Lado B
No conocí a mi padre hasta que murió
 
Por Mayra Guarneros @
31 de octubre, 2014
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Mayra Guarneros

@mayitayita

Tuve un padre disfuncional que me enseñó una de las lecciones más valiosas que hasta ahora he aprendido: Cuando no puedes hacer algo bien, lo mejor que puedes hacer es irte.

No me lo dijo tal cual una tarde de primavera mientras jugábamos en el parque y comíamos paletas de hielo, sino que lo entendí el día de su velorio: A mi padre no le alcanzó para amarme como a mi me habría gustado. Un día tuvo a bien irse y no regresó ni a dejar las llaves. A mí nadie me dio explicaciones y la vida siguió. Pasó en una edad tan temprana que nadie reparó en que eso formaría parte de mi pasado.

Foto: @Mayitayita

Foto: @Mayitayita

Muchos años pasé pensando, un día sí y otro también, que quería buscarlo y platicar con él, saber si me quería, preguntarle cómo era su vida ahí donde había decidido vivirla, pero nunca lo hice. Mi madre me escribió un SMS el treceavo día de mayo, el texto decía «Matías se murió».

Había un pensamiento paralelo al de la hipotética conversación que tendría con él en algún momento de la vida: imaginaba cómo sería el día en que se muriera. Lo soñé mil veces y nunca me asustó. Mi padre, a pesar de ser mi padre, me resultaba lejano, ajeno y desconocido. Una figura más bien inventada de alguien que tenía -acaso- un papel importante en mi vida. Y que sin estar, me había causado infinidad de problemas.

Y es que uno a veces decide vivir con sus fantasmas guardados en el cajón, como si ocultarlos los hiciera desaparecer. Y es un cajón al que no te acercas y que si alguien osa siquiera intentar abrirlo se desata una batalla campal plagada de negaciones y de un «no me importa, no me importa» que hasta ritmo lleva. Yo sabía que en algún momento iba a tener que sacarlo y hablar de él, pero nunca me esperé que sucediera como sucedió.

Después de que supe que ya jamás lo vería para hacerle preguntas, quise ir a despedirme. Otra cosa que supe es que su ausencia (que en ese momento se hacía eterna) sí me dolía, que Matías con su muerte me había removido mucho adentro y que al ver su cuerpo en el féretro las lágrimas me brotaron a chorros como brotarían por un padre amoroso y presente. Igual lloré e igual me dolió.

[quote_left]Muchos años pasé pensando, un día sí y otro también, que quería buscarlo y platicar con él, saber si me quería, preguntarle cómo era su vida ahí donde había decidido vivirla, pero nunca lo hice.[/quote_left]

Y en la necedad de que con él se habían ido todos mis traumas y mis bloqueos (esos que la psicología explica con la ausencia del padre) seguí con lo mío, diciendo que eso tarde o temprano iba a suceder, que lo veía venir porque era un hombre mayor a cuya vida llegué pasados sus 50’s… que  no me importaba, pero en realidad sí. Y más de lo que yo misma podía permitirme aceptar.

En todo caso, no iba a poder sostener ese discurso soberbio por mucho tiempo más y una vez que su presencia física estaba lejana del plano terrenal salió del cajón de las cosas de las que no se habla. Y se habló. Todos los días, en varios momentos y entonces supe quién había sido mi padre: Un hombre soberbio negado a decir la verdad, un escapista nato que encontró en huír y mentir una forma de vida.

Matías llevaba la música por dentro y era un pisciano enamorado del mar. Era el tipo bonachón cuentachistes de todas las reuniones, el que disfrutaba de la atención y de tener los reflectores sobre él.

Todo eso de lo que lejanamente se había hablado tomó forma, tuvo sentido, las partes desperdigadas de la historia que ya había escuchado antes iban tomando forma. Sí, ese hombre que usaba en el cuello una calavera de oro atravesada por dos tibias había sido mi padre.

Escuché a la gente que le acompañó en la vida, como si me estuvieran contando un cuento, como si estuvieran hablando de un personaje. También conocí a quien fue su otra esposa y a sus hijos, quienes me recibieron con cariño y por primera vez en mis veinticinco años me llamaron «hermana». Nos reconocimos como ramitas del mismo árbol. 

Escuché historias de él, supe que tenemos muchas similitudes y que las cosas que a mi me gustan y que irremediablemente tienen mi atención, también fueron de su agrado. Abracé lo que nos acerca y me sentí orgullosa de su herencia.

Foto: @Mayitayita

Foto: @Mayitayita

Y conocí al hombre que es partícipe de mi información genética.  Me reconocí en él, abracé con el más grande de los cariños lo que me dejó que no fue ni dinero, ni cosas, ni una despedida… me dejó estar aquí y con eso está bien.

Mi discurso soberbio se fue diluyendo al paso de los meses, escuché las historias, até los cabos y volví a llorar, ahora en medio del bosque, donde a mi manera lo quise ir a despedir. Le dije adiós al dolor que  sentía y que creía que era por causa suya, pero entendí que él no había hecho nada malo, simplemente hizo lo que pudo… para lo que le alcanzó. Lo vi como una persona, como yo y como cualquiera. Pude decirle que no me debía nada y el amor que no sentí años atrás se hizo presente. Y él se fue, pude verlo alejarse entre pinos gigantes. Lo solté, le deseé el eterno descanso y buen viaje.

Por primera vez sentí que amaba a mi padre.

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Autor Lado B
Mayra Guarneros
Fue a la universidad a estudiar Periodismo. Es locutora, hace fotos, escribe. Ahora se encuentra aprendiendo de tecnología y de las artes ocultas del comuniteo.
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