Pero retomemos el caso. Ese día, al terminar lo que sería su primer limpieza forense, Donovan se llevó una gran sorpresa: sus fórmulas habían quitado el mal olor.

“La gente quedó muy agradecida conmigo y, desde ese día, me dije: ‘yo me quiero dedicar a esto el resto de mi vida’”.

***

La escena de un crimen, para Donovan, es como el escenario de una obra de teatro que acaba de terminar. Y de la que sólo queda la escenografía. Por eso, en cada escena que visita, su imaginación se dispara y recrea, a través de los rastros de la muerte, la trama del delito.

Donovan confiesa que la escena que más le ha impactado es el caso de la Colonia del Valle.

“Fue tanto lo que vi que hasta el día de hoy recordarlo me produce estrés”, confiesa.

Y, como si fuese el actor de una puesta en escena, Donovan realiza un ritual antes y después de cada limpieza. En el trayecto al lugar de los hechos escucha la ópera “Tristán e Isolda” de Wagner.

“Me ayuda a entrar en mi papel”, dice. Y al iniciar la limpieza escucha, una y otra vez, aleatoriamente, las canciones “666 The Number Of The Beast” de Iron Maiden, y “Paranoid” de Black Sabbath.

“Es una forma de cambiar el ritmo de mi trabajo”, dice.

En sus ratos libres, para liberarse de las imágenes que quedan en su mente, que son,  al fin y al cabo, los gajes de su oficio, Donovan corre.

“En ocasiones las personas, aún en duelo, te descargan su dolor. Yo muestro respeto por su pérdida, pero tengo que mantener una distancia emocional. Si no lo hiciera pondría en juego mi profesionalismo. Y créeme que no es fácil. Al final, llega un momento en que tienes que saber cómo liberarte de todo”.

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* Este texto fue originalmente publicado en Artificial Radio y se reproduce con autorización del editor.

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